Mi presencia en este púlpito esta noche, y la presencia de cientos y miles de ministros, médicos, docentes, obreros de instituciones, colportores y miembros de iglesia de todo el mundo es un testimonio elocuente del triunfo de la obra de Dios en las tierras misioneras.

    En 1907 fue cuando el Dr. Kellog, atraído por la filosofía panteísta, abandonó este movimiento profético. En su rebelión contra la iglesia de Dios, pronunció la declaración que todos conocemos. Dijo: “Esta iglesia se hará pedazos”. Predijo el fracaso de la obra de fe que comenzara en 1844. Pero a pesar de ser un médico eminente, era un falso profeta.

    Cuando anunció el colapso futuro de este movimiento teníamos en mi país, Brasil, unos 1.000 creyentes bautizados. Hoy la familia adventista en el Brasil cuenta con más de 150.000 miembros, unidos en los ideales de la bendita esperanza.

    En 1907 computábamos poco más de 2.000 en toda Sudamérica. En la actualidad, por la gracia del Señor, más de un cuarto de millón de almas se han convertido por el poder transformador del mensaje del tercer ángel. En nuestro último concilio de la División Sudamericana, llevado a cabo el año pasado, votamos como nuestro blanco el ideal de 500.000 miembros dentro de la iglesia para 1975. Sí, Kellog falló en su predicción.

    En 1907 contábamos en el mundo con 94.048 creyentes. Hoy esta maravillosa familia internacional tiene alrededor de dos millones de miembros que trabajan, oran y aguardan la segunda venida del Señor en gloria y majestad. Reiteramos, Kellog falló en su predicción. Cuán segura es la promesa de Dios: “Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no permanecerán contra ella” (Mat. 16: 18).

POR QUE FALLÓ KELLOG

    La razón por la cual Kellog fracasó en su profecía es que este movimiento llegó a la existencia, no por inspiración humana, sino por la voluntad de Dios. Estamos en el mundo para cumplir una misión histórica y profética, y en el cumplimiento de esta gran misión una mano invisible y poderosa está guiando a la iglesia a través de la crisis a la victoria. Pronto este movimiento profético celebrará su triunfo final, y nosotros triunfaremos con él, por la gracia de Dios.

    He escogido como tema para el mensaje de esta noche las imperativas palabras de Jesús: “Dadles vosotros de comer”. Jesús se había retirado a la orilla oriental del Mar de Tiberías para descansar en compañía de sus discípulos, que acababan de volver de sus viajes misioneros. Deseaba sustraerse a la presión del público y tomar un respiro en un lugar agradable y solitario. Sin embargo, el apacible reposo fue interrumpido por una multitud ansiosa que vino a él, deseosa de contemplar sus milagros y de oír sus penetrantes enseñanzas, llenas de esperanza y fe.

    De acuerdo con la narración evangélica, cuando Jesús vio la multitud, “tuvo compasión de ellos” (Mar. 6:34). A veces me pregunto cómo serían los ojos de Jesús. ¿Qué color tenían? ¿Celeste o castaño? ¿Cómo eran cuando contemplaban la aflicción del hombre? Llenos de amor y compasión, podemos estar seguros. Pero lo importante para nosotros es que los ojos de Jesús miran al pecador con ternura, misericordia, simpatía y amor. Vio la multitud y “tuvo compasión de ellos”.

    Amigos, en uno de los salmos de David encontramos una maravillosa promesa de Dios: “Sobre ti fijaré mis ojos” (Sal.32:8). Significa que no estamos solos. Ten buen ánimo, dice el Señor, porque mis ojos están fijos sobre ti. No estamos abandonados, porque los mismos ojos que miraron con misericordia y ternura a la gente en el desierto están fijados con amor sobre nosotros en este día. Agustín, el gran teólogo del siglo V, tenía este versículo escrito en la pared de su dormitorio. En ese pasaje halló ánimo, esperanza y consuelo en los momentos finales de su vida.

    Desde la ladera de la montaña Jesús contempló a la multitud inquieta y su corazón se conmovió ante ese espectáculo. No vio a la gente como un conjunto in- forme de cuerpos. El Salvador vio que había hombres, mujeres y niños con sus deseos, frustraciones, chascos y aflicciones. En medio de ese gran conglomerado estaban los que habían perdido su esperanza y no podían ocultar su desesperación. Jesús los miró con ternura y compasión y descubrió sus penas y problemas.

    Spurgeon una vez contempló a una gran multitud que concurría al Crystal Palace de Londres para escuchar su mensaje. Fue movido a compasión y lloró, tocado por la gran necesidad religiosa de esa gente.

    ¿Somos hoy capaces de sentir las necesidades del mundo? Entre las densas sombras del pecado miles de seres humanos claman por ayuda. ¿Estamos, por ventura, tan aprisionados por los grillos del egoísmo, tan sumergidos en las ganancias personales y tan preocupados por el momento actual que permanecemos indiferentes a su clamor?

    “Los hombres están en peligro. Las multitudes perecen. ¡Pero cuán pocos de los profesos seguidores de Cristo sienten anhelo por esas almas! El destino de un mundo se halla en juego en la balanza; pero esto apenas si conmueve a los que pretenden creer las verdades más abarcantes que jamás hayan sido dadas a los mortales. Hay falta de aquel amor que indujo a Cristo a abandonar su hogar celestial y tomar la naturaleza humana a fin de que la humanidad pudiera tocar a la humanidad, y llevarla a la divinidad. Hay un estupor, una parálisis sobre el pueblo de Dios, que le impide entender el deber de la hora” (Palabras de Vida del Gran Maestro, págs. 284, 285).

    De acuerdo con las palabras de Marcos, “eran como ovejas que no tenían pastor” (Mar. 6:34). En esos días los sacerdotes y los dirigentes espirituales de la nación eran orgullosos y corruptos. Menospreciaban y descuidaban al común de la gente.

    Sí, la gente no tenía pastor. El vacío tradicionalismo y la fría y formal liturgia no satisfacían los deseos vehementes de sus almas. Conmovido por la triste condición espiritual del pueblo. Jesús comenzó a enseñarles los grandes principios del reino, y las palabras que salieron de sus labios los acercaron a Dios. Sus enseñanzas hicieron surgir una nueva vida en el interior de ellos, una vida que les significó más que cualquier otra cosa en el mundo.

CONTRASTE DE ACTITUDES

    De acuerdo con el relato inspirado, Jesús había estado durante todo el día comunicándole sus lecciones sublimes a su atenta audiencia. Las sombras del ocaso los rodeaban ya, y los discípulos no podían ocultar sus aprensiones y temores. La gente no había comido en todo el día. Estaban con hambre. Se hallaban en un paraje apartado, lejos de cualquier lugar donde pudieran conseguir alimentos. ¿Cómo podrían dar de comer a tanta gente? ¿Cómo harían frente a la emergencia? Perturbados, sugirieron al Señor: “Despídelos para que vayan a los campos y aldeas de alrededor, y compren pan, pues no tienen qué comer” (Mar. 6:36). La conducta de los discípulos es desconcertante y paradójica en contraste con la actitud de Jesús. Absorto en su labor, Jesús estaba interesado en el hambre espiritual de aquellos que se hallaban perplejos y confundidos. Como rebaño sin pastor, necesitaban de alguien que los condujera a los verdes pastos de la fe y a las aguas vivas del Evangelio. Sin embargo, los preocupados discípulos estaban sólo interesados en las necesidades físicas de la gente.

    Es cierto que en nuestros días la gente bajo influencias seculares mira nada más que las cosas temporales y descuida el vital pan de vida, que nutre y vigoriza el alma. Sí, en esta era de la ciencia y la tecnología el hombre no dispone de tiempo para las cosas espirituales, y los resultados de este divorcio de Dios pueden verse en nuestra sociedad confundida, sacudida por toda clase de problemas.

    Jesús, como pastor diligente, aunque interesado en la situación espiritual de su rebaño no era indiferente a las necesidades físicas de la gente.

RESPUESTA SIGNIFICATIVA

    La respuesta de Jesús a sus discípulos fue desconcertante: “Dadles vosotros de comer” (Mat. 14:16). Felipe, sorprendido, empleó un lenguaje matemático y dijo: “Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco” (Juan 6:7). Habló como comerciante. Con agudo discernimiento, rápidamente calculó cuánto costaría alimentar a la gente. En términos modernos, Felipe podría haber dicho: “Señor gerente, nuestro presupuesto no nos permite alimentar a esta multitud. Tendremos que esperar una ayuda de la Asociación General”. ¡Pobre Felipe! Ignoraba el poder creador de Dios y hacía descansar su confianza en el poder del dinero.

    Fue Andrés, un hombre de pensamiento más práctico, quien dijo: “Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos”. Cinco panes de cebada, que era el alimento de los más pobres de entre los pobres, y dos pececillos secos. Pero Andrés agregó: “¿Qué es esto para tantos?” La única solución, hasta donde podían ver los discípulos, era despedir a la gente para que consiguiera alimentos por su cuenta. Pero esa idea estaba en abierta oposición con la orden inconcebible de Jesús: “Dadles vosotros de comer”. Desde el punto de vista humano, el mandato divino era irrazonable. Sin embargo, Aquel que en el comienzo había sacado luz de las tinieblas y del caos el cosmos, podía también multiplicar las escasas provisiones para satisfacer las necesidades de esa heterogénea multitud. El milagro se realizó. Les fue tendida mesa en el desierto. El mismo Dios que sustentó al pueblo de Israel con el maná en el desierto proveyó milagrosamente para las necesidades físicas de cinco mil hombres reunidos en aquel alejado y solitario lugar. Hallamos registrado este maravilloso milagro en las páginas de los tres evangelios sinópticos y también en el de Juan. Es el único milagro de Jesús mencionado por los cuatro evangelistas, y en tres de ellos leemos las imperativas palabras de Jesús: “Dadles vosotros de comer”.

MILLONES CONDENADOS AL HAMBRE

    No desconocemos el hecho de que en el mundo contemporáneo grandes masas humanas se hallan presas de las inmisericordes garras del hambre. El desaparecido escritor católico Daniel Rops decía en uno de sus artículos que hoy 350 millones de personas están muriendo de hambre. Sí, existen en el mundo millones de seres humanos enfermos y subalimentados, que viven en condiciones miserables, sin oportunidades para mejorar su suerte. Esta conmovedora realidad debiera llenar de pena nuestro corazón. De hecho, esta noche millones de personas —hombres, mujeres y niños— sostienen con manos débiles y temblorosas unos platos vacíos, símbolos de la miseria y la pobreza que amenazan la paz social en el mundo. Esta alarmante situación se ha agravado por la fantástica explosión demográfica. Cada segundo saluda el nacimiento de dos nuevos niños, y al fin del día 172.800 boquitas se abren, clamorosas, pidiendo alimento. Ayub Khan, que fue presidente del Pakistán, dijo: “Si continuamos creciendo al ritmo presente, no tendremos nada para comer y volveremos al canibalismo”.

    Pero, amigos míos, peor que el hambre física es el hambre espiritual predicha por Amos: “He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová” (Amos 8:11). Podemos ver, en nuestros días, el cumplimiento parcial de estas proféticas palabras. Grandes multitudes perecen sin Cristo, el Pan de Vida. En un tiempo como éste oímos la voz de Jesús con un nuevo y profundo significado: “Dadles vosotros de comer”. ¡Cuán fuerte y penetrante debiera ser nuestra simpatía hacia los que sufren privaciones espirituales!

COMO HACERLO

    Pero preguntamos: ¿Cómo podemos alimentar al mundo hambriento con el pan viviente? Son tan escasas nuestras provisiones para atender las necesidades espirituales del mundo. Podríamos decir: Señor, nuestros recursos como iglesia son muy pobres. Nuestro presupuesto muy limitado. No podemos hacerlo, Señor; no tenemos más que cinco panes y dos peces. Pero Jesús responde: “Dadles vosotros de comer”.

    En nuestro diálogo con Dios podríamos decir: Señor, mañana vamos a recoger 125 millones de dólares para nuestra empresa misionera, pero eso no es nada comparado con las necesidades que nos rodean. Pero Jesús responde: “Dadles vosotros de comer”.

   Podríamos decir: Señor, tenemos un gran déficit de obreros. No contamos con los obreros, evangelistas y pastores como para ministrar las necesidades de este atribulado mundo. Como Andrés, podríamos agregar: No tenemos más que cinco panes y dos peces. Recordemos, mis queridos hermanos, que la admisión de nuestra insuficiencia es precisamente el comienzo de la operación divina.

    Jerónimo, el eminente erudito del siglo V, alegorizando el milagro de Jesús dijo que los cinco panes eran un símbolo de los cinco libros de Moisés; y que los dos pescados secos simbolizaban las dos leyes, la ceremonial y la moral. No creemos en esta clase de exégesis. Sin embargo, podríamos decir que la sencilla merienda del muchacho representa la incapacidad de la iglesia para hacer frente al imperioso desafío del mundo de hoy.

    Compañeros en el ministerio, oficiales de la iglesia y creyentes en el mensaje adventista: sólo cuando el muchacho puso su pobre refrigerio en las manos de Jesús fue cuando se realizó la sorprendente multiplicación. Pongámonos nosotros, y nuestra vida y nuestros medios en las poderosas manos de Dios y entonces nuestros ojos serán testigos de los milagros del evangelismo. Miles de almas se convertirán en un día. No estoy soñando. Estoy hablando de realidades. Triunfos nunca antes conocidos en la historia de la iglesia de Dios serán vistos por nuestra generación. No estoy hablando de utopías. Estoy hablando de realidades tangibles. La mensajera del Señor dijo: “Vi que este mensaje terminaría con fuerza y vigor muy superiores al clamor de media noche” (Primeros Escritos, pág. 278). Yo creo en la promesa de Dios. Sí, creo que esta obra ha de ser concluida con gran manifestación del poder de Dios. El mundo será iluminado con el esplendor, la brillantez y la gloria de nuestro mensaje.

¿QUIEN HA SIDO OLVIDADO?

    Cierta vez, una mujer participaba de las bendiciones de la Cena del Señor en una pequeña iglesia. Luego de que se hubo servido el pan, el ministro preguntó: “¿Ha sido olvidado alguien? ¿Ha recibido cada uno el pan?” La mujer, mientras oraba con el pan en su mano, comenzó a meditar en las preguntas que había hecho el pastor. “¿Ha recibí el pan?” Recordó a las multitudes que viven con hambre, sin el pan vivo con que llenar sus almas.

    Por todas partes —en Asia, África Australia, Europa y en las tierras americanas— hay millones que no han recibido el pan de vida. Estamos en deuda con el mundo. Como los discípulos en lo pasado compartieron su pan físico, así debemos nosotros compartir el pan celestial con los hambrientos, con los que están sin Dios y sin esperanza en el mundo. “Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás” (Ecl.11:1). En este versículo encontramos un mandato y una promesa.

EL MUNDO PERECE

    Dijo la mensajera del Señor: “El mundo está pereciendo por falta del Evangelio. Hay hambre de la Palabra de Dios. Hay pocos que predican esa palabra sin mezclarla con la tradición humana. Aun- que los hombres tienen la Biblia en sus manos, no reciben las bendiciones que Dios ha colocado en ella para los que la estudian. El Señor invita a sus siervos a llevar su mensaje a la gente. La Palabra de vida eterna debe ser dada a aquellos que están pereciendo en sus pecados… El mundo entero constituye el campo de los ministros de Cristo. Su congregación comprende toda la familia humana. El Señor desea que su palabra de gracia penetre en toda alma” (Palabras de Vida del Gran Maestro, pág. 213).

    ¡Qué desafío! Dios nos ha encomendado a nosotros, custodios del último gran mensaje de salvación, la estupenda tarea de darle pan a este mundo hambriento. La hora es tardía. Los días de aflicción, largamente predichos, están sobre nosotros. El tiempo de gracia pronto terminará. Lo que debemos hacer, debemos hacerlo rápidamente. Os ruego esta noche, solemnemente, que comprometáis vuestros mejores esfuerzos en respuesta al llamado de Dios. ¿Qué estamos haciendo? Han pasado casi 2.000 años. Sin embargo, esta noche podemos oír la dulce voz de Jesús diciéndonos a ti y a mí: “Dadles vosotros de comer”.

Sobre el autor: Secretario de la División Sudamericana.