El auditorio del Simposio de Comunicación estaba atestado. Mientras yo exponía sobre el cuidado con los posteos en Internet, uno de los asistentes levantó la mano y exclamó: “Entiendo la necesidad de sermones cuidadosos. Pero, ¿cómo podemos equilibrar la prudencia con la misión de hablar la verdad? ¡Parece que estamos siempre con miedo de sermones cancelados! ¿No podemos hablar más de nada?” El momento se volvió tenso. Con calma, expliqué que el asunto no se trata de silenciar nuestra voz, sino de escoger las palabras con sabiduría y amor. “Podemos y debemos hablar la verdad”, le dije, “pero es necesario hacerlo con la conciencia de cómo serán recibidas nuestras palabras. Necesitamos ser fieles a nuestras creencias y, al mismo tiempo, respetuosos con quienes piensen diferente de nosotros”.

Actualmente la comunicación digital ha asumido un papel central en nuestra vida. En este contexto, la cultura de la cancelación es un fenómeno que ha impactado profundamente la forma en que expresamos nuestras opiniones y creencias. Esto representa un desafío significativo para pastores y líderes de la iglesia, especialmente cuando necesitamos predicar mensajes tan impopulares en nuestros días.

La cultura de la cancelación es una forma de boicot social en que los individuos o los grupos son reprendidos públicamente por sus acciones y declaraciones. Esto generalmente ocurre en las redes sociales y puede resultar en consecuencias severas, incluyendo daños a la reputación. Teóricamente, la cultura de la cancelación refleja un deseo de responsabilizar y por un cambio social. Sin embargo, en la práctica, se puede convertir en una herramienta de coerción y silenciamiento, en el cual el miedo a “ser cancelado” impide que las personas expresen sus opiniones.

En ocasiones me pregunto cómo Isaías reaccionaría si viviera en nuestros días y tuviera que obedecer la orden divina: “Alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión” (Isa. 58:1). ¿Podría Isaías haber sido cancelado? Creo que sí. Sin embargo, no podemos olvidar que el profeta tenía certeza de su llamado, conocía a su público-audiencia y poseía un propósito bien específico: llevar al pueblo a la obediencia.

De la misma forma, creo que es crucial encontrar un equilibrio entre nuestro llamado, la fidelidad a las doctrinas bíblicas y la misión de comunicar eficazmente la Palabra de Dios a un mundo dominado por la cultura de la cancelación. Permítanme, ahora, presentar tres consejos que nos ayudarán a alcanzar este objetivo:

1. Conoce a tu público-audiencia.

Entiende cómo las personas piensan, cuáles son sus preocupaciones y valores. Eso te ayudará a moldear un mensaje que sea adecuado, relevante y comprensible, sin comprometer los principios bíblicos que deben ser presentados.

2. Habla con empatía y respeto

Habla la verdad, pero evita usar un lenguaje polarizador. Sé cuidadoso al escoger tus palabras. Muestra respeto por los puntos de vista que divergen de la óptica de la Biblia. Respetar al otro no significa aceptar su punto de vista.

3. Sé claro, transparente y consistente

Mantente firme en tus creencias y preparado para explicar el porqué de tus convicciones de forma clara. La consistencia y la transparencia te ayudarán a construir confianza, incluso entre aquellos que no están de acuerdo contigo.

Elena de White escribió: “¿Cómo cumplimos nuestra misión? Los representantes de Cristo estarán en diaria comunión con él. Sus palabras serán escogidas, su hablar sazonado con gracia, su corazón lleno de amor, y sus esfuerzos, sinceros, fervientes y perseverantes para salvar a las almas por las cuales Cristo murió. Hagan todos cuanto puedan por la salvación de los queridos niños y jóvenes” (Consejos sobre la obra de la Escuela Sabática, p. 73).

Que seamos luces en este mundo oscuro, hablando la verdad en amor y viviendo de acuerdo con los principios del evangelio.

Sobre el autor: Líder de comunicación de la Iglesia Adventista para Sudamérica.