La importancia de capacitar a las mujeres para ayudar espiritualmente a otras mujeres.

El énfasis en la mujer y la misión es necesario. Los registros de la iglesia de hace varias décadas solo presentaban mayormente las historias y las actividades realizadas por varones.[1] Es importante destacar que las mujeres siempre estuvieron involucradas en la misión. Pero, para que eso siga ocurriendo, es necesario invertir en la capacitación de las mujeres en diferentes áreas y en el reconocimiento de lo que ellas pueden hacer, sobre todo en el área de la asistencia espiritual.

En este artículo insisto en la importancia de capacitar a las mujeres para asistir espiritualmente a otras mujeres.

Un esposo y líder espiritual que necesitaba corrección

Es triste no tener el consuelo humano cuando se lo necesita, como le pasó a Sara, esposa de Abraham. Dios asistió a Sara debido al trato que recibió de su esposo.

En Génesis 12, la Biblia presenta el llamado divino a Abraham y a su familia para que cumplieran una misión. Si aceptaban, serían parte de una nueva Creación, de una comunidad de la cual vendría la nueva simiente de la mujer prometida en Génesis 3:15. En Hebreos 11:8, Pablo declara que Abraham aceptó el llamado divino por la fe.

Dios le dijo a Abraham que de la descendencia que nacería de Sarai, su esposa, crearía un pueblo que se encargaría de preservar su promesa. En Hebreos 11:11, Pablo agregó, “Por la fe también la misma Sara”. Sara también fue escogida por su fe. Abraham y Sara juntos educaron a la comunidad que los seguía en la fe del verdadero Dios.[2]

Durante la trayectoria de altos y bajos de la fe en sus vidas, Dios fue educando a sus elegidos para que representaran los principios de su Reino. Sin embargo, Abraham siguió las costumbres de la época en su trato con las mujeres. Dios tuvo que corregirlo. Como líder espiritual, le tocaba pastorear a la comunidad que lo acompañaba y dar a conocer a otros pueblos el proyecto divino en las relaciones humanas.

Muchos consideran que los patriarcas maltrataban a las mujeres y que la Biblia es machista. Esta interpretación, sin embargo, refleja una visión distorsionada del texto bíblico. Que Abraham haya actuado de esa manera retrata la cultura de la época, no la voluntad de Dios.

En ese sentido, es posible que algunos vean más las obras de los seres humanos que intentan seguir a Dios como modelo, en lugar de ver las obras de Dios mismo, que busca ayudarlos a practicar el bien y corregir costumbres afectadas por la naturaleza humana pecaminosa. Dios, en su paciencia, ayudó a Abraham. Su gracia y su amor se manifestaron en la relación de pareja de los líderes Abraham y Sara.

En Génesis 3:16, Dios dijo que el pecado derribó el muro de contención contra el mal y desencadenó un proceso destructivo. Por causa de la transgresión, Dios anunció a la mujer que su marido la dominaría y sería desconsiderado con ella. Este tipo de violencia doméstica se extendió con el tiempo al trato que las mujeres recibían de otros varones que no eran sus esposos. Fue una predicción, no un mandato. Dios no provocó el dolor ni ordenó que surgieran las espinas, solo anunció lo que sucedería a partir del momento en que se rompió el muro.

La situación de maltrato a la mujer aumentó en la descendencia de Caín, que iniciaron la poligamia, comportamiento que imitaron después los hijos de Dios. El texto es claro. Una de las causas del Diluvio fue el aumento de la violencia en las relaciones humanas. Con el paso del tiempo, después del Diluvio, las mujeres volvieron a ser tratadas injustamente. Esa era la realidad en los días de Abraham. Sin embargo, el relato bíblico pone las cosas en su debido lugar. Dios no admitió la práctica del mal entre sus seguidores. El patriarca expuso a Sara al adulterio cada vez que le convenía. Pero el Señor eligió a una pareja de esposos, porque él los considera una unidad por su alianza matrimonial (Gén. 2:24). Sin embargo, el matrimonio fue muy difícil para Sara. Indudablemente esto afectó su actitud, sus sentimientos, su amor por su esposo y su autoestima como mujer.

Sara debió haber sufrido al sentirse un objeto de canje en manos de su esposo. ¿Tendría que consentir en quedar en manos de otros hombres para salvarlo? Su actitud tuvo, en ocasiones, visos redentores. De hecho, ella se vio obligada a sacrificarse por su esposo. Abraham no fue capaz de cuidar a su esposa como su propia carne. El Faraón “hizo bien a Abram por causa de ella; y él tuvo ovejas, vacas, asnos, siervos, criadas, asnas y camellos” (Gén. 12:16). Sin embargo, Dios intervino para protegerla y cumplir su promesa de redención. Egipto sufrió las primeras plagas en su historia por causa de Sara. Por eso, Abraham y su familia fueron expulsado de allí. Decididamente, Dios actuó protegiendo a Sara, su elegida como ascendiente del Mesías.

Para enseñar a Abraham y a Sara a confiar en él, Dios cambió sus nombres. Dejó en claro que ambos eran elegidos. A Abram (“padre”), lo llamó “Abraham”, “padre de multitudes o pueblos”; y a Sarai (“mi gobernante”), cuyo nombre denotaba la posesión de Abram, la llamó “Sara”, “Gobernante” de naciones (Gén. 17:5, 15). Sara dejó de ser propiedad exclusiva de Abraham y Dios hizo de ella un legado para la humanidad. Dios mismo la bendijo así como a Abraham (Gén. 17:16). La raíz del nombre “Sara” aparece en otros pasajes donde se habla de líderes y regidores.[3]

Dios intervino muchas veces en la trayectoria de la vida de Abraham y Sara para que entendieran el trato que debían tener entre ellos. Por ejemplo, cuando Dios preguntó a Abraham dónde estaba Sara, para que participara en la reunión con los emisarios divinos saliendo del aislamiento de su tienda (Gén. 18:9, 10), pues era un eslabón importante en el plan de salvación; o cuando Abraham volvió a entregar a su esposa a otro gobernante, mintiendo sobre su verdadera relación con ella (Gén. 20). Hasta Abimelec reconoció que la actitud del patriarca era pecaminosa (Gén. 20:9).

Por último, el Señor intervino en una disputa matrimonial entre Abraham y Sara, indicándole a Abraham que debía atender el pedido de su esposa (Gén. 21:12). Anteriormente, ambos manifestaron falta de fe al adherir a costumbres de la época. Sara dio a su esposo a su sierva Agar para que tuviera un hijo con ella. Esto causaría dificultades a ambos en el futuro. Primero, por su falta de fe; y después, porque la paz del hogar se alteró con disputas y rencillas entre las dos mujeres y Abraham.[4] En esa ocasión de Génesis 21, se le había dicho a Abraham que la santidad del matrimonio era importante. Ambos debían dar una lección a todas las edades. “Los derechos y la felicidad de estas relaciones deben resguardarse cuidadosamente, aun a costa de un gran sacrificio”.[5]

Es evidente, en el relato del trato de esta pareja, que Sara amaba a su esposo al punto de reverenciarlo, porque estuvo dispuesta a padecer todo lo que sufrió para mostrarle respeto a pesar de sus errores. Pero todo tenía un límite, y Sara supo cuándo tenía que hacérselo saber a Abraham.

Abraham tuvo hijos con otras dos mujeres. Los ocho hijos presenciaron la religión de su padre. Pero, solo el hijo que tuvo con Sara incorporó la fe. Esto muestra por qué Dios eligió a Sara. La eligió por su natura y nurtura, y cumplió un rol importante en enseñar a Isaac a adorar al Dios verdadero.

En medio de sus éxitos y fracasos, Dios acompañó a esta pareja de líderes en su crecimiento personal y de fe.

Ayuda emocional

Elisabet era una pariente de María, la madre de Jesús. Ella tenía cualidades de una mujer que pastorea a otra. Elisabet vivía en un tiempo cuando la infertilidad era considerada producto del desagrado de Dios o del pecado de la mujer. Día tras día y año tras año, sintió el dolor de los brazos vacíos y la discriminación de sus vecinos.

En su ancianidad, Elisabet concibió milagrosamente (Luc. 1:24, 25). Cuando ella estaba en su sexto mes de embarazo, el ángel Gabriel le anunció a María que concebiría del Espíritu Santo siendo soltera y que Elisabet estaba esperando un hijo (Luc. 1:26-38).

En el momento perfecto, Dios proveyó una mujer anciana para pastorear a María en su misión en un contexto de discriminación social. Elisabet sufrió desprecio y sabía lo que la joven María sentiría por estar embarazada sin haberse casado. Elisabet podía hablar de dolorosas experiencias de incomprensión y prejuicio comunitario. Fortaleció a María para los días que le esperaban. Ambas fueron elegidas por el Señor de la misión. Elisabet fue la elegida de Dios para asistir a María en un momento crítico de su vida.

Desafíos actuales

Estadísticamente, las mujeres son mayoría en la Iglesia Adventista. Lamentablemente, parte de ellas también sufren, víctimas de la incomprensión de los líderes o de los prejuicios, al igual que Sara, Elisabet y María.[6] Debido a esa realidad, son muchos los desafíos que implican el cuidado y la atención de esas mujeres en el contexto eclesiástico.

En primer lugar, las mujeres no acostumbran compartir sus problemas privados con hombres. Dado que la mayoría de los líderes son hombres, es difícil estimar cuál es el índice real de sufrimiento femenino en nuestras iglesias.

Otra preocupación es que faltan sermones que condenen las actitudes abusivas contra las mujeres. Por ese motivo, algunas mujeres no están seguras de la postura del pastor sobre la cuestión del abuso. Es importante que las víctimas escuchen mensajes claros desde el púlpito que condenen la violencia de cualquier índole contra las mujeres. Estas predicaciones fortalecen la confianza de ellas en relación con el líder de la iglesia.

Existe otra inquietud: algunos pastores no saben cómo aconsejar a las mujeres. En cierta ocasión, una mujer abusada por su esposo recurrió por ayuda a su pastor. Recibió el consejo de permanecer firme y negarse a hacer lo que se le pedía. Al practicar este consejo, su esposo casi la mató. Los que aconsejan no siempre tienen el conocimiento adecuado para hacerlo.

Una situación grave que dificulta la asistencia espiritual y emocional a las mujeres es que algunas de ellas no fueron tomadas en serio por los líderes de la iglesia. Una mujer abusada por su esposo juntó coraje para contar su situación al pastor de su iglesia. La respuesta que recibió fue: “Me cuesta creer eso, pues tu esposo es un hombre tan bueno”. Esta mujer se sintió culpable y descalificada en lo que decía, y por muchos años sufrió de depresión.

Elena de White también advirtió que la visita a domicilio de algunos líderes o pastores pueden llevar a ciertas familiaridades que traen luego vergüenza a la iglesia.[7] Ella agregó que esa tarea debe ser hecha por mujeres. Por desoír su consejo, tristemente varios pastores perdieron su ministerio. La mujer con dolor emocional tiene una profunda necesidad de aceptación, y esto puede llevar a malentendidos o incluso al abuso.[8]

Por último, muchos de los problemas de abuso que enfrentan las mujeres reflejan tradiciones heredadas de la iglesia cristiana basadas en interpretaciones incorrectas de pasajes bíblicos para justificar roles culturales, como si la mujer fuera un ser incompleto o incluso inferior al hombre, o que Dios extiende una gracia menor, o menos importante, a las mujeres. Esto se arraigó tanto que demanda un gran trabajo de concientización, al igual que el que tuvo Cristo para deshacer las tradiciones de su época.

Según estas consideraciones, es importante capacitar a mujeres para atender a otras mujeres. Un hombre no puede entender y ayudar plenamente a una mujer porque él nunca va a experimentar lo que siente una mujer en lo fisiológico, emocional y mental. Un hombre no entenderá lo que significa pasar por la tensión premenstrual, quedar embarazada, dar a luz, sufrir abortos espontáneos, cambios fisiológicos pospartos, menopausia, entre otras cosas.

Hace unos seis años, un capellán me relató una situación delicada. Una mujer había sufrido un aborto. Su dolor era muy evidente. Él la visitó como capellán. Pero la paciente rechazó su visita y pidió ver a su ginecóloga. Atendiendo el pedido, la médica fue a visitarla, y todo lo que hizo fue abrazarla y, sin decir nada, quedarse con ella. La mujer lloró y se sintió acompañada durante el proceso de recuperación.

Esta situación mostró al capellán su dificultad y sus limitaciones para asistir a mujeres que están padeciendo dolor por problemas propios de su género. Por esto, es fundamental que la iglesia capacite a mujeres que asistan espiritualmente a otras mujeres. Especialmente, porque suplir esta necesidad es atender a la mayoría de la membresía de la iglesia.

¿Qué hacer?

Ante este cuadro, ¿qué pueden hacer los pastores y los líderes de la iglesia? En primer lugar, capacitar intencionalmente a mujeres que puedan asistir espiritualmente a otras mujeres. Es importante que las instituciones educativas puedan apoyar esta capacitación.

Pablo dio la siguiente orientación a su colaborador: “En cada pueblo nombrarás ancianos de la iglesia” (Tito 1:5); le pidió que enseñara la sana doctrina a cuatro grupos específicos de personas: (a) a “los ancianos” [presbytas]; (b) a “las ancianas” [presbytidas]; (c) a los hombres jóvenes; y (d) a los esclavos (Tito 2:1-10).

Aparentemente, faltó un grupo de personas en la lista: las mujeres jóvenes. Sin embargo, en los versículos 4 y 5, Pablo recomendó que las mujeres de experiencia instruyeran a las más jóvenes en su manejo del hogar. Así como hay cuestiones que los hombres atienden en relación con los hombres, hay otras que las mujeres deben atender en relación con las mujeres, y esto Tito, por ser hombre, no podía hacerlo.

En 1903, Elena de White escribió que las mujeres “pueden realizar en las familias una obra que los hombres no pueden, una obra que penetra hasta la vida interior. Pueden acercarse a los corazones de personas a las cuales los hombres no pueden alcanzar. Su cooperación es necesaria. Las mujeres discretas y humildes pueden hacer una buena obra al explicar la verdad en los hogares. Así explicada, la Palabra de Dios obrará como una levadura, y familias enteras serán convertidas por su influencia”.[9] Ella dijo, además, que no es algo que deban decidir los hombres si se hace o no, pues ya el mismo Señor lo estableció. En sus palabras, “la causa sufriría una gran pérdida sin esa clase de trabajo realizado por las mujeres. Una vez tras otra el Señor me ha mostrado que las maestras son tan necesarias como los hombres para la obra que Dios les ha designado”.[10] Es decir, la misión de Dios requiere misioneras entrenadas para asistir las necesidades espirituales propias de las mujeres.

Es un gran logro que haya mujeres que estudien medicina o psicología para atender problemas de salud de su propio género. Elena de White resaltó la importancia de que las mujeres sean asistidas en sus problemas íntimos y de salud por mujeres.[11] Con todo, el hecho que una mujer sea mejor comprendida por otra mujer no desmerece aquello que puede ser hecho en favor de ellas por los hombres, dentro de los límites del decoro y el sentido común.

Además de capacitar a las mujeres y delegarles responsabilidades en el cuidado de otras mujeres, los pastores y los líderes también deben prestar atención a otro aspecto fundamental. Cierta vez, al dar charlas en un encuentro de mujeres de varias iglesias, noté el dolor y la inseguridad de muchas por el trato que recibían de los hombres en el contexto de la familia, del trabajo y de la iglesia. Una mujer presentó la siguiente inquietud: “Es bueno tener charlas para que las mujeres se valoren a sí mismas, que entiendan cómo las ve Dios y además lo que deben esperar de su relación con el otro sexo, pero, y los hombres, ¿están recibiendo instrucción de cómo deben tratar a las mujeres?” Existe un fuerte condicionamiento social entre los hombres que muchas veces nubla el consejo bíblico de trato con el sexo femenino. Por lo tanto, pastores y líderes de iglesia deben reflexionar acerca de la siguiente pregunta: ¿Están los hombres recibiendo instrucción sobre cómo deben tratar a las mujeres?

Es innegable que el Espíritu Santo ha capacitado a mujeres a lo largo de la historia para que ejerzan un papel relevante en la familia, la sociedad y la iglesia. A semejanza de Cristo, tenemos la tarea de restaurar a los dolientes y oprimidos. Por eso, debemos capacitar a mujeres para ayudar a restaurar a otras mujeres, y permitirles cumplir la misión que el Señor les confió.

Sobre el autor: Doctora en Teología, reside en Libertador San Martín, Entre Ríos, Argentina.


Referencias

[1] Silvia C. Scholtus, “Mujeres y liderazgo en la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Argentina y Sudamérica (1894-1930)”, revista Cultura y Religión [Chile], XIV, Nº 1 (2020), pp. 58-79. Disponible en: https://www.revistaculturayreligion.cl/index.php/ culturayreligion/article/view/863/pdf

[2] Elena de White, Patriarcas y profetas, p. 105.

[3] La raíz “zar”, o “sar”, se sigue usando actualmente para designar a un gobernante o regidor en oriente. De allí derivó el término “caesar” en latín (cé/sar). Ver Josué 5:14 y 15, cuando Dios le dijo a Josué que él era el “Príncipe del ejército” (cf. Juec. 9:22, Núm. 16:13; 21:18).

[4] Elena de White, Hijas de Dios, p. 26; Patriarcas y profetas, p. 127.

[5] Elena de White, Hijas de Dios, p. 25; Historia de la Redención, p. 82.

[6] Véase René Drumm, Marciana Popescu, Gary Hopkins y Linda Spady, “Abuse in the Adventist Church”, 2005, disponible en http://archives. adventistreview.org/article/1401/archives/ issue-2007-1528/abuse-in-the-adventist-church; Internet (consultada el 5 de julio de 2015).

[7] Ver, por ejemplo, Chad Stuart, “Reaching out to victims of clergy abuse”, disponible en http://www.adventistreview.org/reaching-out-tovictims- of-clergy-abuse. Proyecto La Esperanza de los Sobrevivientes, disponible en http://www.laesperanzadelossobrevivientes.com/

[8] Elena de White, Mente, carácter y personalidad, t. 1, p. 232.

[9] Elena de White, Consejos para la iglesia, p. 107.

[10] Manuscrito 142, 1903, citado en Elena de White, El evangelismo, p. 360.

[11] White, Consejos para la iglesia, p. 361.