La salud mental se encuentra entre las diversas dimensiones afectadas por la pandemia de la COVID-19. Los impactos en la convivencia, el afecto y la comunicación han resultado en miedo, desánimo, estrés y depresión. En esta entrevista, Julián Melgosa, doctor en Psicología y director asociado del departamento de Educación de la Asociación General de la Iglesia Adventista, presenta consejos prácticos para los pastores para ayudar a la iglesia a superar este momento difícil.
¿Qué actitudes y recursos personales son importantes a la hora de enfrentar una pandemia como esta?
Un buen principio a seguir es compensar las carencias producidas por esta situación. Por ejemplo, la falta de interacción social debe suplirse con la comunicación a través de la tecnología digital o el teléfono. Y ha de hacerse lo mismo con el trabajo, la educación y el ejercicio físico. Para el creyente, la iglesia es un factor de mucha importancia y debe hacerse todo lo posible para ofrecer la oportunidad de celebrar cultos, servicios de canto, ofrendas, Escuela Sabática, estudios bíblicos, etc., utilizando los medios disponibles.
Un recurso importante es imponer orden y regularidad en el confinamiento. Es necesario organizarse para hacer las tareas diarias de forma regular, con horario en mano, para que haya predictibilidad en las conductas, asegurándonos de que haya suficientes actividades de índole física, mental, espiritual y social.
Otro recurso psicológico básico que está bajo nuestro control son los pensamientos. Lo que pensamos redunda en lo que sentimos y hacemos. Es, por tanto, primordial albergar pensamientos positivos de gratitud, de perdón, de confianza, de amor y fe en Dios. También evitar pensamientos de temor, de catástrofes, de celos, de envidia, de odio, de rivalidad, de desesperación. Las Escrituras pueden ayudarnos mucho, supliendo los mejores contenidos de pensamiento, la actitud correcta ante las situaciones y la paz que tanto necesitamos.
Finalmente, mencionaré la resiliencia. Pensar, sentir y actuar resilientemente significa no derrumbarnos ante la reducción de los ingresos, la cancelación de planes, o la enfermedad propia o de nuestros seres queridos. La resiliencia nos hace resistir y persistir. Y para el creyente, significa confiar en el poder sobrenatural de Dios y en las múltiples promesas de la Escritura. Al final de la pandemia, saldremos todos más fuertes y mejor equipados ante las adversidades futuras.
¿Qué consejos daría a los pastores para ayudar a sus miembros de iglesia a afrontar mejor la situación?
La figura del pastor es equiparable a la del personal sanitario. La gente tiene necesidades urgentes, y muchas pueden ser suplidas por el pastor. La persona que vive sola debe ser objeto especial de atención, también quienes han sido tocados por el desempleo o la enfermedad. Igualmente los hermanos y las hermanas de edad avanzada y que, además, muchos viven solos o con el cónyuge también anciano. Es necesario transmitirles ánimo y esperanza de forma regular, directamente por el pastor o movilizando voluntarios de todas las edades que apoyen por videoconferencia o simplemente por teléfono para escucharlos y transmitirles ánimo. Subrayo escucharlos, por tratarse de una tarea en sí terapéutica.
Existen estrategias psicológicas como la detención del pensamiento, la autoinstrucción o la visualización, que pueden ayudar a la persona ansiosa, depresiva o acosada por pensamientos adversos. Esto requiere cierto nivel de conocimiento técnico, pero baste al pastor dar ideas generales como: “Rechace esos pensamientos y sustitúyalos por otros más realistas y más elevadores, o por esta promesa bíblica”; “Piense que solo un pequeño porcentaje de personas acaban en situación crítica y de hospitalización”; “Recuerde que, aun quienes contraen la enfermedad con síntomas virulentos, hay una mayoría que sobrevive”; o “Vamos a recordar las veces que el Señor le ayudó en el pasado y cómo resolvió los problemas”.
Como Jesús hizo en su ministerio, el pastor también debe gestionar la ayuda práctica, recordándoles las medidas higiénicas básicas, las conductas de prevención, así como ayudarles en la planificación de la economía familiar y a solicitar ayudas sociales que puedan estar disponibles en su caso particular.
Por supuesto, los pastores ya cuentan con una gran herramienta de salud total: las Sagradas Escrituras, para beneficio de los miembros y también de muchos que no son miembros pero que necesitan auxilio espiritual. Más que sermones y charlas, son necesarios pasajes puntuales y de contenido alentador para hacer frente al desánimo, la depresión, la ansiedad y el estrés. Deben memorizarse o repetirse una y otra vez. Por ejemplo, Jesús nos asegura que habrá dificultades, pero que hemos de confiar en él (Juan 16:33); Pablo nos muestra su ejemplo para adaptarnos a situaciones de cambio en las que, con Jesús, todo es posible (Fil. 4:11-13). El Salmo 27 es genial para proporcionar paz y solaz al alma temerosa, al igual que el Salmo 91. Por supuesto, el favorito Salmo 23 transmite un sentir generalizado de protección divina. También pueden recordarse textos como Mateo 6:31 al 34; 1 Tesalonicenses 5:15 al 23; Isaías 26:3; Proverbios 17:22 y muchos otros.
Probablemente, en el contexto de la pandemia, las tres situaciones más temidas sean contraer la enfermedad, la muerte de un ser querido o una crisis económica con posible pérdida del empleo. ¿Cómo pueden los pastores aconsejar a sus feligreses ante cada una de esas situaciones?
Contraer la enfermedad: Es un temor natural por tratarse de un virus muy contagioso, aún desconocido y con capacidad letal. Ahora bien, hemos de remitirnos a los datos conocidos: el índice de mortalidad oscila entre el 1,4 % y el 2,3 %. Aun en los casos de más alto riesgo, la probabilidad de superar la enfermedad es mayor que la de perecer. Hemos de centrarnos en la probabilidad de éxito (el vaso medio lleno) y no en la probabilidad de muerte (el vaso medio vacío). Al mismo tiempo, hemos de ponernos en las manos de Dios y confiar en su intervención.
Muerte de un ser querido: Como en el punto anterior, nuestros pensamientos han de ser optimistas y esperanzadores, pues el creyente tiene razones para ejercer la esperanza e incluso mantenerla más allá de la muerte de un ser querido. Por supuesto, hemos de hacer todo lo que esté en nuestras manos para prevenir el contagio y mantener la calidad de vida de nuestros amados, especialmente los que dependen de nosotros.
Crisis económica: Como cualquier otra crisis del pasado, esta también pasará. Pero si no pasa y es el comienzo del final del tiempo, tenemos a Jesús que nos ha hecho salvos y tiene un lugar preparado para nosotros. Entre tanto, hay muchas promesas que nos alentarán: “Joven fui y he envejecido, y no he visto justo desamparado ni a su descendencia que mendigue pan” (Sal. 37:25) y que el Señor suplirá todo lo que nos falta (Fil. 4:19).
Que Dios te acompañe, pastor amigo, para que te haga instrumento para generar más tolerancia, más amor, más gozo, más bondad, más empatía, más resiliencia, más dominio propio y, por el poder del Espíritu, más frutos (Gál. 5:22, 23) que nos ayuden a superar esta pandemia.