Un expastor abre su corazón y comparte consejos valiosos para quien está en el pastorado

Todavía recuerdo con pesar la última reunión a la que fui convocado cuando era pastor. Yo no tenía ni idea del asunto que se iba a tratar, pero al entrar en la sala y ver el semblante triste de los administradores de mi sede regional inmediatamente percibí que una tragedia estaba a punto de desatarse sobre mí. Después de apenas cinco años, por mi culpa, llegaba al final del ministerio que había sido motivo de mis sueños y trabajo desde mi juventud.

 Mientras estaba en la facultad de Teología, escuché de un profesor números atemorizadores con relación al ministerio adventista alrededor del mundo. En sus palabras, “de cada diez pastores que entran en la obra, apenas tres o cuatro alcanzarán la jubilación”. Los motivos presentados para tamaña deserción fueron de los más diversos: no tener la aptitud necesaria para el trabajo, problemas de relaciones interpersonales, divorcio, desvío de conducta en relación con el sexo opuesto o con el dinero… Al final de la clase, el profesor hizo una solemne advertencia, casi como una profecía: “Muchos de los que aquí están hoy, lamentablemente, van a ingresar en estas estadísticas”. En aquel momento, no logré llegar a imaginar que yo sería uno de ellos.

 La realidad ha mostrado que mi profesor tenía razón. Año tras año, muchos pastores abandonan las filas ministeriales, y en general, cuando se observan las razones de cada baja, la tendencia es a mirar las causas aparentes, perdiendo de vista el panorama más amplio. De esta manera, es necesario entender que, en última instancia, cuando un pastor dejar el ministerio es porque perdió mucho más que su credencial: perdió su propia identidad.

 En cierta ocasión, escuché a un ministro con mucha experiencia decir que si cada pastor quedara un año afuera del ministerio, volvería renovado y agradecido por la oportunidad de servir a la iglesia. Yo estoy de acuerdo con la visión de aquel siervo de Dios. Y, bajo esa perspectiva de quien cayó y está del lado de afuera, me dirijo a ti. No tengo la pretensión de ser algún tipo de consejero ni alguien que esté en la posición de decir lo que es correcto y lo que es equivocado. Mi intención es –solamente– compartir algunas reflexiones, a fin de que no caigas donde yo caí, y no tengas que pasar por el camino amargo y doloroso que yo y tantos otros pasamos, para que tú honres a Dios con tu ministerio y no seas el próximo que aumente la estadística que mi profesor nos presentaba hace años y yo recordaba unas líneas antes.

Considérate un privilegiado

 Piensa en el privilegio que tienes al ser llamado “pastor”. Reflexiona sobre el cariño que las personas te dan, aun sin conocerte bien. Considera la admiración que los miembros de la iglesia experimentan por ti, en las muchas oraciones que centenas de fieles elevan en tu favor. Medita en el privilegio que es poder dedicar cada hora de tu vida a Dios, y recibir un pago económico por eso. Piensa en la honra que es liderar, enseñar, predicar, bautizar, oficiar casamientos, ministrar la Cena del Señor y testificar acerca del evangelio de Jesús.

 ¡No pierdas de vista estas maravillas! Jamás te imagines más feliz en cualquier otro lugar que no sea en el ministerio. Al reflexionar sobre el llamado de Abraham, Elena de White escribió: “Dios había hablado, y su siervo debía obedecer; el lugar más feliz de la tierra para él era donde Dios quería que estuviese. Muchos continúan siendo probados como lo fue Abraham. No oyen la voz de Dios hablándoles directamente desde el cielo; pero, en cambio, son llamados mediante las enseñanzas de su Palabra y los acontecimientos de su providencia. Se les puede pedir que abandonen una carrera que promete riquezas y honores, que dejen afables y provechosas amistades, y que se separen de sus parientes, para entrar en lo que parezca ser solo un sendero de abnegación, trabajos y sacrificios. Dios tiene una obra para ellos”.[1]

 Por favor, no cambies ninguna mezquina ventaja financiera, ningún momento de placer carnal, por el privilegio de vivir el llamado que el Señor te hizo.

Conoce la naturaleza del conflicto

 Nuestra cultura es existencialista. Eso significa que todo lo que es espiritual tiende a ser relativizado y disminuido, como algo de poca o ninguna importancia. Ese es el palco en el que tú desarrollas tu ministerio. Sin embargo, aunque el ambiente de trabajo sea material, la obra que está en tus manos es espiritual. El apóstol Pablo escribió: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efe. 6:12).

 Por lo tanto, recuerda que contra ti están organizadas todas las fuerzas confederadas del mal. El enemigo es un ángel caído, pertrechado de intelecto y poderes que están más allá de la imaginación humana. Sus tácticas y sus ardides son tan letales que engañaron a la tercera parte de los ángeles del cielo; y después de millares de años de práctica, se encuentran más perfeccionados para llevar a la humanidad a la ruina y la perdición. No ignores ni subestimes la capacidad de Satanás. Tu única protección y salvaguardia se encuentra en Dios y en la comunión diaria con él. Suplica al Cielo por sabiduría para discernir las celadas puestas en tu camino y huye de ellas. No pierdas de vista el hecho de que son tus elecciones diarias las que determinarán tu victoria o tu derrota en este intenso campo de batalla.

Lucha contra la vanidad

 El ministro adventista es una figura pública, respetada por su buena conducta, su preparación intelectual y su posición de liderazgo. La admiración, el cariño y el aplauso son para él compañeros constantes y peligrosos.

Todavía en el inicio de la Iglesia Adventista, Dudley M. Canright se transformó en un exponente de la predicación y los debates públicos. Tuvo el privilegio de ser acompañado personalmente por Jaime y Elena White, que veían en él un gran potencial. Sin embargo, después de acostumbrarse a las felicitaciones y la aprobación popular por lo brillante de sus mensajes, Canright pasó a considerarse una estrella de primera importancia, solo limitada por el mensaje impopular que le tocaba predicar.

 A pesar de las muchas advertencias que escuchó respecto de su falta de modestia y humildad, Canright no cambió su postura.Entre las personas que Dios utilizó en el intento de persuadirlo estaba D. W. Reavis, profesor del Colegio de Battle Creek, que le dijo con franqueza: “Dudley, este mensaje hizo de usted lo que es, y el día en que lo deje volverá usted al mismo lugar donde lo encontró”.[2]

 Elena de White también llamó al corazón de Canright, al escribirle: “Usted siempre anheló el poder y la popularidad, y esta es una de las razones que explican su posición actual […]. Usted ha querido exaltarse demasiado, y realizar manifestaciones que llamaran la atención y hacer ruido en el mundo, y como resultado de esto, su ocaso ciertamente será en tinieblas. Usted sufre cada día pérdida eterna”.[3] Desdichadamente, no aceptó esas amonestaciones y terminó la vida apartado de la iglesia y del Dios que lo había llamado para el servicio cristiano.

 Ejemplos como el de Canright son recuerdos de que un pastor no debe dejarse engañar por el poder de la lisonja y el seductor sonido de los aplausos. La vanidad y el orgullo son los padres de todos los pecados. Mira siempre la humildad incondicional de Cristo, quien, “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:6-8).

 No caigas en la equivocación de considerarte un superhéroe espiritual. Sé humilde, y recuerda que todo lo que tienes, sean dones, sean bienes, sean capacidades, te fueron confiados por Dios y le pertenecen a él para siempre.

Conclusión

 Durante mucho tiempo intenté comprender los motivos que me llevaron a cometer la locura de no dar importancia al sagrado llamado que un día recibí. Después de pasar por el luto de la pérdida irreparable de mi ministerio y de ver mi identidad desintegrarse, entendí que debía recomponerme y compartir mi experiencia, con la finalidad de advertir y animar a los pastores en sus luchas. Encontré apoyo para hacer eso en la siguiente cita inspirada:

 “Los hombres a quienes Dios favoreció, y a quienes confió grandes responsabilidades, fueron a veces vencidos por la tentación y cometieron pecados, tal como nosotros hoy luchamos, vacilamos y frecuentemente caemos en el error. Sus vidas, con todos sus defectos y extravíos, están ante nosotros, para que nos sirvan de aliento y amonestación. Si se los hubiera presentado como personas intachables, nosotros, con nuestra naturaleza pecaminosa, podríamos desesperar por nuestros errores y fracasos. Pero, viendo cómo lucharon otros con desalientos como los nuestros, cómo cayeron en la tentación como nos ha ocurrido a nosotros, y cómo, sin embargo, se reanimaron y llegaron a triunfar mediante la gracia de Dios, nos sentimos alentados en nuestra lucha por la justicia”. [4]

 Mi oración es que tu ministerio sea duradero y que las palabras dirigidas a Daniel se cumplan en tu vida: “Pero tú, persevera hasta el fin y descansa, que al final de los tiempos te levantarás para recibir tu recompensa” (Dan. 12:13).

Sobre el autor: David Cross (seudónimo) fue pastor en la Rep. del Brasil durante cinco años.


Referencias

[1] Elena de White, Patriarcas y profetas, p. 118.

[2] Enoch de Oliveira. La mano de Dios al timón (Buenos Aires, Rep. Argentina: ACES, 2013), p. 190.

[3] White, Mensajes selectos, t. 2, p. 185.

[4] _____, Patriarcas y profetas, p. 242.