En el capítulo 34 de Ezequiel, el Señor advierte solemnemente a los líderes espirituales de su pueblo: “¡Ay de ustedes, pastores de Israel, que solo se cuidan a sí mismos! ¿Acaso los pastores no deben cuidar al rebaño? Ustedes se beben la leche, se visten con la lana, y matan las ovejas más gordas, pero no cuidan del rebaño. No fortalecen a la oveja débil, no cuidan de la enferma, ni curan a la herida; no van por la descarriada ni buscan a la perdida. Al contrario, tratan al rebaño con crueldad y violencia. Por eso las ovejas se han dispersado: ¡por falta de pastor!” (Eze. 34:2-5, NVI).

La situación que refleja este pasaje es desesperada. El problema no era que no hubiera pastores para las ovejas, sino que los pastores no cumplían fielmente con su deber, al abandonar al rebaño del Señor. Su atención estaba más centrada en sí mismos y en su propia seguridad y bienestar que en el de las ovejas.

En estos versículos hay un mensaje importante para nosotros como pastores hoy. Es fácil caer en la rutina de un cuidado pastoral mediocre, cumpliendo únicamente con las tareas indispensables para mantener el statu quo. Pero esa actitud implica, en gran medida, descuidar a la oveja débil, a la enferma, a la herida, a la descarriada y a la perdida. Nota que esto incluye tanto a los miembros de iglesia bautizados, como también a aquellos que, por alguna razón, se han alejado de la iglesia. Además, incluye a los que aún no conocen al Señor.

Para peor, la situación de crisis mundial actual ha afectado también al rebaño del Señor. Cada vez hay más hermanos y amigos que están siendo afectados por la muerte, la enfermedad, la crisis económica, el dolor y la desesperación. Hoy, más que nunca, se necesitan pastores de verdad, pastores que sigan el ejemplo del Pastor supremo, quien ha prometido: “Yo mismo apacentaré mi rebaño, y lo llevaré a descansar. Lo afirma el Señor omnipotente. Buscaré a las ovejas perdidas, recogeré a las extraviadas, vendaré a las heridas y fortaleceré a las débiles” (Eze. 34:15, 16, NVI).

Es posible que las crisis enfrentadas sean tan abrumadoras que, por momentos, no sepamos qué hacer o cómo ayudar, y optemos por hacernos a un lado. Después de todo, ¿qué podríamos llegar a decir ante el dolor intenso provocado por la muerte sin sentido de un ser querido? ¿Cómo responder a quienes se sienten abandonados por Dios ante los problemas y las pérdidas?

En los últimos meses, seguramente a todos nos ha tocado acompañar este tipo de situaciones cada vez más frecuentes. En lo personal, una vez más, he comprobado que lo más importante es, simplemente, estar presente. No siempre debemos tener las respuestas a los interrogantes difíciles. La mayoría de las veces nuestra sola presencia es suficiente. Una visita o una llamada, así sea más para escuchar el desahogo de los dolidos que para hablar nosotros; un simple mensaje virtual que transmite compasión y cariño; suplir las necesidades inmediatas y urgentes; todo eso puede marcar la diferencia. El acompañamiento sincero en el dolor habla más fuerte que los discursos apologéticos más elocuentes. Con el tiempo, si tenemos paciencia y perseverancia, de las cenizas del fuego de la aflicción, Dios puede producir un renacimiento espiritual en Cristo Jesús que brote para vida eterna.

Pero, para que esto sea una realidad, el Señor necesita siervos fieles: pastores de verdad, que no abandonen a sus ovejas, pase lo que pase. Pastores que amen a sus ovejas como Cristo las amó, al punto de estar dispuesto a hacer al sacrificio supremo por ellas (Juan 10:11). No permitas que, siendo “pastor”, tus ovejas se queden sin pastor.

Sobre el autor: editor asociado de la revista Ministerio.