Si tomamos la definición clásica de que iglesia significa “los que son llamados a salir”, eso implica que los creyentes salen del mundo (el ámbito presidido por el “príncipe de este mundo”) y pasan a pertenecer a esa comunidad llamada iglesia. Por eso, desde sus comienzos, la salvación se describía como un paso de una comunidad a otra: “Y cada día el Señor agregaba a esa comunidad cristiana los que iban siendo salvos” (Hech. 2:47).
Ahora, como si la idea de comunidad no fuera suficiente para dar una idea de los lazos que unen a los cristianos, el Nuevo Testamento utiliza diversas figuras para recalcar la idea de que es una comunidad orgánica; es decir, unida por vínculos tan estrechos como los que unen a los diversos miembros de un cuerpo: “El cuerpo humano tiene muchas partes, pero las muchas partes forman un cuerpo entero. Lo mismo sucede con el cuerpo de Cristo” (1 Cor. 12:12). Y si bien la idea de cuerpo indica unidad orgánica, también hace hincapié en que ese cuerpo es la suma de sus partes: “Efectivamente, hay muchas partes, pero un solo cuerpo” (12:20). Y en ese sentido, cada parte tiene una responsabilidad: “Así es, el cuerpo consta de muchas partes diferentes, no de una sola parte. Si el pie dijera: ‘No formo parte del cuerpo porque no soy mano’, no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Y si la oreja dijera: ‘No formo parte del cuerpo porque no soy ojo’, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo?” (12:14-16).
Normalmente, hemos interpretado estos últimos versículos (14-16) en el sentido de que cada parte debe estar contento con la función que le toca, porque “nuestro cuerpo tiene muchas partes, y Dios ha puesto cada parte justo donde él quiere” (12:18). Pero en estas líneas quisiera destacar la responsabilidad que le toca a cada miembro de constituir comunidad, porque ningún miembro puede decir: “No formo parte del cuerpo”, sea cual fuere la razón. Ser salvos significa pertenecer a la comunidad de los salvos, los que han sido llamados a salir del mundo y formar parte ahora del cuerpo de Cristo. En ese sentido, cada parte colabora al funcionamiento de una comunidad orgánica que se congrega con diferentes objetivos: alabar juntos, apoyarse unos a otros y cumplir la misión de la predicación del evangelio; entre los más importantes.
En este contexto, la pandemia y la cuarentena no solo han logrado un distanciamiento físico que, de por sí, amenaza con romper los vínculos estrechos que unen a los miembros del cuerpo de Cristo, sino que, en muchos casos, también ha logrado que muchos de esos miembros hayan dejado de percibir su responsabilidad de constituir comunidad, de trabajar juntos para que el cuerpo funcione. Es una tentación muy fuerte, por otro lado, extender la nueva religión a la carta, donde los miembros eligen cómo alimentarse espiritualmente a través de las redes sociales desde la comodidad del living de su casa.
Por esta razón, el pastor tiene un desafío muy grande en estos tiempos: hacer percibir a la hermandad de la necesidad de volver a constituirnos como una comunidad con vínculos orgánicos. Cada miembro individual debe volver a sentir su responsabilidad como miembro integrante del cuerpo de Cristo, con un papel específico en el contexto de la comunidad de la iglesia y del cumplimiento corporativo de la misión. La buena noticia, por otro lado, es que no estamos solos, ni es una tarea meramente humana. La vinculación orgánica es obra del Espíritu Santo, ya que “todos fuimos bautizados en un solo cuerpo por un mismo Espíritu, y todos compartimos el mismo Espíritu” (12:13).
Ánimo, pastor. Con la intencionalidad correcta y, sobre todo, con el poder del Espíritu Santo, podemos volver a ser un cuerpo totalmente funcional en estos últimos tiempos, donde tenemos una misión especial como iglesia.
Sobre el autor: director de la revista Ministerio.