Culminar la obra de Dios y llegar al Cielo es el profundo anhelo de nuestro corazón. El autor elabora ideas novedosas fundamentado en la lógica bíblica con el objetivo de solucionar el desafío permanente de la Iglesia.

EL SEÑOR DIJO: “He acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:4). Él tenía un tiempo definido para esta labor: únicamente tres años y medio, y en ese corto lapso pudo decir: “He acabado”. Para realizar cualquier tipo de tarea disponemos de un tiempo determinado. El ama de casa tiene una hora a la que la comida debe estar terminada, la modista un día para entregar un vestido, el ingeniero una fecha para terminar la construcción, el diseñador una época en la que debe terminar los modelos de estación. Cualquier tarea tiene un tiempo de desarrollo y otro de culminación. Hay cosas que son inútiles si se hacen o si se terminan fuera de tiempo.

En cualquier actividad es tan importante saber lo que vamos a hacer como el tiempo que tenemos para realizarlo. Ambas cosas son muy importantes, y para poder saber la segunda es necesario entender bien la primera o sea el qué, después de lo cual viene el cuándo. Cuándo iniciar. De cuánto tiempo dispongo. Cuándo debo terminar. En nuestros trabajos, al asignarnos una actividad, después de entender claramente lo que tenemos que hacer se nos dice o se nos pregunta en cuánto tiempo lo debemos o podemos terminar.

Para contestar la pregunta ¿cuándo terminaremos la obra?, primero debemos estar seguros de que sabemos cuál es la obra. Tuve eludas cuando leí en algunos de nuestros escritos que aun entre los pastores no se tenía un concepto claro de cuál es nuestra misión en la tierra. Poco tiempo después fui invitado a dar unas conferencias sobre administración a un grupo de pastores de diferentes lugares que tomaban un curso para obtener su magister en la Universidad de Montemorelos. Inicié mi primera conferencia preguntando: ¿Cuál es nuestro objetivo? Por sus respuestas comprobé que no lo tenían claro. Las respuestas eran variadas, predominando finalmente dos: para la mayoría, la ganancia de almas; para los otros, la predicación del Evangelio a todo el mundo.

¿Cuál es nuestro objetivo?

¿La ganancia de las almas o la predicación del Evangelio? Estos dos objetivos, ¿significan lo mismo? ¿Se oponen? ¿Se relacionan? ¿Por qué es importante determinarlo? No es lo mismo la ganancia de las almas que la predicación del Evangelio, aunque no son objetivos opuestos, están relacionados. Uno es consecuencia del otro, y es importante que no nos confundamos.

En el acuerdo del Concilio Anual de 1976 sobre “Evangelización y terminación de la obra de Dios”, dice:

“Terminación de la obra” significa “comunicar el mensaje de Dios con el poder del Espíritu Santo a todos los habitantes de la tierra a fin de que Dios pueda declarar su obra terminada. (Mateo 24:14.)”

Con esto queda bien aclarado que nuestro objetivo es la predicación del Evangelio, no la ganancia de almas. Este último no es el objetivo de la predicación, sino su consecuencia. ¿Qué importancia tiene esto? y ¿qué problema hay en que muchos tengan como objetivo la ganancia de almas?

El mismo documento dice en otra parte: “Satanás podría triunfar fácilmente sobre esta iglesia si pudiera hacer confuso ese objetivo, o lograra hacer creer a una iglesia complaciente que está alcanzando su objetivo, cuando en realidad está multiplicando actividades secundarias de una naturaleza loable, pero que no alcanzan el blanco propuesto”.

De acuerdo con este documento, el objetivo personal no es ganar una, dos o diez almas por año, o cien en toda la vida, sino predicar o comunicar el mensaje de Dios a cada una de las personas con las cuales cada creyente se relaciona en la vida. Si se cumple con este cometido, seguramente se ganarán más almas que si se pone un blanco de ganar un determinado número de personas.

Tradicionalmente, en el nivel del campo local, nuestro objetivo ha sido la ganancia de las almas. ¿No será ésta la razón por la que no hemos acabado la obra?

¿Cuándo vamos a terminar?

Tan importante como conocer nuestro objetivo es saber cuándo lo alcanzaremos. Ganando almas, ¿podemos saber cuándo vamos a terminar? En ninguna parte de la Biblia dice que Cristo vendrá cuando seamos diez o cien millones de adventistas. Tampoco dice que la obra de cada individuo es ganar un determinado número de almas. Poniendo como objetivo la ganancia de las almas, nunca podremos saber cuándo vamos a terminar. Por muchas generaciones se han ganado almas, pero no se ha terminado la obra.

Para explicar lo anterior y destacar lo importante que es definir claramente nuestro objetivo, pondré un ejemplo: Soy miembro de la iglesia y tengo 38 años de edad. En el lugar donde vivo hay un adventista por cada 500 habitantes. En el trabajo me relaciono con, aproximadamente, 150 personas más. Podemos suponer que de los 500 habitantes, 100 ya han recibido el Evangelio y lo han rechazado, y que de los 150 compañeros de trabajo, 100 no lo recibieron. Esto quiere decir que mi objetivo es predicar el Evangelio a 400 personas en mi vecindario, más 100 en mi trabajo, más aproximadamente 300 personas con quienes me relacionaré en el resto de mi vida, o sea 800 personas en total.

Si mi objetivo es ganar dos almas por año, seleccionaré de entre mis amistades a unas cinco personas, quizá las mejores, o las más accesibles, trabajaré por ellas y, seguramente, en el año alcanzaré mi objetivo de ganar dos almas. Si viviera 22 años ganaría 44 almas, pero predicaría únicamente a 110 (22 x 5) personas, o sea que llegaría al final de mi vida sin poder decir: “He acabado la obra que me diste que hiciese”, porque habría 690 personas a las cuales no les di el mensaje. Habría que esperar otra generación para que termine la tarea.

“He acabado la obra que me diste que hiciese”

En cambio, si mi objetivo es predicar el Evangelio y me propongo hacerlo con todos los que me relaciono -con cada persona buena o mala-, y mi objetivo es dar el mensaje a 50 por año, en 16 años podré abarcar las 800 personas que me tocan. Seguramente ganaré más almas y podré decir al cabo de 16 años: ‘‘He acabado la obra que me diste que hiciese”.

Alguien podrá pensar que es un sacrilegio suponer que es posible saber con cierta aproximación, en base a los recursos con que contamos y teniendo claro el objetivo, cuánto tiempo nos tomará terminar nuestra obra. En el documento “Evangelización y la terminación de la obra”, en el punto 3.C dice: ‘‘La asociación/misión debe hacer planes definidos con cada iglesia, grupo, Escuela Sabática e institución para llevar el mensaje de los tres ángeles dentro de su territorio entre ahora y el tiempo de la sesión de la Asociación General en Dallas”.

En el Concilio Anual de 1976 se clarificó nuestro objetivo y, como toda buena planificación, se puso un tiempo para ejecutarlo. No es nada descabellado ni sacrílego intentar saber el tiempo en que se puede terminar la obra de Dios.

Tristemente, este magnífico propósito no se cumplió. En lugar de que en Dallas 1980 se declarara la obra terminada como consecuencia de la aplicación de este documento, el pastor Neal C. Wilson, en el tercer punto de su discurso titulado: “Para hacer lo correcto en el tiempo correcto” dijo: “Necesitamos volver a leer el acuerdo del Concilio Anual de 1976 sobre ‘Evangelización, ganancia de almas, designación de territorio y terminación de la obra de Dios’. No es difícil para mí entender por qué el enemigo de la verdad ha buscado enterrar este acuerdo significativo bajo un cúmulo de otros planes y actividades rutinarias de oficina. Yo creo ahora, como lo creí entonces, que este documento si se pone en práctica bajo el poder y la influencia el Espíritu Santo, podría producir una acción sin precedentes”.

¿Por qué no se cumplió el objetivo? ¿Cuál fue la falla? El pastor Wilson dijo que Satanás buscó enterrarlo. ¿Será que Satanás puede impedir todo lo bueno? Si no se cumplió fue porque nosotros fallamos. No hicimos las cosas bien. El pastor Wilson enfatizó que ahora sigue siendo el tiempo propicio. Ahora sí necesitamos hacer las cosas correctamente.

El “proceso administrativo” nos dice que después de planear -primer paso del proceso en el que fijamos nuestro objetivo, en nuestro caso “comunicar el mensaje de Dios a todos los habitantes de la tierra” en un plazo determinado-, debemos organizamos. Este es el segundo paso del proceso. Este pasó no lo dimos, no adaptamos la organización para hacerla coherente con el objetivo.

Problemas de organización

¿Somos conscientes de que tenemos problemas de organización? ¿Puede la iglesia remanente tener problemas de esta índole? En el congreso de Atlantic City, el día 20 de junio de 1970, el pastor Roberto H. Pierson dijo en una parte de su mensaje: “Debiéramos examinar con cuidado algunos de nuestros problemas de organización”.

¿Qué se hizo al respecto? Al leer algunos de los libros del pastor Pierson encuentro un amplio análisis de los problemas y las recomendaciones que, lamentablemente, no se pusieron en práctica.

¿Cuál es la situación? Diez años después, nuevamente en Dallas 1980, en el punto décimo de su discurso el pastor Wilson dijo: “Ahora llego a un asunto que podría fácilmente ser mal entendido. Por favor, escuchen cuidadosamente lo que explicaré: Si la iglesia va a realizar todos los objetivos que Dios le ha dado, debe haber ciertos cambios en su organización. Una variedad de reglamentos necesitan ser depurados. Se necesitan crear nuevas y actualizadas consideraciones para los incentivos misioneros y de reclutamiento. Se deben adoptar los principios apropiados para manejar las iglesias y para garantizar que cada hora trabajada, cada dólar gastado, cada plan concebido, será eficazmente invertido. Estos blancos necesitan mayor precisión en la delegación de autoridad, en los requisitos para asumir responsabilidades, y en la simplificación de nuestros procesos de tomar decisiones.

“Somos una iglesia, no una corporación secular. Nosotros no podemos hacer algunas cosas que otras organizaciones hacen. Aun hay principios probados de administración que podemos usar sin peligro en las operaciones de la iglesia, incrementando así nuestro testimonio global. La filosofía de liderazgo, el papel de la Asociación General, la función de los departamentos, la eficiencia en la oficina, los viajes, el uso más productivo de recursos humanos y financieros, deben ser abiertos a un escrutinio sensible a cambios.

“Sin entrar a un análisis detallado esta noche, me gustaría que este cuerpo sepa que personalmente tengo la convicción de que ciertas modificaciones son imperiosas, y se las re­ quiere desde hace tiempo. Al hablar con laicos y dirigentes de las iglesias en mis visitas a las diferentes divisiones de la Asociación General durante el año pasado, percibí un sentimiento de urgencia de que se necesita hacer algo ahora, no en una fecha futura”.

Diez años después seguimos teniendo problemas de organización. Para determinarlos, analicemos nuestra organización:

Análisis organizacional

Al iniciar este análisis quiero decir que los principios de organización que tenemos como iglesia son más avanzados que el sistema de cualquier otra empresa. La Biblia y el espíritu de profecía proporcionan principios de organización perfectos y actuales. El problema somos nosotros, que no los hemos sabido comprender.

Empecemos por definir qué es organizar: Es el proceso de colocar hombres y mujeres dentro de una estructura para el logro de objetivos. En este caso, la predicación del Evangelio a todo el mundo. El trabajo presentado como resultado de la planificación origina la organización. De este trabajo se derivan las diversas actividades y recursos necesarios para lograr los resultados deseados. Así se proporciona un cimiento para los esfuerzos de la organización, y los planes tienen significado para cada uno de los miembros. La organización reúne a los individuos en tareas relacionadas. El propósito del proyecto es hacer que la gente trabaje unida en forma efectiva para el logro de objetivos específicos.

Si recordamos que nuestro objetivo es territorial, no numérico -es decir, que tenemos que predicar el Evangelio a todo el mundo y que como consecuencia ganaremos almas, podemos decir que nuestra organización es casi coherente con el objetivo. En sus niveles superiores nuestra organización es territorial, y también cuenta con una organización departamental enlazada con la territorial. La Asociación General se divide en divisiones, éstas a su vez en uniones, las cuales se dividen en asociaciones o misiones y éstas en distritos, divididos en iglesias o congregaciones locales. Exceptuando el último nivel, todos los anteriores están organizados territorialmente de acuerdo con el objetivo.

Las iglesias o congregaciones no tienen una organización territorial. Tienen una organización departamental, y éste es realmente el problema. En las iglesias, los departamentos cumplen una función lineal, cuando para cumplir con el objetivo deberían estar cumpliendo una función staff. Una organización departamental gana almas, funciona muy bien para la adoración, pero no cumple con el objetivo territorial.

Si usted quiere comprobar la falta de claridad en el objetivo de una congregación, basta con que le pregunte a un anciano de iglesia cuál es su función en ella. Seguramente le dirá que predica, acompaña en la plataforma, lee los anuncios, es miembro de varias juntas, unge enfermos y atiende servicios fúnebres cuando el pastor no está. Haga la misma pregunta al director de jóvenes y le dirá que él es responsable de preparar buenos programas y su objetivo será lograr una mayor asistencia. Posiblemente el director de Obra Misionera le dirá que tiene que preparar los diez minutos misioneros y predicar el primer sábado de cada mes. Tal parece que todo lo encaminamos a la adoración.

Organización territorial

El problema, entonces, es crear en las congregaciones una organización territorial coherente con nuestro objetivo. Algo se ha hecho, con buenos resultados. Podemos destacar el programa de unidades evangelizadoras promovido por el pastor Sergio Moctezuma como el paso más importante en esa dirección, porque divide territorialmente a la Escuela Sabática. Sin embargo, se ha presentado como un plan opcional, y en algunos casos momentáneo. Sin desmerecer la bondad del mismo, presentó problemas operativos. El principal problema es su dependencia de la Escuela Sabática, o sea poner una función lineal dependiendo de una función staff. La Escuela Sabática, en principio, no tiene una organización territorial sino por edades, según la edad es la división a la que pertenecen. Si se desliga a las unidades evangelizadoras de la Escuela Sabática pueden funcionar muy bien.

Para encontrar una solución, después de analizar el problema, podría ayudarnos bastante considerar las siguientes citas del espíritu de profecía: “El tiempo es corto y nuestras fuerzas deben organizarse para realizar una obra más amplia” (Joyas de los testimonios, t. 3, pág. 295). “La formación de grupos pequeños como base del esfuerzo cristiano me ha sido presentada por Uno que no puede errar” (ibid., pág. 84). “Dios desea que cada uno de nos otros encuentre su lugar. Cuando cada uno esté en su sitio, haciendo la obra que Dios le ha dado, habrá unidad perfecta” (Manuscrito 56, del 23 de mayo de 1904). “Cada uno debe ocupar su lugar, pensando, hablando y actuando con el Espíritu de Dios. Entonces, pero no antes, será la obra un conjunto completo y simétrico” (Joyas de los testimonios, t. 2, pág. 531). “El [Dios] se propone que aprendamos lecciones de orden y organización, del orden perfecto instituido en los días de Moisés, para beneficio de los hijos de Israel” (Testimonies, t. 1, pág. 65).

Creo que en estos textos encontramos la clave para resolver el problema de la organización territorial de la congregación. En primer lugar, se destaca que a cada hermano se le debe asignar un lugar o territorio. En segundo lugar, a la organización en los días de Moisés se la denomina “orden perfecto”. Según lo que se presenta aquí, es necesario que a cada miembro se le asigne un territorio para que lo trabaje, es decir, comunicarle que su objetivo es predicar a todos los habitantes de ese sector. Lo siguiente es definir de quién depende organizacionalmente cada miembro de iglesia. Suponiendo que una iglesia cuenta con doscientos miembros, es correcto o posible que todos dependan de una persona, en este caso del pastor. Estudiando la organización de Moisés se puede solucionar este problema. Por encima del individuo, en el siguiente nivel organizacional, estaba el jefe de familia, el líder espiritual; por cada diez familias había un jefe. En nuestro caso, los ancianos serían los jefes sobre diez familias. De esta manera pondríamos dos niveles de organización entre el individuo y el pastor, o sea, el individuo depende del líder espiritual de la casa, éste a su vez depende del anciano, el cual depende del pastor del distrito.

El pastor distribuye su territorio entre los ancianos, ellos entre las familias y las familias entre los miembros. Cada uno tiene un lugar y un objetivo específico que cumplir. El anciano realmente se convierte en un subpastor de un determinado territorio. De esta manera, en base a la instrucción del espíritu de profecía podemos tener una organización territorial de la (iglesia en el nivel más importante de ella.

En la revista Ministerio Adventista de marzo-abril 1979, el pastor Alfredo Aeschlimann B. escribe un artículo titulado: “La responsabilidad del pastor hacia los nuevos conversos”. En el séptimo punto de su tema presenta un plan de cuidado múltiple de los miembros que considero magnífico: no estoy de acuerdo, sin embargo, en el término plan, creo que esa palabra es muy pobre para lo que representa. Un plan da la idea de algo opcional que puede tomarse, rechazarse o hacerse temporalmente y posteriormente dejarse. El pastor Aeschlimann presenta aquí algo que debemos tomar como un sistema de organización territorial de la iglesia.

Uniendo los propósitos misioneros de la Unidades Evangelizadoras con el Plan del plan del Cuidado Múltiple de los Miembros podemos tener un verdadero sistema de organización coherente con nuestro objetivo, desde la cúspide hasta la base de nuestra estructura organizacional. Una organización que puede terminar la obra de Dios y que, desde luego, también gana almas para Cristo.

Dirección por crisis

Con un objetivo bien definido y con una organización acorde con él, terminamos de considerar la parte estática de la administración. El siguiente paso corresponde a la parte dinámica u operativa que es la dirección. La falta de claridad en el objetivo ha ocasionado incoherencias en la planificación y la organización a nivel de la congregación. Esto a su vez ha hecho que tengamos una dirección por campañas. Tenemos muchas campañas, operaciones, planes, etc. Parece que el trabajo de los departamentales es prepararlos de tal manera que estén disponibles para cuando se presente una crisis. Casi para cada problema que se presenta tenemos una campaña o plan para contrarrestarlo. El pastor está esperando la crisis para sacar de su archivo el plan o campaña que la organización recomienda para tal caso. Si la crisis es que no hemos alcanzado el blanco de almas, hacemos una campaña evangelizadora. Si nos faltan recursos, una semana de mayordomía. Si estamos perdiendo miembros, Operación Rescate, etc.

La dirección por campañas que se aplica en la mayoría de nuestras iglesias no es otra cosa que la dirección por crisis; realmente quien nos dirige es la crisis del momento. En otras palabras, permitimos que Satanás tome siempre la iniciativa. Pero lamentablemente, para cuando encontramos la campaña o el operativo para ofendernos, ya nos causó grandes pérdidas. En la dirección por campañas, únicamente podemos hacer una cosa a la vez. Difícilmente podemos mantener un programa equilibrado en la iglesia.

Por medio de la organización territorial podemos no sólo defendernos, sino al mismo tiempo atacar. Podemos dejar de ser manipulados por la crisis para dirigir efectivamente a la iglesia hacia su objetivo final. Cuando esto suceda, Satanás tendrá que ponerse a la defensiva, la crisis será para él y no podrá atacarnos desde adentro, sino que tendrá que atacarnos abiertamente desde afuera, como un enemigo plenamente identificado.

Conclusión

Un proyecto es un instrumento que se utiliza para cumplir un objetivo específico. No sólo es muy importante el objetivo sino también el tiempo de su realización. Un sentido de urgencia se hace sentir en todos los niveles de la organización, y cada actividad es muy importante. El éxito consiste en terminar bien y a tiempo.

Hay otro tipo de organismos que se crean con objetivos diferentes, como el de obtener utilidades. A este tipo de organización se llama empresa. El éxito se mide por el aumento de las ventas o por la producción. Sólo en épocas de crisis se tiene un sentido de urgencia. Es muy saludable que se institucionalice. Se procura que la empresa no termine nunca. La disolución de estos organismos es consecuencia del fracaso. Un claro ejemplo lo proporcionan las empresas que producen bienes de consumo: lavarropas, automóviles, televisores, etc. Su objetivo es vender más. Las sucursales y los vendedores se proponen objetivos numéricos de ventas. Se abren sucursales en los lugares adecuados de acuerdo con estudios de mercado, y nunca se instalarán en lugares que no sean promisorios. Sienten una gran satisfacción si abarcan un mayor espectro de mercado que la competencia.

¿A cuál de los dos tipos anteriores se parece nuestra iglesia? En función de objetivos nos parecemos al primero, pero tenemos los blancos que corresponderían al segundo. Parecería que nuestro objetivo es ganar un número determinado de almas o tener una mayor participación en porcentaje con respecto a otros movimientos evangélicos, entonces no hay concordancia entre el objetivo y los blancos.

En la última sesión trienal de la asociación a la que pertenezco, el lema fue: “Terminar la Obra en Nuestro Territorio”. El blanco: “Casa por casa hasta la última casa”. Yo esperaba que se dijera: “En nuestro territorio tenemos determinado número de casas. Con la cantidad de miembros de iglesia que tenemos podemos alcanzar tantas por año, y en tantos años terminaremos la obra”. Pero el blanco fue: Ganaremos tantas almas en el año, y no se dijo cuándo terminaremos la obra.

En varios temas de esta sesión trienal se mencionó la cita de Josué 13: 1: “Y queda aún mucha tierra por poseer”. Los blancos deberían concordar con esto. Los blancos fueron: número de almas, de dinero, de literatura, de escuelas, de construcciones, etc. No concordaron ni con el lema ni con el blanco.

¿No será tiempo de que dejemos descansar a Josué 13: 1 y nos acordemos de Josué 18: 3?: “¿Hasta cuándo seréis negligentes para venir a poseer la tierra que nos ha dado Jehová el Dios de vuestros padres?”

El mismo Dios que prometió esa tierra a Israel, nos la prometió en Mateo 28:19: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.

Y nos promete en Mateo 24:14: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”.

El mensaje tendrá que ser predicado por nosotros o por otros, pero hoy somos nosotros los que tenemos la oportunidad que muchos iniciaron pero no culminaron. Hicieron la obra de Dios. Ganaron almas. Así lo hicieron muchas generaciones, pero sólo una predicará y terminará. Nuestra generación no está llamada a hacer la obra de Dios: está llamada a terminarla. ¿Aprovecharemos esta oportunidad o la dejaremos a otra generación? Elena de White dice en Obreros evangélicos, página 364: “Los dirigentes de la causa de Dios, como generales sabios, han de trazar planes para que se realicen avances en toda la línea”.

¿Estamos trabajando como generales sabios? Los generales sabios se encargan de la estrategia, el resto de las tácticas. ¿Cuál es la diferencia?:

La estrategia es el arte de mover y desplegar las fuerzas terrestres, aéreas y navales en la forma adecuada para imponer al enemigo el lugar, el tiempo y las condiciones que resulten más ventajosas para librar las batallas y alcanzar los objetivos propuestos. Incluye la victoria final.

La táctica es el arte de disponer y emplear las tropas en el campo de batalla. Cada arma tiene una táctica específica.

Si analizamos nuestra manera de trabajar, lo que tenemos son tácticas, y nos falta estrategia. Tenemos que desarrollar una estrategia correcta.

Veamos la estrategia del más grande general de Israel. El tenía un objetivo: la conquista de la tierra prometida. En Josué 18:8 y 9 encontraremos su estrategia: “Y mandó Josué a los que iban para delinear la tierra diciéndoles: Id, recorred la tierra y delineadla, y volved a mí, para que yo os eche suertes delante de Jehová en Silo. Fueron, pues, aquellos varones y recorrieron la tierra, delineándola por ciudades en siete partes en un libro, y volvieron a Josué al campamento en Silo”.

Josué necesitaba reconocer bien su objetivo, así que mandó elaborar un libro para desarrollar su estrategia. Posteriormente organizó al pueblo territorialmente; a cada familia su heredad. Cada individuo sabía lo que le correspondía. Tenía un objetivo específico. Dice Josué 19:51: “Y acabaron de repartir la tierra”.

Una estrategia que incluía la victoria final. Era un objetivo bien definido. Una planificación y una organización adecuadas y coherentes, bajo la dirección de Dios, hicieron que ocurriera lo que dice en Josué 21:43: “Y la poseyeron y habitaron en ella”.

¿No podremos nosotros también, como generales sabios, repartir el territorio que es el mundo? ¿No podremos a corto plazo consolidar y terminar la obra en los lugares en que ya estamos establecidos? A mediano plazo abarcaríamos los sitios cercanos, y a largo plazo llegaríamos a los confines de la tierra. Todo esto dentro de nuestra generación.

Entonces cumpliremos las palabras de Isaías 54: 2 y 3: “Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitaciones sean extendidas; no seas escasa: alarga tus cuerdas, y refuerza tus estacas. Porque te extenderás a la mano derecha y a la mano izquierda; y tu descendencia heredará naciones, y habitará las ciudades asoladas”.

Quiera Dios que pronto llegue el día en que cada miembro de iglesia tenga un territorio y pueda decir: yo, para terminar la obra de Dios, necesito tres, cinco o veinte años. Si hiciéramos esto, como en la administración por objetivos, y se transmitiera a todos los niveles de la organización; si el pastor puede poner un plazo para terminar la obra en su distrito; si el presidente en su asociación/misión, y así sucesivamente en cada uno de los niveles jerárquicos de nuestra organización, tendríamos el objetivo común de concluir la obra en determinado tiempo.

¡Cómo anhelo ese día! Pero más anhelo el día en que todos podamos decir: “He acabado la obra que me diste que hiciese”.

Sobre el autor: Saulo H. Souza Sáenz es ingeniero electrónico y reside en Monterrey, México.