Era un día normal de mediados de marzo. Poco me imaginaba cuando llegué a mi casa después de trabajar en la oficina de la iglesia, que mi vida estaba a punto de desmoronarse. Después del almuerzo, alguien tocó a la puerta. Un extraño preguntó en tono monótono por William Scott Field. “Soy yo”, le dije. El visitante me mostró inmediatamente varios documentos donde se me requería presentarme el 30 de marzo ante el tribunal. Mi esposa me había demandado pidiendo el divorcio. Ella quería quedarse con mi casa, con mis preciosos hijos, pedía apoyo económico para ellos y pensión para ella, y que yo abandonara la casa.

            Quedé en estado de choque. En pocos segundos mi mundo se vino abajo. Mis hijos menores estaban tan ligados a mí que el solo pensamiento de dejarlos me taladraba el alma. ¿Cómo impactaría esto a mi familia, mi ministerio?

            No había nadie a quien recurrir en busca de ayuda, excepto algunos pocos amigos íntimos de la iglesia. Aun en medio de mi angustia comprendí que tenía que ser muy cuidadoso al elegir a mis confidentes. Pero en ese momento necesitaba a alguien, como una caja de resonancia, que me ayudara a poner mis procesos mentales en orden.

            Había otros ministros en quienes sentía que podía confiar, pero estaban a miles de kilómetros de distancia. En semejante momento mis necesidades no podían ser suplidas por una conversación telefónica. Lo que necesitaba con la mayor urgencia era alguien de carne y hueso que pudiera tocarme y consolarme en mi angustia. Acudí a un amigo de confianza para hablar y desahogar un poco el volcán emocional que bullía dentro de mí. Necesitaba desesperadamente apoyo emocional.

            Pronto mi situación fue conocida en toda la asociación. Pero yo no estaba preparado para el aislamiento que iba a tener que soportar. Incluso mis compañeros pastores me evitaban. La mayoría parecía temer incluso la sola mención de mi situación o quizá simplemente no sabían cómo acercarse a mí. Lo que creo es que no tenían clara conciencia de cuánto necesitaba yo su aceptación y apoyo.

            Algunos hicieron tímidos intentos de darme a entender su comprensión, pero la respuesta general fue hacerme creer y sentir que todo estaba bien, que aquí no había pasado nada, ignorando el hecho de que mi mundo había cambiado para siempre.

            Al percatarme de cómo otros pastores deben haberse sentido en cuanto a mí, comienzo a comprender que yo tampoco habría sabido cómo darles mi apoyo a quienes se encontraran en mi misma situación. Recordaba que también yo había evitado situaciones poco placenteras, porque no estaba seguro de cómo acercarme a ellos.

            Un joven pastor se había aproximado a mí repetidas veces en busca de amistad, pero yo había estado demasiado ocupado en el “ministerio” para reconocer la urgencia de su petición de ayuda. No mucho tiempo después de que él dejó la asociación lo perdí de vista. Imagínese mi consternación cuando supe que había muerto de SIDA y que había dejado una carta abierta dirigida a su familia adventista del séptimo día pidiéndole que en el futuro comprendieran mejor las necesidades de aquellos que estaban en su seno. En sus últimos días encontró apoyo en el ministerio de otra denominación.

            ¿Qué podemos hacer como “pastores del rebaño’’ para apoyarnos y sostenemos unos a otros? ¿Cómo atendemos las necesidades mutuas sin perder nuestro respeto y dignidad?

Sea honesto

            Primero, es importante que los ministros nos sintamos lo suficientemente seguros entre nosotros a fin de descartar las fachadas que usamos para dar la apariencia de que todo marcha bien cuando, de hecho, nuestras almas claman por comprensión. Debemos ser capaces de admitir tanto nuestras deficiencias como nuestros puntos fuertes; compartir unos con otros nuestras luchas y victorias personales, y tomar tiempo para orar unos por otros, así como por las necesidades mutuas. Necesitamos crear un ambiente en el cual decir “necesito su apoyo y sus oraciones’’ sea una hermosa realidad.

Sea un buen oyente

            Uno necesita tener un buen amigo en tiempos de crisis, que sea como una roca sólida de apoyo. Se necesita paciencia cuando los que están en dificultades comienzan a volver una y otra vez sobre sus mismos problemas. Anime a su amigo a hablar de sus sentimientos: ira, enojo, perplejidad, temor, etc.

            Muchas veces, en el proceso de ventilar los problemas, el amigo en crisis hallará la respuesta a muchas de sus preguntas. Tenga en mente también que las cosas dichas en momentos de ira o frustración no siempre son fieles indicadores de los verdaderos sentimientos de la persona. En tales ocasiones el aturdimiento que experimentan enturbia sus pensamientos más íntimos. Muchas veces al expresarse logran ser más racionales en el proceso de pensar.

            Una virtud muy importante de un buen oyente es la capacidad de evitar la emisión de juicios y la expresión de opiniones personales. Haga preguntas discretas que le ayuden a meditar bien la situación en un nivel más razonable. En cualquier caso, procure que la persona que está en crisis restaure sus propias percepciones desde adentro.

Sea amigable

            Uno de los problemas más difíciles de soportar en tiempo de crisis es estar solos durante un extenso período de tiempo. La depresión, la soledad, la autocompasión y una cantidad adicional de peligros y amenazas atacan cuando uno se aísla de las actividades y relaciones regulares.

            Más aún, una persona que está pasando por una crisis necesita un amigo que esté cerca de él. Escucharle atentamente, invitarle a unirse a las actividades de la familia, hacerle una visita o llamarle por teléfono para darle palabras de ánimo son aspectos importantes de la amistad en tiempos de crisis.

            Es importante, sin embargo, tener mucha precaución. Cuando invite a un amigo que está en crisis a unirse a las actividades de la familia, mantenga la conversación y las actividades en un nivel positivo en presencia de los niños. Podrá ser necesario buscar un momento en privado para que el amigo hable de sus problemas y frustraciones de la vida diaria.

            Los amigos de confianza tienen la oportunidad de ser buenos consejeros en momentos oportunos. Yo me siento agradecido por un amigo que encontró el momento adecuado para darme un libro donde se explican las etapas del dolor y la tristeza. Aunque estaba familiarizado con ellas, no había pensado que a mí me tocaría también pasar por el dolor. Una vez que comprendí que lo que experimentaba era normal, se inició el proceso de sanidad.

Sea consistente

            Un amigo que puede parecer interesado y dispuesto a ayudar un día y se olvida totalmente de uno al otro, puede ser bastante perturbador. Sea consistente en su apoyo. Por supuesto, habrá momentos en que usted deberá hacer otras cosas. Dígale a su amigo perturbado que usted quiere ayudarle, pero que también tiene otras responsabilidades de las cuales ocuparse ahora. Haga arreglos para disponer de un tiempo conveniente en el cual reunirse. Sin embargo, esté preparado para ayudar aun cuando pueda causarle inconvenientes durante las emergencias.

            Evite su opinión personal en las conversaciones. Conduzca a su amigo a la decisión basado en su propia lógica y sistema de valores. Evite las declaraciones tipo juicios que puedan volverse contra usted más tarde.

Sea un socio en la oración

            Y por sobre todas las cosas, la gente que oró por mí y conmigo durante mi crisis fue la que me dio fuerzas y ánimo para seguir adelante. Fue muy importante saber que contaba con el apoyo de las personas que significaban mucho para mí. Yo estaba acostumbrado al papel de siervo del ministerio, y se requirieron ciertos ajustes para aceptar que me encontraba en el extremo donde se reciben y no se dan consejos. Pero fue sumamente significativo para mí tener al primer anciano, que era un amigo, o a un compañero pastor que tomaron tiempo para recordarme las promesas de Dios y orar conmigo y específicamente por mí.

            Comencé a comprender más realmente la necesidad que Jesús tenía de que sus discípulos oraran por él en el Getsemaní. Hay fortaleza en el conocimiento de que uno no está solo en su vida de oración.

            La oración intercesora es poderosa y significativa para aquellos que toman en serio las promesas de Dios y suplican que se cumplan en su favor hasta que reciben la respuesta. Levanta al débil y fortalece al intercesor.

Sobre el autor: Es pseudónimo.