Al parafrasear la letra de una canción popular que aprendí en la infancia, podemos decir que “cuando un pastor sale de un distrito, deja un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de un nuevo ministro”. La dificultad para llenar ese vacío depende más de cuán capaz sea el pastor saliente de dominar sus emociones, que de la capacidad profesional del pastor entrante.
Cuando se traslada a un pastor, la última impresión que da es la que queda. Son de vital importancia las actitudes que asume en la hora crucial de la salida de un distrito para ir a otro, de un departamento para un distrito o de una Asociación para una Unión, etc. El acto de vaciar los cajones, apagar las luces, cerrar la puerta del escritorio y de la casa, despedirse de los hermanos y los colegas, tomar el avión, el ómnibus o el auto y partir rumbo a nuevos desafíos y experiencias, todo eso sacude al pastor. Y para soportar esa tormenta de sentimientos, necesita una buena estructura emocional.
Los motivos para trasladar a un pastor pueden ser varios: un traslado rutinario, el intento de resolver una situación difícil, cambiar el ambiente del trabajo, recuperación de la motivación y las perspectivas de crecimiento, la aceptación de un llamado o un nombramiento, entre otras razones.
Algunos estudios llevados a cabo en los Estados Unidos con 1.400 profesionales de otros tipos revelaron, hace por lo menos un año, que el 40% de ellos soñaba con cambiar de trabajo. No sabemos si se han hecho estudios de esta clase con respecto a los pastores, pero ésta es una reacción natural, sobre todo si tomamos en cuenta la elevada rotación que se manifiesta en el movimiento adventista.
El problema es que, aunque los pastores dediquen mucho tiempo a pensar en su próximo lugar de trabajo, son pocos los que planifican una estrategia eficaz para el momento del traslado. Pero todos deberían hacerlo. La forma como sale el pastor revela mucho acerca del valor que él le asigna a su trabajo, su iglesia, sus colegas, a sí mismo y a su reputación.
Cierta vez oí la historia de un pastor que recibió la donación de algunos objetos para la iglesia. Se le encargó que recibiera la encomienda, quedara con parte de ella y el resto lo enviara a otro campo. Seleccionó lo mejor para su iglesia y las sobras las envió al otro lugar. Diez días después lo trasladaron precisamente a ese lugar. Moraleja: la Tierra gira, y nunca sabemos si en el futuro vamos a trabajar en ese mismo lugar y con la misma gente. Las decisiones que tomamos hoy pueden afectar nuestro ministerio mañana.
Por eso, es importante salir por la puerta principal y conservar intacta la red de relaciones que hemos tejido. Salir de forma equivocada del distrito o del cargo puede significar la negación de todo lo que hemos hecho, e incluso puede perjudicar nuestra imagen de ahí en adelante. Nadie mejor que Salomón, el sabio que no siempre actuó con sabiduría, para alentarnos de este modo: “Las moscas muertas hacen heder y dan mal olor al perfume del perfumista; así una pequeña locura (tontería) al que es estimado como sabio y honorable” (Ecl. 10:1).
Dejar atrás todo lo que hicimos, separarnos de la gente con la cual convivimos tanto tiempo, puede provocar un aluvión de sentimientos que deben ser bien administrados. Anne Hartman, presidente de la consultora norteamericana Carrer Investment Strategies Inc. (Estrategias para invertir en carreras), le da algunos consejos a los administradores que dejan sus empresas. Esos consejos, adaptados al ministerio, pueden ser útiles para controlar las emociones y enfrentar un traslado con la frente en alto.
Las emociones y su antídoto
Rabia. El pastor tiene ganas de decirle unas cuantas verdades a ese jefe insoportable antes de dejar su lugar de trabajo.
Antídoto. Recordar que el jefe dispone de un arma formidable: puede informar acerca del pastor.
Esto debería ayudar al ministro a reflexionar más acerca del asunto.
Celos. Cuando se divulga la noticia de un traslado a un distrito mejor, o el nombramiento para un cargo importante, los colegas y algunos hermanos pueden comenzar a tratarlo más fríamente, o decir que está escalando posiciones.
Antídoto. Pueden creer que los estamos abandonando. Dejemos en claro que nuestra relación con ellos no depende del lugar de trabajo.
Pocos días después del nombramiento de un pastor distrital para un cargo en la Asociación, una hermana, miembro de su congregación, lo buscó y le dijo: “Pastor, cuando lo vea la próxima vez, espero que se conserve tan humilde como lo ha sido hasta ahora”. Si se nos llama a llevar a cabo una tarea que requiere mayor esfuerzo, es bueno recordar que no se trata de una “promoción”. Sólo se nos está confiando un cargo de más responsabilidad. Si volvemos a la función anterior, no nos debemos torturar ni perder nuestro precioso tiempo, principio de trabajar “no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón, haciendo la voluntad de Dios, sirviendo de buena voluntad, como al Señor, y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre” (Efe. 6:6-8).
Alegría. La nueva propuesta de trabajo es maravillosa y celebramos la noticia. Después de recibir la confirmación del traslado, rebosamos de expresiones de gratitud al Señor.
Antídoto. Es mejor disimular esas emociones. Tanta satisfacción puede caer mal. La euforia, en ese momento, se puede interpretar como desprecio y falta de consideración por la iglesia y nuestros colegas. Evitemos expresiones como ésta: “¡Desde hace mucho yo merecía esto!”, o “Finalmente la obra reconoce cuánto valgo”. El valor de un pastor no depende del distrito ni del lugar de trabajo. Su valor intrínseco tiene que ver con el precio que ya se pagó por él, las motivaciones que lo impulsan y la forma como desempeña la función pastoral.
En la actividad ministerial tenemos que avanzar muchas veces junto a la estrecha línea que separa la necesidad imperiosa de crecer del pernicioso deseo de escalar posiciones. El pastor que trata de desarrollarse no toma en consideración el lugar de trabajo ni se compara con sus colegas. Compite consigo mismo, y su preocupación es ser cada día mejor, sin preocuparse por ser el mejor.
Abatimiento. Es típico del pastor que se sienta malhumorado, deprimido y sin energía, y que ande casi a la rastra por las iglesias en sus últimas semanas de trabajo, e incluso en el mismo día cuando la junta decidió su cambio de trabajo. Corre y saca todas sus pertenencias del cajón del escritorio para no dejar recuerdos o, peor aún, evita la presencia de sus colegas para ocultar su tristeza.
Antídoto. ¿Queremos dejar el recuerdo del pastor que se abatió y perdió la motivación porque lo cambiaron de trabajo? No nos comportemos como derrotados. Trabajemos con ahínco y buena disposición hasta el último momento. Recordemos que es el carácter y no el puesto lo que determina el destino de un hombre. “Si la puerta está cerrada, de ti debe salir la primera llave. Si sopla el viento frío, que el calor de tu bufanda sea tu primera protección y tu primer abrigo. Si el pan fuera sólo masa sin cocer, se tú el primer horno para transformarlo en alimento”, dice Antonio Basque.
Tristeza. Le sobreviene al pastor que anda melancólico y con nostalgia, y que duda de si su llamado viene de Dios o no. Es graciosa la historia del pastor que en el día de su nombramiento como director de departamentos, cuando se le preguntó qué pensaba su esposa al respecto, respondió sin haberla consultado: “Ella siempre está dispuesta a hacer la voluntad de Dios”. Tiempo después, cuando se lo consultó acerca de la posibilidad de volver al distrito, dijo: “Necesito consultar a mi señora”.
Antídoto. Cuando se traslada a un pastor, debe dar gracias a Dios porque está comenzando una nueva etapa de su vida. El Señor le está diciendo que confía en él al otorgarle una oportunidad diferente. La tristeza momentánea no debe ser motivo de preocupación.
Dios tiene un hombre para cada tarea, y muchas veces una tarea definida para cada hombre. O somos el hombre que le corresponde a la hora correspondiente, o recibimos la tarea definida para el hombre definido.
Cuando se traslada a un pastor, tanto en la iglesia como en su corazón debe quedar el agradable sabor del deber cumplido. “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria” (1 Ped. 5:4).
Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la Asociación Amazonas Central, Brasil.