“Las mudanzas abren puertas para nuevos caminos, que pueden ser más luminosos y mejores.

Las mudanzas nos llevan a situaciones en las que podemos descubrir quiénes somos y qué podemos ser.

No siempre son fáciles. Pero nos impulsan hacia adelante.

¡Son un desafío!

Y pueden ser la oportunidad de encontrar lo que siempre quisimos”.

Escritas en una hermosa tarjeta, esas palabras me transportaron cuando vi las cajas de mi mudanza que iban, otra vez, hacia otro lugar. Hay que encarar el hecho de que las mudanzas en la vida ministerial siempre son positivas, aunque no siempre sean fáciles. Aun cuando la frecuencia de las mudanzas varíe de una región a otra, las estadísticas demuestran que el 20 % de los pastores, en promedio, tiene una mudanza por año.

Las razones por las cuales se producen son muchas y complejas. Hay asuntos como la reorganización del grupo de obreros, su desarrollo profesional, la planificación del campo y posiblemente una mentalidad según la cual al pastor hay que mandarlo a otro lugar periódicamente. El desafío consiste en administrar este aspecto de nuestra vida sin que se convierta en un problema familiar.

Para eso hay dos factores que se deben tomar en cuenta:

1.  Los hijos

Cuando mi esposo y yo nos preparábamos para trasladarnos a Brasilia, una de nuestras primeras preocupaciones fue el porvenir de nuestros hijos. Nos preguntábamos si les perjudicaría nuestra decisión de aceptar el llamado. Para mí la respuesta fue “No”.

Aunque los chicos tenían amistades y eran queridos por los miembros de la iglesia a la que servíamos, el hecho de haber desarrollado en el seno de la familia un espíritu de equipo ministerial facilitó bastante las cosas, lo que por cierto ya había ocurrido en todas nuestras mudanzas anteriores.

Mostrar a los hijos el lado bueno y positivo, los beneficios de estar en un nuevo lugar, forma parte de nuestra estrategia paterna. Desarrollaron más capacidad de adaptación, se sintieron parte de la tarea ministerial y felices por las amistades que habían hecho en los diferentes lugares donde estuvimos.

2. La esposa

La iniciación de un nuevo trabajo generalmente es más fácil para el pastor; pero no siempre es así para la esposa. Con frecuencia sucede que la nueva iglesia tiene una larga lista de problemas que requieren solución inmediata. Como consecuencia de eso, el pastor muy pronto está enfrascado en el trabajo. Por lo menos durante seis meses tendrá que llevar a cabo tareas de planificación, participar en reuniones de comisiones y otras, con la mira puesta en la atención de las demandas del nuevo trabajo.

Casi siempre, tan pronto como el pastor llega, ya participa de concilios y otros encuentros durante los cuales se relaciona fácilmente con sus nuevos colegas. A su vez, con los chicos en la escuela y el esposo ocupado, con frecuencia la esposa enfrenta más dificultades durante la transición. Para las que tienen una carrera, el hecho de no encontrar trabajo genera una frustrante sensación de soledad y aislamiento. ¿Qué hacer? Es absolutamente necesario que haya un espacio, al comienzo de ese nuevo trabajo, para poder entablar nuevas amistades y desarrollar nuevos intereses.

En una de las iglesias que atendió mi esposo, tan pronto como llegamos encontré una amiga que me animó a formar parte de una orquesta. Eso fue fundamental para entablar amistades e insertar a los chicos en la comunidad. Por lo tanto, no importa qué objetivo se quiera alcanzar, el hecho de estar abierta a la posibilidad de iniciar nuevas relaciones puede ser el vehículo por medio del cual se producirá la interacción, con lo que se facilitará la integración de la esposa del pastor en la nueva iglesia.

La experiencia demuestra que las esposas de pastores que tienen un concepto positivo de sí mismas —un matrimonio y una vida familiar satisfactorios— no son las que se pasan años y años en el mismo lugar. Al contrario, las que más se mudan tienen más satisfacciones. Para ellas las mudanzas significan nuevas oportunidades de crecer. Los primeros seis meses siempre son los más difíciles; pero habrá oportunidad para hacer los ajustes necesarios a la nueva rutina. Tenga paciencia y dele tiempo a esos ajustes.

Las mudanzas nos ayudan a crecer y abren las puertas a nuevos desafíos. Pero, por encima de todo, desarrollan la fe que proporciona la estabilidad necesaria para un nuevo comienzo, con la seguridad de que Dios siempre estará con nosotros.

“Jehová guardará tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre” (Sal. 121:8).

Sobre el autor: Coordinadora asociada de AFAM en la División Sudamericana.