La función del pastor al ministrar a las familias que afrontan la crisis de la muerte
Cuando la muerte ataca a una familia de la iglesia, cuando su mundo se desploma, sus miembros necesitan una rápida respuesta por parte de su pastor. Los pastores que en verdad se preocupan abandonarán cualquier cosa para estar con sus feligreses en el momento crítico de la muerte. Los primeros 60 minutos son los más cruciales para hacer frente a la pena.
Los pastores pueden ser expertos para decir palabras apropiadas en todas las ocasiones. Pero ministrar en una crisis provocada por la muerte es otra cosa. Requiere una preparación adecuada. Exige una disposición a estar de guardia en las primeras horas de la crisis. Demanda una comprensión de la dinámica familiar en situaciones de dolor. Implica apoyo sostenido después de la muerte misma.
La preparación del pastor
Comience escuchando. Escuchar puede ser más importante que hablar. Escuchar no significa necesariamente escuchar sólo con los oídos. Escuchar con la familia es más importante que escuchar a la familia. Paul Tillich lo llamó escuchar con amor. Hay que escuchar con el corazón.
La preparación pastoral requiere experiencia personal. Los pastores que no han aprendido a ajustarse a las pérdidas personales ellos mismos, tienden a personalizar las penas de otros. Eugene Kennedy lo dice muy bien: “Los individuos a quienes se llama para que aconsejen durante las emergencias, deben ser ellos mismos sus primeros clientes. Deben tener la capacidad de mantener el control de sus propias reacciones, ser dueños de sí… con suficiente equilibrio, para mantenerse calmados y amos de la situación. Una de las actividades terapéuticas de la persona consultada en momentos de emergencia es ser una presencia firme en la situación”.1
La jefa de enfermeras de la sala de emergencias me pidió visitar a una familia de histéricos. Entré a la sala en forma tranquila y permanecí en silencio durante algún tiempo. La enfermera estaba perpleja por mi silencio, hasta que entendió que nuestras orientaciones eran diferentes. Yo estaba entrenado para escuchar primero. Ella estaba entrenada para actuar y salvar la vida.
No construya desviaciones. En la crisis de la muerte, los pastores deben estar bien curados de lo que Eugene Kennedy llama fantasía de rescate. El dolor es inevitable, una parte necesaria cuando se pierde a un ser amado. Las familias deben caminar a través del valle del dolor. Los pastores que construyen desviaciones sencillamente alargan el tiempo que dura la pena y traicionan su propia falta de preparación personal para ministrar en la crisis causada por la muerte.
Los pastores deben evitar la tentación de apartarse. Como aconseja Henri J. M. Nouwen: “Nadie puede ayudar a nadie sin involucrarse, sin entrar con todo su ser en la situación dolorosa, sin correr el riesgo de ser herido, lastimado, e incluso destruido en el proceso”.2
Comprenda la naturaleza de la muerte y el dolor. Como los pastores hacen frente constantemente a crisis causadas por la muerte, deben tener una clara comprensión de la naturaleza de la muerte y el dolor. El pastor debería considerar como una obligación la lectura de libros acerca de la muerte y la agonía, como un régimen de educación continua. Ofrecerse como voluntario en el hospicio local y colocarse al lado de la cama del que agoniza puede darle una comprensión más profunda que la de un curso o seminario.
El pastor y las primeras horas de crisis
Durante mi primera semana como capellán de un hospital, al momento en que sonaba la alarma, corría hacia la sala de emergencia, entraba sin aliento al círculo familiar reunido en el cuarto del muerto, me presentaba rápidamente con ellos y comenzaba a hablar. Pronto descubrí que mi ansiedad aumentaba la ansiedad de la familia. Vencer ese primer impacto inicial fue prácticamente imposible. Mi entrada había puesto el tono para la visita entera.
Aquí presento algunos procedimientos básicos que el pastor podría seguir en aquellas primeras horas de crisis.
Tenga calma. Ya sea que lo llamen al hospital o al hogar, su porte debería ser de quietud y calma. Ore mientras se dirige al lugar. Entre al cuarto con calma y lentamente. Siéntese. Si no hay asiento, reclínese contra una pared o permanezca de pie en forma cómoda, lejos del centro del cuarto. Sienta la disposición de ánimo que existe en el cuarto. Escuche todo lo que los demás tengan que decir. Espere hasta que haya una pausa en la conversación. Entonces identifiqúese con calma para beneficio de aquellos que no lo conocen. Después de presentarse, diga algo así: “Vine a compartir sus tristezas y ayudarles en todo lo que pueda”.
No trate de interrogar. Espere que la familia empiece la conversación. Eugene Kennedy dice: “La gente siempre está tratando de decir la verdad acerca de sí misma”.3 Si ellos no le dicen lo que ocurrió en el momento en que usted se presenta, es posible que estén esperando a otro miembro de la familia para que sea el vocero. Puede ser que estén demasiado tristes para hablar de los detalles. Déles tiempo. Confíe en que la familia le dará todos los detalles que usted necesita para ayudarles durante su crisis.
Puede ser que los pastores sientan la necesidad de hablar muy claramente acerca de las realidades espirituales durante la crisis, pero la familia tiene necesidad de hablar acerca de su pérdida. La necesidad de la familia tiene prioridad.
Una vez que la familia le cuente lo que ocurrió, es apropiado preguntarles lo necesario para que aumenten los detalles. La familia rompe la actitud negativa y reconoce la realidad cuando discute la muerte a profundidad. Esto es muy importante durante las primeras horas de la pena.
Ayude a repasar la vida. Repasar la vida es una parte muy importante de la aflicción. Este repaso, idealmente, debiera tener lugar cerca del momento de la muerte. Si el pastor conocía a la persona, puede iniciar tal revisión diciendo: “Me siento triste de no haber visitado a Juan otra vez. El siempre me daba ánimo. Debe haber sido especial para ustedes que son su familia”. Luego escuche lo que ellos añadirán mientras repasan su vida. Haga comentarios breves que sostengan la fluidez de los recuerdos.
He notado que la conversación con una familia acerca de los atributos positivos de la vida de sus seres amados tiene un efecto tranquilizador. Puede ser que no vean ningún propósito en la muerte, pero el hecho de saber que han cumplido su propósito en la vida les da una sensación de paz y satisfacción. Sherwin Nuland dice: “La mayor dignidad que debemos encontrar en la muerte es la dignidad de la vida que la precedió. Es una forma de esperanza que todos podemos obtener y es la más permanente de todas. La esperanza reside en el significado de lo que han sido nuestras vidas”.4
Asistir a la familia. Ya sea que la muerte ocurra en el hogar o el hospital, el pastor debiera invitar a los miembros de la familia a ver el cuerpo antes que llegue el personal de la funeraria. El pastor debiera ofrecerse para acompañar a toda la familia a entrar al cuarto donde está el ser amado muerto. Un médico puede explicar lo que la familia verá cuando entre al cuarto. Antes de entrar al cuarto el pastor debiera preguntar a la familia si quisieran que orara cuando estén al lado de la cama. Esto es importante para algunas familias, y la oración sirve muy a menudo como clausura a la visita al cuarto donde se encuentra el cadáver.
Muchas veces las familias prefieren estar al lado del cadáver sin la presencia del pastor. Las últimas palabras e incluso las confesiones pueden ser claves importantes para salir adelante a pesar del dolor. Pregunte a la familia si quiere estar sola. Si una persona mayor quiere estar sola, yo le digo que la veré en otro momento para saber si está bien, pero sólo desde la puerta, sin entrar al cuarto. Cuando visito a la familia observo a cada uno en particular para ver si alguien necesita ayuda especial. La persona que muestra señales de ansiedad llama mi atención. Una persona que se retuerce las manos y dice continuamente: “¡Ay Señor!”, está consumiendo energía excesiva y se encamina hacia una crisis. Me arrodillo suavemente cerca de ella y le digo: “José era una parte muy importante de su vida. ¿Puede decirme algo acerca de él?”
Los niños también necesitan ayuda pastoral en las primeras horas de una crisis. Algunas veces se los olvida. Se quedan de pie llenos de desesperación en la fila de atrás. Yo me les acerco, les pregunto sus nombres, si es que todavía no los conozco. Puedo decirles algo así: Tú querías mucho al abuelito, ¿verdad? Juntos hicieron muchas cosas agradables, ¿podrías contarme algunas de esas cosas interesantes?”
Busco a quienes están quietos y retirados del grupo. Trato de no invadir su espacio, pero quiero que sepan que los considero una parte importante de la familia. Muchas veces pongo un brazo sobre sus hombros y digo en voz baja “Este es un momento muy triste para usted y su familia, ¿verdad?”
Algunas familias quedan como paralizadas por el golpe. No se apresuran a avisar a otros miembros de la familia ni por hacer los arreglos para el funeral. Si la muerte ocurre en un hospital, el personal por lo general quiere saber a qué funeraria llamar. El pastor puede ayudar a la familia a atender estas necesidades. El pastor podría hacer las llamadas, pero un miembro de la familia debería hablar. El acto de anunciar la muerte a otros familiares y amigos y hablar a los servicios funerarios puede ayudar a la familia a volver a la realidad.
Tome tiempo. Ministrar a las familias que sufren por causa de la muerte de un ser querido requiere tiempo. Nunca se apresure. Compartir con ellos y no simular dolor es la clave para un apoyo efectivo. Admitir su propia tristeza es, a veces, apropiado.
Antes de salir, escriba lo que la familia puede esperar de su parte. Esto puede incluir arreglos para los funerales, tiempo, oficiantes, acomodo para los visitantes, servicios fúnebres en la iglesia y en el cementerio, y arreglos para las comidas.
Algunos consejeros para momentos de crisis han dado mucha importancia a la intervención rápida y oportuna. Yo aconsejaría a los pastores no dar total atención a las primeras horas. Muchas veces las relaciones familiares cambian cuando se encuentran bajo la intensa ansiedad de la pérdida, de un estilo de comunicación abierto, a uno cerrado, para protegerse contra el dolor y la ansiedad causada por la discusión abierta. Según M. Bowen, ayudar simplemente a la familia a expresar sus sentimientos en momentos de crisis no incrementa necesariamente su nivel de integración emocional. La pérdida de un miembro de la familia perturba el equilibrio. La restauración del equilibrio depende del nivel de integración emocional versus la severidad del cambio causado por la crisis. El estilo previo de adaptación de la familia y su sistema de comunicación también son vitales para saber cómo reaccionan y recuperan el equilibrio.5
Patrones con que el pastor y la familia afrontan el sufrimiento
E. Herz hace una lista de factores que afectan la reacción de la familia ante el dolor. El pastor no puede hacer nada acerca de los primeros tres: el momento de la muerte, la causa de la muerte y la posición de la persona en la familia. El pastor puede hacer algo con respecto al cuarto: la apertura del sistema familiar. El pastor puede ampliar la apertura usando terminología e información fáctica y abierta, mediante el establecimiento de al menos una relación abierta con una persona de la familia que pueda promover la apertura en el resto. Ayudar a la familia para enfocar su atención en la esperanza de la vida y no en la soledad de la muerte.6
Durante los siete años que trabajé en el departamento psiquiátrico, descubrí que los problemas no resueltos constituyen un 60 por ciento de las causas de la enfermedad. Tratamos a los pacientes, pero hacemos muy poco para determinar los patrones del dolor de la familia. Ester Shapiro tiene razón: “El dolor está en el mismo corazón del proceso familiar, y es dentro de este proceso donde puede comprenderse mejor -y curarse—, el trauma que se ocasiona a un yo interdependiente”.7
Procure restablecer el equilibrio familiar. Los pastores pueden ayudar a las familias a restablecer el equilibrio familiar poniendo a disposición de quienes lo necesiten ciertos recursos individuales, familiares, comunitarios y socioculturales. No me refiero a los libros, aunque la lectura es un buen recurso. Me refiero a los recursos humanos, lo que Shapiro llama la “intrépida presencia humana”.
Tenga ministerios de apoyo. Las iglesias pueden mantener un registro de las personas que sufren alguna pérdida. Estas pérdidas pueden categorizarse por el tipo: SIDA, accidentes, cáncer, etc. Cuando ocurre una pérdida en la congregación, otros que han sufrido pérdidas similares pueden organizar un ministerio de apoyo. Este debiera ser un proceso continuo. También se podría tener un servicio especial cada año en favor de las familias que han experimentado pérdida de sus seres queridos durante ese período.
Los pastores pueden programar sermones y seminarios sobre las pérdidas y la sanidad. En las iglesias más grandes puede establecerse un boletín interno de noticias o una biblioteca donde los que sufren una pérdida puedan hallar recursos para manejar eficazmente el dolor y la recuperación. Se pueden desarrollar programas de la iglesia que sirvan cuando la familia experimenta una pérdida. Y por último, debería educarse a la congregación en cuanto a la dinámica del dolor para que puedan ayudar a los miembros que sufren el dolor de la pérdida de un ser querido.
El pastor y un ministerio de largo alcance
La creencia de que la pena es una experiencia de la cual podemos recuperamos totalmente es falaz. Quienes han experimentado una pérdida saben que tienen ocasionales ataques de dolor producidos por los recuerdos de experiencias que antes no les habían afectado. Los pastores deberían esperar que ocurran estas recaídas en el dolor muchos años después de la pérdida.
La falta de oportunidad para lamentarse por la pérdida asociada con la muerte de un ser querido puede complicar la vida de una persona durante muchos años. El pastor debe estar listo para apoyarla cuando llega a su oficina a punto de derrumbarse. Cuando la red de relaciones que sostienen la vida queda rota por la muerte, la fuerte red de la comunidad religiosa debe estar allí para sostener a los quebrantados de corazón y para ayudarles a tejer una nueva red.
Sobre el autor: Larry Yeagley es pastor de las iglesias de Musbegon y Charlotte/Marshall en Michigan.