Un llamamiento a los adventistas del séptimo día para que retengan una perspectiva bíblica

Alguien le preguntó una vez a Gandhi, el gran líder de la India:

-¿Qué piensa usted de la civilización occidental?

-Pienso -respondió-, que sería una buena idea.

Considerando su fondo histórico, su vida y la causa por la cual luchaba, es posible que Gandhi no tuviera ninguna razón para simpatizar con la civilización occidental. Al margen de esto, su respuesta revela la forma en que la cultura de una persona influye no sólo en sus opiniones sobre la cultura de otros, sino también en su forma de pensar y actuar.

Como ocurrió con Gandhi, nuestra cultura tiene mucho que ver con la forma en que cada uno piensa y actúa. William H. Shea, del Instituto de Investigaciones Bíblicas de la Asociación General explica por qué, por ejemplo, puede invertirse el orden de Daniel 7 y 8. Daniel 7 enfatiza el establecimiento final del reino de Dios; Daniel 8, el ministerio sumo sacerdotal de Cristo; y Daniel 9, la muerte de Cristo. La forma de pensar del mundo occidental cambia el orden y habla acerca de la muerte de Cristo, luego de su ministerio sumo sacerdotal, y finalmente del establecimiento del reino de Dios: el orden cronológico en que estos eventos ocurrieron. Sin embargo, según Shea, la antigua mentalidad hebrea funcionaba de efecto a causa, y no de causa a efecto, como la mayoría de las mentalidades contemporáneas.

Cierta comunidad indígena en una remota zona de Sudamérica tenía lo que parecía ser una peculiar visión del tiempo. Cuando hablaban del futuro, señalaban hacia atrás. Cuando hablaban del pasado, señalaban hacia adelante. Para la mayoría de nosotros sería más lógico pensar del futuro como algo que está delante de nosotros; y del pasado, detrás.

Así es como somos impactados hasta cierto grado por nuestro ambiente cultural. Desde un punto de vista humano, no existe tal cosa como una objetividad cultural absoluta.

La pregunta real es: ‘¿Cuánto afecta la cultura a nuestra religión?’ Pensemos por un momento en la forma en que adoramos los sábados por la mañana. Quienes han viajado extensamente a través de la iglesia mundial saben que las congregaciones adoran de modos distintos en las diferentes partes del mundo. El ritmo de la música y las formas de adoración difieren a medida que se viaja de Rusia a Zimbabue y de Australia a Papúa Nueva Guinea. Mi interés, sin embargo, no es considerar tanto el estilo de adoración sino la forma en que la sociedad impacta nuestras creencias y valores básicos. Permítanme compartir con ustedes un ejemplo personal.

¿Es una excusa la genética?

¡Imagínense el alivio que sentí cuando, hace unos meses, vi un informe noticioso que sugería la existencia de una relación directa entre los cromosomas y el peso! Los científicos alteraron los genes de un grupo de ratones y luego tomaron una muestra y los alimentaron con la misma dieta. El grupo de ratones con los genes alterados se volvieron obesos, mientras que los otros permanecieron delgados y esbeltos. ¡Qué alivio! Mi aparentemente interminable batalla con la báscula del cuarto de baño no era mi culpa, después de todo. “¡Mis cromosomas tenían la culpa!” En este sentido, la sociedad me ofrecía una excusa, diciendo, “no te preocupes, sé feliz”.

La sociedad envía el mismo mensaje a los alcohólicos, a los homosexuales, y algunas veces a los padres que abusan sexualmente de sus hijos o de sus esposas: ‘No te preocupes. No es culpa tuya. Eres víctima de una predisposición genética, de modo que no pueden hacerte responsable’. ¡Algunos podrían llamar a esto “justificación genética”!

Sin embargo, si bien los factores biológicos ejercen con frecuencia una profunda influencia en nuestras vidas, Dios nos capacita dándonos poder para contrarrestar esas tendencias y salir victoriosos sobre ellas. De ninguna manera estamos desamparados, como un peón de ajedrez, a merced de un mar de pecado donde, empujados por alguna fuerza darwiniana, realizamos el juego de la vida al margen de las líneas de la responsabilidad personal. La Escritura es explícita, al instamos una y otra vez a permitir que la mente de Cristo nos controle, para pelear la batalla de la fe y luchar contra las predisposiciones y pasiones naturales. Como escribió el apóstol Pablo a los Gálatas: ‘Digo pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne’ (Gál. 5:16).

Elena de White dijo: ‘Mientras participamos de la naturaleza divina, las tendencias al error hereditarias y cultivadas son desarraigadas del carácter y somos hechos un poder viviente para el bien. Siempre aprendiendo del Divino Maestro, participando diariamente de su naturaleza, cooperamos con Dios en la tarea de vencer las tentaciones de Satanás. Dios obra y el hombre obra, a fin de que el hombre pueda llegar a ser uno con Cristo así como Cristo es uno con Dios. Entonces nos sentamos junto con Cristo en lugares celestiales. La mente descansa con paz y seguridad en Jesús’.[1]

¡Excelentes noticias! Podemos obtener la victoria sobre nuestras tendencias hereditarias y cultivadas a través de la entrega de nuestra vida a nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Certidumbre del mensaje y la misión

Mi preocupación es que no debemos permitir que nuestras diferencias y prejuicios culturales nos desvíen de las verdades eternas que Dios está tratando de comunicarnos. El quiere que miremos hacia la verdad desde su perspectiva. Es una gran verdad que en su perspectiva nos ha dado nuestra misión, nuestro mensaje, nuestra identidad.

Tengo otra preocupación acerca de los efectos de la cultura sobre nuestra iglesia. En muchas de las zonas más desarrolladas y sofisticadas del mundo, percibo que un creciente sistema de valores seculares está impactando negativamente a muchos de nuestros miembros. Siento una creciente incertidumbre en cuanto a la razón de nuestra existencia como iglesia y nuestra misión. Algunos dicen que no importa mucho lo que creamos siempre que tengamos una experiencia con Cristo. Un pensamiento tal, permite que la atención se vuelva hacia adentro, y la verdad se convierta en un tesoro privado, desvinculado de la voluntad revelada de Dios según se define en su Palabra.

Esto, creo, es un ejemplo del impacto negativo que una determinada cultura está teniendo sobre nosotros como pueblo. Una reflexión que a menudo la visión social contemporánea prevaleciente plantea es que no hay una verdad real, objetiva; no hay patrones universales, particularmente en el área de la moralidad humana.

El historiador y filósofo de los derechos naturales, Leo Strauss, en su libro Natural Right and History, resumió este tipo de pensamiento con las siguientes palabras: ‘Ninguna visión del todo, y en particular ninguna visión de la vida humana, puede pretender ser final o universalmente válida. Cualquier doctrina, no importa que se considere como última, será reemplazada, tarde o temprano, por otra doctrina’. En otras palabras, no confíe en lo que usted cree demasiado conclusivamente, porque tarde o temprano alguien aparecerá y le demostrará que usted está equivocado. Nosotros los adventistas debemos rechazar enérgicamente esta filosofía.

Dondequiera vivamos, no debemos conformamos con una fe meramente mental, con su corolario de premisas de que el compromiso intelectual con una serie de declaraciones es suficiente. Debemos tener algo más. Debemos tener lo que Elena de White llama religión práctica, una ‘experiencia viva con Cristo’, no importa en qué cultura nos encontremos.

Impacto cultural sobre nuestra visión del mundo

¿Por qué están impactando nuestra visión del mundo como iglesia los sistemas de valores contemporáneos? Veo varias posibles respuestas.

Una puede ser que nuestra creciente feligresía se vea afectada por la fuerza centrífuga natural que es una plaga para las comunidades que ya no tienen un estrecho intercambio de unas con otras. Esta es una respuesta sociológica. Es cierto que mientras más aumente nuestra feligresía, mayor será la tendencia a separarnos en pequeños grupos. Esta ha sido la experiencia de otras iglesias y nosotros no deberíamos ser sorprendidos por una tendencia tal. Pero el carácter y la perspectiva eterna de la Iglesia Adventista del Séptimo Día ha demostrado, y debe seguir demostrando, ser un poderoso agente de unidad, independientemente de la cultura.

Otra influencia negativa es claramente el espíritu de nuestro tiempo. Cada día más secularizado y materialista, particularmente en el mundo occidental, vivimos en grandes comunidades, altamente individualistas y dudando de nuestros líderes. El mundo secular está repleto de ejemplos de esto, y la iglesia no es, en modo alguno, inmune a estas influencias de la sociedad en general.

Otra razón es que muchos de nosotros no estamos estudiando personalmente nuestras Biblias cada día. Sea que vivamos en Nueva York, Singapur, La Habana, Nueva Delhi o Abidjan, sufriremos si no dedicamos tiempo regular a la Palabra. Nuestros pastores deben ayudarnos a centrarnos en las Escrituras, en el mensaje evangélico de la justificación por la fe, y en aquellas verdades singulares que nos identifican como pueblo especial de Dios.

La Biblia no es una fuente de temas sujetos a debate. Es un festival de verdades reveladas que debemos compartir unos con otros y con el mundo que nos rodea. El poder de la Palabra de Dios trasciende los valores sociales, la sabiduría convencional y todas las culturas. Cuando penetramos en los grandes temas de las Sagradas Escrituras —el conflicto de los siglos, la muerte y resurrección de Cristo, la perpetuidad de la ley de Dios— éstos están por encima y más allá de las fronteras, de las tradiciones y de la historia. Sobre estas verdades no hay diferencia cultural significativa. Aquí la cultura no cuenta.

Creo que cada adventista del séptimo día debería preguntarse: ¿Podemos ser fieles a nuestro Señor y al mismo tiempo permitir que la cultura continúe sus incursiones indiscriminadamente en la iglesia? Como dirigentes escogidos por el pueblo de Dios, ¿permitiremos que el desvío continúe? La respuesta es sencilla no.

La Invitación y las promesas de Dios

En contraste con esto, la invitación y las promesas que Dios nos hace son grandiosas: “Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos; y serás como huerto de riego y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca faltan. Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación y generación levantarás, y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar (Isa. 58:11, 12). El contexto describe a un pueblo reavivado, profundamente interesado en aquellos que le rodean, y completamente consagrado a Dios en lo más íntimo de sus almas. Estos constituyen un pueblo que Dios puede usar en un derramamiento de su poder.

Dios promete restaurar aquello que una vez floreció. La última proclamación de la verdad es un acto de restauración, un vendar las heridas, una invitación a aquellos que vendrán con nosotros al reino de Cristo. Significa un reavivamiento de la piedad práctica. Esto es lo que necesitamos experimentar como pueblo, ya sea que vivamos en las llanuras desérticas de Australia o en el norte de Noruega. Necesitamos revitalizar las fuentes de agua viva. A menos que lo hagamos, habrá una tendencia siempre creciente a buscar satisfacción en las cisternas de la cultura.

Cuando me refiero a ¡as fuentes de agua viva de Isaías, tengo en mente aquellos poderosos esfuerzos de Dios que propiciaron el surgimiento del movimiento adventista repleto, tanto de su Espíritu, como de las verdades distintivas para nuestro tiempo. No estoy reflexionando nostálgicamente, tampoco estoy pensando en el oropel del pasado, ni estoy haciendo un esfuerzo por reproducir totalmente todos los detalles de la vida de hace cien años. Ello nunca ha sido el propósito de Dios. Ese sólido núcleo, forjado por los primeros creyentes, firmemente trabajado teniendo por norma la Palabra de Dios, sigue siendo el centro de nuestro mensaje en este tiempo, no importa dónde vivamos, no importa cómo nos expresemos en la adoración. El adhesivo que nos mantiene unidos es la presencia de Cristo, quien es en verdad el Deseado de todas las gentes y de todas las culturas por igual.

Yo creo firmemente que estamos en vísperas de los tiempos más grandiosos de la historia para el crecimiento de la iglesia y la expansión del evangelio. ¿No sería oportuno para nosotros, como lo hizo Jesús, entrar en una íntima y especial comunión con el Padre? ¿No beberemos en las fuentes, prestando oídos al Espíritu de Dios, y entonces levantarnos para hacer frente a los desafíos finales?

Lo que estoy diciendo no es burda especulación. Nuestras mentes se han acostumbrado a enfocar los pequeños detalles de la vida, pasando por alto el panorama completo: la perspectiva bíblica. De todos los cristianos, los adventistas del séptimo día tienen la mayor oportunidad de medir los hechos de Dios en la mayor escala posible. Con nuestra comprensión del conflicto de los siglos tenemos una visión cósmica de todo aquello que es lo que realmente importa. En vez de tratar de unir las piezas para obtener el significado de la totalidad de las ideas y eventos de la vida, podemos ir a la fuente de toda sabiduría, donde Dios despliega delante de nosotros el panorama de sus grandes propósitos.

Nosotros los adventistas somos famosos por nuestras múltiples actividades y esfuerzos misioneros, por nuestro celo en llevar adelante el evangelio hasta los remotos confines de la tierra. Nos gusta entrar en batalla por nuestro Señor. Desde el principio la iglesia de Dios ha sido una iglesia de acción. Una acción con objetivo puede hacer lo que nunca podrá lograrse mediante actividades dispersas y energías agostadas que únicamente levantan polvo. Al alcance de la punta de nuestros dedos están las verdades bíblicas y cósmicas que integran todo el saber humano.

Si bien algunos de nosotros concebimos al movimiento adventista como un pueblo que cree en una serie de verdades distintivas, tales como el sábado, la ley de Dios y la segunda venida de Cristo, en realidad llevamos al mundo un amplio y cohesivo paquete de significado, que abarca estos componentes. Todas nuestras doctrinas encajan perfectamente en un hermoso mosaico de verdades, que vistas como un todo, revelan al glorioso Dios de todos y su eterno propósito. Es esta magnífica visión panorámica la que yo pido a Dios seamos capaces de captar, porque es allí donde hay comprensión, inspiración y dirección. Es en verdad un mensaje para todos los pueblos del orbe, porque todos —cualesquiera sean el color de la piel o del cabello, los rasgos faciales, la lengua que hablamos, la comida que comemos—, todos fuimos creados por el mismo Dios. Él nos ha hecho a todos ‘de una sangre”, invistiéndonos de una similitud avasalladora. Todas las diferencias culturales del mundo juntas nunca cambiarán esa gran verdad.

¿Qué es lo que mantiene al pueblo de Dios fiel a él? El hecho de haber tomado una posición a su favor y a favor de su verdad. Este es un ideal que. no puede ser alterado por la cultura, la herencia, o la tradición. Es así como el pueblo de Dios marcha al ritmo de un tambor diferente del que marca el paso de la sociedad, de la cultura y de la tradición.  Ellos están completamente equivocados en lo que a la política se refiere, y por lo tanto son objeto de burla, rechazados y odiados. Y por sobre todo, tienen la abrumadora visión de que son el pueblo de Cristo, ni más ni menos. Aquí la cultura no cuenta.

Con esto en mente, encontramos una nueva dimensión de la unidad, porque todo está finalmente en Cristo, es de Cristo y permanece con Cristo y al lado de Cristo ante el trono de Dios. Necesitamos una reforma espiritual de la mente, del corazón y del alma para ser las personas íntegras que siempre hemos dicho que debemos ser. Queremos ver a la iglesia, el cuerpo de Cristo, expresada en una miscelánea de culturas humanas y grupos étnicos, pero con una visión cósmica común centrada en el cielo. Aparte, y por encima de todas las cosas que nos dividen, nos reunimos como el ejército del Señor, primero al pie de la cruz, luego sobre el mar de vidrio delante del trono de Dios. Ya no seremos gente desorientada dejada a la deriva o fuera del camino. Ya no seremos extraños ni descastados, sino parte integrante de los primogénitos, adoptados y transformados en ciudadanos del reino por la maravillosa gracia de Aquel que pagó el precio de nuestra salvación. Ahora él presenta el fruto de su sacrificio eterno ante el Padre. El plan cósmico de los siglos está terminado. Las mejores noticias son que, nosotros —de todos los estratos sociales, tradiciones y culturas— estamos allí con él en el cielo, donde la cultura no cuenta.


Referencias:

[1] Elena G. de White, Review and Herald, 24 de abril de 1900.