¿Cuál es el tamaño ideal de una iglesia? ¿Cuándo es demasiado grande? ¿Cuándo debe pensar en formar una nueva congregación en su territorio? Estas preguntas pueden tener una variada gama de respuestas. Antes de contestarlas hariamos bien en considerar cual es el propósito de la iglesia. Cuáles son sus objetivos? Como se debe medir su éxito?
En un sentido amplio podríamos definir el propósito de la iglesia resumiendo la misión de Juan el Bautista: preparar a la gente para la venida del Señor.
Esta definición implica tanto la ganancia de almas para Cristo como el ayudarlas a obtener su madurez espiritual. Algunos preferirían decir que la misión suprema de la iglesia es la evangelización. Pero a veces la evangelización es un fin en sí misma, cuando debiera ser realmente el medio que conduzca a un fin. Lo que ocurre con la gente luego que ha sido evangelizada y ha aceptado el evangelio es también muy importante.
La evangelización que no contempla un trabajo posterior para desarrollar el crecimiento espiritual, probablemente está orientada a tener buenos resultados. Si este es el caso, su meta será alcanzar el mayor número de almas posibles. Por lo tanto lo que aquí interesa es la apariencia. De esta manera el alma ganada queda reducida simplemente a un número más en el blanco del evangelista. El plan de Dios para la iglesia es inmensamente superior a este.
El apóstol Pablo en la carta a los Efesios 4:11-15 nos presenta un panorama más complete del propósito de Dios para su iglesia. En el versículo 11 enumera varios de los dones de la iglesia: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. En el versículo 12 declara que estos dones han sido otorgados “a fin de perfeccionar a los santos”. Es una verdad incuestionable que accedemos a la perfección a través de la justicia imputada de Cristo en el momento en que nos rendimos a él. Pero el plan de Dios es que el nuevo converse, a través de la justicia impartida de Cristo, viva lo que le ha sido dado.
El plan de Dios es que los miembros de su iglesia lleguen a la plenitud del crecimiento y de la madurez. Desea que se desenvuelvan con el máximo de sus capacidades. Al ministerio se Ie ha dado la tarea de ayudarles a desarrollar sus potencialidades al máximo. Los dones del Espíritu Santo han sido derramados en la iglesia para lograr este objetivo (ver Gál. 3:3). El propósito de las pruebas que Dios permite que se interpongan en nuestro camino es justa-mente que logremos el desarrollo de nuestras capacidades (ver Sant. 1:2, 3). He aquí también la razón del sufrimiento (ver 1 Ped. 5: 6). También, esto nos confirma que el propósito de la Palabra es que en esta forma podamos crecer (ver cap. 2:2)..
Todo esto se nos ha provisto a través de la iglesia y, a medida que las asimilemos en nuestra experiencia, han sido designadas para perfeccionarnos, para nuestra madurez espiritual.
Este tema apasionaba al apóstol Pablo. Su predicación y enseñanza a los colosenses era “a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre” (Col. 1:28). En el capitulo 4:12 el dice: “Para que estéis firmes, perfectos y completes en todo lo que Dios quiere”. Al escribirle a los corintios manifiesta su deseo al decirles: “Aun oramos por vuestra perfección”; y concluye “por lo demás, hermanos… perfeccionaos” (2 Cor. 13: 9, 11).
Todos los dirigentes de la iglesia primitiva tenían este mismo objetivo en mente, esta misma pasión. Y esto debiera ocurrir con nuestros dirigentes en la actualidad. Se nos ha dicho: “Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá el para reclamarlos como suyos. Todo cristiano tiene la oportunidad no solo de esperar, sino de apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo” (Palabras de Vida del Gran Maestro, cap. 3, pág. 47).
Es terrible pensar que por nuestro fracaso en llegar a esta experiencia estemos demorando el regreso de nuestro Señor. En Efesios 4:12 el apóstol Pablo usa una frase clave que expresa el plan completo de Dios para la iglesia: “A fin de perfeccionar a los santos”. Es hora de que encaremos este objetivo seriamente si es que queremos preparar al mundo para el regreso del Señor.
Ya que hemos enfatizado el propósito de la iglesia debemos agregar que una iglesia madura puede reproducirse. Los bebes no tienen bebes, pero si los tiene la gente madura. Aun más, los pastores no dan a luz ovejas, pero las ovejas si pueden hacerlo. ¿No es esto lo que dice Pablo en Efesios 4:12? Los dones fueron dados “para la edificación del cuerpo de Cristo para la obra del ministerio”.
De acuerdo con esto, ¿quién debe hacer la obra del ministerio? ¡Los santos! El pastor debe conducir a los santos a la madurez y equiparlos de tal forma que ellos puedan realizar la obra del ministerio eficazmente.
Los dirigentes del Nuevo Testamento vieron como era esparcido el Evangelio y a multitudes que se unían a la iglesia, a quienes pastoreaban con un santo fervor para contar la historia del amor de Jesus. Esta es también la obra que debe hacerse en la actualidad. Cuando los seguidores de Cristo están maduros y debidamente instruidos, sienten que la obra en el ministerio es el deber que cada uno de ellos debe cumplir.
Se nos ha amonestado: “Todos deben trabajar ahora para sí mismos, y cuando tengan a Jesús en su corazón, lo confesaran a otros. Mas fácil es impedir que las aguas del Nicaragua se despenen por las cataratas, que impedir a un alma poseedora de Cristo que lo confiese” (Joyas de los Testimonios, tomb 1, pag. 234).
A menudo cometemos los mismos errores. El pastor se desgasta tratando de motivar a los laicos para que hagan aquello que eI mismo está motivado a hacer. Pero si en lugar de eso se dedicara enteramente a edificar y equipar a los santos, estos serian motivados por el Espíritu Santo a hacer la obra del ministerio.
La madurez y el ministerio van juntos
Debe enfatizarse que el proceso de maduración y la obra del ministerio van juntos. El cristiano recién convertido debe comenzar a compartir su fe para no perderla. Pero necesitara alimento espiritual e instrucción práctica. Tenga en cuenta el siguiente consejo: “Tan pronto como se organice una iglesia, ponga el ministro a los miembros a trabajar.
Necesitaran que se les enseñe como trabajar con éxito” (El Evangelismo, pág. 260. La cursiva es nuestra.)
“A todos los recién llegados a la fe hay que educarlos en lo que atañe a su responsabilidad personal y a la actividad individual en la búsqueda de la salvación del prójimo” (Ibid.).
“Ensenadles dándoles algo que hacer, en alguna clase de trabajo espiritual, para que su primer amor no muera, sino que aumente en fervor” (Id., pags. 261, 262).
“Hay que tratar de mantener viva a la iglesia enseñando a sus miembros a trabajar con el pastor por la conversión de los pecadores. Esto constituye una buena táctica directiva, y el resultado será mucho mejor que si el procurase hacer solo la obra” (Id., pag. 262).
Esto nos conduce nuevamente a la pregunta original. Si el trabajo del pastor es edificar espiritualmente a la iglesia e instruirla y organizarla para que gane almas, que tamaño debiera tener la iglesia y cuando se puede decir que es demasiado grande? En cuanto a la primera parte de la pregunta, es obvio que ninguna iglesia es tan pequeña como para no poder entrar en este programa. Pero si sigue en este plan seguramente crecerá. Cuando este crecimiento de miembros comienza a inhibir su eficacia para realizar este plan, ha llegado el momento para que algunos de sus miembros formen el núcleo de una nueva congregación.
El hecho de que la iglesia cumpla o no cumpla con su misión de acuerdo a lo establecido en el Nuevo Testamento, dependerá en gran manera del tipo de alimento y de la capacitación que hayan tenido. Este concepto bíblico es vital para dirigir en forma adecuada nuestras iglesias. Esto no quiere decir que una pequeña iglesia de 50 o 100 miembros, o de 250 miembros este, por causa de su tamaño, cumpliendo mejor con su misión que una iglesia de 1.000 o quizá de 3.000 miembros. Quizás el pastor de una iglesia grande que tiene un programa muy bien organizado y un equipo bien entrenado puede estar realizando mejor la tarea de perfeccionar a los santos, equiparlos, y dirigirlos en la obra del ministerio que un pastor de una iglesia más pequeña que tiene la obsesión de imponer sus moldes para aumentar su membrecía.
El pastor John Mc Arthur, cuando fue llamado a la iglesia Grace Community, en la ciudad de Panorama, California, tenía varias buenas ideas y trato de imponerlas por todos los medios. Cierto día un hombre bien intencionado le dijo: “¿Sabes cuál es tu problema McArthur? Eres demasiado inmaduro para realizar la obra que Dios te ha llamado a hacer y dejar el resto en sus manos”. Esta declaración lo condujo a hacer un pacto con Dios para dedicarle cinco o seis horas diarias al estudio de su Palabra y dejar de lado muchos asuntos triviales. Mc Arthur nos relata su experiencia con estas palabras: “Cuando comencé a hacer esto empezaron a ocurrir milagros”.
“No puedo manejar a toda esta gente”
A lo largo de la semana el escudriñaba la Palabra de Dios, y consecuentemente los domingos podía compartir con la gente el mensaje que Dios había puesto en su corazón. Al principio comenzó a observar como crecía el número de gente que acudía a la iglesia y luego pudo ver como comenzaron a reproducirse.
Es interesante notar que aquellos ministros que actualmente tienden a menospreciar el poder o la importancia de la predicación son, en su mayoría, aquellos que desde hace largo tiempo han sustituido la predicación de la Palabra por sus teorías filosóficas personales, temas sociales, o disertaciones intelectualoides. Es a través de la predicación de la Palabra que se edifica la espiritualidad y tiene lugar el crecimiento de la congregación.
El pastor Mc Arthur descubrió que la predicación bíblica acompañada por una pasión por “perfeccionar a los santos” es la forma en que se desarrolla esta técnica de reproducción. Varios tipos de ministerio comenzaron a desarrollarse tan rápidamente, y en forma repentina, que le costaba mantener la situación bajo control. Los miembros tomaron conciencia de aquellas cosas que debían hacerse. Uno de ellos vio la necesidad de un ministerio a través de grabaciones en cintas magnetofónicas. Otros sintieron la responsabilidad de organizar grupos para estudiar la Biblia y para orar. El pastor no tuvo al comenzar ninguna de estas tareas; simplemente los alimentaba con la Palabra, y el Espíritu Santo se encargaba de motivarlos. Cuando el pastor acudía al hospital para visitar a algunos de los miembros enfermos ya habían estado alii otros miembros de la iglesia. Algunos estaban distribuyendo grabaciones entre aquellos miembros imposibilitados de asistir a la iglesia. Los santos comenzaban a realizar la obra del ministerio. En un lapso de tres años la membrecía creció de 500 a 3.000 miembros.
Anteriormente el pastor McArthur había estado dedicando la mayor parte de su tiempo a preocuparse por los bancos vacios, y haciendo estadísticas. “Actualmente”, nos dice, “no le pido a Dios que traiga otras personas a la iglesia hasta que no he realizado algo en favor de aquellos que él ya me ha dado. Cuando viene demasiada gente me alarmo, y le digo: ‘Señor, es suficiente. No puedo manejar a toda esta gente. No se cómo continuar, ni puedo asegurar su discipulado pleno’ ”.
“Nuestra tarea no es montar un programa”, destaca el pastor McArthur; “tampoco es hacerles pasar un buen momento, ni brindarles un espectáculo musical. Simplemente, nuestra tarea consiste en equipar a los santos para la obra del ministerio”.
Ante tal programa quedamos maravillados. No es este el plan de Dios para cada iglesia? ¿No es esta la forma de poder terminar la obra encargada al movimiento adventista? Lo que se ha relatado ocurrido en la iglesia de la ciudad de Panorama porque su pastor tuvo una visión totalizadora de lo que es la iglesia, y se determino, por la gracia de Dios, a seguirla.
Pero, que podemos decir acerca del tamaño de la iglesia? Podemos observar que a medida que las iglesias crecen aumentan los riesgos inherentes a su administración. La tarea de pastorear, alimentar, y entrenar apropiadamente a cada miembro se hace cada vez más difícil, aun bajo la dirección más talentosa y dedicada, apoyada por laicos consagrados y adecuadamente entrenados. La obra de la iglesia puede degenerar fácilmente en una organización formal sin la relación personal que es esencial para su funcionamiento.
Tratemos de resumir lo que hemos dicho:
1. El pastor necesita una visión clara y totalizadora de la misión de la iglesia, de acuerdo al plan establecido en el Nuevo Testamento.
2. Cada ministro debe de hacer una reevaluación de su programa para ver si se ajusta al plan dado por Dios y hacer los cambios necesarios para encarrilarlo dentro de este.
3. Cuando una congregación ha alcanzado un tamaño tal que sus miembros para ser más eficazmente alimentados y equipados para el servicio debieran formar una nueva congregación en un nuevo lugar, debe darse este paso aun cuando sea traumatizante.
4. Un factor importante que puede ayudar a tomar esta decisión, más que los números es el tipo de dirigentes que tendrá la futura congregación, ya sean ordenados o laicos. Mojes un argumento suficiente el separar un grupo de miembros de una iglesia grande solamente por el hecho de hacer que esta sea más pequeña. El ideal es que la iglesia madre continúe manifestando un verdadero interés personal en esta nueva iglesia hasta que esté bien prepa- rada y funcionando por si misma de acuerdo al plan del Nuevo Testamento.
5. Cuando una iglesia crece de 200 a 250 miembros activos, ha alcanzado un nivel ideal de crecimiento, en el que puede funcionar con el máximo de eficiencia, y debería comenzar a pensar en preparar el camino para abrir una nueva congregación. Una iglesia de este tamaño es lo suficientemente grande para tener cada uno de sus departamentos funcionando en una forma eficaz. Y es a la vez lo suficientemente pequeña para facilitar la relación personal y la camaradería que permite la integración de cada uno de los miembros.
También, al organizar otra congregación tendrán la ventaja de ubicar una iglesia adventista en un área geográfica nueva que debiera ser alcanzada con el mensaje.
Cuando este concepto prenda en los corazones de los pastores y laicos se eliminará la competencia por las estadísticas. No habrá pasión por los números. En su lugar se pre- ocuparan por sus miembros: ¿Como se encuentra su crecimiento espiritual? ¿Cuán eficaz es su obra de testificación? A medida que la iglesia crezca, esta preocupación por el individuo la llevara a animar a sus miembros a trasladarse a iglesias más pequeñas, donde puedan ser mas útiles, o a formar nuevas congregaciones, de manera que la obra pueda hacerse mas rápidamente.
Finalmente, el resultado será el que se nos presenta en Efesios 4: 13, 15: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo… sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en Aquel que es la cabeza, esto es, Cristo”.
Al seguir este plan que hemos sugerido, el pastor podrá realizar la obra “de perfeccionar a los santos”, los santos harán la obra del ministerio, el cuerpo será edificado, y todos llegaran a la unidad por la cual Cristo oro.
Sobre el autor: Orley M. Berg es redactor de la revista The Ministry.