“Entonces me fue dada una caña semejante una vara de medir, y se me dijo: Levántate y mide el templo de Dios, y el altar, y a los que adoran en él. Pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses” (Apoc. 11:1, 2).
He aquí una visión muy interesante. Aunque breve y sencilla, sus cortas palabras encierran un mensaje de vital importancia para la iglesia de hoy. Cuando lo hayamos captado, entenderemos mejor la doctrina del juicio y estaremos preparados para ayudar a nuestros hermanos en su preparación para él. Al mismo tiempo, estaremos en condiciones de responder a las dudas que algunas personas están planteando hoy sobre esta importante doctrina.
Lo primero que salta a la vista cuando empezamos a buscar la interpretación del pasaje es que tiene sus raíces ancladas firmemente en las profecías del Antiguo Testamento. Dos profetas de la antigüedad -Ezequiel y más tarde Zacarías- contemplaron en visión a un varón que tenía en la mano un cordel o caña y que había recibido la comisión de levantarse y medir (véase Eze. 40:3 y Zac. 2:1, 2). Al estudiar estos mensajes de antaño podemos encontrar una clave para entender el significado de éste.
En el momento en que Ezequiel recibió la visión, la ciudad de Jerusalén y el templo estaban en ruinas, y la posibilidad de restauración parecía muy remota. Después de tomar la ciudad, Nabucodonosor, rey de Babilonia, derribado sus muros y destruido el templo, interrumpiendo así los ritos que se celebraban allí para obtener el perdón de los pecados. Acto seguido, Nabucodonosor trajo a muchos cautivos de otras naciones, es decir muchos gentiles, y entregó a ellos la santa ciudad y toda la tierra de Palestina. En el tiempo de Zacarías, un remanente había vuelto a Jerusalén, pero se encontraba desanimado pues los años iban pasando y el proyecto de reconstrucción permanecía paralizado.
El propósito de Dios al dar estos mensajes era infundir valor y ánimo a su pueblo, pues la medición constituía una promesa de restauración. Los hebreos podían entender que si el Señor mismo, en el papel de ingeniero o arquitecto divino, estaba trazando planes para la reconstrucción, ellos no debían perder la esperanza.
Teniendo presente el significado de estas visiones del Antiguo Testamento, volvemos a la de Apocalipsis 11:1, 2 para preguntarnos si ésta también estará profetizando una restauración del templo. Por supuesto que el templo a medir en este caso no podría ser el templo de Jerusalén, que ya no existía; sino que tendría que ser el celestial, que en el mismo capítulo es llamado “templo de Dios… en el cielo” (Apoc. 11:19); y su restauración tendría que ser un proceso celestial.
Pero antes de aceptar esta conclusión, habría que preguntarse lógicamente: ¿En qué sentido el Santuario celestial podía necesitar de “restauración”? ¿Quién lo había dañado y de qué manera? Encontramos la respuesta en el libro de Daniel, donde se predice un ataque contra el Santuario celestial y sus ritos.
En el capítulo 7 Daniel menciona el “cuerno pequeño”, el cual -dice- “hablará palabras contra el Altísimo” (vers. 25). La profecía del capítulo 8 es aún más específica al describir la obra de esta potestad malévola. Allí se nos dice que este cuerno “se engrandeció contra el príncipe de los ejércitos [Jesucristo], y por él [ por el cuerno] fue quitado el continuo sacrificio [la serie de ritos practicados en el templo para obtener el perdón de los pecados], y el lugar de su santuario fue echado por tierra” (Dan. 8: 11).
Con la institución de un falso sistema de adoración, el “cuerno pequeño” se engrandecería contra Cristo mismo; intentando así ocupar el lugar que corresponde a Cristo en el “continuo” celestial. Entre otras cosas, la iglesia quiso colocar en manos de los hombres el derecho de otorgar el perdón de los pecados, y de esta manera trató de bajar a la tierra la obra de intercesión que corresponde exclusivamente al ministerio sacerdotal de Cristo en el “continuo” del Santuario celestial. Un paso importante en el cumplimiento de esta profecía tuvo lugar en el año 1215, cuando el Cuarto Concilio Lateranense decretó que era obligatoria la confesión de pecados al sacerdote y reafirmó el derecho de éste de conceder la absolución.
Daniel 7: 25 dice que esta apostasía iba a estar en su apogeo durante un tiempo, tiempos y medio tiempo, mientras que la profecía de Apocalipsis 11:2 afirma que su duración sería de 42 meses. Por supuesto, ambos períodos representan 1.260 años de tiempo literal. El hecho de que ambas profecías mencionen el mismo período es una evidencia más de que las dos se refieren al mismo acontecimiento, o sea a la misma obra de contaminación y de restauración del Santuario.
La profecía de Apocalipsis 13 también habla de este ataque contra el Santuario. Allí dice: “También se le dio boca que hablaba grandes cosas y blasfemias; y se le dio autoridad para actuar cuarenta y dos meses [los mismos 1.260 años]. Y abrió su boca para blasfemar [ 1 ] de su nombre, [ 2 ] de su tabernáculo” (vers. 5, 6). El intento del “hombre de pecado” de tomar en sus propias manos la obra que corresponde a Cristo en el Santuario celestial es una blasfemia contra el nombre (o sea el carácter) de Cristo, y contra el tabernáculo. De hecho, una de las definiciones de blasfemia dadas en el evangelio es precisamente que un hombre pretenda el derecho de perdonar pecados (véase Luc. 5: 21).
Pero hay otro sentido más en el que el enemigo de Dios ha difamado el Santuario y a Dios. Satanás acusa a Dios de injusticia por haber otorgado perdón a los pecadores, por haber “pasado por alto en su paciencia los pecados pasados” (Rom. 3:21-26). Este otorgamiento de perdón es obra específica del “continuo”, o sea del rito diario practicado en el Santuario. En otras palabras, Satanás está diciendo que Dios es injusto en la obra que realiza en el Santuario.
Tenemos una vislumbre de esta actitud acusadora en la visión de Zacarías, en la cual se ve a Josué, el sumo sacerdote, “el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio? Y Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba delante del ángel. Y habló el ángel, y mandó a los que están delante de él, diciendo: Quitadle esas vestiduras viles. Y a él le dijo: Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala” (Zac. 3: 1-4).
El enemigo señala los muchos pecados del pueblo de Dios e impugna ante el universo la obra de Cristo en el Santuario, acusándolo de ser injusto al aceptar al hombre mediante la justificación. De esta manera Satanás blasfema del nombre de Dios y de su tabernáculo.
Por esto ha sido necesario llevar los “libros” de registro mencionados en Daniel 7: 9, 10 y en Apocalipsis 20: 10, como también en otros lugares. La mente de Dios es infinita. El no necesitaría llevar “libros” para recordar cada detalle de nuestras vidas. Pero Satanás está acusando a Dios ante el universo con el propósito de desvirtuar el perdón concedido por Cristo. Por esto Dios lleva libros de registro, y por esto celebra un juicio abriendo estos libros ante los testigos celestiales, “millares de millares… y millones de millones” (Dan. 7:10).
Concluimos, pues, que de la misma manera en que el símbolo o figura de la medición visto por los profetas del Antiguo Testamento señaló la restauración literal del templo de Jerusalén, así la medición vista por Juan predice la restauración del templo celestial después de 1.260 años de blasfemia y calumnia perpetradas por Satanás y por su agente, el cuerno pequeño.
De esta manera vemos cómo sería la restauración del Santuario celestial. Las mismas profecías de Daniel 7 y 8 que profetizan el ataque al Santo aclaran que su restauración sería realizada mediante el juicio. La iniciación del juicio es presentado por Daniel como una toma de poder para Cristo (Dan. 7: 9-14; véase Apoc. 11: 17), y como una reparación de las blasfemias y daños hechos durante 1.260 años por el poder apóstata (Dan. 7: 25, 26). En otras palabras, la medición del templo en Apocalipsis 11: 1, 2 señala el juicio celestial, que empezará al fin de los 2.300 años de espera predichos en Daniel 8:14, o sea en el año 1844.
Pero ¿de qué manera el juicio puede constituir una “restauración” para el Santuario?
En primer lugar, el juicio constituye la vindicación del Santuario, porque en el juicio Cristo desmiente las calumnias y acusaciones que hace Satanás contra la obra de Cristo en el Santuario.
El yom kippur, o día de expiación en el antiguo rito, servía para vindicar o justificar el Santuario, o sea para justificar el “continuo”, el ministerio de perdón realizado durante todo el año. Comprobaba la sinceridad y el arrepentimiento genuino y cabal de los participantes y de esta manera confirmaba que el perdón concedido a cada uno durante el año no había sido una equivocación. De la misma manera, el juicio sirve para vindicar ante el universo el perdón concedido por Cristo a lo largo de los siglos. Se confirma que la decisión de Cristo en cada caso fue la correcta, y que Él actuó siempre con amor y equidad.
En segundo lugar, el juicio desmiente las blasfemias del cuerno pequeño, quien había pretendido ser el autorizado por Dios para conceder el perdón de pecados. “Ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra” fue hallado alguno que fuera digno de abrir el libro de juicio, sino sólo el Cordero inmolado (Apoc. 5: 1-9, véase también Juan 5: 27).
Resumiendo, vemos que las visiones de Ezequiel y Zacarías se refieren a la restauración física de un templo literal, y al restablecimiento allí de los ritos para perdón y expiación del pecado. La visión de Apocalipsis habla de la restauración del templo celestial después de los ataques de la Babilonia religiosa, y tiene referencia específica al juicio celestial, pues era mediante el juicio que el templo celestial iba a ser “restaurado” o “justificado”.
Debido a este significado, encontramos un elemento adicional en el simbolismo de Apocalipsis, o sea un elemento que no se ve en las visiones del Antiguo Testamento; a saber, la medición de los adoradores. Esta figura hace alusión a la evaluación o juicio personal de todos los que han profesado ser hijos de Dios. Esto es parte del proceso deí juicio celestial (véanse Dan. 7:9, 10; Apoc. 20:11, 12). A veces ha sido la única parte que nosotros hemos tenido presente al pensar en el juicio, pero el Cielo no contempla este asunto únicamente desde nuestro punto de vista.
Al medir a los adoradores, la obra del Santuario es vindicada, y es confirmada la autoridad del Santuario celestial como el único lugar donde el pecado podía ser perdonado. De esta manera, la restauración del Santuario significa la restauración de la soberanía de Dios, y la restauración de la paz en el universo.
Sobre el autor: Loron T. Wade es profesor de Teología del Colegio de Montemorelos, México.