A veces la vida parece muy dura. Se asemeja al fin de una larga jornada en la que usted ha aconsejado a una pareja decidida a divorciarse (y hostil), y se ha apiadado de tres “solteros” abatidos por el divorcio ya consumado (y hostiles), para luego manejar hasta su casa sabiendo que allí se encontrará con un ser amado que no ama al Señor.

¿Qué hace usted, siendo el pastor de un rebaño, cuando una oveja de su manada más cercana se comporta solapadamente en toda oportunidad que usted le ofrece?

¿Cómo se las arregla, una vez que ha leído las palabras de Pablo en 1 Timoteo 3, cuando alguien a quien usted ama no ama al Señor?

La inclinación humana es gobernar con mano dura. Después de todo, miremos 1 Timoteo 3:4,5: “Que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?)”. Y hasta las mujeres (esposas, hermanas e hijas) están afectadas: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción” (1 Tim. 2: 11).

¿No nos hemos encontrado alguna vez usando tales referencias bíblicas para justificar declaraciones autoritarias que comienzan con las palabras: “Si sólo te comportaras… vistieras… llevaras… hicieras… dijeras…”?

¡Qué desagradable es cuando en el propio hogar se manifiesta un profundo desorden, especialmente cuando usted como pastor y su familia deben o tienen que dar o conviene que den un buen ejemplo!

¿Qué hace usted cuando su hija rehúsa asistir a una escuela cristiana? ¿Qué hace cuando ella viene a la iglesia vistiendo un reluciente vestido rojo, con las uñas de los pies y las manos pintadas (y también los labios, para hacer juego), con un gran collar de perlas alrededor de su cuello, para rematar con otro par de perlas colocadas en sus orejas perforadas?

¿Qué hace usted cuando su hijo ostenta su cabello “acabado” —corte militar— muy corto de un lado y largo a lo hippy del otro, con mechones verdes y púrpura del lado largo? ¿Qué hace usted si ve que su hijo viene por primera vez a la iglesia justo cuando usted está por predicar ese sermón que ha titulado: “Amando con el amor con que hemos sido amados”?

¿Qué les diría, a sus hijos, cuando se encuentre a solas con ellos?

¿Qué haría usted si su esposa confiesa, después de años de matrimonio, que ella odia ser la esposa de un pastor, se pregunta si realmente Dios se preocupa por ella (y aún más, se pregunta si usted se preocupa), y anuncia que rehúsa aparentar por más tiempo?

¿Qué tienen en común todas estas situaciones? Todas ellas sirven para amenazarlo. Sirven para destruir su credibilidad. Todas ellas le roban el respeto. Y la reacción humana natural es protegerse con una forma u otra de hostilidad.

Algunas veces el “Pastor tipo gentil” encubre la hostilidad al aparentar que nada de lo que sucede está fuera de lugar, y rehúsa cualquier comentario. Pero si usted no reconoce cómo se siente en realidad, inevitablemente montará en cólera con tanta hostilidad encubierta que ella se rebelará en sus actos, anunciando en voz alta pero sin palabras: “¡Tú me has humillado y te odio!”

Hostilidad controlada

En Escaping the Hostility Trap, Milton Lay- den aborda las raíces, las reacciones y las interacciones de la hostilidad. Muestra la hostilidad en acción desde una diversidad de  perspectivas interpersonales para cuando el  lector llega a! final del libro, él o ella está convencido de que ningún ser humanó ha escapado de los sentimientos que lo pueden llevar a una hostil defensa de la estima propia —incluso Jesús—, y que todos los seres humanos alguna vez se han defendido con hostilidad, excepto Jesús. Layden capacita al lector para ver cómo esparcimos hostilidad en nosotros mismos y en otros. Al hacerlo así, él agrega una nueva dimensión al concepto de poner la otra mejilla.

Mientras tanto, antes de poder comprar y leer el libro de Layden, ¿qué puede hacer? Considerar estos tres hechos aparentemente imposibles-de-creer-que-sean-verdad: 1) Cualquier persona, incluso la aparentemente más odiosa y depravada, está haciendo lo mejor con lo que él o ella tiene; 2) Si usted fuera esa otra persona —y tiene su manera de ser semejante en lo bioquímico, psicológico, ambiental, temperamental, sexual, emocional, genealógico y espiritual—, usted procedería y hablaría así como él o ella lo hacen; 3) Usted, también, está haciendo lo mejor que puede con lo que ha conseguido.

Amando al que no ama a Dios

Las siguientes siete sugerencias, basadas en las Escrituras, los escritos de Elena de White y mi propia experiencia, seguramente lo ayudarán a amar a quienes le gustaría orientar para que amen a su Señor.

  1. “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13: 34, 35).

La cláusula más esencial en este versículo es: “como yo os he amado”. Hasta que no comprendamos la vastedad del amor incondicional de Dios en Cristo Jesús y la profundidad de nuestra necesidad de su don de gracia, posiblemente no podremos comenzar a amar a otros incondicionalmente. Usted, el líder y pastor cristiano, no merece al amor de Dios. Usted no puede ganar el amor de Dios, y sin embargo Dios lo ama sin reservas. Esto es amor incondicional. Mientras que la salvación está condicionada a su diaria aceptación de ella, el amor de Dios nunca muere, nunca cambia. Absolutamente nada puede separarlo del amor de Dios en Cristo Jesús Señor nuestro. Deténgase ahora y lea de nuevo Romanos 8: 28-39. Dios lo ama como usted es. ¿Puede amar a su amado así como él o ella es?

2.    “Las medidas arbitrarias o la acusación directa pueden no servir para inducir a esos jóvenes a renunciar a lo que se apegan” (La educación, pág. 288).

“Los encargados de preparar a los jóvenes… debieran ser hombres que tengan un claro concepto del valor de las almas… El educador debe ser sabio para discernir que mientras la fidelidad y la bondad ganarán almas, la aspereza nunca lo logrará. Las palabras y acciones arbitrarias incitan las peores pasiones del corazón humano” (Joyas de los testimonios, t. 2, pág. 415).

Isaías 61:10, 11 nos provee una brillante metáfora de lo significa estar vestido con la justicia de Cristo y crecer en un ambiente seguro: “En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeo de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas. Porque como la tierra produce su renuevo, y como el huerto hace brotar su semilla, así Jehová el Señor hará brotar justicia y alabanza delante de todas las naciones”.

En mi Biblia, al margen de estos versículos están algunas frases que he escrito con el correr de los años: “No se fuerza el crecimiento por mirar o producir”, “Todo crece naturalmente, la uva se madura, el fruto en SU estación (ver Sal. 1)”.

Si olvidamos que Dios nos permite crecer orgánicamente, si lo deseamos, sin pesticidas venenosos (palabras arbitrarias), pensaremos que es nuestra responsabilidad matar el pecado que observamos en otros. Es natural para los seres humanos querer hacer esto, así que si usted ha usado palabras dogmáticas y arbitrarias con otras personas, ¡no se regañe! ¡Dios no lo hace!

Puede ser que la única forma en que nuestro amado que no ama al Señor alguna vez se apropie del amor incondicional de Dios, sea a través de lo que ellos vean en nosotros.

3.   “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3: 18).

Lo que contemplamos, eso llegamos a ser. También somos lo que comemos. Si nuestro alimento espiritual es Jesús (véase Juan 6), llegaremos a ser más y más semejantes a Je

sús. Cuando miramos al texto de 2 Corintios como si nos estuviéramos cambiando un vestido de adentro hacia afuera, podemos ver el otro lado de la metáfora. Otros llegan a ser lo que contemplamos en ellos. Con los ojos de Jesús seremos capaces de ver buenas cualidades para afirmarlas y admirarlas en otros. Porque cuando afirmemos y admiremos estas buenas cualidades, ellos crecerán más fuertes.

4.   “Pero así dice Jehová: Ciertamente el cautivo será rescatado del valiente, y el botín será arrebatado al tirano; y tu pleito yo lo defenderé, y yo salvaré a tus hijos” (Isa. 49: 25).

Las promesas de este versículo son palabras poderosas que ofrecen esperanza. Incluso los cautivos del poderoso, incluso la víctima del terrible, pueden ser liberados por Dios. El mismo Dios contenderá con tu acusador (“el que contiende contigo”) y salvará a tus hijos. Por medio del proceso de tu salvación, tus niños serán salvados.

La lección espiritual es tan profundamente honda que a menudo la pasamos por alto. Si leemos entre líneas, vemos que nuestra responsabilidad es simplemente ser. Contemplar a Cristo, permitir que el Señor contienda con nuestro acusador, confiar en que nuestros hijos serán salvados; todo eso ocurre dentro del clima de amor. Amor por nosotros mismos, por otros y por Dios, porque él nos amó primero.

Mis amigos me embroman con lo que llaman las “paráfrasis de Katie” de las Escrituras, pero no puedo dejar de compartir una de ellas, sacada de uno de estos versículos arriba mencionados, porque es muy poderosa: Incluso los cautivos de las drogas y los presos del vicio serán liberados. Dios se encargará de pelear sus batallas por usted, si usted pelea la batalla de la fe por sí mismo (véase 1 Tim. 6: 12, 13 p.p.). Así como vuestros hijos ven la paz, el amor y la serenidad de Dios en ustedes, incluso cuando lo confrontan con las manifestaciones de su cautividad, también aprenderán que Dios los ama como son, porque usted los amará como son.

Ahora bien, reconozco que mi paráfrasis no es exactamente fiel al contexto del pasaje escritura!; de todas maneras, he elegido leer un significado más profundo en el versículo. Pero a menos que usted piense que estoy equivocada en el principio escritural, mire de nuevo 2 Corintios 3: 1-6, donde Pablo escribe acerca de las “cartas vivientes”, personas que son las palabras escritas de Dios.

Así, mientras que los demás son cambiados por la manera como usted los contempla, ellos también serán cambiados por lo que ellos puedan ver en usted.

5.    “Las casadas estén sujetas a sus propios mandos, como al Señor… Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella… Así también los mandos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama” (Efe. 5: 22, 25, 28).

¿Alguna vez se ha encontrado amando a alguien como si su amor fuera una recompensa por el buen comportamiento?

Supongamos que usted es un estudiante profundamente aplicado y su esposa es una persona superficial. Supongamos su gusto por cavar profundamente en las Escrituras, por poner empeño en preparar su sermón, que incluso lo escribirá antes de predicarlo, pero está casado con una mujer que parece gustar más que nada de conversar con la gente, y quien, a su vez, compite con los adolescentes por el monopolio del teléfono. En lugar de aceptar la manera de ser de ella como diferente de la suya, ¿rehusará amarla hasta que deje de hablar tanto para leer algo realmente profundo y beneficioso?

¿Qué sucede si usted es habitualmente puntual y su esposa siempre llega tarde? Un optimista que está casado con un pesimista, ¿puede llevar una buena conversación sin manifestarse hostil?

Puede ayudar el entender que cada individuo se comporta desde una perspectiva particular basada en su temperamento. Cada uno de nosotros observa el mundo en el cual vive desde una perspectiva única. Consecuentemente, su versión del evangelio puede ser incomprensible para su esposa, su hijo o algunos de los miembros de su iglesia. Y puede ser que no haya nada malo en su propia versión del evangelio o en las de ellos. No estoy hablando de equivocaciones o de aciertos, sino sólo de diferencias.

6.   Debemos confiar en que Dios nos capacitará para amar a quienes son diferentes o incluso se oponen a nosotros. “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor. 4: 6, 7).

Dios ha colocado su gracia, la luz de su amor, en usted que es una vasija de barro agrietada y f ¡surada. El vocablo griego usado aquí implica que estas vasijas son sumamente frágiles. Si somos pastores, evangelistas, líderes y maestros que aparentan ser vasos totalmente enteros, entonces, ¿cómo puede brillar la gloria de Dios a través de nosotros? ¿No recordamos que nos llevará toda la vida para que el proceso de santificación obre acabadamente en nuestras vidas? ¿No nos damos cuenta de que no podemos hablar de un mensaje de reconciliación a menos que hablemos de cómo hemos sido (y estamos siendo) reconciliados?

En Mateo 25 leemos acerca de lo que distingue a la oveja de los cabritos: la oveja ama a la gente como si cada uno es Jesús en persona. En toda persona, con quien se pone en contacto, ve a Jesús, ministra a Jesús, alimenta a Jesús.

7.   Si usted está preocupado auténticamente por amar a alguien que no ama al Señor, y que incluso parece no amarlo a usted, lea todo el libro de Oseas de nuevo. En esta parábola viviente del amor incondicional de Dios por el hombre, vez tras vez podemos oírlo decirle, a pesar de lo reincidente que es: “¿Cómo podré abandonarte?” Y Oseas termina con esta nota: “¿Quién es sabio para que entienda esto, y prudente para que lo sepa? Porque los caminos de Jehová son rectos, y los justos andarán por ellos; mas los rebeldes caerán en ellos” (Ose. 14:9). (En el margen de mi Biblia he escrito: “Pero todos estamos en los caminos del Señor. Ver Isa. 55 y 58”.)

Finalmente, sepa usted que este artículo no es un mero recitado intelectual de ideas. Además, permítame decirle que tengo formación en teología, comunicación y ciencias del comportamiento, lo que me permite vivir como disertante y escritora pública, y que estoy casada con un hombre que no sólo es mi opuesto en temperamento, sino que también corrientemente responde a nuestro Abba, Padre con un: ‘‘Dios, ¿quién?”

Aprender a amar no ha sido fácil. Mantener ese amores difícil. Pero creo que el amor obra milagros.

Puedo esperar ardientemente, literalmente, porque el esperar es el mejor pensamiento de todos. Lentamente, a menudo imperceptiblemente, ocurren cambios en él. Pero el cambio mayor ha ocurrido y está ocurriendo en mí.

La pregunta era: ‘‘¿Qué hace usted cuando alguien a quien ama no ama al Señor?”

La respuesta es: ‘‘Amalo, ámala, ámalos. .. sin frases condicionales”.

Sobre el autor: Katie Tonn-Oliver, escritora ocasional y disertante pública, escribe de su experiencia personal desde Angwin, California, Estados Unidos.