“Ansiaba buen trato. En su lugar, recibí maltrato. Ahora quiero un nuevo contrato”.

Esta parece ser la forma como mucha gente siente hoy en cuanto a su matrimonio. El divorcio pone fin de un tercio a la mitad de los matrimonios que se celebran en los Estados Unidos. La iglesia se comporta apenas un poco mejor en este aspecto que el resto de la sociedad, pero la ventaja es menor a medida que el divorcio aumenta su penetración en los hogares cristianos. ¿Por qué? Nuestra convicción es que hay una relación directa entre cómo percibe la gente el matrimonio y el índice de divorcios. ¿Es el matrimonio un contrato social o es un pacto divino-humano?

La antropóloga Margaret Mead sugiere que, siendo que el matrimonio no está funcionando, quizá debamos abolido. Si el matrimonio fuera primariamente una institución humana, quizá debiéramos buscar un nuevo tipo de vínculo social para reemplazarlo. Pero si el matrimonio es una institución divina, el cuadro cambia. Si el matrimonio societario no está funcionando, quizá debiera probarse el matrimonio cristiano. “No es el caso de que el matrimonio haya sido probado y hallado falto. En este mundo del siglo XX el verdadero matrimonio hace muchísima falta, pero ha sido escasamente probado”.[1]

La teoría de los contratos sociales dice que, si una de las partes falla en cumplir sus obligaciones, él o ella ha roto el contrato, y de esta forma éste ya no existe. Ambas partes son libres ahora para entrar en otros contratos. El énfasis se encuentra aquí en los derechos de las personas involucradas. La relación está condicionada a que cada uno cumpla las obligaciones del contrato. Sin embargo, si el matrimonio es un pacto hecho con Dios mismo, prometiendo fidelidad dentro de nuestras limitaciones pecaminosas, y si Dios está de acuerdo en suplirnos la dedicación y la capacidad de mantener una relación, entonces estamos tratando con una entidad muy diferente a la de un contrato social. Un pacto tal, aunque sacudido por las tormentas de la vida, puede superarlas y encontrar refugio en un puerto seguro del otro lado.

La teoría del pacto dice que el matrimonio es más que un acuerdo entre dos personas: Dios es una de las partes del pacto matrimonial. La guía para la relación matrimonial, entonces, llega a ser el pacto de Yahvéh con su pueblo. La palabra hebrea jesed se usa unas treinta veces en el Antiguo Testamento, y significa amor de pacto, bondad, amor consagrado; sugiere la idea de estabilidad y solidaridad. Dios no permite que ni siquiera los más graves pecados destruyan su amor por el pecador ni anulen su promesa de pacto a aquel que busca perdón. De la misma forma, el hombre y la mujer deben cumplir sus promesas uno al otro por medio del amor perdonador. El énfasis se pone aquí en Dios y en lo que El hace por la pareja cuyo amor nace del amor incondicional de Dios.

¿Enseña la Biblia que el matrimonio es meramente un contrato social o sostiene que el matrimonio es una parte de un pacto hecho con Dios mismo?

El pacto: un tema bíblico básico

El pacto sellado entre el Padre y el Hijo antes que el mundo fuera siempre ha tenido como su blanco la armonía y unidad totales. “Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jer. 31:33). El pacto es la metáfora dominante de la fe bíblica,[2] los medios para entender la condición de persona humana y sus relaciones. Ve la condición de persona humana y sus relaciones con otros como basadas en última instancia en una Fuente de fortaleza inamovible.

Pacto (berith) es una palabra de uso frecuente en el Antiguo Testamento. Se refiere a una amplia variedad de acuerdos,[3] incluyendo un pacto entre dos amigos (1 Sam. 18: 3); dos gobernantes (1 Rey. 5:12); el rey y sus súbditos (2 Rey. 11:4); o Dios y Noé (Gén. 6:18), Abrahán (2 Rey. 13: 23), o David (Jer. 33: 21). Estos últimos pactos fueron hechos claramente entre un superior e inferiores. Sin embargo, el acuerdo siempre implica relación, ya sea de humano a humano, o de divino a humano. El pacto es una afirmación de que nuestras vidas dependen de otras y, en una forma especial, de Uno que es nuestro soberano Señor y desea mayor bien para nosotros de lo que nosotros podemos desear.

Tres textos ilustran la idea del pacto y el matrimonio. El primero habla del pacto matrimonial de Dios con su pueblo, y los otros dos se refieren al matrimonio humano como un pacto divino.

“Te di juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová el Señor, y fuiste mía” (Eze. 16:8). Nótese que Dios toma la iniciativa en esté “matrimonio” con su pueblo. Él es el que da el juramentó; nosotros respondemos en amor. Nótese también que el matrimonio de Dios con nosotros es llamado pacto. El pasaje describe gráficamente la infidelidad del pueblo de Dios a su verdadero Esposo (vers. 15-24). Sin embargo, a pesar de sus caminos torcidos, Dios declara: “Antes yo tendré memoria de mi pacto que concerté contigo en los días de tu juventud, y estableceré contigo un pacto sempiterno”. “Mi pacto yo confirmaré contigo; y sabrás que yo soy Jehová’’ (vers. 60, 62). En este pasaje Dios está enseñando la salvación a partir de la metáfora del matrimonio. Él también nos enseña la clave para la exitosa relación matrimonial desde el punto de vista de la historia de la salvación.

El segundo texto habla de la mujer extraña que “abandona al compañero de su juventud, y se olvida del pacto (berith) de su Dios” (Prov. 2: 17). Muchos comentadores señalan en ese texto que la expresión “pacto de Dios” se refiere a la idea general de la santidad del matrimonio, porque, como lo señala uno de ellos, “el vínculo del matrimonio tiene sanción divina”.[4] La expresión implica también una condenación del adulterio y el divorcio porque ofenden tanto al compañero humano como al Testigo divino. Para Matthew Henry el texto sugiere que “Dios no sólo es un testigo sino una de las partes porque, habiendo instituido la ordenanza, ambas partes prometen ante El ser fieles la una a la otra”.[5] De esta forma, Proverbios 2: 17 establece el principio de la indisolubilidad del vínculo matrimonial.[6]

El profeta Malaquías escribió: “Jehová ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto (berith)” (Mal. 2: 14). El pasaje de Malaquías 2: 10-16 trata de la fidelidad en contraste con la corrupción del matrimonio como un pacto. Estos versículos presentan explícitamente a Dios como el testigo entre el esposo y la mujer de su juventud. La frase, “la mujer de tu pacto” es equivalente a “la esposa a quien tú has prometido lealtad y apoyo”.[7] De esta forma, el maltrato o la infidelidad hacia la esposa es, por su misma naturaleza, una ofensa contra Dios porque El mismo ha sido testigo de la unión. Tal conducta hace de la adoración a Dios algo inaceptable para Él.[8]

Angelo Tosato dice que la perspectiva de ese pasaje es reprobar no sólo los matrimonios mixtos de los judíos con esposas paganas (vers. 11, 12), sino también el divorcio (vers. 13-16).[9] Mientras que el divorcio era permitido bajo la ley mosaica debido a la dureza del corazón del pueblo, según el mensaje de Elías (véase Mal. 4: 5, 6) Dios no pide endurecimiento del corazón, sino un cambio del corazón.

Malaquías anticipa la ética cristiana total del matrimonio dada por Cristo cuatro siglos más tarde. “Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio… Guardaos, pues en vuestro espíritu, y no seáis desleales” (2:16). Tanto Malaquías (2:15) como Cristo (Mar. 10: 5-12; Mat. 19:4-8) mantienen la indisolubilidad en la relación matrimonial invocando el argumento de la creación. (La enseñanza general de Cristo es que el matrimonio es indisoluble, aunque el registro de Mateo admite la posibilidad de una excepción: “por fornicación”.) El Evangelio redentor de Jesucristo contempla una restauración de las relaciones edénicas.

Un pacto triple

En el matrimonio bíblico hay en realidad un pacto triple: dos de paridad y uno de soberanía. En primer lugar, el matrimonio es un pacto entre un hombre y una mujer que aceptan libremente unirse en matrimonio. La monogamia está claramente implicada: Dios no creó dos o tres Evas y las trajo a Adán; creó sólo una. Así como la nación de Dios fue distinguida entre las naciones de la antigüedad por su monoteísmo, un Dios que requería devoción indivisa de todo el corazón, el alma y las fuerzas (Deut. 6: 4, 5), de la misma forma el plan de Dios para el matrimonio era la monogamia, un cónyuge que habría de ocupar un lugar sin rival en el corazón de su amado o amada. La idolatría era igualada con el adulterio. El esposo y la esposa se prometen “amor, honra y protección”. Ambos se comprometen a ser fieles el uno al otro en todo tipo de circunstancias, incluyendo enfermedad o salud, pobreza o prosperidad, condiciones mejores o peores. Cada uno hace un pacto para permanecer con aquel con quien él o ella ha aceptado libremente casarse hasta que la muerte quebrante tal unión.

En segundo lugar, el matrimonio es un pacto entre la pareja y la sociedad. Los votos son expresados ante testigos cuya presencia simboliza que la sociedad reconoce su responsabilidad al guiar y ayudar a la nueva pareja. La pareja, a su vez, se pone de acuerdo con la sociedad en vivir juntos de acuerdo a las ordenanzas de Dios y las leyes del estado.

En un Seminario de Vida Familiar, un pastor de la ciudad de Reno, Estados Unidos, contó la historia de un hombre y una mujer que, mientras cruzaban la ciudad provenientes de otro estado, encontraron su nombre en la guía telefónica e insistieron en que él los casara en ese mismo momento. Después de conversar con ellos por varias horas, se rehusó a realizar la ceremonia a pesar de sus ruegos. Él no los conocía. Si eran miembros de iglesia en buena relación con ella como declaraban, hubiera sido mucho más apropiado para la comunidad de su iglesia y sus conocidos entrar en este pacto con ellos. La sociedad, su círculo de amigos y otras personas significativas debían dar su sello de aprobación a esta relación de matrimonio. Este mismo pastor recibió la oferta de un jugoso salario para ser pastor de una capilla para casamientos anexa a uno de los locales de juego de Reno. Naturalmente, rehusó la oferta.

En su más alto y más profundo nivel, el matrimonio es un pacto entre una pareja y Dios. Los votos se pronuncian en la presencia de Dios. Por medio de la oración de bendición, se invoca la bendición de Dios sobre la pareja.

El pacto matrimonial no se basa en un pacto de obras compuestas por las que la pareja promete hacer el uno por el otro, sino sobre “mejores promesas” (véase Heb. 8: 6), lo que Dios hará en ellos por cada uno y la humanidad. Ellos fallarán, pero el amor de pacto perdonador e incondicional (jesed) que reciben de Dios restaurará y fortalecerá su relación. El drama amoroso, interpretado por Dios con su esposa Israel, ha de ser para ellos un modelo para su pacto matrimonial.

Características distintivas del pacto matrimonial

El profesor G. R. Dunstan, editor de la revista Theology, señala cinco características distintivas del pacto matrimonial: iniciativa, voto, mandamientos, bendiciones y sacrificio.[10]

1. Iniciativa. La primera es una iniciativa de amor, que invita a una respuesta, y crea así una relación entre el amante y el amado. Dios toma la iniciativa en su relación de amor con el hombre. Él dice: “Con amor eterno te he amado” (Jer. 31:3), y luego revela el secreto de su nueva relación de pacto: “Daré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón” (vers. 33).

En el matrimonio del Edén, fue Dios el que tomó la iniciativa, trayéndole la esposa a Adán. Dios creó el matrimonio e inició la institución. El cristiano que considera el matrimonio hoy puede también reclamar la orientación y la iniciativa providencial de Dios para encontrar el compañero o compañera correcto.

Cuando las cosas van mal en el matrimonio, porque el amor y el poder de Dios no han sido traídos a la experiencia matrimonial, Dios nuevamente toma la iniciativa de centralizar su amor redentor sobre la situación. Pero El necesita que uno de los cónyuges sea su intermediario al renovar la relación de pacto. Una señora que había viajado a los Estados Unidos para estudiar recibió sorpresivamente una llamada telefónica de su esposo el día anterior a su planeada visita. El mensaje era corto y al punto: deseaba el divorcio. Cualquier tipo de consejo, mediación, o discusión siquiera del asunto estaba fuera de sus planes. Agobiada, ella hizo lo único que el amor podía hacer: dejó su programa de estudios y voló a casa para comunicarle que todavía lo amaba.

En un caso de crisis matrimonial donde uno de los cónyuges ha sido infiel y se siente bajo la convicción de pecado, o peor aún, es impenitente, la parte agraviada debiera tomar la iniciativa de renovar y restaurar el pacto. El pueblo de Dios del Antiguo Testamento quebrantó el pacto con El, aunque Dios era un esposo para ellos (véase Jer. 31:32 y siguientes). En lugar de abandonarlos, volvió con una nueva iniciativa de reconciliación y poder motivante para guardar el pacto. Él dice: “Yo escribiré; yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”.

2. Voto. La relación, una vez iniciada, se hace permanente por un voto. Cuando Dios hizo su pacto con Israel, primero hizo una promesa y luego la confirmó con un voto (véase Heb. 6:15-18). Cuando alguien dice a su amado o amada que promete amarlo, ha hecho algo muy serio. Cuando lo confirma con un voto en ocasión de la ceremonia matrimonial, con la ayuda de Dios se hace inmutable hasta que la muerte los separe. “Cuando alguno hiciere voto a Jehová, o hiciere juramento ligando su alma con la obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca” (Núm. 30: 2).

3. Mandamientos. La tercera característica distintiva del pacto se refiere a los mandamientos o leyes que gobiernan la relación. Históricamente, la ley fue una consecuencia, no una condición del pacto. Dios no hizo pacto con un pueblo irredento. Primero lo redimió, lo salvó de la esclavitud y luego, como consecuencia de su amor redentor, le pidió que le obedeciera. Ese es el gran mensaje de Éxodo 20: 2: “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre”. Ahora porque te he redimido, tú no tendrás otros dioses delante de mí, celebrarás mi recordativo de amor semanal, no cometerás adulterio, etc.

La ley es una guía para la conducta dentro del pacto redentor que nos ha sido dado por el Señor nuestro Salvador. Una relación redentora con Jesús transformará nuestro estilo de vida en total conformidad con la ley del pacto. Si a causa de la fragilidad humana uno cayera, el amor redentor debiera iniciar una restauración dentro del pacto.

Quizás no haya drama más sentido en las Sagradas Escrituras que ilustre mejor cómo tratar con un cónyuge errado que la historia de Oseas. Gomer no estaba sólo quebrantando los mandamientos de su matrimonio, estaba quebrantando un corazón. Oseas la buscó y la trajo de vuelta (la redimió) del mercado de prostitutas por la mitad del precio de una esclava. La trajo de vuelta para amarla, con la determinación de que no habría de dejarlo otra vez. ¿No es ésta acaso la forma como el Señor nos ha tratado las muchas veces que hemos quebrantado sus mandamientos y su corazón?

4. Bendiciones. La cuarta marca distintiva del pacto es la promesa de bendiciones a los que se mantienen fieles a Él. Deuteronomio 28 testifica de muchas bendiciones espirituales.

Las bendiciones del pacto del matrimonio no se pueden medir bien con criterios materiales. La felicidad no puede ser valuada en pesos y centavos. Las pruebas y las lágrimas compartidas pueden ser algunas de las mayores bendiciones que alguna vez hemos de recibir. Unirnos juntos en la continua creación de Dios, de tal forma que nuestro amor pueda crear a alguien como nosotros es una bendición inestimable. Unirse a Dios ayudando a redimirnos unos a otros, compartiendo perdón mutuo y encontrando juntos el camino a la casa del Padre, éstas son bendiciones del pacto matrimonial.

5. Sacrificio. Para ratificar el pacto antiguo tuvo que ocurrir la muerte de una víctima animal. Este sacrificio había de ser ofrecido continua, diaria y anualmente en el día de la expiación. El nuevo pacto fue también ratificado en el Calvario por medio de un sacrificio. Allí Jesús derramó su vida vicariamente por toda la humanidad. La entrada al pacto del matrimonio también está señalada por el sacrificio;[11] debe haber una muerte a la dependencia infantil del padre y la madre, una muerte a las libertades y relaciones de la época de solteros, y a ciertos derechos a la autodeterminación. El matrimonio requiere este sacrificio para poder continuar, estos diversos tipos de muerte, la dedicación del corazón, la mente y el cuerpo al ministerio mutuo del matrimonio.

El verdadero problema con el divorcio no es tanto el acto en sí, sino la falta de disposición a permitir que Dios traiga restauración por medio de su redentor amor de pacto. El pacto eterno de Dios ha sido diseñado para restaurarnos a una relación completa con nuestro Creador-Redentor. Como seres humanos imperfectos, sujetos a muchos pecados y errores, somos nutridos, perdonados, puestos de nuevo en el camino correcto y animados en el camino hacia el cielo. En el matrimonio tenemos el privilegio de entrar en un pacto, ayudando al otro hijo imperfecto de Dios, perdonándonos el uno al otro, trabajando juntos en nuestras mutuas equivocaciones, riendo y a veces llorando mientras viajamos juntos hacia la casa del Padre.

La cultura de hoy pretende que el matrimonio descansa sobre un simple contrato civil que puede ser invalidado de un plumazo. Pero en realidad, el pacto del matrimonio es una parte del pacto eterno de Dios, en el cual El escribe su ley sobre nuestros corazones, quita el corazón de piedra y nos da un corazón de carne que puede amar y ser amado. Un matrimonio de pacto tal es la piedra fundamental misma de la familia cristiana, y puede mostrar como ninguna otra cosa la revelación de la historia de la salvación contemporánea ante un mundo que observa.

Sobre los autores:

John B. Youngberg es doctor en educación y profesor asociado de Educación Religiosa en la Universidad Andrews. Junto con su esposa Millie dirigen Seminarios de Matrimonio y Familia y es codirector del Seminario de Vida Familiar, que se realiza anualmente auspiciado por la Universidad Andrews y el Servicio Hogar y Familia de la Asociación General.

Luis del Pozo está terminando su doctorado en Educación Religiosa en la Universidad Andrews. Es profesor de Teología en el Colegio Unión, Lima, Perú.


Referencias

[1] Richard Lessor, Love, Marriage and Trading Stamps.

[2] Walter Brueggemann, “Covenanting as Human Vocation: A Discussion of the Relation of Bible and Pastoral Care”, en  Interpretation, t. XXXIII, N° 2 (Abril 1979), pág. 115.

[3] Collin Brown, ed., New Testament Theology (Exeter: The Paternoster Press, 1975), t. 1, pág. 365.

[4] Crawford H. Toy, A Critical and Exegetical Commentary on the Book of Proverbs, The International Critical Commentary (Edinburgh: T. & T. Clark, 1948), t. 16, pág. 47.

[5] Matthew Henry’s Commentary on the Whole Bible. Vol. III, Job to Song of Solomon (Old Tappan, New Jersey: Fleming H. Revell Co.), pág. 801.

[6] 8W. J. Deane and S. T. Taylor-Taswell, The Pulpit Commentary. T. 9, Proverbs (Grand Rapids, Mich.: Wm. B. Eerdmans, 1977), pág. 41.

[7] John Merling Powis Smith, A Critical and Exegetical Commentary on the Book of Malachi, The International Critical Commentary (Edinburgh: T. & T. Clark, 1951), t. 26, pág. 53.

[8] Robert Althann, “Malachi 2: 13, 14 and OT 125, 12, 13” en Bíblica, 58, N° 3 (1977), págs. 420, 421.

[9] Angelo Tosato, “II Ripudio: Delito e Pena (Mal. 2:10-16)” en Biblica, 59, N° 4 (1978), pág. 552

[10] G. R. Dunstan, “The Marriage Covenant”, Theology, t. LXXVII, (Mayo 1975), págs. 244-252. Este número está dedicado íntegramente al tema del matrimonio, bajo el título general: “On the Marriage Bond” (Sobre el Vínculo Matrimonial). Los cinco puntos son del autor. El comentario es mayormente nuestro.

[11] G. R. Dunstan, art. cit., pág. 250.