A pesar de que todo el territorio de la América Latina está considerado como campo de actividad misionera, hay zonas del mismo donde se hace necesaria mayor abnegación para llevar a cabo la obra de Dios y pueden por lo tanto ser conceptuadas como campo misionero en todo el sentido de la palabra. Por eso, y porque debemos llevar las buenas nuevas de salvación a todos los lugares, será necesario que enviemos algunos obreros de los campos más favorecidos a otros lugares donde se los necesita con más apremio.

La sola palabra “misionero” debiera llenar de satisfacción e inspiración al obrero llamado a tan alto ministerio, pues en verdad Dios mismo envió a su Hijo unigénito a tierra extraña como misionero, y nosotros también, siguiendo ejemplo tan sublime, debiéramos responder gozosos a la invitación de ir a los lugares más lejanos si la Providencia nos lo señalara.

Es conmovedor el cuadro de los millones que buscan en las tinieblas la Luz de la vida. Muchos son los que nada saben de un Salvador compasivo que vino a la tierra para salvarnos de nuestros pecados. Pero, “¿cómo creerán a Aquel de quien no han oído? ¿y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Rom. 10:14). Demos gracias a Dios por su mensaje de consuelo, de esperanza. Es un mensaje alentador. Ningún misionero debiera trasladarse a un territorio nuevo sin tener la convicción de que lleva consigo un mensaje divino. Cada uno debe poder decir con el apóstol Pablo: “Sé a quién he creído.” Además, debe recordar que no somos una iglesia más sino que tenemos un mensaje. Así como una voz aparejó el camino del Señor en la oportunidad de su primer advenimiento. actualmente, en la hora postrera de la historia del mundo y en vísperas del segundo advenimiento de Jesucristo a la tierra, surge otra voz que proclama un mensaje de amonestación a fin de que todos los sinceros de corazón puedan prepararse para recibir a su Dios. Los que han sido designados para este ministerio de amonestación no son meros profesionales sino misioneros a carro de un cometido sagrado. La venida del Señor se acerca y tenemos un mensaje de buenas nuevas para un mundo condenado a la perdición.

Algunas veces el misionero llegará a su nuevo campo de labor, solo, sin consejeros de experiencia que puedan encaminar sus primeras actividades. Tendrá entonces oportunidad de practicar entereza moral, manteniendo inconmovible su fe en la Providencia divina y sacando el mejor partido de las circunstancias.

Nunca podrá insistirse demasiado sobre la importancia que tiene el hecho de que el misionero sienta en lo más hondo su llamado divino, su vocación. Cuando Pablo, según se registra en el capítulo noveno del libro bíblico de los Hechos de los Apóstoles, vio a Jesucristo, exclamó: “Señor, ¿qué quieres que haga?” Luego de recibir esta visión de su Salvador, dedicó su vida a proclamar el mensaje de Dios a las gentes, y años más tarde, vivido siempre este sentimiento dominante, exclamó: “¡Ay de mí si no anunciare el Evangelio!” (1 Cor. 9:16).

Si hay algo importantísimo para todo misionero que va a un campo de labor difícil es su salud y la de su familia. Si la salud es necesaria para todos, lo es aún más para el misionero que ha de trabajar en condiciones desventajosas. Ha de recordar que para Dios el descanso es tan importante como el trabajo. Ha de usar su buen juicio para hallar un equilibrio inteligente en las condiciones de trabajo en que ha de actuar por algunos años.

Alejado como estará de sus parientes y relaciones, es importante también que la esposa y madre tenga el hogar arreglado de la manera más confortable y atractiva a fin de que cuando el esposo y padre regrese de sus jiras misioneras se encuentre a gusto en él. Un hogar tal será un seguro refugio para sus hijos, que lo recordarán siempre con cariño. Asimismo servirá de ejemplo al vecindario. Una cosa indispensable es que la esposa sepa coser, pues así vestirá a su familia con economía y buen gusto.

Con respecto a la alimentación, el misionero se encontrará con nuevas frutas y verduras. Pues bien, la esposa tendrá la oportunidad de escoger y aderezar esos comestibles de manera saludable y atrayente, tanto para contento del paladar como para la conservación de la salud.

Una vez en el campo misionero, el obrero debería resolverse a permanecer en el puesto del deber a despecho de toda dificultad y completar el período de su servicio superando toda prueba y obstáculo, pues así como Dios desea que permanezca firme y fiel en su centro de trabajo, así también el enemigo se regocijaría en verlo desanimado y con tentaciones de abandonar la lucha.

Todo obrero disfrutará de éxito mientras cumpla con su misión de ensalzar a Cristo como el Salvador del mundo que transforma el corazón de los hombres y les enseña a transitar por el camino de una vida piadosa en el Señor. A la altura de tan noble cometido, el misionero, con la Biblia en la mano, podrá alcanzar el blanco señalado por el cielo.

Sobre el autor: Secretario de la División Sudamericana.