Aun cuando no tenemos las transcripciones de las palabras de Waggoner y Jones en aquel fatídico congreso, sí disponemos de una fuente impecable para el mensaje de la justificación por la fe que ellos nos iban a comunicar

Ante la insistencia amistosa del editor, se determinó que usted y yo llegáramos a ser interlocutores del “mensaje de 1888”, un tema debatido por muchas personas este año. Daremos por sentado que todos usamos el término para referirnos al mensaje especial sobre la justificación por la fe, cualquiera que haya sido, presentado en las sesiones del Congreso de la Asociación General de 1888, en Minneapolis. Y también supondremos que se refiere a la forma del mensaje que deberíamos estar predicando hoy. Por esta razón el título pregunta cuál es, en lugar de cuál fue, el mensaje de 1888.

Es todo un desafío tratar de determinar  el contexto histórico preciso del mensaje de 1888. Tenemos los libros y artículos que E. J. Waggoner y A. T. Jones escribieron antes y después de las reuniones de 1888 en Minneapolis; contamos con tres breves párrafos en el informe del General Conference Daily Bulletin [Boletín Diario del Congreso de la Asociación General] sobre las presentaciones de Waggoner; disponemos de numerosos comentarios de Elena de White, y también de algunas memorias escritas varios años después por personas que estuvieron allí. Pero cuando todo es dicho y hecho, la sencilla verdad es que nadie sabe con precisión qué dijeron realmente Waggoner y Jones en 1888, en Minneapolis. Todavía no ha tenido éxito intentar descubrir las transcripciones de sus mensajes, y las afirmaciones de que estas transcripciones fueron localizadas no pudieron ser corroboradas. El esfuerzo más reciente para descubrir dicha documentación fue realizado por mi colega, el Dr. George Knight, un investigador incansable, en su libro From 1888 to Apostasy [De 1888 a la apostasia].

La costumbre de transcribir cada presentación, en las sesiones del Congreso de la Asociación General, no fue instituida hasta 1891. Pero tenemos transcripciones de muchos de los discursos que Elena de White pronunció en Minneapolis. De todos modos, si bien la Providencia pudo haber determinado suplir las transcripciones de Waggoner y Jones, quizá no necesitamos conocer con precisión lo que ellos dijeron.

La comprensión de Elena de White

Una de las razones, por la cual no necesitamos saber con precisión lo que ellos dijeron, es porque contamos con un abundante registro de la percepción del asunto por parte de Elena de White.

Ella fue quien nos dijo que 1888 era importante. Ella fue quien nos dijo que en Minneapolis Dios dio “un muy precioso mensaje” por medio de sus siervos, “los pastores Waggoner y Jones”.[1] Ella fue quien caracterizó el mensaje de 1888 como el de “los encantos incomparables de Cristo”,[2] como “el mensaje del tercer ángel”,[3] e incluso como “el genuino mensaje del tercer ángel”.[4] Ella fue quien se refirió a este tema como el hito que marcaba el comienzo del fuerte pregón.[5]

En contraste con Elena de White, muchos de los hermanos líderes, quienes oyeron los sermones pronunciados por Waggoner y Jones en Minneapolis, estaban irritados con ellos. Estaban alarmados por la interpretación de Waggoner de “la ley es nuestro ayo” (Gál. 3: 24, 25) como la ley moral. Y también durante las sesiones previas se habían alarmado por la sustitución (por porte de Jones) de los alamanes por los hunos en la lista generalmente aceptada de los diez cuernos de Daniel 7: 24. En cuanto al énfasis sobre la justificación por la fe, no podían ver cuánto difería de lo que habían estado predicando por años. Y cuando oyeron a su profetisa respaldar reiteradamente a Waggoner y Jones, escribieron a sus hogares diciendo que la Hna. White habia “cambiado”, y que los hermanos de California la habían engañado.

Nos preocupa mucho cuando hablamos del mensaje de 1888 en Minneapolis y decimos que Waggoner fue el orador, porque fue en conexión con su interpretación de la ley como ayo que realizó las mejores presentaciones sobre la justificación por la fe. Dado que Jones hizo sus principales contribuciones, a la comprensión adventista de la justificación por la fe, después que concluyeron las sesiones del Congreso de la Asociación General. Y de paso, E. J. Waggoner era tanto médico como ministro, así que, en Minneapolis, se lo llamaba doctor Waggoner.

Lo mismo que muchos de sus hermanos, Elena de White no aprobaba todo lo que oía decir al Dr. Waggoner. Un año más tarde ella le escribió, expresándole el desagrado de Dios por haber publicado en Signs of the Times [Señales de los tiempos] sus controversiales puntos de vista sobre la ley como ayo. Al comienzo de las reuniones en Minneapolis ella dijo que no veía que él estuviera presentando una nueva luz —aunque agregó que no había pensado en el asunto, y que todavía no estaba preparada para tomar una posición.[6] Incluso, al final de las reuniones, ella dijo: “Algunas interpretaciones de las Escrituras, dadas por el Dr. Waggoner, yo no las considero como correctas”.[7] Y en cuanto al debate entre Waggoner y los hermanos acerca de la ley como ayo, ella vio que ambos bandos estaban parcialmente equivocados.[8] En efecto, ella consideró que el tema total sobre el ayo era como un “aspecto menor”.[9]

Sin embargo, es sumamente importante en nuestra pesquisa darnos cuenta, en medio de las cosas que no aprobó, que Elena de White oyó algo más que le gustó muchísimo. Y a medida que los días pasaban, su corazón palpitaba nuevamente más fuerte cada vez que oía ese algo tan glorioso. “Yo vi la belleza de la verdad, en la presentación de la justicia de Cristo en relación con la ley, en la forma como el doctor lo presentó delante de nosotros”.[10] En otra parte de su mensaje agregó: “Armoniza perfectamente con la luz que Dios se ha dignado darme durante todos los años de mi experiencia”.[11] Y en aquel último jueves del congreso, ella apeló a los ministros a aceptar este mensaje —el cual, dijo, ellos necesitaban aceptar  de “la justicia de Cristo en conexión con la ley”.[12] Poco tiempo después de terminar las reuniones en Minneapolis, ella dijo que no era nueva luz, sino más bien, “una luz antigua colocada en el lugar que debía ocupar dentro del mensaje del tercer ángel”.[13] Y siempre que lo oía, gozosa y agradecidamente decía: “Cada fibra de mi corazón decía amén”.[14]

Algunas otras personas presentes también discernieron este mensaje de 1888, a pesar de la controversia sobre la ley como ayo. Algunos ministros fueron movidos tan profundamente al arrepentimiento, y a una nueva fe en Jesús, que pidieron ser rebautizados.

Por lo tanto, ¿qué fue lo fundamental que Elena de White percibió como tan importante, y que a veces al presentarlo lo denominamos el mensaje de 1888? De la misma manera, nosotros también deberíamos predicarlo.

En From 1888 to Apostasy, George Knight ha vertido algunas ideas excelentes, y ha hecho algunos comentarios provechosos. El hace una diferencia entre lo que es doctrina y lo que es experiencia, y sugiere que lo que Elena de White deseó por sobre todo fue que experimentáramos la justificación por la fe, antes de definirla minuciosamente.

Y apartándonos un poco, ¿podemos recordar qué cantidad de doctrinas necesitan ser experimentadas? Obviamente, el guardar el sábado y la devolución del diezmo tienen dimensiones que han sido experimentadas de la misma manera en que fueron bien definidas. Incluso la doctrina de la segunda venida de Cristo debería afectar todas nuestras decisiones diarias, o creerla no tiene mucho mérito.

El hecho de que una doctrina tendría que ser experimentada implica, desde luego, que debemos arribar a una adecuada definición de ella, o lo más probable es que la experiencia no sea la correcta. Por ejemplo, la gente que piensa que el sábado es lo mismo que el domingo o que un día feriado antes que un día santo, no está en condiciones de experimentar ese día de la forma en que lo pretende Dios.

Si hoy los adventistas queremos tener una experiencia genuina con la calidad del mensaje de 1888 sobre la justificación por la fe, necesitamos conocer la doctrina genuina. Ya hemos visto que en su centro estaba la justicia de Cristo en conexión con la ley, y también que la justicia de Cristo estaba en el medio del mensaje del tercer ángel.

Tanto una creencia legalista de que debemos ganarnos la salvación, como una creencia superficial de que nuestros pecados son perdonados sin verdadero arrepentimiento y sin conceder perdón a nuestros semejantes, resultaría en una experiencia inadecuada. Cuando Jesús hizo su “presentación del Evangelio” prometió una aceptación inmediata de todo el que viniera a Él (Juan 6). Y prometió perdón pleno y libre; pero no lo prometió, como algunos creen, en respuesta a una momentánea creencia feliz de la bondad de Dios. En relación al Padre nuestro, dijo: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial”. ¡Alabado sea su nombre! Y entonces agregó: “Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mat. 6:14,15). Aquí no hay legalismo, ni gracia petulante.

De esta manera debemos experimentar el mensaje de 1888; y con el propósito de hacerlo así, necesitamos conocer su contenido. Pero no necesariamente en detalles precisos, tal como lo presentaron Waggoner y Jones, porque Dios no ha visto conveniente preservarlo para nosotros.

Entonces, ¿qué haremos? Pienso que deberíamos hacer lo que Knight sugiere en su libro. (Como es un tema de actualidad, lo discutíamos mientras él estaba escribiendo.)

Ya que el mensaje de 1888 es algo que Elena de White percibió a través de un proceso de filtración de lo que no era bueno, y reconociendo lo que armonizaba con la revelación de Dios para ella; y puesto que realmente debemos depender de nuestra percepción para saber lo que fue realmente, pienso que deberíamos empaparnos de la Biblia (de hecho) y también de los escritos de Elena de White —especialmente en los libros y artículos prácticos, gloriosamente cristocéntricos, los que ella escribió inmediatamente antes y durante la década de 1890.

Para nuestro propósito presente, por ahora omitiremos los testimonios no publicados, y en su lugar nos concentraremos en los libros que muchos de nosotros tenemos en nuestras bibliotecas: El camino a Cristo, El Deseado de todas las gentes, Palabras de vida del gran Maestro, Testimonios para los ministros, y otro libro que, pienso, sería muy útil para todos nosotros: Through Crisis to Victory [A través de la crisis hacia la victoria], escrito por A. V. Olson, y recientemente publicado como Thirteen Crisis Years [Trece años de crisis]. En el apéndice se incluyen todos los discursos existentes que Elena de White presentó en Minneapolis, los cuales forman parte de nuestras mejores evidencias de lo que ella vio como el mensaje de 1888.

De este modo, habiéndonos saturado con la Biblia y con la asimilación de las publicaciones de Elena de White, pienso que deberíamos componer sermones que conforman el criterio del mensaje de 1888. En el espacio disponible aquí sólo puedo hacer algunas sugerencias de cómo podemos satisfacer estos criterios. Cuando usted estudie este tema, descubrirá otros aspectos. Pero, como vale la pena un consejo, permítame sugerirle que cualquier sermón que presente el mensaje de 1888 haría bien en reunir estos criterios básicos:

  1. Deberla focalizar la atención firme y permanentemente en Jesucristo.

Cuando Elena de White trata el mensaje de 1888 (en el clásico pasaje de Testimonios para los ministros, las páginas 89 a 98), nos dice: “Este mensaje tenía que presentar en forma más destacada ante el mundo al sublime Salvador, el sacrificio por los pecados del mundo entero… Muchos habían perdido de vista a Jesús. Necesitaban dirigir sus ojos a su divina persona, a sus méritos, a su amor inalterable por la familia humana”.[15]

En la página siguiente agrega: “A menos que haga de la contemplación del exaltado Salvador la gran ocupación de su vida, y por la fe acepte los méritos que tiene el privilegio de reclamar, el pecador no tendrá mayores posibilidades de ser salvado de las que Pedro tenía de caminar sobre las aguas sin mirar constantemente a Jesús”.[16]

En la misma reunión de Minneapolis Elena de White predicó un hermoso mensaje basado en “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios” (1 Juan 3:1), con un énfasis sobre el verbo “Mirad”.[17] Cuando resumió el mensaje de 1888 en respuesta a una pregunta, en una reunión campestre en 1889, dijo que ése fue el mismo mensaje que “yo había estado presentando… a ustedes en los últimos 45 años [desde 1844] —los encantos incomparables de Cristo”.[18]

De tanto en tanto mi esposa, Paulina, me dice: “Háblanos acerca de los encantos Incomparables de Cristo”. A todos nos hace bien. Y de la misma manera, ustedes podrían hacer una lista de tales encantos de Cristo y predicar un sermón sobre cada uno de ellos. Mientras tanto, en El camino a Cristo se nos recuerda que “Cristo en su abnegación, Cristo en su humillación, Cristo en su pureza y santidad, Cristo en su incomparable amor: esto es lo que debe contemplar el alma. Amándole, invitándole, dependiendo enteramente de Él, es como serás transformado a su semejanza”.[19]

  • Debería conducir a la confianza y al perdón cristocéntricos, y a la correspondiente obediencia cristocéntrica a todos los mandamientos, incluyendo el cuarto.

El clásico pasaje en Testimonios para los ministros, del cual previamente citamos, también nos dice: “En su gran misericordia el Señor envió un preciosísimo mensaje a su pueblo por medio de los pastores Waggoner y Jones… Presentaba la justificación por la fe en el Garante; invitaba a la gente a recibir la justicia de Cristo, que se manifiesta en la obediencia a todos los mandamientos de Dios”.[20] Unas líneas más adelante declara que “todo el poder es colocado en sus manos [las de Cristo], y él puede dispensar ricos dones a los hombres, impartiendo el inapreciable don de su propia justicia al desvalido agente humano. Este es el mensaje que Dios ordenó que fuera dado al mundo. Es el mensaje del tercer ángel, que ha de ser proclamado en alta voz y acompañado por el abundante derramamiento de su Espíritu”.[21]

Y en un par de páginas más adelante encontramos: “Este es el testimonio que debe circular por toda la longitud y la anchura del mundo. Presenta la ley y el Evangelio, vinculando ambas cosas en un conjunto perfecto”.[22]

En la década de 1880 muchos sermones adventistas enfatizaban la obediencia en desmedro de la certeza. Hoy, la falla de muchos sermones sobre la justificación por la fe es que dicen muy poco acerca de la obediencia. Invitan a los pecadores a venir a Dios, quien no sólo los acepta así como están (¡gracias a Dios por esto!), sino que también, después de aceptarlos, demuestra muy poco interés en cambiarlos. Elena de White nunca podría haber llamado el mensaje del tercer ángel a esta clase de invitación. Pues el mensaje del tercer ángel se une estrechamente con la resonante afirmación: “Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc. 14:12).

En Minneapolis, Elena de White vio el carácter de Cristo revelado en la ley; y, a su vez, también vio la ley de Dios confirmada en la cruz. Los sermones sobre la justificación por la fe deberían conducir a los pecadores a aceptar tanto el poder de Cristo para obedecer como su gracia admirable para aceptar y perdonar.

  • Debería ser distintivamente adventista.

No debemos olvidar que en los primeros días de nuestro movimiento, el mensaje del tercer ángel implicaba obediencia al santo sábado, lo cual estaba claramente relacionado con la doctrina del santuario del mensaje del primer ángel y con el llamado a abandonar Babilonia, inherente al mensaje del segundo ángel. De hecho, en la era de 1888 el mensaje del tercer ángel era la forma abreviada de referirse al característico sistema de creencias de los adventistas del séptimo día.

Para que una joya forme parte de una corona, debe ser colocada firmemente en ella. Un aspecto que Elena de White apreció grandemente, en el énfasis de Waggoner sobre la justicia de Cristo, fue que estuvo “colocado donde debería estar en el mensaje del tercer ángel”.[23] Nosotros lo registramos hace unos pocos momentos atrás, pero me parece bastante importante como para que sea repetido.

La justificación por la fe de Lutero fue puesta en su doctrina de la “esclavitud de la voluntad” y la hostilidad hacia el sábado. La justificación por la fe de Calvino fue engastada en su doctrina de la soberanía de Dios, y Junto con la predestinación y la gracia irresistible. Por contraste, el mensaje de 1888 puso la justicia de Cristo en el centro del mensaje del tercer ángel, el cual, a su vez, se une con los mensajes de los otros dos ángeles de Apocalipsis 14:6-12. Esto significa que Elena de White lo percibió como establecido firmemente en el mensaje de 1844 sobre la hora del juicio, en la doctrina del santuario y en la del sábado.

En Minneapolis ella hizo uso frecuente de la teología del santuario, como lo vemos, por ejemplo, en su presentación del sábado 20 de octubre: “Ahora Cristo está en el Santuario celestial. ¿Y qué está haciendo? Está haciendo expiación por nosotros, limpiando el Santuario de los pecados del pueblo. Por lo tanto, debemos entrar por fe al Santuario con El, y comenzar la obra en el santuario de nuestras almas… Vengan y humillen sus corazones en confesión, y por la fe aférrense del brazo de Cristo en el Santuario celestial”.[24]

4.  Debería enseñarnos a amarnos los unos a los otros, así como amamos a Jesús, y por consiguiente, también:

5. Debería llamarnos intrépida y efectivamente al arrepentimiento de nuestros pecados acariciados.

De muchas maneras la década de 1890, la siguiente a 1888, fue remarcablemente buena para los adventistas. Por ejemplo, fue establecida nuestra primera estación misionera para no cristianos, y nuestra tasa de crecimiento anual fue la segunda más alta de lo que había sido en cualquier otra década.

De igual modo uno debiera asumir que tal éxito testificó de la bendición de Dios sobre su pueblo, el cual había aceptado y se había apropiado del maravilloso mensaje de 1888.

Trágicamente, sin embargo, la década también fue marcada por la necesidad de una corriente fluida de comunicaciones, lo cual, finalmente, apareció escrita en Testimonios para los ministros. Estos mensajes nos revelan un cuadro diferente. Usted recordará este libro como el que dice que “la iglesia de Cristo, por debilitada y defectuosa que sea, es el único objeto en la tierra al cual él concede su suprema consideración”.[25]

En este libro, y en pasajes que fácilmente podemos asociar con el mensaje de 1888, Elena de White presenta repetidamente la belleza sublime de Jesucristo. En total contraste aparecen evidencias tras evidencias de que el liderazgo, el laicado, las instituciones, las asociaciones, los campos misioneros y la iglesia como un todo, estaban necesitando desesperadamente una reforma, en armonía con la belleza sublime de Cristo. Una y otra vez hallamos el cuadro de que “muchos —no pocos, sino muchos—” habían “estado perdiendo su celo espiritual y su consagración, apartándose de la luz”.[26]

Estaba existiendo “una pasmosa apostasía” entre el pueblo de Dios. La iglesia estaba fría y “el calor de su primer amor… congelado”.[27]

A semejanza de los adoradores de Ezequiel 9, los líderes de Battle Creek (no todos) le habían vuelto las espaldas al Señor; y, al igual que ellos, muchos miembros también habían rechazado el liderazgo de Cristo y elegido en su lugar a Baal. Los presidentes de la Asociación General estaban “en las mismas huellas del romanismo”.[28]

En su conjunto, la situación era tan seria que Elena de White proclamó que el Señor tenía “un pleito” con su pueblo, y que pronto trastornaría “las instituciones que” llevaban “su nombre”.[29]

¿Qué era exactamente lo que estaba andando mal? Aquí tenemos una respuesta: “Si albergáis orgullo, estima propia, amor a la supremacía, vanagloria, ambición impía, murmuración, descontento, amargura, maledicencia, mentira, engaño, calumnia, Cristo no está morando en vuestro corazón, y es evidente que tenéis la mente y el carácter de Satanás… Podéis tener buenas intenciones, buenos impulsos, podéis explicar la verdad en forma clara, pero no sois idóneos para el reino de los cielos”.[30]

Predicaban y hacían una cuota de bien, mientras murmuraban, se quejaban y dudaban de Dios. La gente los tergiversaba y se burlaba de ellos a sus espaldas. Maniobraban hábilmente para obtener el primer puesto. ¡Qué suerte de cosas! Los miembros de la iglesia estaban comportándose como cristianos comunes, cuando deberían haber estado reflejando al mundo la belleza de Jesús, irradiando la gloria santa del carácter de Dios, y preparándose, por su gracia, para ser vasos limpios para la recepción de la lluvia tardía de su Espíritu.

Cuando Elena de White presentó la justicia de Cristo, en la era de 1888, ardientemente apeló al arrepentimiento de pecados semejantes a éstos. Evidentemente nuestros sermones sobre la justificación por la fe deben llamar al arrepentimiento de los pecados comunes, impuros y acariciados. Debemos presentar a Dios como deseando ansiosamente perdonarnos, y como aguardando a que admitamos completamente nuestra suciedad y perdonemos a los demás por los suyos.

Debería guiarnos a una relación íntima con Jesús, lo cual nos conducirá a tomar decisiones precisas.

El otro día un estudiante me detuvo, después de clase, para recordarme lo que El Deseado de todas las gentes dice, acerca de Judas, a todas las personas. Dice que Judas deseó ser bueno, y que, originalmente, procuró tener una relación estrecha con Jesús para ser cambiado en carácter.

Judas “reconoció la enseñanza de Cristo como superior a todo lo que hubiese oído. Amaba al gran Maestro, y deseaba estar con él. Sintió un deseo de ser transformado en su carácter y su vida, y esperó obtenerlo relacionándose con Jesús”. Jesús fue muy bondadoso con Judas, y le encargó el cometido de ser un evangelista dándole, además, el poder para realizar milagros. Pero, a la larga, ni su relación con Jesús ni la bondad de Él le hicieron algún bien.

¿Por qué? “Judas no llegó al punto de entregarse plenamente a Cristo. No renunció a su ambición mundanal o a su amor al dinero. Aunque aceptó el puesto de ministro

de Cristo, no se dejó modelar por la acción divina. Creyó que podía conservar su propio juicio y sus opiniones, y cultivó una disposición a criticar y acusar”.[31]

Todas las veces que leo esta página, recordando que fue escrita en la década de 1890, tengo la impresión de que, al tratar con sus propios hermanos cristianos, Elena de White ayudó a entender lo que el Señor le había revelado acerca del pobre Judas.

Recordemos la advertencia hecha en El camino a Cristo: “Desear ser bondadosos y santos es rectísimo; pero si sólo llegas hasta allí de nada te valdrá. Muchos (¿como Judas?, ¿cómo los líderes adventistas en la década de 1890?, ¿como nosotros hoy?] se perderán esperando y deseando ser cristianos. No llegan al punto de dar su voluntad a Dios. No eligen ser cristianos ahora”.[32]

Debería ser gozoso.

“Deseo que eduquen sus corazones y labios para adorarle a Él”, dijo Elena de White en Minneapolis. “Estad siempre gozosos”, dijo Pablo en 1 Tesalonicenses 5:16.

¡Qué gozo ser aceptado por Jesús —no con un débil apretón de manos, sino con los brazos abiertos ampliamente! ¡Qué gozo ser perdonado —por el mismo Juez poderoso! ¡Qué gozo crecer hasta la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús! ¡Qué gozo guardar el sábado en pureza y santidad, en compañía con nuestro Señor y la familia de la fe! ¡Qué gozo conocer a Jesús, quien sabe exactamente lo que es la vida eterna! “Ustedes aman a Jesucristo, aunque no lo han visto; y ahora, creyendo en él sin haberlo visto, se alegran con una alegría tan grande y gloriosa que no pueden expresarla con palabras” (1 Ped. 1:8, Dios habla hoy).

Ha sido una gran bendición para mí tratar de pensar, de un extremo al otro, en estas cosas con usted. Dios nos ayude cuando tratemos de predicar el mensaje de 1888 en este año.

Sobre el autor: C. Mervyn Maxwell, doctor en Filosofía, es director del Departamento de Historia Eclesiástica en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, EE. UU.


Referencias

[1] Testimonios para los ministros (en adelante, TM), pág. 91. Todas las referencias son escritos de Elena de White.

[2] Manuscrito (en adelante, Ms) 5, 1889.

[3] TM 93

[4] Review and Herald (en adelante, RH), 10 de abril de 1890

[5] RH, 22 de noviembre de 1892

[6]  Ms 15,1888

[7] Ibid.

[8] Ibid

[9] Ms 24, 1888.

[10]  Ms 15, 1888.

[11]  Ibid

[12]. Ibid

[13] Ms 24, 1888

[14] Ms 5, 1889.

[15] TM 91, 92..

[16]  Ibid., pág. 93.

[17] Ms 7, 1888.

[18]  Ms 5, 1889 (la negrita es nuestra).

[19]  Ibid., págs. 70, 71

[20] TM 91, 92 (la negrita es nuestra).

[21]  Ibid., pág. 92 (la negrita es nuestra).

[22] Ibid., pág. 94.

[23]  Ms 24, 1888 (la negrita es nuestra).

[24] Ms 8, 1888.

[25]  TM 15.

[26] Ibid., pág. 449.

[27] Ibid., págs. 450, 167, 168.

[28] Ibid., págs. 89, 467, 468, 362.

[29] Ibid., pág. 373.

[30] ibid., pág. 441.

[31] El Deseado de todas las gentes, pág. 664.

[32] El camino a Cristo, pág. 47. 33 Ms 7, 1888.