En este artículo consideraremos algunos aspectos vitales e importantes de nuestro Señor en su calidad de hijo. Sin embargo, al hacerlo, siempre debemos recordar que muchas cosas que nos gustaría saber acerca de este tema no han sido reveladas. Efectivamente, la cuestión de la Divinidad, también la de la Encarnación, y muchas otras fases del plan de Dios para salvar al hombre pertenecen al reino de los misterios.
Cuando el apóstol Pablo le escribió a Timoteo, declaró: “Grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne” (1 Tim. 3:16).
Elena G. de White ha escrito lo que sigue acerca del tema: “Al contemplar la encarnación de Cristo en la humanidad, quedamos asombrados ante un misterio insondable que la mente humana no puede comprender”.[1]
Esto es cierto. Es imposible que la mente comprenda este grandioso y solemne tema, pero también es cierto que Dios ha revelado algunas cosas en su Palabra que nos capacitarán para comprender, en cierto grado por lo menos, la filosofía y el plan de salvación. Acerca de esto leemos:
“Que Dios se manifestara así en la carne es un misterio; y sin la ayuda del Espíritu Santo no podemos esperar comprender este tema”.[2]
Por otra parte, se nos ha aconsejado definidamente a estudiar estos temas:
“Cuando queramos estudiar un problema profundo, fijemos nuestra mente en lo más maravilloso que ha ocurrido en la tierra o en el cielo: la encarnación del Hijo de Dios”.[3]
Este es el tema que consideraremos en este artículo y en otros subsiguientes, y ello requerirá meditar en ciertas expresiones empleadas en las Sagradas Escrituras, tales como el “Hijo unigénito” (Juan 3:16), “el primogénito de entre los muertos” (Col. 1:18), “el primogénito de toda creación” (Col. 1:15), el “Primogénito” (Heb. 1:6).
Procuraremos mantenernos firmemente en lo que le ha agradado a Dios revelar, evitando toda especulación. Esto es vital para el estudio de las Sagradas Escrituras en todo tiempo, y especialmente cuando se tratan temas como el que nos ocupa en este momento.
Tres consideraciones vitales
Como fondo de este estudio, recordemos algunas consideraciones que son fundamentales y que deben reconocerse y creerse, a pesar de algunas referencias bíblicas aisladas que pueden parecer difíciles de armonizar.
- La divinidad de Cristo. Varios pasajes del Antiguo y Nuevo Testamentos destacan la divinidad de nuestro Señor. En Isaías 9:6 se llama “Dios fuerte” al Mesías. Los judíos antiguos reconocían que este pasaje se aplica al Mesías: “‘Todavía tengo que levantar al Mesías’, de quien se ha escrito: ‘Porque hijo nos es dado”.[4] “Su nombre ha sido llamado desde antiguo Admirable, Consejero, Dios fuerte, el que vive eternamente, el Ungido (o Mesías)”.[5]
En Jeremías 23:6, Dios el Padre llama a Dios el Mesías: “Jehová, justicia nuestra”. Los judíos aceptaban Jeremías 23:5, 6 como otra referencia al Mesías. En el Talmud leemos: “[Respecto del] Mesías está escrito: Y éste será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra” (Jer. 23:6).[6]
En Salmo 45:6, 7 leemos: “Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre”. Que esto se aplica a Cristo nuestro Señor se ve en Hebreos 1:8, 9 donde se menciona que Dios dice esto a su Hijo. Una vez más encontramos que los escritos judíos se aplican al Mesías: “Este salmo llegó a comprenderse como una referencia al Rey Mesías… Tu trono, oh Dios, parece ser la traducción más obvia”. [7]Tomás llamó a Cristo: “Señor mío, y Dios mío” (Juan 20:28), y en Romanos 9:5, Pablo dice: “Y de los cuales (la semilla de David) el Mesías apareció en la carne, el cual es Dios sobre todas las cosas” (traducción siriaca).
En los escritos de Elena G. de White se hace énfasis repetidamente sobre la divinidad de Cristo. Leemos:
“Jehová [Señor-Yavé] es el nombre dado a Cristo. El profeta Isaías escribe: ‘He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí’ (Isa. 12:2).[8]
“El [Jesús] compartió la suerte del hombre, y sin embargo era el Hijo de Dios sin culpa. Era Dios en la carne.[9]
“El apóstol quiere que nuestra atención se aparte de nosotros y se dirija al Autor de nuestra salvación. Nos presenta sus dos naturalezas, la divina y la humana. Esta es su descripción de la divina: ‘El cual siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios’ (Fil. 2:6). Era ‘el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia’ (Heb. 1:3).
“Su descripción de la humana: ‘Hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz’ (Fil. 2:7, 8). Asumió voluntariamente la naturaleza humana. Fue su propia acción, realizada con su propio consentimiento. Ocultó su divinidad con la humanidad. Pero, aunque siguió siendo Dios, no apareció como Dios. Veló las manifestaciones de la Divinidad que habían suscitado el homenaje y la admiración del universo de Dios. Fue Dios mientras estuvo en el mundo, pero se despojó de la forma de Dios, y en su lugar tomó la apariencia de un hombre. Anduvo en la tierra como un hombre. Por amor a nosotros se hizo pobre, para que nosotros, por su pobreza nos enriqueciéramos. Depuso su gloria y su majestad. Era Dios, pero dejó por un tiempo las glorias de la forma de Dios…
“Como miembro de la humanidad era mortal, pero como Dios era el fundamento de la vida del mundo. Habría podido resistir la muerte en su persona divina y rehusar someterse a su dominio, pero entregó su vida voluntariamente, para dar vida y traer a luz la inmortalidad. Llevó los pecados del mundo, y soportó la penalidad que pesaba como una montaña sobre su alma. Entregó su vida como sacrificio, para que el hombre no muriera eternamente. No murió porque se lo haya obligado a morir, sino por su libre voluntad…
“¡Qué humildad manifestó! Asombró a los ángeles. La lengua no podrá describirla nunca; la imaginación nunca podrá comprenderla. ¡El Verbo eterno consintió en hacerse carne! ¡Dios se hizo hombre! Fue una humildad admirable”.[10]
- La preexistencia de Cristo. Esta se destaca en pasajes como Juan 8:58, donde Jesús dice: “Antes que Abrahán fuese, yo soy”. Y en el capítulo 17:5 oró: “Glorifícame… con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese”. En Juan 1:1 leemos: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”.
Notemos el siguiente párrafo de la Hna. White:
“Con solemne dignidad Jesús respondió: ‘De cierto, de cierto os digo: Antes que Abrahán fuese, YO SOY’.
“Cayó el silencio sobre la vasta concurrencia. El nombre de Dios, dado a Moisés para expresar la presencia eterna había sido reclamado como suyo por este Rabino galileo. Se había proclamado a sí mismo como el que tenía existencia propia, el que había sido prometido a Israel, ‘cuya procedencia es de antiguo tiempo, desde los días de la eternidad’ ”.[11]
“El mundo fue hecho por él, ‘y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho’. Si Cristo creó todas las cosas, existió antes de todas las cosas. Las palabras pronunciadas respecto de esto, son tan decisivas que nadie necesita quedar en la duda. Cristo era Dios en esencia, y en el sentido más elevado. Estaba con Dios desde la eternidad, Dios sobre todo y para siempre”.[12]
“ ‘Antes que Abrahán fuese, yo soy’. Cristo es el Hijo de Dios preexistente y existente por sí mismo. El mensaje que dio a Moisés para que lo transmitiera a los hijos de Israel, fue: ‘Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros’… Al hablar de su preexistencia, Cristo lleva la mente hacia atrás, hacia los siglos sin fin. Nos asegura que no ha habido tiempo cuando él no haya estado estrechamente relacionado con el Dios eterno. Aquel cuya voz escuchaban los judíos había estado con Dios desde siempre”.[13]
- La eternidad de Cristo. En los siguientes pasajes encontramos evidencia de la naturaleza eterna de nuestro Señor: El existe “desde los días de la eternidad” (Miq. 5:2); tuvo “el principado” “eternamente”, “desde el principio” (Prov. 8:23); es “el Alfa y la Omega… el primero y el último” (Apoc. 22:13).
Notemos también las siguientes observaciones que vienen al caso:
“Desde los días de la eternidad, el Señor Jesucristo era uno con el Padre; era ‘la imagen de Dios’, la imagen de su grandeza y majestad, ‘el resplandor de su gloria’”.[14]
“El Señor Jesucristo, el divino Hijo de Dios, existía desde la eternidad, como una persona diferente, y sin embargo una con el Padre. Tenía la gloria sobresaliente del cielo. Era el comandante de las inteligencias celestiales, y recibía como cosa propia el homenaje y la adoración de los ángeles. Esto no era un robo hecho a Dios”.[15]
“Hay luz y gloria en la verdad de que Cristo era uno con el Padre antes de la fundación del mundo. Esta es una luz que brilla en un lugar oscuro haciéndolo resplandecer con la gloria divina original. Esta verdad, infinitamente misteriosa en sí misma, explica otras verdades misteriosas que de otro modo no podrían explicarse, mientras ella misma está entronizada en la luz, inasible e incomprensible”.[16]
Estas tres consideraciones son fundamentales; deberían recordarse, debería meditarse en expresiones tales como “unigénito”, “primogénito”, etc. Estos y otros adjetivos se aplican a Cristo el Mesías.
En vista de estas verdades vitales e importantes acerca de la divinidad, preexistencia y eternidad del Hijo de Dios, resulta evidente que las expresiones mencionadas no pueden tener una relación definitiva y completa con lo que conocemos como nacimiento desde el punto de vista humano. Insistir en ese concepto implicaría un comienzo, que hubo un tiempo cuando él no existía, que hubo un momento histórico cuando existió, y todo eso entraría en conflicto con la evidencia bíblica de que nuestro Señor es eterno.
Sobre el autor: Ex director de la revista Israelite.
Referencias
[1] Signs of the Times, 30-7-1896.
[2] Review and Herald, 5-4-1906.
[3] The SDA Bible Commentary, pág. 904
[4] Midrash on Deuteronomy 1:20.
[5] J. F. Stenning, Targum of Isaiah
[6] The Talmud Baba Bathra 75b
[7] A. Cohén, The Psalms, págs. 140, 141.
[8] Signs of the Times, 3-5-1899.
[9] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 278.
[10] Review and Herald, 5-7-1887
[11] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 435
[12] Review and Herald, 5-4-1906
[13] Signs of the Times, 29-8-1900
[14] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 11
[15] Review and Herald, 5-4-1906
[16] Ibid