Desde hace varias décadas ha existido el deseo entre los adventistas del séptimo día de poseer una declaración explícita acerca de la doctrina de la justificación por la fe. Actualmente hay en la iglesia un sentimiento creciente y generalizado de la necesidad, no solamente de una definición sobre el tema, sino también de una experiencia vital en la justificación por la fe bajo el ministerio del Espíritu Santo.

    En los últimos años los dirigentes de la iglesia han realizado numerosos esfuerzos a fin de contemplar los diferentes puntos de vista sobre el tema y tratan de encontrar armonía en la comprensión de este “preciosísimo mensaje”.[1] La tentativa más reciente congregó a un grupo de profesores de Biblia, redactores y administradores que se reunieron en Palmdale, California, del 23 al 30 de abril de 1976. Estudiaron y oraron juntos, disfrutaron de amable compañerismo, y a medida que transcurrían los días, avanzaron en unidad de espíritu y de visión.

     La siguiente declaración, formulada por este grupo, es compartida con toda la iglesia, no como una presentación formal de la doctrina, ni como un pronunciamiento oficial de los dirigentes de la iglesia, sino más bien como una afirmación de consenso de su comprensión acerca de este tema vital de la doctrina y la vida práctica.

    Esta declaración contiene elementos de ciertas verdades básicas que no pueden ser puestas a un lado ni modificadas. En cuanto a otras verdades, sin embargo, creemos y esperamos que el pueblo de Dios habrá de seguir recibiendo una luz más plena y más clara al respecto a medida que su experiencia se profundice y hasta que Jehová, justicia nuestra, venga a buscar a sus hijos.

Justificación y Santificación

   Nosotros coincidimos en que, cuando las palabras justificación y fe aparecen unidas entre sí en la Escritura (mediante las preposiciones “de”, “por”, y otras), se refieren a la experiencia de la justificación por la fe. Dios, el Juez justo, declara justa a la persona que cree en Jesús y se arrepiente. Por más pecadora que sea, es considerada justa porque por medio de Cristo ha establecido una correcta relación con Dios.[2] Este es el don de Dios mediante Jesucristo.

    También estamos de acuerdo en que el concepto de la justificación divina, tal como aparece en las Escrituras desde el principio hasta el fin, abarca más que el significado particular de justificación que encontramos en Romanos, Filipenses y 2 Corintios. En el Antiguo Testamento la expresión “justicia de Dios” se usa para referirse al carácter de Dios y a sus actos de liberación realizados en favor de su pueblo. En el Nuevo Testamento, Santiago hace hincapié en las consecuencias morales y prácticas implicadas en esa frase. De la epístola de Santiago se desprende con claridad que la expresión paulina “justificados por fe sin las obras de la ley[3], había sido erróneamente interpretada por algunos de los primeros cristianos en el sentido de que Pablo hubiera definido la justificación como la mera aceptación intelectual de Cristo.

    Por lo tanto, aunque somos justificados por los méritos de la sangre de Cristo y mediante la intervención de la fe, también es cierto que las obras que resultan de una obediencia basada en el amor son la evidencia de una fe salvadora. En el juicio final, nuestras obras de fe y amor testifican de la realidad de una fe justificante y de nuestra unión con Cristo, seguimos siendo salvados por la justificación mediante Cristo, sin las obras de la ley, es decir, sin ninguna obra meritoria. Así, pues, los adventistas del séptimo día a menudo han usado la frase “justificación por la fe” para referirse teológicamente a los procesos conjuntos de la justificación y la santificación.

    Debería recordarse que, junto con el don de Dios, está su requerimiento: la estipulación de que el cristiano viva una vida fructífera, que tiene el propósito de revelar en él la imagen de Dios, a cuya semejanza fue creado. De manera que los términos justo (recto) y justicia (justificación, equidad, acciones justas), tal como se usan en las Escrituras, indican tanto la nueva posición legal que se concede al pecador arrepentido delante de Dios[4] como las demandas de una nueva forma de vida[5]. una meta que debe ser alcanzada en la relación del cristiano con Dios.[6]

    El término justicia tiene que ver tanto con el don de Dios como con sus requerimientos: tanto con la justificación como con la santificación: tanto con la justicia imputada y el arrepentimiento, como con la justicia impartida por la fe y la obediencia: tanto con el derecho al cielo como con la idoneidad para el cielo.[7] Esta nueva manera de vivir comienza con la regeneración (el nuevo nacimiento) y la justificación, y se produce por medio de la obra del Espíritu Santo.[8] Es también por medio del Espíritu Santo como Cristo mora en el alma, como se obtiene la seguridad del perdón de los pecados y la garantía de la vida eterna.[9] La santificación comienza, pues, con el nuevo nacimiento y la justificación, y ambas cosas emanan de la justicia de Cristo.

La humildad de Cristo en relación con la justificación por la fe

    Creemos que Jesús de Nazaret es el Hijo encarnado de Dios, el eterno y preexistente verbo de Dios, que era con Dios y era Dios[10] que se hizo carne y habitó entre nosotros.[11] Cómo pudo ser al mismo tiempo Dios y hombre, verdadero Dios y verdadero hombre, es un “insondable misterio que la mente humana no puede comprender”.[12] Explícitamente llamado Dios” en las Escrituras[13], fue el gran “YO SOY” durante su ministerio en la tierra[14] tan seguramente como lo fue antes de su encarnación.

    Era, además, hombre; verdadero hombre. No solamente Pedro, Pilato y los escribas, entre otros, lo llamaron “hombre”[15], sino que ese término aparece también en sus propios labios.[16] Tuvo una madre humana, “era del linaje de David según la carne”[17], estuvo sujeto a las leyes naturales del desarrollo humano[18], mostró amor y compasión[19] y supo lo que era tener hambre, sed y cansancio, como cualquier ser humano.[20]

    El Nuevo Testamento declara que nuestro Señor vino “en semejanza de carne de pecado”: y también que “por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo. . . Debía ser en todo semejante a sus hermanos”.[21]

    El Nuevo Testamento declara también que, por nuestra causa, Dios, “al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado”[22] y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él”.[23] No todos los cristianos entienden estos pasajes de la misma manera. Por ejemplo, para algunos significan que Jesús no cometió pecado, ni en palabra, ni en hechos, ni en pensamiento; para otros significan no solamente que no cometió pecado, sino que tampoco tuvo las tendencias al mal heredadas, que son comunes a toda la humanidad caída.

    Nosotros coincidimos en que Jesús, en su naturaleza humana, rechazo completamente cualquier cosa que fuese contraria a Dios, o se apartara de su divina voluntad.[24] “Aunque tenía toda la fuerza de la pasión humana, nunca cedió a la tentación de realizar el más insignificante acto que no fuese puro, elevado y ennoblecedor”.[25]

    Sean los que fueren de estos puntos de vista los que sean aceptados por los cristianos acerca de la humanidad de Cristo, nosotros creemos que el concepto básico es reconocer a Jesús como el Salvador de toda la humanidad y que, mediante su vida victoriosa, vivida en la carne humana, provee el eslabón entre la divinidad y la humanidad. Cuando el pecador recibe a Cristo aceptando estas condiciones, participa realmente de la justificación por la fe.

    Elena de White también recalcó dos aspectos básicos de la humanidad de nuestro Señor. Por un lado destacó que Cristo “tomó sobre sí la naturaleza caída y sufriente del hombre, degradada y manchada por el pecado”[26], y que “nuestro Salvador tomó la humanidad con todo su pasivo”.[27] Por otro lado, se regocijó con los escritores bíblicos al notar que, “al tomar sobre sí la naturaleza del hombre en su condición caída, Cristo no participó de su pecado en lo más mínimo”.[28] La suya fue una “perfecta humanidad”.[29] Aunque “tomó nuestra naturaleza en su condición deteriorada[30] aceptando “los efectos de la gran ley de la herencia”[31] no poseía “las pasiones de la caída naturaleza humana”[32]; tomó “la naturaleza pero no la pecaminosidad del hombre”.[33] Aunque Cristo “pudo haber pecado, pudo haber caído. . . ni por un momento hubo en él la menor propensión al mal”.[34]“Nació sin una mancha de pecado”.[35]

    No hay duda de que aquí nos enfrentamos con un insondable misterio[36], especialmente porque no tenemos ninguna analogía con la cual hacer una comparación. Nuestro Señor pudo venir “en semejanza de carne de pecado” y sin embargo seguir siendo Aquel en quien “no hay pecado”. Nosotros creemos que no es necesario que una persona sea pecadora para ser tentada: basta con que sea un ser moral con la facultad de prescindir de Dios o alejarse de él.

    La impecabilidad de nuestro Señor es la impecabilidad del hombre Jesús, mantenida durante su vida terrenal frente a la tentación real y la posibilidad de pecar. Visto desde la perspectiva de su naturaleza humana, Cristo estuvo sujeto a la posibilidad de caer. Sin haber cometido pecado en todas las etapas de su vida, “por lo que padeció aprendió la obediencia”.[37]

    Las Escrituras afirman explícitamente que Cristo no sólo pudo haber sido tentado, sino que fue tentado.[38] También nos dan una extensa descripción de su tentación en el desierto al comienzo de su ministerio público.[39] El propósito primordial de Satanás era debilitar la confianza de Cristo en su Padre[40], persuadirlo a tomar las cosas en sus propias manos y actuar independientemente de Dios. Aunque era plenamente Dios, Jesús había convenido con el Padre en vivir como hombre, soportando los resultados de los pecados y flaquezas de la humanidad caída, sin ejercer facultad alguna, en su lucha contra el pecado, que no estuviera al alcance de todos los hombres por medio de la fe en Dios. Donde Adán y todos los demás hombres y mujeres han fracasado, él venció, dependiendo del Padre y rehusando desprenderse de sus manos. Diariamente escogía mantener su dependencia de Dios, manifestando perfecta confianza y fe en él.[41]

   Cuando Pablo escribió que Jesús “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”[42], estaba proclamando las buenas nuevas de que el pecado no es necesario ni inevitable. Siendo que Jesús tomó sobre sí la naturaleza humana y se negó a usar de ventajas especiales que no estuvieran al alcance de “sus hermanos”, su secreto para obtener la victoria es también el nuestro. Vino a este mundo “no para revelar lo que Dios podía hacer, sino lo que podía hacer un hombre por medio de la fe en el poder de Dios para ayudar en toda emergencia”.[43] Es al mismo tiempo nuestro Sustituto, nuestro Redentor y nuestro ejemplo. Así como él venció con la ayuda del Padre[44] nos invita a vencer “como yo he vencido”[45], viviendo por la fe como él lo hizo. No recibió el poder divino en forma diferente a como puede ser otorgado a cada uno de nosotros.[46] “A todos los que lo reciben por la fe -especifica Elena G. de White-, les da su gracia imputada y su poder”.[47]

    Jesús, nuestro Señor, no sólo nos libra de la condenación del pecado, sino también de su poder. A todos los que deciden confiar en Dios y obedecerle, se les promete el perdón del pecado y la victoria sobre el mismo. Por medio de Cristo somos colocados en posición de victoria sobre el pecado, sobre los actos deliberados de rebelión contra Dios, así como sobre las tendencias al mal heredadas y cultivadas.[48] El pecado no tiene más dominio sobre los hombres y mujeres de fe.[49] Habiéndonos rendido a Cristo y siendo renovados en el espíritu de nuestra mente[50], nos vestimos “del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”.[51]

En resumen creemos:

1. Que Cristo fue y todavía es el Hombre-Dios -la unión de la verdadera Deidad con la verdadera humanidad.

2. Que Cristo experimentó todos los alcances de la tentación, con el riesgo del fracaso y la pérdida eterna.

3. Que Cristo venció la tentación utilizando únicamente los recursos que Dios puso al alcance de la familia humana.

4. Que Cristo vivió en perfecta obediencia a los mandamientos de Dios y fue sin pecado.

5. Que por su vida y su muerte expiatoria, Cristo hizo posible que los pecadores fuesen justificados por la fe, y por lo tanto, considerados como justos a la vista de Dios.

6. Que por medio de la fe en el acto redentor de Cristo, el hombre no sólo puede cambiar su posición ante Dios, sino que también puede cambiar su carácter, a medida que crece en la gracia y obtiene la victoria sobre las tendencias al mal, heredadas y cultivadas. Que esta experiencia de justificación y santificación continúa hasta la glorificación.

La época de 1888

    Al repasar la historia de la iglesia en 1888, llegamos a la conclusión de que fue un tiempo de oportunidad sin precedentes para la Iglesia Adventista del Séptimo Día. El Señor verdaderamente concedió entonces a su pueblo el “comienzo” de la lluvia tardía y del fuerte clamor en la “revelación de la justicia de Cristo, el Redentor perdonador del pecado”.[52] La actitud y el espíritu manifestado por muchos en ese momento hizo necesario que Dios retirara esta bendición especial.[53]

    Al paso que nada se gana discutiendo sobre el número de los que aceptaron o rechazaron estas bendiciones en 1888, reconocemos que los que entonces oyeron el mensaje de la justificación por la fe reaccionaron en forma dividida. Es claro que la plenitud de la maravillosa bendición que Dios deseo derramar sobre la iglesia, no fue recibida en aquel tiempo ni en otro subsiguiente. A la luz de estos hechos históricos, nuestra principal preocupación actual debiera ser quitar todo obstáculo que retenga el poder prometido y, por medio del arrepentimiento, la fe, el reavivamiento y la reforma, preparar el camino para que el Señor pueda realizar su obra especial por nosotros y a través de nosotros. Reconocemos que la principal responsabilidad en este aspecto recae sobre los dirigentes de la iglesia.

    Nos identificamos no sólo con los mensajeros que el Señor uso en 1888 para proclamar el preciosísimo mensaje de la justicia de Cristo, sino también con todos los que puedan haberlo presentado fielmente en los años subsiguientes. Deseamos aprender la lección de los errores del pasado, de modo que no se halle en nosotros un espíritu de rebelión, terquedad, insubordinación, sospecha y envidia. Este es un tiempo cuando los que dirigen la iglesia están llamando al reavivamiento y la reforma; y nosotros nos unimos con nuestros hermanos fieles en el ferviente deseo de abrazar la verdad plena que nos permitirá experimentar la justificación por la fe, recibir el consecuente derramamiento de la lluvia tardía, y ver la tierra iluminada por la gloria de Dios.[54]

Apelación

    Por medio de su sierva. el Señor dio el siguiente consejo inspirado en relación con la tarea de la predicación para estos últimos días:

    “El centro de nuestro mensaje debe ser la misión y la vida de Jesucristo. Destáquese la humillación, la abnegación, la mansedumbre y humildad de Cristo, de modo que los corazones orgullosos y egoístas puedan ver la diferencia entre ellos y el Modelo, y sean humillados. Mostrad a vuestros oyentes a Jesús en su condescendencia para salvar al hombre caído. Mostradles que su Fiador, por causa de haber transgredido el hombre la ley de Dios, tuvo que tomar la naturaleza humana y llevarla a través de la oscuridad y el temor de la maldición de su Padre: pues el Salvador estuvo en la condición de hombre” (Elena G. de White, Review and Rerald. 11 de septiembre de 1888).

    Al estudiar temas profundos, tales como la justificación por la fe, la naturaleza de Cristo y otras verdades relacionadas con estos temas, sería bueno que siguiéramos el siguiente consejo de Elena G. de White:

    “Muchos cometen el error de tratar de definir minuciosamente la diferencia entre justificación y santificación. Al hacerlo, a menudo presentan sus propias ideas y especulaciones. ¿Por qué tratar de ser más minuciosos que la Inspiración en la cuestión vital de la justificación por la fe? ¿Por qué tratar de explicar los más mínimos detalles, como si la salvación del alma dependiera de que todos tengan exactamente la misma comprensión que usted tiene del asunto? No todos pueden ver las cosas de la misma manera” (Elena G. de White en SDA Bible Commentary, tomo 6. pág. 1072).

    “Nuestros ministros deben cesar de ocuparse de sus propias ideas con la actitud de: ‘Usted debe ver este punto como yo lo veo. O no podrá salvarse’. ¡Fuera con este egotismo! La gran obra que debe hacerse en cada caso es ganar almas para Cristo. Los hombres deben ver a Jesús en la cruz, deben mirar y vivir” (Mensajes Selectos, tomo 1, pág. 209).

    Instamos a nuestros miembros de iglesia y a los obreros de todo el mundo a que presten la debida atención al consejo de la sierva de Dios. La hora es avanzada. Ante nosotros está la gran tarea de proclamar el último mensaje de Dios a todo el mundo en esta generación. Tal desafío requiere unidad de propósito y la consagración plena de todos los creyentes en el mensaje adventista.

    ¿No estrecharemos, pues, nuestras filas en renovados lazos de unidad, reconsagrando nuestras vidas y nuestros talentos a la comisión salvadora, antes que envolvernos en controversias teológicas mientras hay almas que perecen? En nuestro testimonio y en nuestra predicación, elevemos a Cristo en toda su belleza y ternura. Su vida y su muerte serán siempre un desafío para que llevemos una vida más santa y realicemos esfuerzos más fervientes en su servicio.

   “Contemplad la cruz del Calvario. Es una garantía permanente del ilimitado amor, la inconmensurable misericordia del Padre celestial. Ojalá todos se arrepintieran e hicieran sus primeras obras. Cuando hagan esto las iglesias, amarán a Dios por sobre todas las cosas y a sus prójimos como a sí mismos. Efraín no envidiará a Judá, y Judá no vejará a Efraín. Entonces serán curadas las divisiones, no se oirán más los sonidos ásperos de la contienda en los confines de Israel. Mediante la gracia que les es dada gratuitamente por Dios, todos procurarán contestar la oración de Cristo: que sus discípulos sean uno, así como él y el Padre son uno” (Mensajes Selectos, tomo 1, pág. 451).


[1] Testimonios para los Ministros, pág. 89.

[2] Rom. 3:21-26. 4:11-13; 9:30; 10:6; El Camino a Cristo, pág. 64.

[3] Rom 3:28.

[4] Rom 5:1, 9; 1 Cor 6:11.

[5] Rom 6:16, 17; 14:17; 2 Cor. 6:14.

[6] Mat 5:6; 6:33; 1 Juan 2:29.

[7] Mensajes para los Jóvenes, pág. 33. El Deseado de Todas las Gentes, pág. 282.

[8] Tito 3:5-7.

[9] Efe. 1:13, 14; 4:30. Rom. 8:23; 2 Cor. 5:5; 1:22.

[10] Juan 1:1.

[11] Juan 1:14.

[12] Elena G de White. Signs of the Times, 30-7-1896

[13] Juan 8:58.

[14] Juan 1:1, 18; 20:28; Tito 2:13.

[15] Hech. 2:22. Juan 19:5; 7:46.

[16] Juan 8:40.

[17] Rom. 1:3.

[18] Luc. 2:40, 52. El Deseado de Todas las Gentes págs. 49, 53.

[19] Mar. 10:21; Mat 9:36.

[20] Mat. 4:2: Juan 19:28; 4:6.

[21] Fil. 2:7; Rom 8:3; Heb 2:11, 14, 17.

[22] 2 Cor. 5:21.

[23] 1 Juan 3:5.

[24] Encontramos la misma verdad expresada por los labios de Jesús: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mi” (Juan 14:30) Satanás no hallo nada en el de lo cual pudiera sacar ventaja No tema ningún asidero en él. ningún poder sobre él. Porque Cristo jamás consintió en un solo pensamiento o acto pecaminoso “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” era la incontestable verdad acerca de Jesús. el impecable Hijo del hombre (Juan 8:46). Estos pasajes nos muestran la impecabilidad o perfección moral del Jesús humano Cristo se nos presenta como la personificación viviente de la santidad y la verdad indisolublemente unidas. Jesús no solo nunca pidió perdón a Dios, sino que no necesito regeneración. conversión o reforma.

[25] Manuscrito 73. sin fecha

[26] The Youth’s Instructor, 20-12-1900.

[27] El Deseado de Todas las Gentes, págs. 115, 116.

[28] Mensajes Selectos, tomo 1. págs. 299, 300.

[29] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 628.

[30] Mensajes Selectos, tomo 1. pág. 296.

[31] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 54.

[32] Testimonies, tomo 2. pág. 509.

[33] Signs of the Times. 29-5-1901.

[34] Elena G. de White. en SDA Bible Comentary, Tomo 5. pág. 1128.

[35] Id., tomo 7, pág. 925

[36] 1 Tim 3 16 “¿Fue la naturaleza del Hijo de Mana transformada en la naturaleza del Hijo de Dios? No las dos naturalezas estaban indisolublemente unidas en una persona el hombre Cristo Jesús. En el habitaba a plenitud de la Divinidad corporalmente Cuando Cristo fue crucificado, fue su naturaleza humana la que murió. La Deidad no se debilito ni murió, eso hubiera sido imposible. Cristo, el Ser sin pecado, salvara a cada hijo e hija de Adán que acepte la salvación que se le ofrece, consintiendo en convertirse en hijos de Dios. El Salvador compró a la raza humana con su propia sangre. Este es un gran misterio, un misterio que no será plenamente comprendido en toda su grandeza hasta la traslación de los redimidos. Entonces, el poder, la grandeza y la eficacia del don de Dios para el hombre, será comprendido. Pero el enemigo está firmemente decidido a hacer que el concepto de este don sea tan confuso, que se pierda en la insignificancia” (Id., tomo 5. pág. 1113. La cursiva es nuestra). Era un misterio para los ángeles que Cristo, la Majestad del cielo, condescendiera no solo en revestirse con la humanidad, sino en llevar sus cargas más pesadas y sus oficios más humillantes. Hizo esto a fin de convertirse en uno como nosotros, para que pudiera familiarizarse con las faenas, los dolores y las fatigas de los hijos de los hombres (Conducción del Niño. pág. 324. La cursiva es nuestra). “Es imposible para el espíritu finito del hombre comprender plenamente el carácter o las obras del Infinito. Para la inteligencia más perspicaz, para el espíritu más ilustrado, aquel Santo Ser debe siempre permanecer envuelto en el misterio” (El Camino a Cristo, pág. 107. La cursiva es nuestra). Es un misterio dejado sin explicar a los mortales el que Cristo pudiera ser tentado en todo como lo somos nosotros, y sin embargo estar sin pecado. La encarnación de Cristo ha sido siempre, y siempre será, un misterio” (Elena G. de White, en SDA Bible Commentary, tomo 5. págs. 1128, 1129. La cursiva es nuestra).

[37] Heb. 5:8.

[38] Heb. 2:18; 4:15.

[39] Véase, por ejemplo, Mat. 4:1-11.

[40] Juan 5:30; 6:38.

[41] Véase el relato de Elena G. de White en Mensajes Selectos, tomo 1. págs. 318-340.

[42] Heb. 4:15.

[43] Elena G. de White, en SDA Bible Commentary, tomo 7. pág. 929.

[44] Vease Juan 6:38-40; 7:16; 8:26-28; 12:48.

[45] Apoc. 3:21.

[46] Ibid.

[47] Ibid.

[48] Palabras de Vida del Gran Maestro, pág. 378.

[49] Rom. 6:14.

[50] Efe. 4:23.

[51] Efe. 4:24.

[52] A. G. Daniells, Christ Our Righteousness, págs. 56-63.

[53] G. C. Bulletin, 28-2-1893. pág. 1 (véase A. V. Olsen, Through Crisis to Victory, 1888-1901, págs. 80, 81): Mensajes Selectos, tomo 1. págs. 275. 276.

[54] Apoc. 18:1.