Las siguientes declaraciones sobre las enseñanzas denominacionales fundamentales que abarcan el ministerio sumo sacerdotal de Cristo y el papel de los escritos de Elena G. de White en asuntos doctrinales, fueron formuladas y aceptadas por la comisión revisora de la doctrina del Santuario, en Glacier View Ranch, Colorado, del 10 al 15 de agosto de 1980

            La doctrina de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote en el Santuario celestial nos otorga seguridad y esperanza. Llenó de significado las vidas de los pioneros de la Iglesia Adventista del Séptimo Día; y aún es campo fructífero para nuestra contemplación y crecimiento espiritual.

            Esta enseñanza distintiva fue reafirmada en la declaración de creencias fundamentales adoptada por la Asociación General en Dallas, en abril de 1980. Nuestra convicción fue expresada allí de la siguiente manera:

            “Hay un santuario en el cielo, el verdadero tabernáculo que el Señor erigió y no el hombre. En él ministra Cristo en nuestro favor, para poner a disposición de los creyentes los beneficios de su sacrificio expiatorio ofrecido una vez y para siempre en la cruz. Llegó a ser nuestro gran Sumo Sacerdote y comenzó su ministerio intercesor en ocasión de su ascensión. En 1844, al concluir el período profético de los 2.300 días, entró en el segundo y último aspecto de su ministerio expiatorio. Esta obra es un juicio investigador que forma parte de la eliminación definitiva del pecado, representada por la purificación del antiguo santuario judío en el día de la expiación. En el servicio típico, el Santuario se purificaba mediante la sangre de los sacrificios de animales, pero las cosas celestiales se purifican mediante el perfecto sacrificio de la sangre de Jesús. El juicio investigador pone de manifiesto frente a las inteligencias celestiales quiénes de entre los muertos duermen en Cristo y por lo tanto se los considerará dignos, en él, de participar de la primera resurrección. También aclara quiénes de los que viven están morando en Cristo, guardando los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, y por lo tanto estarán listos, en él, para ser trasladados a su reino eterno. Este juicio vindica la justicia de Dios al salvar a los que creen en Jesús. Declara que los que permanecen leales a Dios recibirán el reino. La conclusión del ministerio de Cristo señalará el fin del tiempo de prueba otorgado a los seres humanos antes de la Segunda Venida”.

            El presente artículo es un desarrollo de la declaración de Dallas. Expresa el consenso de la comisión revisora de la doctrina del Santuario, que se reunió del 10 al 15 de agosto de 1980 en Glacier View, Colorado. La comisión buscó hacer una evaluación franca y seria de nuestras posiciones históricas, considerándola a la luz de las críticas y las interpretaciones alternativas que habían sido sugeridas. Esas sugerencias son beneficiosas en el sentido de que nos llevan a estudiar, nos obligan a clarificar nuestra comprensión, y de esa manera nos guían a visiones más agudas y apreciaciones más profundas de las verdades que han dado forma al movimiento adventista.

            De esa manera la doctrina del Santuario, que tanto significó para los primeros adventistas, alumbra a los creyentes de nuestros días. Verla más claramente es ver más claramente a Cristo; y esa visión revivirá la vida cristiana y dará poder a nuestra predicación y testimonio.

I. El significado de la doctrina

            Aunque el simbolismo del Santuario es prominente a lo largo de las Escrituras -Cristo como el Sumo Sacerdote es la idea dominante del libro de Hebreos- el pensamiento cristiano le ha dado relativamente poca atención a este tema. Sin embargo, en el siglo XIX hubo un repentino florecimiento del interés en Cristo y el Santuario celestial. Nuestros pioneros reunieron las ideas de Levítico, Daniel, Hebreos, Apocalipsis y otros textos en una síntesis teológica pura que combinaba el sumo sacerdocio de Cristo con la expectación del final de la historia. Cristo no estaba meramente ministrando en el Santuario celestial; había entrado en la fase final de ese ministerio que correspondía al día de la expiación de Levítico 16.

            Para los primeros adventistas del séptimo día esta nueva doctrina “fue la clave que aclaró el misterio del desengaño de 1844” (El Conflicto de los Siglos, pág. 476).

            “Fue el medio por el cual aquellos firmes creyentes en el retorno inminente de Jesús podían sobrellevar sus expectativas insatisfechas. Le dio un nuevo sentido de identidad religiosa; llenó sus vidas con significado, pues con ellas reveló todo un sistema de verdades que formaban un conjunto armonioso y demostraban que la mano de Dios había dirigido el gran movimiento adventista, y al poner de manifiesto la situación y la obra de su pueblo le indicaba cuál era su deber de allí en adelante” (loc. cit.). Así podían ver que, aunque se habían equivocado, no habían estado completamente engañados, aún tenían una misión y un mensaje.

            La creencia de que Cristo es nuestro Sumo Sacerdote en el Santuario celestial no es una reliquia de nuestro pasado adventista; ilumina a todas las demás doctrinas, “acerca” a Dios y la salvación hasta nosotros de manera que nos da “plena certidumbre” (Heb. 10:22), nos muestra que Dios está de nuestro lado.

            Allá en los cielos hay alguien que está “viviendo siempre para interceder” por nosotros (Heb. 7:25). Es Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, quien “en los días de su carne” (cap. 5: 7) sufrió, soportó la prueba y murió por nosotros. Él es capaz de “compadecerse de nuestras debilidades” (cap. 4: 15) y envía el socorro oportuno desde su trono de gracia (cap. 2. 18; 4: 16). Por eso podemos llegar confiadamente hasta la presencia de Dios, sabiendo que seremos aceptados por los méritos de nuestro Mediador.

            La doctrina del Santuario nos da una nueva visión de nosotros mismos. La humanidad, a pesar de sus flaquezas y rebeliones, es importante para Dios y es el supremo objeto de su amor. Dios ha mostrado su interés por nosotros al tomar la naturaleza humana sobre sí mismo, y llevarla para siempre en la persona de Cristo, nuestro Sumo Sacerdote celestial. Somos el pueblo del Sacerdote, la comunidad de Dios que vive para adorarlo y para llevar frutos para su gloria.

            Esta doctrina también abre una nueva perspectiva para el mundo. Lo vemos como parte de una lucha cósmica, el “gran conflicto” entre el bien y el mal. El Santuario celestial es la sede central de Dios en esta confrontación; garantiza que en su debido momento el mal no será más, y Dios será todo en todos (1 Cor. 15: 28). La obra de juicio que se desarrolla en el Santuario culmina con un pueblo redimido y un mundo recreado.

II. Las fuentes de nuestra interpretación

            Aunque el tema del Santuario corre a través de todas las Escrituras, puede vérselo más claramente en Levítico, Daniel, Hebreos y Apocalipsis. Esos cuatro libros, que atrajeron la atención de los primeros adventistas, continúan siendo el centro de nuestro estudio sobre el Santuario en los cielos.

            Considerando el énfasis, estos libros van en pares. Mientras que Levítico y Hebreos se ocupan principalmente de las funciones sacerdotales asociadas con el Santuario, Daniel y Apocalipsis se refieren a la actividad divina en el Santuario hacia el fin del mundo. Por lo tanto, podemos decir que el énfasis principal de los dos primeros es la intercesión, mientras que el énfasis principal de los dos últimos es el juicio.

            El libro de Levítico describe los diferentes servicios del Santuario del Antiguo Testamento. Leemos acerca de los sacrificios continuos, presentados cada mañana y cada tarde, en favor del pueblo de Israel (Lev. 6: 8-13). También leemos acerca de los distintos tipos de ofrendas individuales para expresar consagración, agradecimiento y confesión (caps. 1-7), y del clímax de todo el sistema de sacrificios, el día de la expiación, que es descripto en detalle (cap. 16).

            El libro de Hebreos compara y contrasta esos servicios con el sacrificio de Jesucristo en el Calvario (cap. 9:1-10:22). Argumenta que por su muerte realizada una vez por todos Jesús cumplió lo que las repetidas ofrendas de Israel nunca hubieran podido realizar. Él es la realidad simbolizada por los sacrificios del día de la expiación, así como por los antiguos servicios. Aunque se ha sugerido que esas referencias en Hebreos muestran que el día escatológico de la expiación comenzó en la cruz, Hebreos no se dedica a la cuestión del tiempo; más bien se concentra en la plena eficacia del Calvario. Para hallar respuesta a nuestros interrogantes con respecto a las fechas de los acontecimientos del Santuario celestial, buscamos en los libros de Daniel y Apocalipsis. Particularmente las “profecías de tiempo” de Daniel 7-9 continúan siendo cruciales para la interpretación adventista del Santuario. Ellas señalan más allá del primer advenimiento de Cristo a la obra final del juicio divino en el Santuario celestial.

            El significado preciso de las profecías del Antiguo Testamento es un asunto que necesita ser más estudiado en el futuro. Esa investigación debe tratar de ser veraz con la naturaleza variada de las profecías individuales, tomar en cuenta las diferentes perspectivas de los lectores (en el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y la época moderna), discernir la intención divina en las profecías y mantener la tensión entre la soberanía divina y la libertad humana. Además, ese estudio debe dar el debido peso al poderoso y amplio sentido de la inminencia del segundo advenimiento que encontramos en el Nuevo Testamento. (P. ej., Rom. 13: 11, 12; 1 Cor. 7: 29-31; Apoc. 22: 20.)

            Los escritos de Elena G. de White también contienen gran cantidad de material que trata acerca de Cristo en el Santuario celestial. (P. ej., El Conflicto de los Siglos, págs. 409, 432, 479, 491, 582-678.) En ellos se destaca el significado de los acontecimientos de 1844 en el plan divino, y los acontecimientos finales que proceden del trono de Dios. Sin embargo, esos escritos no eran la fuente de la doctrina del Santuario de nuestros pioneros, antes bien, confirmaron y completaron las ideas que los primeros adventistas encontraron en la Biblia misma. Hoy reconocemos la misma relación: los escritos de Elena G. de White confirman nuestra doctrina de Cristo en el Santuario celestial y complementan nuestra comprensión de la misma.

            En el resto de este artículo ofrecemos una breve explicación de esa doctrina. El material bíblico en el que se basa la doctrina comprende dos fases relacionadas. Consideremos la primera: intercesión.

III. El ministerio intercesor de Cristo

            El sistema de sacrificios del Antiguo Testamento fue dado por Dios. Era la forma de salvación por fe de aquellos tiempos, enseñando al pueblo de Dios el terrible carácter del pecado y señalando el camino de Dios para finalizar con el pecado.

            Pero esos sacrificios múltiples no eran eficaces en sí mismos. El pecado es una ofensa moral, no puede resolverse por el sacrificio de animales. “Porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (Heb. 10:4). Sólo en Jesucristo puede quitarse el pecado. El no sólo es nuestro Sumo Sacerdote, también es nuestro Sacrificio. Él es “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1: 29), el Cordero pascual sacrificado por nosotros (1 Cor. 5: 7), el señalado por Dios cuya sangre es expiación por los pecados de toda la humanidad (Rom. 3: 21-25).

            A la luz de Jesucristo, todos los servicios del Santuario del Antiguo Testamento encuentran su verdadero significado. Ahora sabemos que el Santuario hebreo era una figura, un símbolo del verdadero Santuario “que levantó el Señor, y no el hombre” (Heb. 8:2; 9:24), una realidad más gloriosa de lo que nuestras mentes pueden comprender (Patriarcas y Profetas, pág. 357). Ahora sabemos que todos los sacerdotes levitas y los sumos sacerdotes aa- rónicos no eran más que prefiguraciones de Aquel que es el gran Sumo Sacerdote porque es Dios y hombre al mismo tiempo (cap. 5: 1-10). Ahora sabemos que la sangre de los animales cuidadosamente seleccionados para que no tuviesen mancha ni defecto (p. ej., Lev. 1:3, 10), era símbolo de la sangre del Hijo de Dios quien, al morir por nosotros, nos purificaría del pecado (1 Ped. 1:18, 19).

            La primera fase del ministerio celestial de Cristo no es pasiva. Como nuestro mediador, Jesús continuamente aplica los beneficios de su sacrificio por nosotros. Dirige los asuntos de la iglesia (Apoc. 1:12-20). Envía el Espíritu (Juan 16: 7). Es el Dirigente de las fuerzas del bien en el gran conflicto con Satanás (Apoc. 19:11-16). Recibe la adoración en el cielo (cap. 5:11-14). Sustenta el universo (Heb. 1: 3; Apoc. 3:21).

            Toda bendición emana de la eficacia continua del sacrificio de Cristo. El libro de Hebreos destaca sus dos grandes logros: proporciona acceso sin restricciones ante la presencia de Dios, y quita completamente el pecado.

            A pesar de la importancia del Santuario del Antiguo Testamento, representaba un acceso a Dios limitado. Sólo podían entrar los que habían nacido en el sacerdocio (Heb. 9:1-7). Pero en el Santuario celestial Cristo nos ha abierto la puerta a la misma presencia de Dios; por medio de la fe llegamos confiadamente al trono de la gracia (caps. 4:14-16; 7-19; 10:19-22; 12:18- 24). De esa manera los privilegios de todo cristiano son mayores aún que los de los sumo sacerdotes del Antiguo Testamento.

            No hay un paso intermedio en nuestra aproximación a Dios. El libro de Hebreos destaca el hecho de que nuestro gran Sumo Sacerdote está a la derecha de Dios (cap. 1:3), “en el cielo mismo… ante Dios” (cap. 9: 24). El lenguaje simbólico del Lugar Santísimo, “dentro del velo”, es utilizado para asegurarnos el acceso libre y directo a Dios (caps. 6:19-20; 9:24-28; 10:1-4).

            Y ahora no necesitamos más ofrendas y sacrificios. Los sacrificios del Antiguo Testamento eran “imperfectos” -esto es, incompletos, incapaces de terminar con el pecado (cap. 9: 9). La misma repetición de los sacrificios significaba su ineptitud (cap. 10:1-4). En contraste, el sacrificio señalado por Dios cumple lo que los antiguos no podían, y de esta manera terminó con ellos (cap. 9:13-14). “Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados se ha sentado a la diestra de Dios” (cap. 10:11, 12).

            Por lo tanto, el Calvario tiene resultados permanentes. A diferencia de todos los demás acontecimientos de la historia, su poder es inmutable. Está presente eternamente, porque Jesucristo, quien murió por nosotros, continúa intercediendo en nuestro favor en el Santuario celestial (cap. 7: 25).

            Esta es la razón por la cual el Nuevo Testamento habla confiadamente. Con tal Sumo Sacerdote, con tal sacrificio, con tal intercesión, tenemos “plena certidumbre” (cap. 10: 22). Nuestra confianza no es en nosotros -en lo que hemos hecho o en lo que podemos hacer- sino en él y en lo que él ha hecho y hará.

            Esa seguridad no puede considerar livianamente el sacrificio que la ha provisto. Al contemplar por fe a Jesús en el Santuario celestial -nuestro Santuario- y los servicios que allí realiza, recibimos el poder del Espíritu para vivir vidas santas y dar urgente testimonio al mundo. Sabemos qué horrenda cosa es rechazar la sangre que nos ha redimido (caps. 6: 4-6; 10: 26-31; 12:15-17).

            La fase final del ministerio de Cristo en el Santuario celestial es la del juicio, vindicación y purificación. Debería quedar en claro, sin embargo, que mientras Cristo es Juez continúa siendo nuestro Intercesor. Consideremos primeramente el tiempo del juicio y luego su naturaleza.

IV. El tiempo del juicio

            El período profético de los 2.300 días (Dan. 8:14) continúa siendo una piedra angular de la interpretación adventista del juicio final. Aunque esa parte de nuestra doctrina del Santuario es la que se cuestiona con más frecuencia, el estudio cuidadoso de las críticas a la luz de las Escrituras confirma su importancia y validez.

            De manera especial han sido cuestionados tres aspectos de esta profecía: la relación día- año, el significado de la palabra traducida “purificación” (Dan. 8:14) y su relación con el día de la expiación (Lev. 16), y el contexto de la profecía.

            La relación día – año puede sostenerse bíblicamente, aunque no está identificado explícitamente como un principio de interpretación profética. Sin embargo, parece obvio que algunos períodos de tiempo profético no deberían tomarse literalmente. (P. ej., los cortos períodos de Apoc. 11:9, 11.) Además, el Antiguo Testamento proporciona ilustraciones de la posibilidad de intercambio entre día y año en el simbolismo (Gén. 29:27; Núm. 14:34; Eze. 4: 6; Dan. 9: 24, 27). La relación día-año también puede reconocerse en la interrelación de Daniel 8 y 9. Podemos encontrar respaldo adicional en las profecías paralelas de los 1.260 días-años en Daniel y Apocalipsis (Dan. 7: 25; Apoc. 12: 14; 13: 5). Siendo que la profecía de Daniel 8 es paralela con los capítulos 2, 7 y 11-12, los cuales culminan en el reino de Dios al final de la historia, es lógico suponer que el período representado por los 2.300 días llega hasta el fin del tiempo (Dan. 8:17). Eso es posible por la aplicación exegética de la relación día-año.

            De acuerdo con muchas versiones antiguas de la Biblia, al final de los 2.300 días el Santuario debe ser “purificado”. La palabra hebrea es nisdaq, que tiene una amplia gama de posibles significados. La idea básica es “hacer justo”, “justificar’’, “vindicar” o “restaurar”; pero “purificar” y “limpiar” puede incluirse en esa gama de conceptos. En Daniel 8:14 es evidente que la palabra denota la reversión del mal causado por el poder simbolizado por el “cuerno pequeño”, de aquí que probablemente debiera traducirse “restaurar”. Por lo tanto, aunque no hay una relación verbal directa entre este versículo y el ritual del día de la expiación de Levítico 16, los pasajes están relacionados, sin lugar a dudas, por sus ideas paralelas sobre la depuración del Santuario de los efectos del pecado.

            Daniel 8 presenta el problema contextual de cómo relacionar exegéticamente la purificación del Santuario y el fin de los 2.300 días con las actividades del “cuerno pequeño” durante los 2.300 días. Ese poder impío echa por tierra el lugar del Santuario (Dan. 8: 11) y produce así la necesidad de su restauración o purificación. Sin embargo, el “cuerno pequeño” está en la tierra, mientras que nosotros entendemos que el Santuario está en el cielo. Un cuidadoso estudio de Daniel 8: 9-26 nos lleva a una solución de esta dificultad. Es claro que el cielo y la tierra están interrelacionados, por lo cual los ataques del “cuerno pequeño” tienen un significado cósmico a la vez que histórico. De esta manera podemos ver cómo la restauración del Santuario celestial corresponde a -y es la reversión de- la actividad terrenal del “cuerno pequeño”. Pero en tanto creemos que nuestra interpretación histórica de Daniel 8:14 es válida, deseamos animar la continuación del estudio de esta importante profecía.

            Nuestra convicción de que el final del período profético de los 2.300 días en 1844 marca el comienzo de una obra de juicio en el cielo es sostenida por el paralelismo de Daniel 8 con Daniel 7, que explícitamente describe esa obra, y por las referencias al juicio celestial en el libro de Apocalipsis (cap. 6: 10; 11: 18; 14: 7; 20: 12, 13).

            De esa manera nuestro estudio refuerza nuestra creencia de que ya hemos llegado al tiempo del juicio previo al advenimiento, que hemos denominado históricamente como “juicio investigador”. Nuevamente escuchamos el llamado de Dios a proclamar el Evangelio eterno alrededor de la tierra “porque la hora de su juicio ha llegado” (cap. 14: 6, 7).

V. La naturaleza del juicio

            La enseñanza del juicio venidero tiene una firme base en las Escrituras (Ecl. 12: 14; Juan 16:8-11; Hech. 24:25; Heb. 9:27; etc.). Para el creyente en Jesucristo, la doctrina del juicio es solemne pero reconfortante, porque el juicio es la intervención de Dios en el curso de la historia humana para arreglar todas las cosas. Son los no creyentes quienes sienten terror ante esa enseñanza.

            La obra del juicio divino que se celebra en el Santuario celestial tiene dos aspectos: uno se centra en el pueblo de Dios en la tierra; el otro involucra a todo el universo mientras Dios lleva la gran lucha entre el bien y el mal a un final feliz.

            Las Escrituras dicen que “es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo” (2 Cor. 5: 10), y que debemos dar cuenta aun de “toda palabra ociosa” (Mat. 12:36). Ese aspecto de los acontecimientos del tiempo del fin revela quiénes están del lado de Dios. (Véase El Conflicto de los Siglos, págs. 479-491.) La pregunta suprema se relaciona con la decisión que hemos tomado con respecto a Jesús, el Salvador del mundo. Si hemos aceptado su muerte en nuestro favor hemos pasado de muerte a vida, de la condenación a la salvación; si lo hemos rechazado nos hemos condenado a nosotros mismos (Juan 3:17, 18). Por lo tanto, ese juicio del tiempo del fin al término del período de los 2.300 días revela nuestra relación con Cristo, manifestada en la totalidad de nuestras decisiones. Indica la operación de la gracia en nuestras vidas en la medida en que hemos respondido al don de la salvación; demuestra que pertenecemos a Cristo.

            La obra de juzgar a los santos es parte de la erradicación final del pecado del universo (Jer. 31: 34; Dan. 12:1; Apoc. 3: 5; 21: 27). Al final del tiempo de angustia, exactamente antes de los acontecimientos finales en la historia de nuestro planeta, el pueblo de Dios será confirmado en justicia (Apoc. 22:11). La actividad divina del Santuario celestial (cap. 15:1-8) culminará en la serie de acontecimientos que por fin librarán al universo de todo pecado y de Satanás, el originador de los mismos.

            Para los hijos de Dios, el conocimiento de la intercesión de Cristo en el juicio es motivo de seguridad, no produce ansiedad. Saben que Alguien está de su lado y que la obra de juicio está en las manos del Intercesor (Juan 5: 22-27). El creyente enfrenta el juicio con seguridad gracias a la justicia de Cristo (Rom. 8:1). Más aún, el juicio proclama la hora de la transición de la fe a la contemplación, de las preocupaciones y frustraciones mundanales al gozo eterno y la plenitud en la presencia de Dios.

            Sin embargo, el juicio de Dios tiene que ver con algo más que nuestra salvación personal; adquiere dimensiones cósmicas. Desenmascara el mal y todos sus sistemas. Deja al descubierto la hipocresía y el engaño. Restaura la norma de justicia para el universo. Su punto final es un nuevo cielo y una nueva tierra, en las cuales mora la justicia (2 Ped. 3:13), un canto puro de amor de creación a creación (ibid., págs. 662-678).

            En ese acto de juicio divino, queda demostrado que Dios es absolutamente justo. La respuesta universal a sus actos finales en el Santuario celestial es: “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos” (Apoc. 15:3).

Conclusión

            La doctrina de Cristo en el Santuario celestial, enseñanza exclusiva de los adventistas del séptimo día, invita al ferviente estudio por parte de cada creyente. Nuestros pioneros la descubrieron al investigar diligentemente la Palabra y se sintieron motivados por ella. También nosotros debemos encontrarla por nosotros mismos y hacerla nuestra. Debemos comprender que “el Santuario en el cielo es el centro mismo de la obra de Cristo en favor de los hombres”, y que su ministerio en ese lugar “es tan esencial para el plan de la salvación como lo fue su muerte en la cruz’’ (El Conflicto de los Siglos, pág. 543).

            Cuando busquemos saber y comprender a Cristo en el Santuario celestial tan fervientemente como lo hicieron los primeros adventistas, experimentaremos el reavivamiento y la reforma, la seguridad y la esperanza, que provienen de una visión más clara de nuestro gran Sumo Sacerdote.