Este ensayo intenta indagar en la tipología de las Escrituras, el simbolismo oculto de los muebles del Lugar Santo, especialmente el de la mesa de los panes de la presencia y su relación con la coronación de Cristo al tiempo de su ascensión.
Es necesario decir de inmediato que la tipología es una rama del saber religioso absolutamente indispensable para entender correctamente la revelación divina.[1] En un capítulo dedicado a la interpretación tipológica, Von Rad llama la atención al hecho de que la investigación teológica reciente muestra un resurgir del pensamiento tipológico que se fundamenta como uno de los presupuestos esenciales de la génesis del vaticinio profético.[2] Von Rad se pregunta si nuestra valoración teológica del Antiguo Testamento y nuestra determinación de la relación entre ambos Testamentos puede prescindir de la tipología, la cual -insiste él- debería ser usada como cualquier otra herramienta teológica en la búsqueda de una comprensión de conjunto.[3]
Los usos y abusos de la tipología bíblica han sido examinados por Childs, quien le dedica un capítulo en su exégesis del libro de Éxodo.[4] Insiste Childs en que, aunque es verdad que no queremos volver a la época de las exageraciones, tampoco podemos desconocer el hecho de que en nuestros días los exégetas del AT están redescubriendo el valor de la tipología.[5]
El hecho de que ningún detalle de la construcción del santuario del desierto hubiese sido dejado librado a la inseguridad de las decisiones humanas, indica un designio divino en que lo concreto y material está unido inseparablemente a un sentido espiritual que lo trasciende. Para el creyente cristiano, ese sentido espiritual tiene por meta al Señor Jesús, quien es el destinatario último de toda tipología (Lucas 24:25-27, 45-49).[6]
Nombres dados al Santuario
La Biblia designa al tabernáculo con diferentes términos hebreos, cada uno de los cuales describe aspectos estructurales y significativos del edificio mismo y de su liturgia.[7] Hay a lo menos cinco nombres o títulos que se dan al tabernáculo, y cada uno de esos nombres arroja cierta luz para entender mejor su naturaleza y función.
1) Miqdosh (Exo. 25:8). Esta palabra hebrea que se traduce como “santuario” lleva la connotación de algo sagrado. Deriva de qadosh, que significa algo separado, apartado para un uso especial.
2) Mishkan (Exo. 25:9). Se traduce “tabernáculo” y proviene del verbo shakan que significa habitar[8] al estilo de un vecino cercano.
3) Ohel (Exo. 26:36). La Biblia de Jerusalén traduce correctamente esta palabra como “tienda”, y da la idea de una morada temporal.[9]
4) Ohel moed (Exo. 29:42). Otra vez la Biblia de Jerusalén traduce literalmente como “tienda de reunión”. En realidad, “tienda de reunión” significa “tienda de la revelación” pues es allí donde Dios entra en diálogo con su pueblo.
5) Mishkan haedut (Exo. 38:21). Significa “tabernáculo del testimonio”. Es probable que este nombre le haya sido dado por las tablas del testimonio o Diez Mandamientos depositados dentro del arca.
Entendido a partir de sus nombres, el tabernáculo sería una tienda sagrada temporal donde Dios habita en medio de su pueblo. Pero además, la “tienda de reunión” con su contenido litúrgico anticipa en su tipología verdades salvadoras y cristológicas esenciales para la comprensión de la proclamación evangélica, como lo indica específicamente la epístola a los Hebreos.
Mensaje religioso del tabernáculo
El “tabernáculo del testimonio” proclama pues, por medio de sus símbolos y tipos, verdades religiosas básicas para la fe cristiana. Algunas de esas verdades se exponen a continuación:
1) Es el recinto sagrado donde Dios mora (Exo. 25:8; 29:44, 45) aquí en la tierra en medio de su pueblo. Pero Dios también mora en el cielo donde tiene su propio templo y donde ejerce su gobierno para la armonía del Universo (Hech. 7:48-50; Sal. 11:4). La idea de un trono o templo de Dios en el cielo era común entre los judíos de la era apostólica.[10] El trono de Dios, así como lo vieron los profetas, no era estático, inamovible, sino por el contrario, tenía una dinámica que asombra. Léase con cuidado Ezequiel 2 y Daniel 7 y obsérvese que en el primer caso las ruedas ocupan un lugar de prominencia y en Daniel hay un traslado del trono. Se ve en este último ejemplo al Padre y el Hijo que se mueven de un lugar donde está el trono a otro lugar donde el trono queda establecido. La descripción del trono de Dios que aparece en Apocalipsis 4 y 5 es impresionante. El trono aquí parece ser circular y frente a él hay un altar de incienso (Apoc. 8:3-5); también hay siete lámparas ardiendo y Jesús, el “Cordero”, está a la diestra de su Padre (Apoc. 5:7, 9; 3:21).
2) La voluntad de Dios para su pueblo se revela desde el tabernáculo. El pueblo es dirigido de día mediante una columna de humo y de noche mediante una llama de fuego (Núm. 9:15-23) y, mientras el pueblo ejercite su libertad en el marco de las leyes divinas, el rumbo será claro y el destino brillante (Sal. 99). En esta relación, como ya lo dijimos e insistimos (Eze. 43:1-7; 1:5-28), no se concibe a Dios como una deidad estática, inamovible o restringida a una determinada localidad geográfica.[11] Dios es el Todopoderoso que viaja con su pueblo, que cambia de lugar según lo exija la cambiante situación de sus hijos aquí en la tierra, pero sin modificar por ello el propósito eterno de su amor (Gén. 28:12-17; 2 Crón. 5:13, 14; 7:1-3) manifestado plenamente en la persona de su Hijo Jesucristo.
3) Las líneas de relación entre Dios y sus criaturas encuentran su encrucijada en el tabernáculo (Exo. 29:43-46). Las verdades espirituales más sublimes, tipificadas en las celebraciones anuales de la nación, encuentran su epílogo en el tabernáculo, y es allí donde el creyente descubre quizá por primera vez que la adoración es la manera más hermosa de decir sí al mandamiento del Señor (Sal. 27:1-6).
4) Las líneas arquitectónicas y estructurales del tabernáculo, esbozadas en el libro del Éxodo, tenían por finalidad despertar en el pueblo que adora una estable y significativa dimensión de santidad (Exo. 28:36; 30:32). El mensaje no se presta a confusión: Dios es santo, y sin santidad nadie verá al Señor (Heb. 12:14).
5) Ahora bien, el tabernáculo mismo es, por designio divino, una “figura y sombra” del Santuario celestial (Heb. 9:1-12; Apoc. 11:19). El terrenal no es una finalidad en sí mismo, sino un anticipo o tipo de un Santuario celestial edificado por Dios mismo, eterno y verdadero (Heb. 12:1, 2).
6) Por otro lado, el ministerio mesiánico del Señor en la tierra y su intercesión en el cielo tienen una anticipación tipológica en sí, ya que el tabernáculo terrenal tanto como su liturgia son una prefiguración profética y típica del plan salvador de Dios centrado en Jesucristo. La carta a los Hebreos es precisamente uno de los testigos más fuertes en favor de que la antigua historia de la salvación es, toda ella, anuncio y profecía del acontecimiento neotestamentario de Cristo. Von Rad insiste en que Pablo en sus epístolas piensa de un modo histórico-salvífico tipológico.[12]
Símbolos más evidentes
Son varios los estudiosos del Libro Sagrado que han descubierto que en el tabernáculo hay símbolos a los cuales llamaremos símbolos evidentes, fácilmente discernibles ya que los escritores bíblicos se han expresado con toda claridad acerca de los mismos. También se reconoce otro grupo de símbolos menos evidentes a los que no se identifica con facilidad, pero igualmente ciertos y tan llenos de contenido cristocéntrico como los anteriores, a los cuales llamaremos símbolos ocultos.[13]
Antes de discutir la validez y significación de estos símbolos ocultos, veamos algunos ejemplos de los primeros, cuya evidencia queda afirmada por el uso que de ellos hace el NT:
1) Jesús es el “Cordero” de Dios (Juan 1:29).[14] 2) El candelabro señala a la iglesia y la obra de iluminar al mundo, que a través de ella realiza el Espíritu Santo (Apoc. 1:4, 20).[15] 3) En el altar del incienso se declara la verdad fundamental de la intercesión del Hijo, quien aquí ejerce sus funciones de sacerdote en favor de su pueblo. El Espíritu Santo, como representante de Cristo en la tierra, se une al Hijo en la obra de intercesión al rogar “por nosotros con gemidos indecibles” (Apoc. 8:3-5; Rom. 8:26, 34).[16] 4) En el arca del pacto, Cristo es el “propiciatorio” por excelencia y es allí donde la Trinidad se ve corporizada en una unidad absoluta, donde se conjugan la justicia y la misericordia en una ofrenda cruenta de amor eterno (Rom. 3:25).[17] 5) Cabe señalar que en la mesa de la presencia se halla el Pan esencial. En esta relación el “pan” es el alimento divino con el cual Dios, en Cristo, alimenta a su pueblo. Este es el único pan que satisface, ya que Cristo mismo es el “pan del cielo” que ha descendido, y cualquiera que haga de ese pan su alimento esencial, tiene vida eterna (Juan 6: 30-35, 42-58). Las dos pilas de panes (seis en cada pila) y las dos coronas que rodean la mesa, anticipan ciertamente la presencia (la mesa es la “mesa de la presencia”) del Padre y del Hijo en el acto de alimentar a su pueblo.[18]
Sentado a la diestra en el tabernáculo celestial
Hemos afirmado que las funciones regias y sacerdotales que el Señor actualizara en el cielo a partir de su ascensión se prefiguraron en el mobiliario y en la liturgia del santuario terrenal. La epístola a los Hebreos en su totalidad da testimonio en favor de esta verdad. Pablo de clara enfáticamente que el Señor se “sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario…” (Heb. 8:1, 2). Esta afirmación ha sido tomada del Salmo 110, donde la inspiración indica que el Señor sería investido de la autoridad de Rey, Sacerdote y Juez. Sentarse es una expresión técnica que equivale a ser entronizado (2 Rey. 11:12-19), y Jesús fue doblemente coronado, como rey y como sacerdote.[19] Por otro lado, “a la diestra” indica una especial asociación con el Padre. Esa asociación del Hijo con el Padre ocurre en los principales eventos de la historia de la salvación: en la creación (Gén. 1:1, 2, 26; Juan 1:1-3); en la redención del hombre (2 Cor. 5:17-19); en la proclamación de la Ley (Exo. 19:9, 16; Neh. 9:12-15).[20] El Padre y el Hijo están juntos además en la obra del juicio (Dan. 7: 9-14) y en el gobierno del Universo (Apoc. 21:3; 22:3).
Volvemos a insistir en que, en esta relación, la asociación del Padre y el Hijo, que se “sentó a la diestra de Dios”, no es una relación estática, inmóvil. La referencia bíblica insinúa todo lo contrario.[21] “Sentarse a la diestra”, más que referirse a una determinada posición geográfica, significa el poder de Dios (Exo. 13:16; Sal. 60:5; 80:17; 98:1; 109:31; 110:1, 5; 118:15; Isa. 41:10; Hech. 2:33). Ser exaltado a la “diestra” equivale a asumir la máxima autoridad y el máximo honor (Efe. 1:20-23; Fil. 2:9-11).
Enemigos por estrado de sus pies
Según Hebreos 10: 9-13, Cristo queda a la “diestra” del Padre, “esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies”. La afirmación en cierto sentido es paradójica: ¿Acaso no se consumó en la cruz del Calvario la obra de la redención? Seguramente que sí, pero así y todo, aún queda una obra que debe ser realizada. La siguiente enumeración dará idea de una “obra” que el Señor, en su asociación con el Padre y con el Espíritu Santo, quiere ver realizada. Vencer la muerte (1 Cor. 15:20-26); redimir el cuerpo humano (Rom. 8:18-23); completar los sufrimientos de Cristo en su Iglesia (Col. 1:23-27); santificar el nombre de Dios mediante su pueblo escogido (Eze. 36:23-27); completar la obra de juicio (1 Cor. 6:1-3); ejecutar el juicio sobre Satanás y sus ángeles (Jud. 6) y consumar la promesa de un cielo nuevo y una tierra nueva (Apoc. 21:1-8).
Sentados con Él en el tabernáculo
El pensamiento que estamos describiendo encuentra su culminación en el hecho de que nuestro Señor, al tiempo de su ascensión, “se sentó a la diestra” del Padre (Heb. 8:1) en el tabernáculo celestial. Esto significa que “como rey y sacerdote” (Heb. 7:22)[22] fue “coronado de gloria y de honra” (Heb. 2:9), por la obra del Padre y el Espíritu Santo (Juan 16:13, 14; Hech. 3:13; Juan 13:31, 32). Y a nosotros, afirma Pablo, “nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús” (Efe. 2:6), en ese acto de amor eterno con que Él nos amó.[23]
Como éstas son verdades esenciales referidas a la glorificación de nuestro Señor, creemos que han sido anticipadas bajo la forma de símbolos y tipos en los escritos veterotestamentarios.
Simbología de los muebles internos del tabernáculo
Ya hemos afirmado en párrafos anteriores que en el tabernáculo del desierto hay un cierto simbolismo básico, inconfundible y evidente. También existe un simbolismo oculto[24] que el estudioso de las Escrituras tiene el deber de investigar. En este proceso de clarificar lo “oculto” hay siempre un peligro al acecho que ningún investigador debe ignorar. Algunos autores han ido a extremos innecesarios al pretender que cada detalle, aun los mínimos, tuviesen un sentido tipológico.[25] Salta a la vista que las argollas del altar del incienso y de la mesa de los panes de la presencia, por ejemplo, cumplían una función estructural y no era de necesidad que tuviesen una significación tipológica. Salomón eliminó esas argollas cuando construyó los muebles del templo de Jerusalén (Exo. 27:7).
Nosotros investigaremos la tipología “oculta” de los muebles interiores del tabernáculo y particularmente el de la mesa de la presencia, atendiendo a la recomendación que hagan de sí mismas en el contexto tipológico de la Sagrada Escritura.[26] Comenzaremos haciendo una descripción rápida de los rasgos sobresalientes de esos muebles:
1) Arca del pacto (Exo. 25:11, 17-20). En el Lugar Santísimo o qodesh qodashim estaba el arca del pacto, una especie de cofre de madera de acacia, recubierta de oro por dentro y por fuera.[27] Tenía una corona (zer) o cornisa de oro encima. Fue el lugar donde se depositaron las tablas de la Ley de Dios. La tapa del arca se llamaba “propiciatorio” y estaba hecha de oro, de una sola pieza, teniendo encima dos que rubines también de oro, uno a cada lado. La altura del arca era de un codo y medio (unos 75 cm). La tipología ha visto a las tres personas de la Deidad simbolizadas en el arca del pacto.[28] Anticipa a Cristo en la obra de la expiación, ya que nuestro Señor es el verdadero hilasterion donde se hace la expiación del mundo (Rom. 3:25). El trono de Dios especifica no sólo las funciones regias, sino también las del juicio, ya que Dios en Cristo es el juez de todo nosotros (Sal. 9:4; Mat. 25:32; 2 Cor. 5:10).[29]
2) Altar del incienso (Exo. 30:1-10; 37:25, 26). En el Lugar Santo había tres muebles. La mesa de la presencia estaba hacia el norte, el candelabro (menorah) de siete brazos hacia el sur y el altar del incienso estaba colocado exactamente frente al velo que separaba el Lugar Santo del Santísimo. El altar del incienso estaba hecho de madera de acacia recubierta totalmente de oro. La parte superior terminaba en una corona (zer) o cornisa de oro y tenía además cuatro cuernos de oro. La altura era de dos codos (unos 110 cms). Encima de él se quemaba el incienso en la ceremonia diaria, llamada continuo (tamid). Llama la atención que al altar del incienso se le atribuya la calidad de “qodesh qodashim” (Exo. 30:27-29).
Según Berkhof y otros teólogos, la obra intercesora de nuestro Señor se prefiguraba mediante la quema diaria del incienso en el altar de oro en el Lugar Santo.[30] La nube siempre ascendente del incienso, no era sólo símbolo de las oraciones de los santos, también de nuestro Sumo Sacerdote y de la mediación del Espíritu Santo, quien “ruega por nosotros con gemidos indecibles” (Rom. 8:26). Insistimos con Berkhof en que la obra intercesora de Cristo en el cielo no debe disociarse de su sacrificio expiatorio hecho aquí en la tierra.[31] Debemos lamentar con el autor mencionado, que aun en algunos círculos evangélicos se dé la impresión de que la obra del Salvador cumplida en la cruz fue mucho más importante que su intercesión en el cielo.[32] Debe recordarse, sin embargo, que en el Antiguo Testamento la ministración diaria en el santuario culminaba con la quema del incienso, lo cual tipifica el ministerio de intercesión.[33] Nosotros no podemos disociar la intercesión de la expiación, ya que son dos aspectos de la misma obra de redención, en que reconciliación e intercesión van de la mano.[34]
3) El candelabro (Exo. 25:31-39; 37:17-23). El candelabro (menorah) fue hecho enteramente de oro y colocado del lado sur del Lugar Santo. No se nos dan las dimensiones, pero sus siete brazos estaban decorados con cálices a modo de flor de almendro, con sus globos y lirios. Los siete brazos terminaban en siete lámparas que debían permanecer encendidas día y noche (Exo. 27:20; Lev. 24:2, 3). Un buen ejemplo de este candelabro puede observarse en el famoso arco de la victoria de Tito, en Roma. Una función importante de la lámpara era proveer luz a los sacerdotes mientras oficiaban. Desde el punto de vista de la tipología,[35] anticipa al Señor Jesús como la “luz del mundo” (Juan 1:6-9; 8:12), y a los creyentes, quienes como “reyes y sacerdotes” (1 Ped. 2:5, 9; Apoc. 1:6) a semejanza de su Señor son, aquí en la tierra, la “luz del mundo” (Mat. 5:14). Recuérdese que en el Apocalipsis, la Iglesia queda simbolizada en los candeleros (Apoc. 1:20). El aceite que nutre la mecha ha sido considerado como símbolo del Espíritu Santo.[36]
4) La mesa de los panes (Exo. 25:23-30; 37:10-16). La mesa de los panes de la presencia era ubicada al lado norte del santuario.[37] Al igual que el arca del pacto, tenía un codo y medio de altura (unos 75 cms), y estaba recubierta totalmente de oro. La parte superior de la mesa estaba rodeada por dos coronas (zer) o cornisas (Exo. 25:23-25; 37:10-12). La extraordinaria importancia tipológica de la mesa no puede descartarse, porque en primer lugar su descripción aparece inmediatamente después de la descripción del arca del pacto,[38] y además por el hecho dramático de que es el único mueble del santuario con dos coronas.[39]
Que la mesa sea un tipo[40] de la presencia personal de Dios queda atestiguado por el nombre léhem panim que se le asigna en 1 Samuel 21:6; 1 Reyes 7:48 y en el libro de Éxodo. Philip Hyatt insiste con propiedad[41] que en esta frase, “panim”, literalmente rostro, significa la persona o el ser de la Deidad. Si esto es así, la frase debería traducirse pan de Dios. El panim que aparece en Lamentaciones 4:16 se traduce “rostro de Jehová” en la Biblia de Jerusalén, y “Yavé mismo” en Nácar-Colunga. Esta misma expresión idiomática aparece en 2 Samuel 17:11 y en Proverbios 7:15 y se la traduce en Nácar-Colunga como “persona”. Contrariamente a lo que afirma Holbrook[42] debemos insistir en que, aunque es cierto que Dios mora en la totalidad del santuario, también es cierto que hay tres lugares donde su presencia personal es singularizada: en el arca del pacto, en el altar del incienso y en la mesa de la presencia, y que el trono de Dios no está limitado con exclusividad al Lugar Santísimo y al arca del pacto. Evidencia de lo que decimos radica en el hecho de que el altar del incienso y la mesa de la presencia también reúnen la caracterización de “qodesh qodashim” (Exo. 30:27-29).[43]
Estos muebles son los únicos del tabernáculo que Dios ordenó fueran rodeados con coronas (Exo. 25:11, 24, 25; 37:25, 26). Que la corona sea un símbolo de entronización y glorificación está ampliamente atestiguado por las Escrituras (2 Rey. 11:12; 2 Sam. 1:10; 12:30; 2 Crón. 23:11; Est. 1:11; 2:17; 1 Ped. 5:4; Apoc. 4:4, 10).[44] Nuestra insistencia en el valor tipológico de la corona queda justificado: El arca del testimonio tiene una corona (Exo. 25:11), el altar de oro también tiene una corona (Exo. 37:26), pero para nuestra sorpresa, la mesa de la presencia tiene dos coronas (Exo. 25:23-25; 37:11, 12) y este hecho reclama nuestra consideración.[45] A título de comparación veamos esta tabla:
Que el “pan” y la “mesa” tengan un sentido mesiánico queda atestiguado por el uso que el Señor Jesús hace de los mismos al narrar el episodio del sumo sacerdote Abiatar, quien da a comer a David el pan de la presencia (Mat. 12:3, 4; Mar. 2:25-28). Su dimensión escatológica, por otro lado, se atestigua por las claras afirmaciones de Jesús. Parece evidente que los judíos del tiempo de Jesús anticipaban comer “pan” en el reino de los cielos (Luc. 14:15), y el mismo Señor establece una relación estrecha entre la “mesa” y el “trono” cuando dice a sus discípulos: “Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel” (Luc. 22:29, 30).
Según lo hemos descripto, Jesús se “sentó” a la “diestra” del Padre, y nosotros los creyentes, conforme a su promesa, nos “sentaremos” con el Señor en su trono, en su reino (Apoc. 3:21; 20:4).[46] También hemos señalado, dando las evidencias del caso, que en el tabernáculo del desierto Dios nos dio un anticipo de los hechos culminantes de la obra de salvación, mediante símbolos y tipos que se nos hacen muy claros cuando los examinamos desde la perspectiva del Nuevo Testamento. Así el candelabro con sus siete brazos anticipa a la Iglesia cristiana en cuanto participa de la gracia de Dios, que hace a los creyentes ser “reyes y sacerdotes para Dios, su Padre” (Apoc. 1:6; 1 Ped. 2:9). Es Dios el que creó a la Iglesia y obra a través de ella en el mundo, la actividad redentora de su poder y gracia. En este sentido todos los redimidos quedan involucrados en la alabanza registrada en Apocalipsis 5:9, 10, donde los veinticuatro ancianos glorifican al Señor diciendo: “Tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación, y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra”.[47]
Evidencias bíblicas adicionales abundan en el Nuevo Testamento, de ahí que la idea tenga que ser reconocida como válida (Apoc. 3:21; Mat. 19:28; Luc. 22:29, 30; Mat. 26:28; Apoc. 20:4; 1 Cor. 6:2, 3; Efe. 2:5, 6; Apoc. 1:12-20).
El altar de oro, por su parte, prefigura a nuestro Señor en su oficio de Sumo Sacerdote, quien habiendo sido “coronado de gloria y honra”, ahora intercede por nosotros. Debemos insistir de nuevo en que la intercesión de Cristo prefigurada en el altar de oro no es una afirmación arbitraria o antojadiza, ya que las Escrituras ofrecen numerosas evidencias en favor de la posición que estamos describiendo (Apoc. 8:3-5; Heb. 7:24, 25; Rom. 8:34; 1 Juan 2:1; Rom. 8:26, 27)[48] y por último, allí está la mesa de la presencia con las dos coronas y las dos pilas de pan. No era necesario que fueran dos, podría haber sido una o tres o cinco, pero Dios, que no dejó esto a la discreción de Bezaleel, ordenó que fueran dos coronas y dos pilas. El tipo pareciera señalar al Padre y al Hijo “sentados” el uno a la diestra del otro para alimentar con el “pan del cielo” y dirigir con la luz de la verdad a sus hijos aquí en la tierra hasta que se cumpla el tiempo y entonces muevan su trono del Lugar Santo al Lugar Santísimo para realizar la obra final del juicio anticipada en su Palabra.[49]
Que el simbolismo anticipado en la mesa de la presencia y en el Pan colocado sobre ella haya sido parcialmente entendido por la mayoría de los exégetas y tipólogos no quita fuerza y autenticidad a la verdad que estamos describiendo. La limitación y con frecuencia la lentitud humana para descubrir los “misterios de Dios” es un fenómeno recurrente en la historia de la salvación. Verdades bíblicas que ahora nos resultan clarísimas, como son el bautismo por inmersión, el sacerdocio universal de los creyentes, la justificación por la fe, el sábado, etc., permanecieron en la penumbra de la historia hasta que, “llegado el tiempo”, comenzaron a impresionar las mentes de los creyentes (Luc. 42:13-32; Hech. 1:4-9). Digamos en conclusión que desde el punto de vista de la tipología bíblica, así como nosotros la visualizamos, el Lugar Santo del tabernáculo con sus muebles correspondientes parece haber sido el escenario típico para la coronación del Hijo como Rey y Sacerdote, ya que es allí donde Él se “sienta” y es allí en el Lugar Santo donde se anticipa a los creyentes, quienes como hermanos menores de Cristo (Heb. 2:17; 3:1-6; Rom. 8:29; Gál. 3:27-29; 4:4-7) se sentarán a su lado para estar con Él y reinar y comer de su mesa por la eternidad.
Nos parece que al tiempo de su ascensión a los cielos, la ministración sacerdotal de Cristo en favor de los pecadores tiene por escenario legítimo el Lugar Santo (Heb. 4:14-16; 5:8-11). La tipología del tabernáculo entendida desde la perspectiva del Nuevo Testamento parece no dejar alternativa.
Sobre el autor: Salim Japas, doctor en Ministerio, es director del departamento de Teología del Colegio de las Antillas, Puerto Rico.
Referencias
[1] Ada R. Habershon, The Study of the Types, Kregel Publ., Grand Rapids, MI, 1974, pág. 9; Gordon Hyde, A Symposium on Biblical Hermeneutics, Review and Herald, Washington, D.C., 1974, págs. 187, 209, 232.
[2] Gerhard von Rad, Teología del Antiguo Testamento, Ed. Sígueme, Salamanca, 1980, pág. 473.
[3] Ibid., págs. 473, 474.
[4] Brevard S. Childs, The Book of Exodus, The Westminster Press, Philadelphia, 1974, pág. 547. Las exageraciones en el uso de la tipología son ejemplificadas por Childs con Hermán Witsius, quien para defender su posición tipológica llamaba la atención al hecho de que Dios usara sólo seis días para crear el mundo y cuarenta días para instruir a Moisés en cuanto a la construcción del tabernáculo. Insiste en que Dios sólo usó un poco más de un capítulo para narrar el acto de la fundación del mundo y seis para describir la arquitectura del tabernáculo. Véase además William H. Shea, Daniel and the Judgement, General Conference of SDA, Washington, D.C., págs. 416, 417.
[5] Ibid., pág. 550.
[6] Paul K. Meagher, Encyclopedic Dictionary of Religion, Corpus Publ., Washington, D.C., 1979, pág. 3588; Childs, pág. 540.
[7] John Davis, Moses and the Gods of Egypt, Baker Book House, Grand Rapids, MI, 1971, pág. 244.
[8] Aaron Pick, Dictionary of Old Testament Words, Kregel Publ., Grand Rapids, MI, 1977, pág. 470.
[9] Ibid., pág. 490.
[10] George W. Buchanan, The Anchor Bible: To the Hebrews, Doubleday, New York, 1978, pág. 132. El autor de To the Hebrews abunda en documentación mostrando que entre los judíos era común la idea de un trono de Dios en el cielo. Además se aceptaba como cierta la idea de la morada simultánea de Dios en el cielo y en el templo. Había una cercanía íntima entre la Jerusalén terrenal y la Jerusalén celestial, y el testimonio de las Escrituras es tan enfático que no deja lugar a dudas.
[11] H. H. Rowley, Peak’s Commentary on the Bible, Nelson, 1962, pág. 234.
[12] Von Rad, pág. 425.
[13] Por ejemplo véase Davis, págs. 244-260; Von Rad, págs. 467-499; Adam Clarke, A Commentary: The Old Testament, vol. 1, págs. 425-450; Buchanan, págs. 132-160; S. Ridout, Lectures on the Tabernacle, págs. 7-39; Henry Soltau, The Tabernacle; Habershon, págs. 9-70; Andrew Jukes, The Law of the Offerings, págs. 9-40.
[14] En el Apocalipsis, por ejemplo, el Señor Jesús es simbolizado por la figura del “Cordero” unas 28 veces. Apocalipsis 5: 6.
[15] Alberto Colunga, Biblia comentada, Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1967, pág. 557; Davis, pág. 257. Para una discusión más detallada, véase Salim Japas, Cristo en el santuario, págs. 24-27.
[16] Alfred Edersheim, The Temple, Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1972, pág. 183; E. G. de White, Patriarcas y protetas, PPPA, California, 1955, pág. 366: “El incienso, que ascendía con las oraciones de Israel, representaba los méritos y la intercesión de Cristo, su perfecta justicia”. Véase además, Japas, págs. 28-31.
[17] Habershon, pág. 64: “Las tres personas de la Trinidad en el tipo están todas unidas en conexión con el Arca; pues ésta simboliza la persona y obra del Señor Jesús, la nube que descansaba sobre ella parece simbolizar al Espíritu Santo; y Dios hablaba a la gente desde el propiciatorio”.
[18] Rowley, pág. 234; Ridout, págs. 290-307.
[19] Para una discusión más detenida véase Childs. págs. 543-547. Que la expresión “se sentó” equivale a entronización o asumir autoridad está ampliamente atestiguado en las Escrituras (1 Rey. 1:32-46; 1 Crón. 29; 23).
[20] E. G. de White, Evangelismo, pág. 447.
[21] Gerhard F. Hasel, “Christ’s Atoning Ministry in Heaven” en The Ministry, Washington, D.C., 1975, pág. 15. Según Buchanan, pág. 159: “El trono mismo puede haber sido un carro tirado por animales celestiales”, lo cual señala movilidad.
[22] E. G. de White, Los hechos de los apóstoles, PPPA, California, 1955, págs. 31, 32. Para un estudio más completo acerca de “a la diestra”, véase F. F. Bruce, Hebrews, Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1977, pág. 7; B. F. Westcott, Hebrews, Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1977, pág. 15.
[23] Para un estudio reciente del Santuario Celestial, véase Arnold Wallenkampf, The Sanctuary and the Atonement, General Conference of SDA, Washington, D.C., 1980, págs. 1-85, 157-175.
[24] Véase Davis, pág. 247, y Childs, pág. 547.
[25] Othmar Keel, The Symbolism of the Biblical Word, The Seabury Press, New York, 1978. En esta obra se puede observar la variedad casi infinita de posibilidades simbólicas y tipológicas a las cuales ha recurrido el creyente. La simbología y la tipología no son exclusivas del pueblo de Israel. Todos los pueblos del Cercano Oriente participaron de estas corrientes del saber por lo que su estudio comparativo puede resultar en una profundización de la tipología bíblica. Sin embargo, las definiciones más categóricas deben enmarcarse dentro del canon de la Sagrada Escritura para que su pristinidad no quede desvirtuada por el influjo de lo extraño al numen profético-teológico-tipológico de la revelación.
[26] Gerhard F. Hasel, Old Testament Theology, Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1977, págs. 112-118. Hasel insiste en el valor de la investigación tipológica apoyándose en autores de gran peso como lo son Von Rad y Eichrodt, quienes en los estudios teológicos recientes revierten hacia la tipología como una “manera peculiar de mirar a la historia” (pág. 112), y aunque algunos eruditos han rechazado totalmente el método tipológico, en la esfera bíblica queda en pie el hecho de que la analogía tipológica se nutre en los hechos atestiguados en el Nuevo Testamento (pág. 113).
[27] El arca fue el lugar de privilegio donde Dios escogió manifestar la dirección de su pueblo (Exo. 25:21, 22), y en un sentido restringido también fue la sede del trono divino (1 Sam. 4:3-7) o su estrado (1 Crón. 28:2). Era un testimonio inequívoco de su continua morada con el pueblo de Dios.
[28] Habershon, págs. 64, 148, 150.
[29] Según Chester K. Lehman, Biblical Theology, Herald Press, Kitchener, Ontario, 1977, t. 1, págs. 138-140, tres verdades son explicitadas a través del Santuario: 1) el estímulo del desarrollo de la comunión en el espíritu del pacto; 2) la enseñanza de la significación trascendental de la santidad divina; 3) la evidencia del contenido significativo de la adoración.
[30] L. Berkhof, Teología sistemática, T.E.L.L., Grand Rapids, MI, 1974, pág. 475.
[31] Para el lector superficial el Nuevo Testamento da la impresión de no referirse con insistencia a la obra de intercesión de Cristo en el Santuario celestial, ya que fuera de Hebreos y Apocalipsis las referencias son pocas. Una cantidad de textos (Hech. 7:44, 55-60; Apoc. 13:6; 15:1, 5; 14:17; 21:3) nos autorizan a aseverar sin embargo que el tema era conocido. El que no se lo haya mencionado con más frecuencia puede deberse al hecho de que pudo ser dificultoso para los nuevos creyentes que no estaban habituados a las figuras y símbolos más ocultos del Antiguo Testamento (Heb. 5:11-14; 2 Ped. 3:15, 16).
[32] Berkhof, pág. 477.
[33] Ibid.
[34] La intercesión, el sacrificio, la reconciliación, la limpieza del pecado y el perdón son temas básicos para los dos Testamentos. Si vamos a aceptar el testimonio de la epístola a los Hebreos con seriedad tendremos que rechazar aquellas posiciones teológicas que pretenden que el Nuevo Testamento explica el pecado sólo en categorías existenciales, el reino de Dios sólo como un programa político y la función de Cristo sólo como el revelador del amor incondicional de Dios (Heb. 10:19-31). Para una discusión más completa véase “Theological Reflection on the Tabernacle”, por Brevard S. Childs en su obra The Book of Exodus.
[35] Para una discusión tipológica más extensa véase el capítulo “The Candlestick” en la obra de Samuel Ridout titulada Lectures on the Tabernacle. También Henry W. Soltau, The Holy Vessels and Furniture of the Tabernacle, Kregel PubL, Grand Rapids, MI, 1975, págs. 73-88.
[36] Davis, pág. 257.
[37] La “mesa de la presencia” fue colocada del “lado norte”. La recurrencia del “lado norte” en el Antiguo Testamento y el Nuevo llama la atención y reclama una consideración detenida que por ahora no podemos hacer debido a los límites que nos hemos impuesto para este trabajo (Isa. 14:12-14; Sal. 48:2).
[38] H. D. M. Spence, The Pulpit Commentary: Exodus, Wilcox & Follett Co., Chicago, 1950, pág. 256; F. B. Meyer, Devotional Commentary on Exodus, Kregel PubL, Grand Rapids, MI, 1976, pág. 311.
[39] Soltau, pág. 59.
[40] Se acepta generalmente que los muebles del Santuario conllevan un sentido tipológico. El “tipo” es una clase de lenguaje figurado y la figura está preparada por Dios para configurar una verdad espiritual. Importa señalar que la tipología bíblica debe moverse dentro de límites seguros y esos límites deben encontrarse en la misma Escritura. El tipo no sólo simboliza, también prefigura. Véase Thomas E. Fountain, Claves de interpretación bíblica, La Fuente, México, 1961, págs. 85-89, y Robert M. Grant, The Interpretation of the Bible, MacMillan Co., New York. 1966, págs. 28-56.
[41] Philip J. Hyatt, Exodus, The Attic Press, Greenwood, 1971, págs. 268-270.
[42] Frank B. Holbrook, “The Israelite Sanctuary” en The Sanctuary and the Atonement, Review and Herald, Washington, D.C., 1981.
[43] Creemos que los exégetas le han concedido al Lugar Santísimo del Santuario un grado de santidad superlativo que la Escritura misma no le concede. La morada de Dios no está exclusivamente limitada al “Lugar Santísimo”. Hay evidencias bíblicas suficientes para mostrar lo contrario. Véase por ejemplo el uso de la frase qodesh qodashim en relación con el santuario: 1) El santuario en su totalidad es llamado qodesh qodashim – Ezequiel 45:3. 2) El monte donde fue construido el templo recibe la misma calificación – Ezequiel 43:12. 3) La mesa, el candelabro y el altar del incienso son considerados qodesh qodashim – Ezequiel 30:27-29. 4) El altar de los sacrificios también lo es – Ezequiel 29: 37; 40:10.
[44] La “corona” simboliza la autoridad real del que la posee y era colocada sobre su cabeza en el acto de entronización, o “sentarse” (2 Sam. 1:10). En el caso especial del sumo sacerdote Josué, el texto indica que fueron puestas sobre su cabeza “coronas” para indicar su autoridad real y su sacerdocio regio (Zac. 6:11-13). Véase George Buttrick, The Interpreter’s Dictionary of the Bible, Abingdon Press, New York, 1892, págs. 745, 746. Así pues el símbolo real por excelencia fue la “corona”. Véase E. G. de White, El conflicto de los siglos, PPPA, California, 1963.
[45] Véase Ridout, págs. 292-318.
[46] George E. Ladd, El evangelio del reino, Ed. Caribe, Barcelona, España, 1974, págs. 20-23. En esta obra Ladd hace un estudio muy valioso acerca del Reino de Dios. Los que quieren profundizar en el tema harían bien en leerla.
[47] Ibid., pág. 121.
[48] Véase E. G. de White, Patriarcas y profetas, PPPA, California, 1955, págs. 356-372; Buchanan, págs. 157, 159.
[49] Oscar Cullman, Christ and Time, The Westminster Press, Philadelphia, 1964, págs. 233-237; Daniel 7:8-14.