La muerte de Cristo es la que nos permite encontrar significado y realidad en las profecías de Daniel. Mediante ella llegamos a entender a Dios y el mensaje profético tiene sentido.

Daniel, libro fundamental para la escatología bíblica, parece estar envuelto en un manto de misterio, comparable únicamente con el simbolismo apocalíptico de Juan. Su lenguaje figurado parece sin sentido a quien por primera vez recorre sus líneas. Para algunos, este libro no es más que un conjunto de deseos, una mística hebrea, o la prosa incoherente de un anciano. Sin embargo, veremos que no todo en él es simbolismo y misterio. Intentaremos, entonces, develar el misterio a partir del saber; convertir en signo el símbolo.

Daniel, ¿profeta o literato?

La teología crítica, en base a los manuscritos existentes, ha fijado la fecha de escritura del libro de Daniel en torno al siglo II a.C. Heurísticamente no puede ser probado que

el profeta escribió en el siglo VI a.C.; no obstante, tampoco puede ser negado. Esto tiene graves implicaciones. Si este libro no fuera del siglo VI sino del siglo II, Daniel no sería el profeta que predijo la calda de Babilonia, Medopersia y Grecia (Dan. 2). Tampoco habría advertido al rey Belsasar que esa misma noche su reino le sería quitado (cap. 5), y que el imperio griego se dividiría en cuatro (cap. 8). Todas estas profecías, primero expresadas en símbolos y luego interpretadas en el mismo libro, no serían predicciones. Daniel no sería un profeta, sino un escritor que narró como futura la historia transcurrida entre los siglos VI y II a.C.

Algunas concesiones y conjeturas

Intentemos ubicarnos metodológicamente en el siglo II y observemos qué nos queda del libro de Daniel. Qué es historia.

En el siglo II ya habían caído Babilonia, Medopersía y Grecia. Por tanto, era posible suponer que Roma caería. Lo que no era tan fácil de anticipar era su división en pequeños reinos que no volverían a unirse. Hasta entonces, los imperios solían ser derrocados por poderosos reyes que mantenían o subordinaban el imperio existente a otro aún más poderoso. Sin embargo, Grecia ya se había dividido en cuatro reinos a la muerte de Alejandro. Esto podría haber inducido a Daniel a pensar que el próximo reino también se dividiría.

Por otro lado, podemos decir que el libro de Daniel contiene dos tipos de relatos. El primero nos refiere a hechos ya ocurridos en tiempos del autor (ya sea al siglo II o al siglo VI), y esto no puede resolver el dilema de la fecha de escritura del libro, ni permite dilucidar si su autor fue profeta (predijo acontecimientos) o un historiador-narrador (que nos refirió como futuros eventos pasados). El otro tipo de discurso está formado por símbolos y alegorías. Su interpretación puede ser libre y diversa, y por lo tanto serviría tanto para afirmar como para negar el carácter profético del libro de Daniel.

Condiciones

Así sentadas las bases de nuestro estudio, tenemos que: para probar que Daniel realmente fue profeta y que su libro, por consiguiente, tiene un sentido para el futuro, debemos encontrar al menos una referencia específica y determinada, no simbólica, a un evento posterior al siglo II cuyo pronóstico sería difícil o impensable para la época.

Si además deseamos averiguar si el resto del libro posee cierta coherencia y sentido para la historia del hombre, este elemento clave debe permitirnos estructurar el libro en torno a él y, si fuera posible, establecer una relación con el resto de la Escritura (en especial con otros libros proféticos).

La clave

De entre la maraña figurativa y metafórica de las profecías no interpretadas del libro de Daniel, se entrevén dos hechos. Llama la atención su inteligibilidad. A diferencia de las demás referencias tan desconcertantes que hasta llegaron a quebrantar y enfermar al autor (8: 27), éstas son claras, precisas, y están expresadas en un lenguaje perfectamente comprensible tanto para el siglo II como para la fecha de su cumplimiento y nuestro tiempo. Esta referencia la encontramos en el capítulo 9:25. “Sabe, pues, y entiende”. Este no es un símbolo más. Esto es saber y entendimiento. Una vez se le había ordenado a Daniel que cerrara el libro (12: 4), otro no había llegado a comprender el significado de las palabras que él mismo había escrito (7: 28). Pero ahora el ángel le dice de manera específica: “Sabe, pues, y entiende que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas… Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí” (Daniel 9: 25, 26).

Todo judío sabía quién sería el Mesías. Lo estaba esperando. También entendía el significado de la palabra “reconstruir” y conocía Jerusalén. Esto, sin duda, es una referencia comprensible. No se trata de extraños animales ni de imponentes estatuas. Son acontecimientos reales que no requieren de una interpretación simbólica para ser comprendidos. Por consiguiente, podrían ser la clave de una posterior interpretación del lenguaje figurativo del libro.

Los hechos

Hemos descubierto dos eventos que representan una posible puerta de entrada al misterio escatológico del libro de Daniel. Pero, ¿qué relación existe entre ellos, y entre ambos y el resto del libro?

Partamos de lo conocido. Sabemos que la muerte de Cristo ocurrió en el año 31. También sabemos que el pueblo de Israel salió definitivamente de su cautiverio, rumbo a la reconstrucción de Jerusalén, en el 457 a.C. Entonces debemos ver qué relación nos presenta Daniel entre estos dos eventos.

“Desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas” (9: 25). Es decir: el Mesías Príncipe llegarla sesenta y nueve semanas después de la orden para restaurar Jerusalén. ¿Qué significa Mesías Príncipe? Ya lo veremos. Por lo pronto leemos que ocurriría sesenta y nueve semanas después de la orden. Lo que sí sabemos a ciencia cierta es que “después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías” (vers. 26). Por lo tanto, también sabemos que entre el edicto de Artajerjes y la muerte de Cristo pasarían más de sesenta y

nueve semanas, es decir: 483 días (algo más que un año y tres meses).

Las fechas

Hemos encontrado dos referencias literales a hechos concretos: la orden de reconstruir Jerusalén y la muerte del Mesías. Hoy sabemos las fechas de ambos: 457 a.C. y 31 d.C. También encontramos un periodo que vincula a ambos eventos: luego de las sesenta y dos semanas (siete más sesenta y dos) le serla quitada la vida al Mesías. Sesenta y dos semanas. Esto nos conduce al año 459. Cristo murió mucho después. Daniel afirma que moriría “después” de ese tiempo, pero no nos dice cuánto tiempo después. En sentido estricto, esto se habría cumplido. Pero, claro, no es gran mérito predecir que alguien que no había nacido aún moriría en más de un año, sin mayores precisiones. Más aún, si suponemos que el libro se escribió en torno al siglo II, afirmar que Cristo, que aún no había llegado, moriría después del año 458 no es ningún indicio de revelación. Esto nos conduce a procurar mayor especificidad en los datos.

Los períodos

Es curioso que en el capítulo nueve se hable globalmente de un período de setenta semanas (vers. 24) y luego se lo divida en tres sub periodos de siete semanas, sesenta y dos semanas, y una semana (vers. 25,27). Veamos si esto tiene algún sentido.

Respecto de las primeras siete semanas, sabemos el evento de su inicio (por lo tanto, sabemos su fecha) y podemos deducir la fecha de su finalización. Lo que no queda claro es el evento significativo con el cual concluiría el período.

Sabemos también que la última semana comenzaría antes de la muerte de Cristo (año 31), y que su inicio estaría relacionado con algún acontecimiento de la vida del Mesías: el Mesías Príncipe. Esta es una expresión simbólica; no se desprende de su sentido literal nada inteligible a primera vista. Lo único que sabemos es que entre el año 31 y el comienzo de la semana número sesenta y nueve hay un período de tiempo no mayor que el de la vida de Cristo (es decir: 33 años). ¿Cuál puede ser este lapso? Daniel dice que es una semana. Siete días fácilmente pueden ser abarcados por la vida de un hombre. Pero, ¿qué pasa con las sesenta y nueve semanas que distan entre príncipe? Sabemos que Jerusalén se comenzó a reconstruir en el año 457 a.C. Luego, o bien Daniel predijo el evento y no acertó con la fecha (predicción para nada asombrosa) o existen en estas semanas un sentido a la vez nuevo y discernible.

Semanas y días

Recapitulemos. Según Daniel 9, habría un período significativo para el pueblo de Dios de setenta semanas. Este sería dividido en tres subperíodos: siete semanas, sesenta y dos semanas, y una semana. Tal vez nos quede más claro expresar estos períodos en términos de días. Los 490 días serían divididos en 49, 434 y 7 días, respectivamente. Es obvio que si estas semanas fueran realmente semanas de días, el libro de Daniel no tendría sentido profético alguno.

Tenemos entonces que hay dos eventos ocurridos en los años 457 a.C. y 31 d.C., que en el libro de Daniel están distanciados por más de 483 días. En la realidad, este lapso entre los dos acontecimientos no fue de días, sino de años. Exactamente… 488 años.

¿Semanas de años?

¿Y si las semanas a las que se refiere Daniel en realidad fueran semanas de años? Veamos qué ocurriría.

El primer periodo comenzaría en el 457 a.C. y culminarla en el 408 a.C. (año en que se terminó la reconstrucción de la ciudad de Jerusalén). Luego comenzaría un período de sesenta y dos semanas, hasta el 27 d.C., que correspondería al Mesías Príncipe. Ahora que tenemos la fecha del evento, tal vez podamos descubrir qué quiere decir la expresión “Mesías Príncipe”. El 27 es el año del bautismo de Jesús, con el cual comienza su ministerio público en la tierra. Este es un hecho fundamental en la historia de la redención del hombre. Además, podemos relacionar el comienzo del ministerio de Jesús con el comienzo de la última semana no sólo porque coinciden los respectivos años, sino también porque la palabra hebrea Mesías significa “ungido”. Así, podríamos traducir: “Desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Ungido Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas” (9: 25). Incluso, de acuerdo con Hechos 10:37,38, podemos decir que el bautismo de Jesús fue su ungimiento. Así, la polisemia de la palabra “mesías” da un sentido más profundo a esta profecía. El período terminaría en el año 34 con la muerte de Esteban y el comienzo de la predicación a los gentiles, cosa que podemos relacionar con la confirmación del “pacto con muchos” del versículo 27.

Comparando esta profecía con otras que encontramos en la Biblia, podemos ver que el principio de reemplazar días por año ya había sido usado y autorizado por Dios en lo relativo a la profecía (Eze. 4: 6; Núm. 14: 34). Esto también nos autoriza a efectuar esta suplencia, siempre y cuando la profecía en estudio así lo requiera. Entre las alternativas de este caso opto por hacer significativas las palabras de Daniel: interpretar las semanas como conjuntos de 7 años.

Se podría adoptar la postura contraria, es decir: que el principio de reemplazar días por años no es pertinente. Pero esto nos conduciría a buscar interpretaciones mucho más sofisticadas o, si no las halláramos, a abusar de las “coincidencias fortuitas” para explicar algunos hechos. Por ejemplo: Reemplazando los días por años en el libro de Daniel, ¿cómo es posible deducir que la muerte del Mesías ocurriría entre los años 27 y 34, es decir doscientos años después de la supuesta fecha de-redacción de su libro? ¿Cómo explicar que el año 27 coincide con el inicio de un período importante en la vida de Cristo? Si no admitimos que en las profecías de Daniel un día representa un año, ¿cómo explicar que tal remplazo conduzca a coincidencias asombrosas con las fechas de la finalización de la reconstrucción de Jerusalén (408 a.C., fin de las primeras siete semanas), el bautismo de Jesús (27 d.C., fin de las sesenta y dos semanas) y el comienzo de la predicación a los gentiles (34 d.C., representado en Daniel 9:27 con la confirmación del pacto a muchos)?

Una predicción incuestionable

Hasta aquí las pruebas que hemos podido acumular en favor de una interpretación real e inteligible del libro de Daniel. Tratemos ahora de estructurar su sentido en torno al evento crucial, el único e inevitablemente futuro en los tiempos de Daniel, ya sea que aceptemos la fecha bíblica (siglo VI) o la fijada por la alta crítica (siglo II). Sin lugar a dudas, Daniel predijo que el Mesías sería asesinado (que le serla quitada la vida, “mas no por sí”). También predijo que este evento ocurriría (aceptando el principio día por año) entre los años 31 y 34. En el versículo 27 del mismo capítulo 9 se aclara que la obra redentora del Mesías ocurriría a la mitad de esa última semana profética; es decir, con una precisión matemática y con una anticipación mínima de 180 años.

Notemos que predecir un evento es sorprendente, y que predecir su fecha lo es aún más. Así, el principio de interpretación aplicado nos ha permitido fijar aquella fecha y ubicar otros cuatro acontecimientos con toda precisión en una “grilla temporal”. Por lo tanto, tendremos una “coincidencia” difícil de explicar, lo que nos hace reconocer que en el libro de Daniel hay un principio suprahistórico y sobrehumano.

Esta no es una conclusión necesaria (desde el punto de vista lógico formal), pero es al menos una suposición racional, posible, y más racional que postular que todo este “sincronismo secular” es producto del azar o de la casualidad. Esto me lleva a pensar que el libro de Daniel es un libro profético y significativo, que se anticipó a los hechos y que contiene un sentido y un significado; que Daniel vivió y escribió —tal como se declara— en el siglo VI a.C. (a pesar de que las pruebas actuales no nos permitan demostrar su anterioridad al siglo II).

Cristo, el centro de la profecía

La interpretación del libro de Daniel no concluye con las pocas consideraciones hechas aquí; por el contrario, con ellas queda abierta la puerta a la posibilidad de descubrir un sentido intrínseco a él. Y todo esto ha sido posible gracias a un hecho y a una predicción: la muerte de Cristo. Es ella la que nos ha permitido encontrar significado y realidad en la profecía de las setenta semanas. Es ella también la que nos permite sostener que Daniel en verdad fue profeta. Ella nos demuestra que para entender las profecías de Daniel debemos reemplazar los días por años y así relacionar diversos acontecimientos.

En definitiva, la muerte de Cristo es el centro de la profecía. Mediante ella llegamos a entender el mensaje de Dios. Cristo vuelve a convertirse en el “mediador entre Dios y los hombres”; viene a ser la revelación del Padre, y quien nos conduce a él. La muerte de Cristo es el significado y el significante de la profecía. Por ella comprendemos la profecía, y ella es comprendida por la profecía. Así, la muerte de Cristo ocupa un lugar relevante en el libro de Daniel: es su clave y su punto de acceso. En fin: la muerte de Cristo es lo que da sentido, no sólo a la vida del creyente, sino también a la profecía.

Sobre el autor: Carlos Belvedere es profesor de Filosofía y Pedagogía.