La Posmodernidad (término que surgió cerca de la década de 1930, pero que ganó popularidad a partir de la década de 1970) se trata de un cuestionamiento a la Edad Moderna. Para entender el pensamiento posmoderno, es necesario verlo en el contexto del mundo que lo dio a luz; es decir, el mundo moderno. Según muchos historiadores, este período histórico nació en los comienzos del Iluminismo, o incluso antes, en el Renacimiento, que elevó a la humanidad al centro de la realidad. Fue un momento de gran optimismo, con el fortalecimiento de la idea de que el ser humano podría dominar la naturaleza si descubría sus secretos. La religiosidad medieval teocentrista dio lugar a “la religión natural”, que, después, terminó sustituida por el racionalismo escéptico. Se creía que el conocimiento era preciso, objetivo, bueno y accesible a la mente humana. Así, la felicidad reposaba en los avances científicos y tecnológicos (la prensa, la pólvora, los barcos, los motores). Hasta que eclosionaron las dos guerras mundiales.

La desilusión se apoderó de la humanidad. “Al evitar el mito iluminista del progreso inevitable, el Posmodernismo sustituyó el optimismo del último siglo por un pesimismo corrosivo”, afirma Stanley J. Grenz en su libro Posmodernismo (Vida Nova, p. 20). No se tiene más certeza de que la mente humana pueda organizar la realidad de manera cohesiva. Lo que ocurre a partir de allí es un “duelo de textos”, verdades relativas, puntos de vista distintos. Comienzan los cuestionamientos en el área de la Lingüística y el Deconstructivismo. Las emociones y la intuición –al sustituir la tan valorada razón– pasan a ser vistas como caminos válidos para el conocimiento, que es siempre incompleto y relativo. Impera la creencia en el fin de la verdad absoluta. El conocimiento es sustituido por la interpretación. Para Jean François Lyotard, el Posmodernismo es la “incredulidad en relación con las metanarrativas”, o cosmovisiones (ideologías).

El Übermensch [superhombre] de Nietzsche (filósofo considerado el precursor de la Posmodernidad) se reveló frágil y, con la muerte de la idea de Dios, la humanidad se dio cuenta tarde (embalada todavía por la euforia de progreso modernista) de que moría junto con la familia, la moral y la esperanza. Pero ¿cómo vivir sin esos valores?

VACÍO EXISTENCIAL

Los posmodernos corrieron hacia las estanterías de los supermercados de la fe en un intento por llenar el vacío del alma con “modismos espirituales”. Como se distanciaron de la creencia bíblica, pasaron a adoptar en su lugar (en el lugar del vacío espiritual) toda clase de irracionalismos. Al mismo tiempo que niegan la historicidad de Jesús (para no mencionar su divinidad), creen en duendes, cristales, Nueva Era. Al mismo tiempo, rechazan la fe tradicional (gracias a los resquicios del pensamiento iluminista de los que tal vez ni se den cuenta), abrazan creencias sin fundamento racional alguno. (Además, el mismo Jesús es vaciado de contenido, y el cristianismo se hace irracional y místico.)

Así, por un lado está la multitud espiritualmente desorientada, intentando encontrar/escoger una creencia que le dé mayor satisfacción (en una aplicación espiritual del pensamiento consumista), y por el otro, pero en menor número, los herederos del Iluminismo/Naturalismo, los neoateos y escépticos, que colocan en la misma bolsa todo tipo de creencia. ¿Dónde se insertan los cristianos, y particularmente los adventistas, en este contexto?

Dado que se resisten a las verdades reveladas y a las instituciones religiosas, los posmodernos necesitan ver en la vida de los cristianos la diferencia y la relevancia que ellos afirman encontrar en el evangelio. Necesitan ver que todavía existe esperanza, pero que ella no viene de la humanidad; viene de lo Alto. Solo el evangelio vivido de manera sincera, genuina y experimental en la vida de los cristianos podrá atraer a los desesperanzados y desesperados posmodernos, siempre en busca de placeres del consumismo y de las experiencias místicas que, en verdad, solo hacen aumentar el vacío existencial.

La Iglesia Adventista nació en un contexto moderno. Pero, no podemos ser nostálgicos al punto de querer regresar a la Modernidad. Tenemos que predicar el evangelio en el contexto en que estamos insertos, y ese es la Posmodernidad. La apologética sigue teniendo su lugar, en vista de que los que desafían las bases racionales de la fe (los herederos del Iluminismo) siguen por ahí. Por eso, los cristianos deben valerse de todos los medios posibles para divulgar la superioridad de la Biblia Sagrada, aprovechándose de los poderosos recursos de la era de la información. Pero nunca está de más recordar que eso no basta para el hombre posmoderno.

La Modernidad destronó la Revelación y colocó en su lugar la razón como árbitro de la verdad: de allí que es necesario, sí, usar la razón para llamar la atención hacia la Revelación. Pero el Posmodernismo minimiza a ambas, la Revelación y la razón, y pondera la intuición y el sentimiento. Eso no es malo, pues, en verdad, la cosmovisión cristiana traspasa los límites de la razón humana, avanzando en los dominios de lo sobrenatural y de la fe. “Además de eso, los cristianos asumen una postura cautelosa e incluso hasta desconfiada en relación con la razón humana. Sabemos que, como resultado de la caída de la humanidad, el pecado es capaz de cegar la mente humana. Somos conscientes de que la obediencia al intelecto, a veces, puede desviarnos de Dios y de la verdad” (Stanley J. Grenz, Posmodernismo, p. 237).

LA RESPUESTA

Si queremos alcanzar a los posmodernos, tenemos que ir más allá de la mera proclamación racional de la verdad. Tenemos que relacionarnos y mostrar la relevancia práctica del evangelio. Solo así las personas podrán ser convencidas de que, a fin de cuentas, el estilo de vida propuesto por Dios es lo único que ofrece verdadera esperanza. Viendo en la vida de los cristianos la felicidad, la armonía, la salud y la paz –valores buscados por todos–, muchos se convencerán de que la cosmovisión bíblica no tiene sentido solamente para los cristianos, sino que se trata de buenas noticias para todos. Además, es necesario, con todo respeto, mostrar las incoherencias (además de su potencial) del Posmodernismo y la imposibilidad de ajustarlo a la vida diaria.

El proyecto iluminista favoreció el dualismo “mente” y “materia”. La nueva generación, por otro lado, está cada vez más interesada en la persona como un todo. Los adventistas, en especial, pueden hacer su contribución presentando la visión armónica que tienen del ser humano, y la importancia que dan a la salud y a la educación integral; es decir, valorando los aspectos físico, mental, espiritual y social, exactamente como Jesús lo hizo durante su ministerio terrenal.

Dado que los posmodernos valoran la vida en comunidad, podemos valernos de recursos como los Grupos pequeños e incluso de las reuniones tradicionales de adoración (con alguna clase de reformulación, pero sin derrapar hacia el emocionalismo neopentecostal) para mostrar que concordamos con la idea de que las personas se acercan al saber por medio de una estructura cognitiva mediada por la comunidad de la que participan, que también es esencial para la formación de la identidad. En verdad, debemos dejar en claro que el concepto de comunidad es extremadamente valorado en las Escrituras.

Si bien entendemos que los principios de la Palabra de Dios no deben ser adaptados convenientemente a las convenciones y a los patrones humanos, es importante comprender el zeitgeist [espíritu de una época] reinante, a fin de que la proclamación del evangelio se haga más relevante para las personas que viven en este momento histórico.

Sobre el autor: Editor de la Casa Publicadora Brasileira.