¿Cómo podemos hacer frente a nuestro serio problema educacional? No hay soluciones rápidas ni fáciles. Pero algo debemos hacer, si todavía creemos en nuestra filosofía educacional.
“Estamos bajo el solemne y sagrado pacto con Dios, de criar a nuestros hijos no para el mundo, ni para poner sus manos en las manos del mundo, sino para amar y temer a Dios, y guardar sus mandamientos. Debemos instruirlos a fin de que trabajen inteligentemente en las filas de Cristo, y para que manifiesten un carácter cristiano noble y elevado ante aquellos con quienes se relacionan. Para esto han sido establecidas nuestras escuelas, a fin de que jóvenes y niños puedan ser educados de tal manera que ejerzan una influencia en favor de Dios en el mundo” (Fundamentals of Christian Education, pág. 289).
“Uno de los objetivos importantes que debía ser obtenido al establecer el colegio [de Battle Creek] fue el de separar a nuestros jóvenes del espíritu y la influencia del mundo, de sus costumbres, sus insensateces y su idolatría. El colegio debía levantar una barrera contra la inmoralidad de nuestra época, que torna al mundo tan corrupto como en los días de Noé” (Testimonies, tomo 5, págs. 59, 60).
Al recorrer la lista de pastores, profesores, médicos y otros misioneros de nuestra división observamos que un elevado número son adventistas de segunda o tercera generación. De éstos, la gran mayoría pasó por nuestros colegios; en ellos recibieron el “molde denominacional” que los está capacitando para ser los líderes de hoy. Y muchos de los que, habiendo asistido a nuestros colegios, no ingresaron en la obra de Dios, hoy son dirigentes laicos en sus iglesias. ¿Qué garantía tiene la obra de poder conseguir en el futuro un grupo necesariamente creciente de misioneros y de laicos con total espíritu denominacional, para atender a las necesidades de una iglesia en rápida expansión, cuando el porcentaje de sus jóvenes y niños que asiste a sus instituciones educacionales va disminuyendo aceleradamente? ¿Y qué diremos de nuestra responsabilidad por la salvación eterna de esos niños y jóvenes a quienes no les estamos dando hoy la oportunidad de obtener una educación cristiana? (Nadie conoce las verdaderas dimensiones de la apostasía juvenil en nuestras iglesias). Esta es una responsabilidad que, inevitablemente, tiene que ser compartida por todos los misioneros en la División Sudamericana.
El ritmo acelerado de crecimiento de nuestra feligresía contrasta violentamente con el estancamiento y el retroceso de nuestra acción educativa. Es obvio que nuestro crecimiento no ha sido equilibrado. La instrucción definida de la pluma inspirada es:
“Al paso que deberíamos hacer serios esfuerzos en favor de las masas que nos rodean, e impulsar la obra en campos extranjeros, ninguna cantidad de trabajo puede disculparnos por descuidar la educación de nuestros niños y jóvenes” (La Educación Cristiana, pág. 129; la cursiva es nuestra).
“Los obreros que trabajan en un territorio nuevo… no sólo deberían levantar una modesta casa de culto, sino que deben hacer los arreglos necesarios para el establecimiento permanente de la escuela de iglesia… El aula es tan necesaria como un edificio para la iglesia” (Testimonies, tomo 6, págs. 108, 109; la cursiva es nuestra).
Estamos ante un problema serio, cuya responsabilidad, con espíritu grande y generoso, todos debiéramos disponernos a compartir. Algunos han trabajado más, otros hemos trabajado menos, en favor de la educación cristiana. Pero todos conocemos ahora el problema y podemos ayudar a resolverlo. Si aceptamos plenamente el desafío que nuestra filosofía de la educación plantea, hay algunas cosas que podemos y debemos hacer:
a. Formar conciencia en favor de la educación cristiana. Sólo un pequeño porcentaje de nuestros hermanos, y no todos los pastores y líderes conocen bien el propósito de la educación cristiana y lo apoyan de todo corazón. La gran mayoría tiene una idea muy general y vaga de nuestro sistema y de nuestra filosofía educacional. Normalmente nadie apoya lo que no entiende. Necesitamos la colaboración de todos los líderes, de todos los pastores, de todos los profesores, de todos los misioneros de la División Sudamericana para realizar una campaña sostenida, mediante la pluma y la voz, en cada unión, asociación e iglesia, para dar a conocer nuestra filosofía educacional y estimular a nuestros hermanos a aceptarla y practicarla. Este proceso de toma de conciencia llevará algunos años, si se lo realiza en forma persistente. Pero es la primera tarea que debe ser emprendida en forma masiva, si queremos recuperar el terreno perdido en los últimos lustros, y avanzar luego con un programa educacional agresivo. Nos consta que esa formación de una conciencia en favor de la educación cristiana ha sido realizada durante décadas con dedicación y entusiasmo por los líderes del Departamento de Educación en los distintos niveles y también por otros. Si hubo alguien que se esforzó en esa línea fue el Dr. Alcides J. Alva. Pero, a menos que todos los misioneros nos convenzamos de la importancia de la educación cristiana primero, y emprendamos luego una cruzada continental, masiva, en favor de la misma, la situación no podrá ser mejorada. Es problema de convicción, de toma de conciencia.
Aunque es imprescindible la colaboración de todos y la utilización de variados medios, debemos reconocer que es a nivel de la iglesia local donde se logran los mejores resultados. Es necesario predicar sobre la educación cristiana (y no sólo una vez al año). Es necesario discutir el tema en reuniones de jóvenes. Hay que analizarlo en reuniones de padres. Pero, como lo han descubierto muchos pastores plenamente conscientes de la importancia de la educación cristiana, los resultados más concretos se consiguen cuando el pastor (o laicos debidamente calificados) visita a cada familia con hijos en edad escolar y le ayuda a resolver los problemas y a eliminar los prejuicios que están privando a esos niños y jóvenes de los beneficios de la “verdadera educación”.
b. Destacar, en nuestras escuelas y colegios, nuestros rasgos distintivos. La formación de esa conciencia será más fácil si nuestras escuelas y colegios que ya funcionan, aplican de manera integral nuestra filosofía educacional. No tenemos escuelas y colegios para competir con otros sistemas educacionales (estatales o privados). Los tenemos porque creemos que nuestros hijos necesitan una educación diferente. Nuestros hermanos no han advertido siempre esa diferencia. Nuestras instituciones educacionales deben hacer de la Biblia la materia más importante; deben tener profesores que sean cristianos a carta cabal; deben ofrecer un ambiente moral que sea una total garantía para nuestros hijos; deben atreverse a aplicar, con bondad y firmeza, nuestras normas, aunque eso lleve a la pérdida temporaria de algunos alumnos; deben hacer de la salvación eterna de sus alumnos el objetivo final de sus esfuerzos. En suma, deben recordar —no importa cuántas presiones sufran— que la obra de la educación y de la redención son una. Si nuestras instituciones se atreven a ser diferentes, los hermanos lo advertirán y estarán más dispuestos a hacer sacrificios para educar en ellas a sus hijos.
c. Planificar nuestro sistema educacional. Por décadas —quizá desde sus comienzos mismos en Sudamérica— la educación adventista ha crecido sin una adecuada planificación. No podemos dejar por más tiempo un asunto tan importante librado enteramente a la iniciativa de cada iglesia local. Cada asociación y misión debe estudiar, con los datos del CENSO en manos, la futura ubicación de sus escuelas primarias (básicas, fundamentales) y luego preparar el ambiente en cada iglesia como para que el plan pueda concretarse en los plazos previstos. El futuro de nuestra educación secundaria (media) y superior debe ser igualmente planificado con mucho cuidado.
d. Ofrecer soluciones financieras realistas. La toma de conciencia progresiva de nuestros hermanos hará que ellos estén mejor dispuestos a hacer sacrificios para enviar a sus hijos a nuestras instituciones. Pero el sacrificio de los hermanos tiene, naturalmente, un límite. Hay, también, comunidades de hermanos de muy escasos recursos que no lograrán sostener solos —pese a sus sacrificios— la escuela de iglesia que sus hijos necesitan. Además, la mayoría de los padres con hijos en edad de ir a nuestros internados no cuenta con los medios necesarios para financiar la educación de éstos.
Entre los elementos que pueden ser considerados al buscar soluciones financieras están los siguientes:
1) Aplicar de manera integral, y en cada iglesia y grupo, el plan de Mayordomía. Con la orientación de la asociación (misión) cada iglesia y grupo debiera separar, para fines educativos, un porcentaje generoso del dinero que entra por “pactos”. Este dinero se destinaría a la escuela local y también a ayudar a jóvenes y señoritas de escasos recursos que deben ir a nuestros internados.
2) Cada asociación (misión) necesitará establecer un sistema que permita ayudar a las iglesias más pequeñas y/o más pobres a equilibrar su presupuesto escolar. Esto podría lograrse, en parte al menos, mediante la recaudación por la asociación (misión) de un cierto porcentaje del dinero del “pacto” que entra en todas las iglesias. Por otra parte, cada asociación (misión) debiera pensar en tener un porcentaje estable de su presupuesto dedicado a educación, que permita atender no sólo las emergencias, sino un plan de desarrollo equilibrado.
3) Las industrias de nuestros colegios con internado deben ser ampliadas para dar trabajo a un mayor número de alumnos. La recientemente creada Compañía de Alimentos, de la división, tiene como parte de su programa el plan de establecer fábricas de alimentos junto a los colegios que lo desean, en la medida de las posibilidades de expansión de la compañía. En 1973 espera iniciar dos nuevas fábricas. Pero también puede explorarse la posibilidad de que hermanos laicos instalen industrias junto a nuestros colegios para dar trabajo a alumnos, como ya ocurre en otros continentes.
4) El colportaje debe ser revitalizado, tanto en las vacaciones (de invierno y verano) como durante el año escolar. Unos pocos colegios están explorando ya la idea de que ciertos alumnos colporten todas las tardes, o ciertas tardes por semana, en poblaciones vecinas, en pleno año escolar. El plan ha sido practicado en Europa por años, por lo menos en un colegio nuestro.
e. Dar el ejemplo con nuestros hijos. Puede parecer redundante pero no lo es. Reconocemos que toda regla tiene su excepción. Hay circunstancias, generalmente muy transitorias, que pueden obligarnos a enviar a nuestros hijos a escuelas o colegios no adventistas. Pero, si realmente creemos lo que predicamos, lo respaldaremos con nuestro ejemplo, aunque nos cueste sacrificio. Si pedimos que los hermanos laicos hagan sacrificios, ¿no tienen ellos derecho de esperar lo mismo de nosotros?
He aquí en esbozo simplemente, un plan que puede ayudarnos a enfrentar la crisis educacional en que estamos en la División Sudamericana. Cada uno de nosotros puede enumerar elementos adicionales. Si realmente creemos que “el aula es tan necesaria como un edificio para la iglesia” (Testimonies, tomo 6, pág. 109) haremos algo.
No tenemos cifras definitivas todavía, pero entendemos que entre el 80 y el 90% de nuestros niños y jóvenes no estudia en instituciones adventistas. Cuando visitamos iglesias después de algunos años de ausencia nos entristecemos al saber que tantos jovencitos, al parecer promisorios, han dejado nuestras filas. Pero esto no nos sorprende cuando recordamos que esos jovencitos estudiaron por años en escuelas y colegios no adventistas donde fueron sometidos día tras día al bombardeo de ideas extrañas y estuvieron rodeados de compañías no siempre cristianas. ¿No es hora de que hagamos algo más para salvar a nuestros niños y jóvenes? Ese “algo más” es hoy el esfuerzo adicional que Dios nos pide para que les demos la oportunidad de obtener una educación cristiana.
Sobre el autor: Director del Depto. de Educación de la División Sudamericana