Trabajar para la iglesia es un privilegio, pero participar de su crecimiento debería ser nuestra prioridad más importante. Cuando hablo de crecimiento de iglesia me estoy refiriendo al desarrollo a la vez financiero, geográfico, espiritual, de conocimiento y numérico. Es hermoso contemplar a una iglesia que crece de manera saludable y equilibrada en todos sus aspectos. Cuando eso ocurre, pasa a disponer de más recursos financieros, se fundan más congregaciones, los miembros están contentos y se vuelven más sabios después de cada culto al cual asisten, y participan en la ganancia de nuevos creyentes.

     Dios quiere que su iglesia crezca numéricamente, pues cada número que se añade corresponde a alguien que deja el mundo de pecado y acepta a Jesús como su Salvador personal.

    Normalmente, cuando se encara el asunto del crecimiento numérico de la iglesia se observan diferentes reacciones; las opiniones muchas veces entran en conflicto. Algunos se sienten inclinados a poner el énfasis en las cantidades; otros en la calidad. Pero la experiencia ha demostrado que la cantidad y la calidad pueden coexistir.

     ¿Qué impulsa a una iglesia a crecer? ¿Por qué algunas crecen y otras no? Creo que los pastores, los líderes y los miembros de la iglesia desean que haya crecimiento. Algunos trabajan hoy para descubrir cuál es el mejor método o estrategia para que una iglesia crezca. Al parecer se busca una metodología o fórmula milagrosa que, al aplicarla, dé como resultado un crecimiento explosivo. Motivados por ese deseo, algunos buscan iglesias que están creciendo para copiar lo que hacen y las estrategias que usan. En esa búsqueda apasionada de algún “método mágico” no perciben los principios básicos que producen ese crecimiento.

     Hoy podemos encontrar, en el mundo de las religiones cristianas, muchas iglesias que trabajan con diferentes métodos y estilos. Algunas se están concentrando en una liturgia más contemporánea y tecnológica. Otras atraen a la gente por medio de cultos carismáticos y pentecostales. Una gran red de trabajo, por medio de Grupos pequeños, ha sido el método de otras. Y también están los que tratan de mantenerse tradicionales en su programación y sueñan con crecer algún día.

     Lo más impresionante es que a pesar de que algunas iglesias están aplicando buenos métodos, no están creciendo. Podemos llegar a la conclusión de que los métodos y las estrategias, por sí solos, no hacen crecer a una iglesia.

    En el libro Desarrollo natural de la iglesia, Christian Schwarz considera que, aunque podamos imitar un modelo particular de crecimiento de iglesia, deberíamos estudiar muchas iglesias para descubrir los principios universales que influyen en su crecimiento. Un modelo es un concepto según el cual alguna iglesia, en algún lugar del mundo, ha experimentado un crecimiento positivo. Un principio es algo que se aplica a todas las iglesias en todas partes.

     La Biblia ofrece excelentes ejemplos de principios que se pueden aplicar. Por ejemplo: “Considerad los lirios del campo” (Mat. 6:28). “Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado” (Mar. 4:26-29). “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1 Cor. 3:6).

    La Palabra de Dios nos anima a observar, estudiar y aprender cómo crecen las cosas en el mundo natural. No podemos limitamos a observar el fruto sin tratar de comprender cómo se produjo. Cuando observamos la naturaleza, vemos a Dios dando vida para que todo crezca y se desarrolle. Hay cosas que podemos hacer y otras que no en lo que se refiere al crecimiento de la iglesia. Podemos, por ejemplo, arar el suelo, sembrar la semilla, regar la tierra, y en su momento cosechar el fruto. Pero no podemos hacer que este crezca y madure. Sólo Dios lo puede hacer.

     No podemos considerar que la iglesia es una máquina que se puede programar. Al contrario, es un organismo vivo que está diseñado para crecer por sí mismo, si se atienden sus necesidades básicas.

     Lo que tenemos que considerar para la iglesia del siglo XXI es una “iglesia saludable” y no tanto “crecimiento de iglesia” Cuando una iglesia está sana, crece naturalmente y de forma equilibrada en todos sus aspectos. ¿Está creciendo su iglesia?

Sobre el autor: Secretario asociado de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.