Me gusta descubrir libros interesantes. Siempre que tengo tiempo, visito librerías, en busca de nuevos libros, con el fin de ver la tendencia de los escritores modernos. Una de las cosas que me impresionan últimamente es ver la abundancia de libros acerca de liderazgo, inteligencia emocional, calidad  total y autoayuda. Están todas las semanas en la lista de los más vendidos. Parece que el ser humano nunca se preocupó tanto por su crecimiento interior. Pero, esa clase de crecimiento no se limita solo a los principios de calidad total. No basta con conocer la teoría expresada en palabras bien elaboradas. Los argumentos didácticamente desarrollados y las bellas frases de impacto no son suficientes. Los conceptos teóricos ayudan, pueden cambiar la manera de pensar, pero eso no es crecimiento interior, desde el punto de vista bíblico. El crecimiento interior es el cambio de vida, actitudes y prioridades.

No obstante, vivimos en un tiempo en que la teoría es endiosada y las personas se fascinan con la literatura de autoayuda, como si sus conceptos fuesen la revolución del siglo XXI. El endiosamiento de la teoría lleva a las personas a pensar que el que más sabe, vale más. Entonces, corren detrás de la teoría, olvidando lo que realmente vale: una vida construida con realidades prácticas, sirviendo al prójimo.

Las historias de muchos personajes bíblicos me causan impacto. Me gusta mucho Juan. Su Evangelio presenta cosas sencillas que no fueron registradas por otros evangelistas, como el encuentro de Jesús con Nicodemo, con la samaritana, o el relato de las bodas de Caná. La vida de Juan me emociona, inspira, anima y alienta a continuar creciendo, a pesar de las deficiencias de mi personalidad y de las debilidades de mi temperamento.

Si tuviera que presentar a alguien como ejemplo de crecimiento interior, sería Juan. Un día, llegó a Jesús con una personalidad distorsionada. Si tuviese que ser evaluado por una junta directiva, para ingresar en el ministerio, tal vez nunca llegaría a ser pastor. Su apodo, Hijo del Trueno”, denuncia el temperamento de ese hombre que fue transformado en el “apóstol del amor”. Es así como actúa Jesús: toma piedras en bruto, viejos troncos retorcidos, trozos de vidrio destinados a la basura, y les da forma, hasta convertirlos en verdaderas obras de arte.

Mucho tiempo después, encontramos a Juan en una isla solitaria, en Patmos. Sentado en una roca, de frente al mar, sentía las olas mojando sus pies. La juventud había pasado, su vida estaba llegando al fin y ya no era más conocido como el “Hijo del Trueno”. Creció. Era el gran líder que, además del Evangelio, escribió tres epístolas para edificar espiritualmente a la iglesia, y estaba escribiendo el último libro de la Biblia. Cerró su ministerio de modo brillante e inspirador.

En los escritos de Juan, encontramos los mejores principios de liderazgo, inteligencia emocional y calidad total que jamás hayan existido. ¿Dónde los encontró? ¿De dónde los aprendió? ¿Cómo los recibió? La literatura moderna de autoayuda muestra el qué, pero no enseña cómo. La vida de Juan presenta el cómo y, después, muestra el qué. Su vida fue de comunión diaria con Jesús. Siempre al lado del Maestro, no se limitó a caminar y trabajar con él. Fue más allá. Salió de su rutina en una comunión formal y entró en la dimensión de la intimidad espiritual con Jesús. Reclinó su cabeza en el pecho del Maestro, permanecía a solas con él, además de las actividades comunes que su discipulado requería.

Finalmente, cuando todos los discípulos abandonaron al Maestro, Juan estaba al pie de la cruz del Calvario, para recibir de Jesús el encargo de cuidar a María. El resultado de esa comunión fue el crecimiento interior, que prefiero llamar crecimiento espiritual, cambio de vida, actitud y comportamiento; algo que los conceptos humanos no tiene el poder de hacer porque, aun cuando puedan cambiar la manera de pensar, solamente Jesús cambia el modo de actuar.

“Dios toma a los hombres tales como son, con los elementos humanos de su carácter, y los prepara para su servicio, si quieren ser disciplinados y aprender de él. No son elegidos porque sean perfectos, sino a pesar de sus imperfecciones, para que mediante el conocimiento y la práctica de la verdad, y por la gracia de Cristo, puedan ser transformados a su imagen” (El Deseado de todas Lis gentes, p. 261).

Oh, si con la misma ansiedad con que devoramos los libros y escuchamos las conferencias de los gurúes de autoayuda, buscáramos diariamente a Jesús, en oración y a través del estudio personal de la Biblia! Que esta sea nuestra oración: “Señor Jesús, ayúdame a buscarte todo el día. Ayúdame a colocar en tus manos mi vida imperfecta y, por favor, ¡haz por mí lo que no puedo hacer solo!”

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana