Casi todas las iglesias cristianas están viendo sacudirse sus mismos cimientos. En algunas de ellas el problema es doctrinal; en otras es provocado por la actitud de sus bases o sus dirigentes al ocuparse principalmente de la lucha por la justicia social, y de las cuestiones políticas. Hay aún otras cuyos problemas se deben a la revisión y mudanza de su programa general de acción.
Es particularmente significativo el cambio de posición de las organizaciones en lo que a la evangelización se refiere. Mientras la mayoría de las iglesias protestantes hace declaraciones y redacta comunicados sobre los problemas sociales, la Iglesia Católica parecería estar volviendo sus ojos a la evangelización. En cambio, la Iglesia Bautista, otrora campeona en tareas públicas de predicación, está viendo su entusiasmo estrellarse contra las dificultades propias de la época y la aparente apatía del público, lo que la ha hecho cejar en su esfuerzo evangelizador.
¿Qué pasará con la Iglesia Adventista en el futuro, en relación con tan importante tarea? Hay quienes hablan del proceso que nos ha sacado de la condición de secta, para transformarnos en iglesia, y afirman que ello ha traído aparejado un cambio en el enfoque dado a actividades y problemas. Dentro de ese proceso correspondería sustituir la evangelización combativa, de ataque al error y a las fortalezas del mal del pasado, por una evangelización más suave que no ponga al ministro en conflicto con predicadores de otras creencias. Según ese concepto, la primera clase de evangelización es propia de la secta, la segunda de la iglesia.
Un examen minucioso de nuestra historia nos revela que esto pareciera estar aconteciendo en ciertas áreas del campo mundial. La División Norteamericana, por ejemplo, tuvo en décadas pasadas a hombres como Schuler, Harris, Boothby, Roy Alian Anderson y otros, quienes sacudían ciudades con sus tabernáculos desarmables, carpas o auditorios. Boothby, por ejemplo, tuvo 500 conversos en una campaña realizada en Cincinnati, Ohio, en 1941, cantidad que no ha sido superada en los Estados Unidos como fruto de una sola campaña. A partir de 1955, sin embargo, el estilo y enfoque de las campañas sufrieron un vuelco: como lo señala Harold B. Weeks en el capítulo 16 de su libro Adventist Evangelism in the Twentieth Century (Review and Herald, 1969), se inició la era de las campañas cortas, de una, dos o tres semanas, realizadas en templos y con el propósito de decidir a quienes ya tenían el conocimiento de la verdad. No era entonces la campaña en sí la que despertaba interés y traía a la gente, sino que se trataba de llevar a la decisión a quienes ya habían venido a nosotros. Cuando ese sistema es practicado, el crecimiento de la iglesia es más vegetativo, pues se agregan a ella mayormente los hijos de hogares adventistas y allegados. Ese es, en líneas generales, el método actual en aquella división, donde casi exclusivamente los evangelistas de raza negra son los que siguen practicando el antiguo sistema.
Hace algunos años se efectuó una encuesta entre pastores y evangelistas con la finalidad de conocer las tendencias recientes en lo que a evangelización pública se refiere. Consultados sobre el posible aumento o disminución del número de evangelistas en el futuro, respondieron 227 pastores, de los cuales 102 opinaron que habría disminución, mientras que 99 creían que iría en aumento. Entre las razones expuestas como fundamento de su posición, 37 del primer grupo citaron la falta de éxito; 30 la vida dura del evangelista; 19 la falta de apoyo a la evangelización pública; 15 la necesidad de que sólo especialistas realicen el trabajo y 14 señalaron que se manifiesta una preferencia general por las tareas administrativas, departamentales o pastorales. Los que creían que la evangelización pública recibiría un impulso en el futuro, pusieron como bases de sus opiniones las siguientes: imperativo profético de la iglesia, 68; deseo de resultados visibles de su trabajo, 24; mayor énfasis dado por la iglesia, 10. (Datos que aparecen en las páginas 286 y 294 del libro del pastor Weeks ya citado.)
¿Cuál es nuestra situación en Sudamérica? En cierto sentido hay más facilidades hoy: la tenaz oposición católica casi ha desaparecido, dando paso a un clima de tolerancia o a una franca convivencia con las actividades evangelizadoras adventistas; hay medios económicos más abundantes para financiar las campañas; hay obreros con mejor preparación académica para realizar una labor efectiva en los lugares donde el nivel del público exige más del evangelista.
Sin embargo, hay dos gigantes a quienes debemos enfrentar: la televisión y el automóvil. El primero puede ser la mayor bendición o constituirse en la peor maldición para la evangelización. Por un lado, la televisión ha dejado cines y teatros vacíos que hoy pueden conseguirse en algunos lugares más fácilmente que una o dos décadas atrás, tanto en calidad de arriendo como en propiedad; y ofrece enormes posibilidades para lograr que nuestro mensaje llegue a lugares aún inaccesibles hoy. Pero lamentablemente los precios de los espacios de la televisión son tan elevados, que esas posibilidades aún están fuera de nuestro alcance. Por otro, así como el auge de la televisión ha motivado el cierre de algunos cines y teatros, motiva hoy también la ausencia de no pocas personas a las campañas de evangelización en gran escala que se realizan en muchos centros densamente poblados: lo complejo de la vida moderna, con sus tensiones y luchas, hace más cómodo el sillón desde el cual se ve la pantalla chica en el hogar, que el salir hacia una reunión, por interesante que ella sea. En términos generales, se puede anticipar la asistencia que tendremos a una campaña contando las antenas de televisión que se ven en los alrededores. Agreguemos a ello dos hechos importantes: el horario en que generalmente se desarrollan nuestras reuniones de evangelización suele coincidir con el período de mayor audiencia en que se difunden los programas más llamativos de la televisión, y el funcionamiento en Sudamérica de una cantidad de canales de televisión que ya presentan programas en colores, o atraen la atención del público con programas en vivo y en directo, transmitidos vía satélite desde los lugares más lejanos de la tierra.
La otra bendición de la tecnología, que en algunos lugares perjudica la tarea de la evangelización es —aunque parezca extraño— el automóvil. Si bien es cierto que facilita la movilización hacia el lugar de reuniones, también es cierto que lleva a sus poseedores a lugares de turismo, playas o paseos, notándose ya en centros como Buenos Aires, Santiago, Lima y otras grandes ciudades, una disminución en la asistencia promedio a reuniones de evangelización.
Gracias a Dios, que el éxito de la obra no depende sólo de las buenas o malas condiciones exteriores que tengamos que enfrentar, pues ella pertenece a Alguien que no está limitado por las situaciones creadas por el hombre. Sin embargo, el temple de los instrumentos humanos debe ser mayor cuando las dificultades son mayores. Ya en 1908, Elena G. de White advirtió: “Satanás está obrando con todo su poder, para aumentar las dificultades de nuestro camino” (Evangelismo, pág. 24). Y ocho años antes escribió lo siguiente: “Se echará mano de todo recurso para obstruir el camino de los mensajeros del Señor, de manera que no puedan hacer aquello que les sea posible efectuar ahora… Tenemos ahora amonestaciones que podemos dar, una obra que podemos efectuar; pero pronto será más difícil de lo que podamos imaginar” (Id., págs. 24, 25).
En Sudamérica hay un resurgimiento de la evangelización pública: se están instalando nuevamente carpas grandes y pequeñas, tanto para albergar a 1.000 como a 100 oyentes, y todas están en funcionamiento. Hay una gran cantidad de obreros tomando el arado de manos de los que se han ido a otros continentes, o de los que, por muy variadas razones, han salido de las primeras filas para aceptar otras labores dentro de la obra. Vemos, pollo tanto, el futuro inmediato con verdadero optimismo.
Es evidente, pues, que el futuro de la evangelización dependerá más de nuestra actitud que de las circunstancias favorables o adversas que tengamos que enfrentar. Si dejamos de creer en nuestra misión como iglesia, la evangelización morirá, pero si sabemos cuál es el propósito de nuestra existencia como iglesia, la actividad evangelizadora se mantendrá siempre pujante.
Destaquemos finalmente que el elemento clave en todo esto, es el administrador de asociación, misión, división o asociación general. Sus conceptos sobre la evangelización, se reflejarán hasta el último rincón del campo que administran. El pastor Roberto H. Pierson, dio un impulso espectacular a la evangelización, luego de asumir la dirección de la iglesia en 1966. Ya en las reuniones finales de Detroit, cuando él fue elegido, se podía percibir un aire renovado en el seno de la iglesia. Poco después, en el Concilio Otoñal, el pastor Pierson presentó la evangelización como el deber de la hora, inspirándose sin duda en la Biblia y el espíritu de profecía, con las siguientes palabras: “Que la noticia sea esparcida alrededor del mundo… que los Adventistas del Séptimo Día no han perdido su fervor para evangelizar, su sentido de misión… Con la ayuda de Dios, electricemos a nuestro pueblo con un programa de ganancia de almas bien pensado y empapado de oración” (The Ministry, noviembre de 1966, pág. 25). Así surgieron Misión 72, 73 y 74, “operación de largo alcance destinada a cambiar el estilo de vida de un continente de cristianos” (Carta de E. E. Cleveland).
“Mi deber es decir que Dios está pidiendo con fervor que se realice una gran obra en las ciudades. Han de abrirse nuevos campos. Hombres que conocen el mensaje y que deben sentir las responsabilidades de la obra, han manifestado tan poca fe que, debido a las dificultades o temores, se ha manifestado descuido por mucho tiempo” (Evangelismo, pág. 27).
Debemos cambiar esta situación pues ¡ES HORA DE COSECHAR! Tenemos hoy tres necesidades: hombres, medios y el Espíritu Santo. Apoyemos a los hombres que están dispuestos a pagar el precio de la evangelización pública, tratemos de mantenerlos en esas tareas sin tentarlos con otras responsabilidades que pueden ser asumidas por otros. Oremos por ellos, pues su tarea no es fácil. Apoyémoslos de todo corazón. Pongamos también medios económicos para cumplir la tarea. Pero sobre todas las cosas, oremos juntos para que el Espíritu Santo, nuestra mayor necesidad, sea derramado abundantemente sobre la iglesia en Sudamérica.
Así juntaremos una preciosa mies y Jesús vendrá a buscarla. “Amén, sí, ven, Señor Jesús” (Apoc. 22:20).