¿Cómo alcanzar al mundo posmoderno sin perder nuestra identidad?

Hoy más que nunca, la iglesia debe esforzarse por hacer las adaptaciones necesarias a fin de cumplir su misión, alcanzando la mentalidad posmoderna. Sin embargo, debe cuidar para no perder la esencia del cristianismo y la razón de su existencia.

Eso puede parecer muy simple, pero en nuestros días, cuando las personas intentan vivir su fe imitando a Jesús de Nazaret pero dejando de lado la revelación bíblica y ajustándose al pensamiento posmoderno, cuando se enfatiza exageradamente el pragmatismo, ¡no es fácil! Desdichadamente, cada vez hay menos cristianos que consiguen conciliar la ortodoxia con la propagación del evangelio en nuestra sociedad.

Nuestro tiempo se caracteriza por una postura antropocéntrica, en virtud de la que se intenta satisfacer los propios intereses y realizar sueños y anhelos particulares. En ese contexto, la iglesia corre el riesgo de organizar sus cultos solamente para satisfacer los gustos de la audiencia. Además de eso, se le da fuerte énfasis a una experiencia personal y sensorial. Existe una búsqueda creciente de cultos y oraciones un tanto místicos, con música estridente, en lugar de una adoración equilibrada, fundamentada en el estudio de la Biblia y en la reverencia ante la presencia de Dios, que se encuentra en el susurro de “un sonido suave y delicado” (1 Rey. 19:12, DHH). Y lo más triste es que podemos observar cierto desprecio por las Sagradas Escrituras. La opinión de la mayoría ha sido más importante que la revelación de Dios encontrada en su Palabra. Como predicadores, corremos el riesgo de fundamentar nuestros sermones más en la lógica humana que en un “Escrito está”.

Recordando las palabras del teólogo adventista Fernando Canale, sin duda alguna, este es un tiempo en el que necesitamos volvernos a la Palabra de Dios, usando la doctrina del Santuario como llave hermenéutica para comprender la armonía del sistema bíblico de la verdad.

Además, nosotros, pastores y líderes, necesitamos mantener en perspectiva que los posmodernos necesitan no de programas espectaculares o shows, sino de Cristo y de conocerlo como un Dios real y vivo, que se manifiesta en la vida de los cristianos. En ese punto, debemos ser conscientes de que primero es necesario que Jesús sea visto en nosotros, en nuestro vivir cotidiano como ministros de la iglesia de Dios.

En ese contexto, es oportuno recordar lo que escribió Elena de White: “Cristo espera con un deseo anhelante la manifestación de sí mismo en su iglesia. Cuando el carácter de Cristo sea perfectamente reproducido en su pueblo, entonces vendrá él para reclamarlos como suyos”.[1]

Necesitamos que el Espíritu Santo nos conceda discernimiento para saber cómo atraer a las personas a Jesús. Podemos utilizar métodos modernos y la tecnología que tenemos a disposición, pero sin caer en el error que ha llevado a muchas iglesias y a muchos pastores a abandonar los “senderos antiguos”, que no son descartables.

Por lo tanto, lo que más necesitamos hoy es mostrar al mundo un Cristo vivo, real, amoroso y pronto a regresar. Necesitamos proclamar al Cristo de la historia, al Cristo de la Biblia, al Cristo que está en el Santuario celestial intercediendo por nosotros. Y, sobre todo, al Cristo que está en nuestro corazón, en nuestra vida, y que se manifiesta en nuestros pensamientos, en nuestras palabras y en nuestras acciones.

“Es privilegio de todo cristiano no solo esperar, sino apresurar la venida de nuestro Señor Jesucristo. Si todos los que profesan su nombre estuvieran llevando frutos para su gloria, cuán rápidamente todo el mundo sería sembrado con la simiente del evangelio. Pronto la última cosecha sería levantada, y Cristo vendría para reunir el precioso grano”.[2]

Sobre el autor: secretario ministerial para la Iglesia Adventista en América del Sur


Referencias

[1] Elena de White, Palabras de vida del gran Maestro (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2011), p. 47.

[2] , El evangelismo (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 697.