En febrero de este año, el sitio de la revista Scientific American publicó los resultados de una investigación interesante que tenía por objetivo identificar el porcentaje de estadounidenses que creen en el Creacionismo bíblico. Para ello, fue utilizada una estrategia compuesta por dos tipos de respuestas para la pregunta: “¿Cuál de estas afirmaciones corresponde a tu punto de vista?” Para un grupo de encuestados, las alternativas eran: “(a) Los humanos siempre existieron en su forma presente; (b) Los humanos evolucionaron; Dios actuó en el proceso; (c) Los humanos evolucionaron; Dios no actuó en el proceso”. Para otro grupo, había una variación en la segunda alternativa, de modo que las respuestas posibles eran: “(a) Los humanos siempre existieron en su forma presente; (b) Los humanos evolucionaron: (b1) Dios actuó en el proceso; (b2) Dios no actuó en el proceso”.
Las respuestas indicaron que el porcentaje de estadounidenses que se declaró creacionista fue menor entre los participantes del primer grupo (18 %) que entre los participantes del segundo grupo (31 %). Este hecho llevó a los investigadores a la siguiente conclusión: “Considerados en conjunto, los experimentos ilustran la importancia de testar varias maneras de preguntar sobre la Evolución. […] De hecho, los datos muestran que una parte considerable de los estadounidenses cree que la vida en la Tierra evolucionó a lo largo del tiempo y que Dios desempeñó algún papel en el proceso evolutivo”.
El Evolucionismo Teísta ha ganado adeptos, y no podemos subestimar su capacidad de infiltración en nuestras congregaciones, ya sea por intermedio de personas que mantienen sus creencias evolucionistas después de ser bautizadas o incluso por medio de estudiantes cristianos que asimilaron la Teoría de la Evolución mientras se educaron en casas de estudio que las defienden. De hecho, el tema no puede ser ignorado, pues es fundamental para la formación de la cosmovisión y la consecuente vivencia de la fe.
James Sire definió cosmovisión como “una orientación fundamental del corazón, que puede ser expresada como una historia o un conjunto de presuposiciones (hipótesis que pueden ser total o parcialmente verdaderas o totalmente falsas), que sostenemos (consciente o inconscientemente, consistente o inconsistentemente) sobre la constitución básica de la realidad y que provee las bases sobre las cuales vivimos, nos movemos y poseemos nuestro ser” (O Univereso ao Lado, p. 16).
Ante tan importante concepto, ¿cuáles serían los impactos del Evolucionismo sobre la cosmovisión bíblica? Ekkehardt Mueller, en un artículo titulado “The Creation”, presenta algunos puntos cruciales relacionados con esta cuestión. En primer lugar, la Teoría de la Evolución considera la muerte como un aliado en el proceso de adaptación a los desafíos de la vida, lo que contradice la visión bíblica, en la que es un enemigo resultante de la entrada del pecado en el mundo.
A continuación, la Teoría de la Evolución puede promover en sus adeptos una visión nihilista de la vida. ¿Cuál sería el sentido de la existencia, si venimos de la nada y no nos estamos dirigiendo a ningún lugar? Por su lado, las Escrituras presentan el origen noble del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, con el propósito de adorarlo por medio de una existencia significativa, en conformidad con sus principios promotores de vida plena y abundante.
Para quienes defienden el Evolucionismo Teísta, esta teoría incluso presenta una imagen distorsionada de Dios. En lugar de Todopoderoso, el Señor es descrito como alguien sujeto a la ley natural, dependiente de un proceso creativo que requiere sufrimiento y muerte. ¡Nada más injusto, ante la revelación bíblica de un Dios que se sujeta al sufrimiento y a la muerte por sus hijos amados!
Finalmente, al negar el relato bíblico de la Creación literal, la Teoría de la Evolución menosprecia el origen divino del sábado del séptimo día que, de acuerdo con la comprensión escatológica adventista, ocupará una posición central en el conflicto final entre el remanente escatológico y la Babilonia espiritual.
Por el bienestar espiritual de los miembros de nuestras iglesias, es necesario que promovamos el verdadero conocimiento acerca de nuestros orígenes, a fin de que tengamos un pueblo habilitado para proclamar con autoridad el mensaje divino: “Temed a Dios, y dadle gloria, porque la hora de su juicio ha llegado; y adorad a aquel que hizo el cielo y la tierra, el mar y las fuentes de las aguas” (Apoc. 14:7).
Sobre el autor: editor de la revista Ministerio, edición de la CPB.