Una mirada introspectiva a la doctrina del preadvenimiento, o juicio investigador.
Tres grandes temas -creación, redención, juicio— corren semejantes a hilos de oro a través de las Escrituras, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Estas tres grandes verdades se agrupan alrededor de una sola Persona, Cristo, quien es Creador, Redentor y Juez (Juan 1:1-3; Luc. 19:10; Juan 5:26,27, 30). Entender y apreciar estos tres temas es entender y apreciar en su mayor parte la obra de Cristo en beneficio de nosotros.
La creación manifiesta la sabiduría, el amor y la perfección del Creador. Desde el más excelso y brillante serafín hasta la más pequeña hierba en la pradera, desde las centelleantes joyas del cielo nocturno hasta el más diminuto grillo en la cueva más oscura, todos llevan consigo la marca registrada de su Creador. Las palabras “muy bueno” fueron grabadas sobre cada artículo que salía de la fábrica del Creador. El mismo aire del Edén estaba absolutamente libre de contaminación. El mundo entero, saturado con la misma presencia de Dios en su radiante belleza, le fue dado a Adán y a Eva como su dote para que continuamente le recordara de su Dador. Pero de alguna manera la corrupción y podredumbre del pecado se enraizaron en un planeta perfecto. Ciertamente no fue debido a algún defecto en la obra del Creador o en su producto terminado. De lo contrario la reputación del Diseñador maestro podría ser impugnado. Comenzó con una semilla de orgullo, de obstinación, y esa semilla germinó dentro del pecho del hombre hasta que éste, por su propia voluntad, se encontró en rebelión contra el gobierno de quien benignamente le había dado la vida.
La redención es el plan del Creador para restaurar al hombre de su condición original antes de la caída, a la plena armonía con el mundo que le rodea y, algo más importante aún. para completar la armonía con su Hacedor. Con todo, también el hombre a menudo ha despreciado este plan perfecto y ha recurrido a sus propios planes para autoayudarse y autojustificarse. El hombre no tiene poderes innatos por los cuales pueda elevarse al estado moral puro en el cual estuvo una vez. Eso requiere un poder desde afuera. Salvar a un alma del pozo requiere exactamente tanto poder creativo como se necesitó para crear un hombre animado de la arcilla inanimada. Así como los poderes de los demonios fueron ejercidos para mantener al divino Redentor en la tumba, pero no pudieron, así todos los poderes del mal no pueden esclavizar al alma más débil que desea la liberadora gracia de Cristo. La creación es un milagro, ¡y la redención es un milagro! La obra de la salvación es hacer que los mejores esfuerzos del hombre sean nada, para que Cristo pueda llegar a ser todo, “el todo en todos”.
En realidad, el juicio es una continuación de la obra de la redención. Su propósito final también es restaurar la imagen del Creador en el hombre, la imagen que fue desdibujada por la caída. El propio egocentrismo del hombre es el principal obstáculo en el camino que lo conduce del Paraíso perdido al Paraíso restaurado. Un propósito del juicio es incinerar los mejores esfuerzos del hombre y las vestiduras de su dignidad autoelegida en meras cenizas, para que el manto salvador de la justicia de Cristo pueda ser colocado sobre él (Isa. 64:6; Zac. 3:1-5). Sólo entonces puede el poder creativo de Cristo recrear en nosotros la imagen perdida.
Desde un punto de vista, la creación es una obra de separación. La noche fue separada del día; la tierra seca, de las aguas; y las aguas de arriba, de las aguas de abajo. La coronación de la creación fue una obra de separación: un terrón de arcilla fue cortado del suelo para formar al hombre, y una costilla fue extraída del hombre para formar a la mujer. Pero nunca debemos olvidar que el hombre es mucho más que simplemente arcilla, y la mujer mucho más que una costilla. La redención ha continuado la obra de separación. La cruz es el gran separador de la humanidad. Tristemente, separó a Judas de los doce; puso una cuña entre Jesús y los líderes judíos; colocó a un gobernador romano más allá del poder salvador del Cristo crucificado. Pero también creó una iglesia para forjar a los doce en una unidad invencible, y derritió el corazón de un soldado romano en el Calvario, separándolo de sus camaradas, pero uniéndolo con su Salvador.
Así como la creación y la redención están interrelacionadas, así también hay una continuidad inquebrantable entre la redención y el juicio. En el juicio, la obra de la separación debe continuar. Así como los motivos ocultos de Judas no salieron a la luz hasta que tiró por tierra las treinta monedas en la sala del juicio en aquella temprana mañana de viernes, aun cuando no fue detectado por los otros discípulos hasta exactamente antes de ser demasiado tarde, así los motivos escondidos en los recovecos más íntimos de la mente no serán echados por tierra abiertamente hasta el día del juicio (Ecl. 12:13, 14; Mat. 12:36). En aquel tiempo estaremos desnudos ante la presencia de nuestro Creador (Heb. 4:13), lo cual será una impresionante repetición de lo que nuestros primeros padres experimentaron en su primer día de rebelión.
Verdaderamente, el juicio es un tiempo cuando los buenos son separados de los malos, los justos de los impíos, las ovejas de los cabritos, el trigo de la cizaña. Pero es más que un tiempo para dar premios por el buen servicio o recompensas por el mal servicio; es un tiempo cuando Cristo mismo es dado a su pueblo. El clímax del juicio, de acuerdo con Daniel 7, es el otorgamiento del reino a los santos (vers. 18). Es inconcebible que un reino pueda existir sin un rey; así la entrega del reino es la dádiva permanente del Rey de reyes a su pueblo. La ocasión para esto es la gran cena de bodas (Apoc. 19:6-16).
La redención en el Calvario fue consumaba cuando el Hijo del hombre rehusó los reinos de este mundo, y el juicio será consumado cuando EÍ tome el reino que legalmente es suyo comprado con su propia sangre, y haga de su pueblo tanto recipientes como sujetos de este reino (Dan. 7:26, 27).
Es crucial la secuencia de creación, redención y juicio. Así como la redención no podía haber ocurrido sino después de la creación y la caída del hombre, así el juicio no podía realizarse hasta después que el precio de la redención del hombre hubiera sido pagado en el Calvario. De todas maneras, hay un sentido en el cual un aspecto del juicio tuvo lugar en la cruz, porque Cristo dijo con sus ojos puestos sobre la cruz: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera” (Juan 12:31). Se podría decir que la necrología de Satanás fue escrita en la cruz, pero su fin no lo fue aún. Así como ocurrió con Satanás y con todos sus agentes, tanto demonios como seres humanos, la Escritura describe un período de espera antes de la ejecución final de la sentencia. Ellos están “reservados para el juicio” (2 Ped. 2:4; compárese con 2:9).
Desde la perspectiva del autor bíblico, el juicio de los rebeldes está aún en el futuro: “una horrenda expectación de juicio” (Heb. 10:27). ¿Significa esto que el juicio de los justos, de igual manera, está aun en el futuro? Algunos pueden sentir que los justos tienen garantizado un certificado de exención del juicio, basados sobre el hecho de que Cristo murió como nuestro Sustituto. Si El murió la muerte que era nuestra, ¿no significa eso que El también soportó el juicio que se suponía debíamos enfrentar? Aquí es fácil confundir la obra de la redención con la obra del juicio. La confusión se debe en parte a aspectos semánticos debido a los diversos matices de significado que la palabra “juicio” puede tener en el idioma original. El griego kríma se refiere a la sentencia judicial y es más a menudo traducida como “juicio” y menos a menudo como “condenación” o “castigo eterno”. El griego krísis se refiere al acto o proceso de juzgar así como también a la ejecución de la sentencia, y se traduce unas 41 veces como “juicio” y sólo unas pocas veces como “acusación”, “condenación” o “castigo eterno”.
El argumento para nuestra exención del juicio se apoya comúnmente en Juan 5:24, donde Cristo dice: “Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio [krísis], sino que ha pasado de la muerte a la Vida” (versión El Libro del Pueblo de Dios). Puede ser fácil detenernos aquí y exclamar: “Qué granea, nunca tendré que enfrentar el juicio”, no dándonos cuenta de que Cristo está hablando aquí de “condenación” o una sentencia desfavorable. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Rom. 8:1). ¡Gracias a Dios que el poder de la cruz es capaz de borrar completamente la mancha de nuestros pecados y es capaz de transferir la culpa de quien lo merece a quien de ninguna manera lo merece!
No debemos aventurarnos a considerar Juan 5:24 separado de los versículos 25 al 30. Mirando a la secuencia de la lógica que sigue encontramos a Cristo diciendo que El posee “autoridad de hacer juicio” (vers. 27). ¿Es la ejecución del juicio dirigido sólo sobre el impío, y queda exento el justo? Sorprendentemente no. Los versículos 29 y 30 amplían lo que está declarado en el verso 27, y sugiere que la ejecución de la sentencia tiene un doble aspecto: 1) el surgimiento del justo para una recompensa de vida, que es vida eterna, y 2) el levantamiento del impío para una recompensa de muerte, que es la muerte eterna. La ejecución de la sentencia, que incluye tanto la “resurrección de vida” como la “resurrección de condenación”, implica que un proceso de juicio previo ya ha tenido lugar involucrando a ambos grupos. Si el justo y el impío por igual deben caer bajo la ejecución de la sentencia, la cual es favorable para uno y desfavorable para otro, entonces deberíamos esperar que ambos grupos estén involucrados en un juicio pre advenimiento en el cual sus vidas son cuidadosamente escudriñadas.
Eximir al justo del juicio atenta diametralmente contra pasajes paulinos tan claros como Romanos 14:10, 12: “Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo… De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí”, y 2 Corintios 5:10: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba…” Y no sólo esto, negar el juicio de los justos es embotar la poderosa nota de responsabilidad y quitar los impulsos motivacionales para el comportamiento moral usados por Pablo en estos pasajes, los cuales tienen un dominante tono ético. Ello daría el resultado de colocar a Pablo en contradicción y conflicto directo con Juan.
Esto nos lleva a la inevitable conclusión de que el juicio de los justos no ocurrió en la cruz. Ciertamente, la cruz provee el único antídoto y los únicos recursos por medio de los cuales un cristiano luchador puede incluso tener la esperanza de que verdaderamente sobrevivirá a la devastación que ocurrirá cuando el registro evidente de sus pecados salga a la luz. ¡Gracias a Dios que las palabras “condenado a morir” grabadas sobre la cruz de Cristo son transformadas para leerlas “sin condenación” sobre la cruz que cada uno de nosotros individualmente está llamado a cargar y a ser crucificado sobre él!
La remoción de nuestros pecados es una paradoja en el sentido de que por un lado la limpieza de pecados es simultánea con la confesión, y sin embargo por el otro lado estos mismos pecados son cargados contra nosotros si apostatamos. La sangre de Cristo es completamente eficaz para remover nuestros pecados en el momento en que hacemos confesión y restitución (1 Juan 1:9; Eze. 33:14, 15). El pecado y la culpa son completamente removidos de nosotros, tan lejos “como está… el oriente del occidente” (Sal. 103:12), y sin embargo tenemos el infeliz recordativo de que si eventualmente nos apartamos de nuestro Señor, entonces ninguna de nuestras justicias serán recordadas, y moriremos por los pecados que hemos cometido, probablemente aquellos pecados que alguna vez confesamos y se nos perdonó (Eze. 18: 23, 24). ¿Cómo puede ser esto? Desde el punto de vista humano el pecado es completamente removido de nosotros en el mismo momento en que se hace confesión y restitución, pero desde el punto de vista del Creador el registro de cada aspecto de nuestras vidas, tanto buenos como malos, se retiene en el libro de cuentas hasta el día del juicio (Ecl. 12: 14; 2 Cor. 5:10). Por lo tanto, extraemos de las Escrituras que la remoción del pecado ocurre en dos fases: 1) experiencialmente, en el momento en que pedimos el perdón divino, y 2) judicialmente, cuando los pecados perdonados son completamente borrados de los registros divinos. Podemos hacer esta distinción porque la redención y el juicio no son uno y el mismo evento.
El juicio es más que un examen de los archivos celestiales para ver lo que ha sido el modelo de vida de una persona y lo que debería ser su destino eterno. La Deidad ya conoce lo que debería ser el destino de cada uno, porque “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Heb. 4:13).
Más que una inspección divina, el juicio involucra una vindicación del carácter de Dios, un testimonio de la eficacia del sacrificio de Cristo, así como la oportunidad para la remoción del pecado y la culpa. La tarea de romover el pecado no es sólo experiencial, sino también judicial, como lo sugirió el sermón de Pedro en el pórtico del templo: “Así que, arrepentíos y convertios, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio” (Hech. 3:19). Daniel habla de este borramiento como una obra de limpieza del templo, pero no uno terrenal, porque su asentamiento y contexto es el del cielo (Dan. 8: 14; compárese con 7: 9-14). El libro a los Hebreos simbólicamente presenta a Cristo, el Sumo Sacerdote, como purificando “las cosas celestiales” de los efectos de los pecados de los justos (Heb. 9: 23). Se efectúa la disposición final de estos pecados, de manera que ellos son echados en las profundidades del mar (Miq. 7:19). Los pecados de los impíos son echados sobre sus propias cabezas, y también sobre Satanás, el instigador de todo pecado (Eze. 18: 4, 10-13; Apoc. 20: 10).
¿Cuándo, entonces, nuestros pecados serán borrados judicialmente de los registros divinos, y cuándo nuestras vidas se presentarán para ser revisadas? Muchas de las parábolas del reino dichas por Cristo pintan el juicio como un evento reservado para los tiempos del fin: el trigo y la cizaña (Mat. 13), la red (Mat. 13), los labradores de la viña (Mat. 20), el hombre sin el vestido de bodas (Mat. 22), las diez vírgenes (Mat. 25), los talentos (Mat. 25), y las ovejas y los cabritos (Mat. 25). Todas estas parábolas presuponen que las vidas han sido vividas previamente al juicio: tanto el trigo como la cizaña han crecido hasta la madurez, los pescados han crecido hasta el tamaño en que ellos pudieran ser atrapados en las mallas de la red, los trabajadores en la viña han trabajado hasta la puesta del sol, los talentos han sido usados e invertidos, y la boda sugiere un período de maduración, preparación y planificación avanzadas. La sencilla enseñanza de Cristo es que no somos juzgados hasta que hemos tenido la oportunidad de vivir nuestras vidas. Este concepto se reitera en Hebreos 9: 27: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”.
Si los justos no han sido juzgados antes del nacimiento, y si ellos no han sido juzgados en la cruz, ¿precisamente cuándo, entonces, serán juzgados? Algunos afirman: “No es un asunto realmente importante el cuándo serán juzgados, siempre y cuando estén cubiertos con el manto de la justicia de Cristo”. La misma declaración debería ser aplicada a los adventistas. No es realmente importante cuándo viene Cristo por segunda vez siempre y cuando estén listos. Pero si realmente no es tan importante, ¿por qué, entonces, Cristo ha dejado tales señales detalladas para alertarnos sobre la proximidad de su venida? El hecho es que en parte nuestra disposición tropieza con el tiempo de la venida. De la misma manera con el juicio: un conocimiento del tiempo cuando ocurrirá el juicio nos ayuda a estar seguros de que estamos listos.
Si Dios tuvo un tiempo particular cuando descendió a través de los nebulosos misterios del cosmos para crear un planeta inhabitable, y si Cristo, su Hijo, descendió encarnado en el seno de este planeta oscurecido por el pecado en un momento particular (“el cumplimiento del tiempo”, Gál. 4: 4), de igual manera deberíamos esperar que El tendrá un tiempo especial en el cual juzgará al mundo. Y es así. “Por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó” (Hech. 17: 31). Semejante a su contraparte, la creación, la cual tiene un punto de comienzo bien definido (Gén. 1:1) y un punto de terminación (Heb. 4: 3), el juicio, también, tiene un punto particular en el tiempo para su comienzo y su fin.
Su comienzo es de suficiente importancia a los ojos de la Deidad como para enviar un mensajero celestial a la tierra anunciando: “La hora de su juicio ha llegado”, y con el mismo aliento llamar a los hombres de todas partes a adorar al que “hizo el cielo y la tierra, y el mar y las fuentes de las aguas” (Apoc. 14: 7). Aquí está la evidencia adicional de un poderoso eslabón forjado entre la creación y el juicio. Ambos son eventos de proporciones cósmicas, cuyas reverberaciones se extienden semejantes a ondas por los confines más remotos del universo. Fue un coro angélico el que proveyó las antífonas para celebrar el nacimiento de nuestro planeta, y serán las huestes angélicas las convocadas al juicio como participantes para ensalzar la muerte del viejo planeta y dar la bienvenida al nacimiento del nuevo (Job 38: 7; Dan. 7:10; Apoc. 5. 9-13).
Si el tiempo del juicio es de tal preeminencia como para atrapar la atención de todo ser creado, ciertamente Dios no dejaría a la raza humana en las tinieblas con respecto a este evento. Por cuanto las epístolas del Nuevo Testamento están más interesadas en el significado del evento, los libros apocalípticos de Daniel y el Apocalipsis están interesados no sólo en su significado a través del simbolismo sino también en el tiempo correcto del evento. En Daniel 7 el juicio se describe como ocurriendo durante el tiempo cuando el anticristo, o el poder “del cuerno pequeño”, aún está en existencia, y en los momentos previos al tiempo cuando todos los reinos terrenales serán destruidos. El juicio, entonces, es un evento previo al advenimiento y por lo tanto anterior a la resurrección, dado que la segunda venida y la resurrección son considerados como simultáneos (1 Tes. 4:16,17).
Es importante interpolar aquí una idea que tiene implicaciones trascendentes: la forma en que miramos la resurrección determinará en gran manera la forma en que veremos el juicio. Si la resurrección es la unión del alma con el cuerpo, es decir, el alma cayendo del cielo para unirse con el cuerpo elevándose de la tumba, entonces el juicio tomará un aspecto diferente que si los vemos a ambos, cuerpo y alma, permaneciendo en la tumba hasta la mañana de la resurrección en el día final. Si vemos el cielo como un lugar donde el alma tendrá un cuerpo espiritual, vaciado de cualquier aspecto físico, entonces el juicio será visto en una luz diferente que si creemos que el hombre será resucitado como una completa unidad, cuerpo y alma, cuando venga Cristo por los suyos por segunda vez (1 Cor. 15; Dan. 12: 2). La razón es simple: si el alma va a su morada celestial inmediatamente después de la muerte, entonces esto presupondría que seremos juzgados individualmente al morir. Debemos comparecer delante del trono de juicio de Cristo antes de que se nos permita la entrada a la santa Ciudad. Bajo esta construcción, no habría un día de juicio más tarde cuando todos los justos colectivamente serían llevados delante del tribunal judicial para recibir sus recompensas. Por otra parte, si creemos que el alma así como el cuerpo reposan en un estado de total inconsciencia en la tumba hasta el día de la resurrección, entonces el día del juicio puede tomar un aspecto escatológico. Es inconcebible que a los justos se les permita establecer morada en el cielo sin haber sido juzgados primero, sin haber sido completamente vestidos con el manto de la justicia de Cristo y teniendo su nombre, o carácter, impreso sobre sus mentes (Apoc. 7: 9-17; 14: 1-5; 19: 7, 8; 22: 3, 4). Una entrada en el cielo presupone un juicio que determina qué recompensas serán dadas
(Apoc. 22:12). Si, como creemos, la resurrección es el evento que hace de puerta de entrada al cielo, entonces el juicio debe ser un evento previo a la resurrección.
Una de las parábolas del juicio más impresionantes dichas por Cristo y compartidas por el escritor evangélico es la parábola de las ovejas y los cabritos. Notemos el sabor escatológico en esta parábola: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos” (Mat. 25:31, 32). Primero, deberíamos notar que esta parábola combina el juicio de los justos y los impíos en un evento único, como en otras partes de las Escrituras. Segundo, deberíamos tener en mente que el juicio tiene dos fases: la investigación de los registros (Dan. 7) y el otorgamiento de las recompensas (Juan 5:28,29). Esta parábola describe sólo la segunda de las dos fases. Tercero, deberíamos recordar que las parábolas no deberían ser usadas para desarrollar un tratamiento sistemático de una doctrina. Una relato, por naturaleza, no es sistemático, pero ofrece una lección central. El punto de esta parábola es que la separación final de los impíos y los justos, como en la parábola del trigo y la cizaña, no tiene lugar hasta la segunda venida.
Semejante a la parábola de las ovejas y los cabritos, otras parábolas, tales como la cena de bodas, parecen combinar la obra de juicio con la segunda venida de Cristo. Pero lo que tales parábolas dan en lenguaje simbólico no debe ser divorciado del discurso escatológico de Cristo (Mat. 24; Mar. 13; Luc. 21), muchos de los cuales han sido dados en términos literales directos. Hablando de su venida, Cristo declara: “Pero el día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre” (Mat. 24:36). Si nadie conoce el tiempo de este trascendental evento, y si el juicio es simultáneo con la venida de Cristo, entonces también es imposible para alguien saber el tiempo del juicio. Pero justamente hemos dicho que Dios considera el juicio de tal magnitud que ha anunciado su llegada en anticipos. La solución para este dilema se encuentra en separar el juicio en más de una fase: la primera, la actual obra de juicio; y la segunda, la ejecución del juicio, o la entrega de las recompensas. La segunda fase es la única que tiene lugar efectivamente en la venida.
La primera fase del juicio ocurre antes que Cristo retorne en gloria a esta tierra. La investigación de los registros, de acuerdo con las Escrituras, precede al tiempo cuando los justos entrarán al cielo. De hecho, ¡incluso no están presentes en su propio proceso! Miremos Daniel 7: 9, 10: “Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos”. Notemos que este evento imponente no hace mención de seres humanos. Los “millares de millares” y los “millones de millones” en realidad son los ángeles que están invitados como testigos en el juicio. Apocalipsis 5: 11 explícitamente los denomina como “ángeles”. Los justos no aparecen realmente en la sesión judicial, sino por medio de los libros meticulosamente detallados con el registro de cada acto, palabra y pensamiento. Cristo, su Abogado (1 Juan 2: 1), aparece como su representante en el juicio así que ellos no tienen que aparecer en persona.
Esta idea es sostenida por dos líneas poderosas de evidencia escritural, ambas dadas en forma simbólica. El primer cuadro simbólico del juicio se encuentra en la ceremonia del Día de la Expiación, la cual era la única ceremonia de los servicios del santuario que culminaba en el Santísimo (Heb. 9: 7). El Día de la Expiación en realidad era un cuadro figurativo del juicio final: la gloria de la shekinah representaba a Dios como el Juez, el arca del pacto era el trono del juicio, las tablas de la ley eran la norma del juicio, y el sumo sacerdote representaba a Cristo como abogado y salvador. De acuerdo con la descripción de esta pre promulgación terrenal del juicio encontrada en Levítico 16, al creyente no le estaba permitido permanecer en el santuario, ni aun en el atrio, durante los servicios del Día de la Expiación. Su caso era llevado por el sumo sacerdote hasta el Santísimo mientras él debía permanecer expectante y en penitencia, quizás a la puerta de su propia tienda o al menos fuera de la puerta del atrio del santuario. El punto es que el creyente no asistía al juicio en persona.
El segundo cuadro simbólico del juicio se encuentra en la visión descripta en Zacarías 3. La imaginería es aquella del santuario: notemos la descripción del candelabro de oro de siete brazos (cap. 4: 2) y la referencia a la mitra sacerdotal (cap. 3:5). Josué, el sumo sacerdote, está delante de Dios como el representante de su pueblo, mientras Satanás está al lado de él atacándolo ferozmente en una mordaz embestida verbal. El tema es el pecado en la vida de los santos de Dios. La solución para este problema del pecado es la colocación del manto divino (la justicia de Cristo) alrededor del pecador. De esta manera aquí la justificación tiene lugar en una sesión judicial. En el cuadro judicial de Zacarías 3 el pecador no aparece en persona en el juicio celestial, sino vicariamente en la persona de su representante, el sumo sacerdote. Así, en el juicio final, Cristo “no entró… en el santuario hecho de mano… sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (Heb. 9: 24). ¡Gracias a Dios que tenemos un representante divino para aparecer en el juicio en lugar de nosotros!
La vasta mayoría de los santos de Dios está reposando en sus tumbas hasta el tiempo en que el juicio final tome lugar en las cortes celestiales. Si hay algún crédito para el texto que dice que “los muertos [incluyendo a los muertos justos] nada saben” (EcL 9:5), entonces los justos que están en sus tumbas aguardando la resurrección no saben que están siendo juzgados. Así como Adán estaba todavía en el polvo cuando Dios construía un hogar para él y preparaba un mundo perfecto para su deleite, así la mayoría del pueblo de Dios quietamente reposa en el polvo mientras sus vidas están siendo examinadas en el tribunal divino y mientras su Hacedor está preparando un Edén restaurado para ellos. Unos pocos justos en el fin del tiempo estarán vivos cuando sus casos salgan para la revisión divina en las cortes celestiales: Las Escrituras dicen que los “vivos” así como los “muertos” están involucrados en el juicio (2 Tim. 4: 1).
En resumen, los grandes temas —creación, redención y juicio— cubren el expectro de la historia humana y la extensión de las actividades de Dios en beneficio del hombre. La creación vindica el gran poder de Dios, la redención vindica el interminable amor de Dios, y el juicio vindica la absoluta justicia de Dios. Dios recibe toda la gloria, y su Hijo toda la alabanza, cuando el juicio concluye con esta antífona: “El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza” (Apoc. 5: 12).
Sobre el autor: Warren H. Johns era redactor de Ministry al escribir este artículo.