Todos nos preocupamos a veces, porque esa es la manera que Dios ha establecido para advertirnos que hay un peligro. Pero eso se vuelve pernicioso cuando no nos lleva a soluciones constructivas.

     Es muy fácil decir: “No se preocupe” Lo difícil es no preocuparse. Es lo mismo que decirle a un obeso que no coma demasiado. Aunque sea un buen consejo, no es de gran ayuda. Muchos cristianos viven confundidos acerca de cómo reaccionar ante sus preocupaciones, especialmente frente a la advertencia de Jesús a sus discípulos de que no anduvieran ansiosos por la vida. “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por el cuerpo, qué vestiréis” (Luc. 12:22).

     Aconsejar a la gente que está excesivamente preocupada es un problema difícil que enfrentan muchos pastores hoy. No es sólo un problema común, sino una tendencia que resiste cualquier enfoque lógico. Por ejemplo, decirle a veces a alguien que lo que su ansiedad le dice que va a suceder es muy poco probable que ocurra es como hablarle a un sordo. Y en estos días de intenso temor descubrimos que la gente vive muy preocupada.

     La preocupación no sólo daña la tranquilidad de un individuo; también amenaza su confianza espiritual. El que está preocupado generalmente teme que haya algo que no anda bien con su fe en Dios. De modo que cuanto más sepa el pastor de las causas de la preocupación más hábil será para ayudarse y para ayudar a alguien que está sufriendo por causa de un determinado problema.

     Recomiendo a los pastores que hagan con frecuencia preguntas acerca de este asunto, para que la gente pueda saber la verdad al respecto. Eso les ayuda a aliviar su sentimiento de culpa, y les señala el camino hacia una vida espiritual más saludable. La ignorancia, después de todo, es una de las grandes armas de Satanás. Ningún pastor puede satisfacer con eficacia las necesidades de la gente, en los días que corren, si no está bien informado acerca del dramático aumento de los problemas relacionados con los disturbios mentales. Necesitan entender y reconocer los síntomas de esos desórdenes en sí mismos y en la gente a la que sirven.

     Para superar la preocupación la persona necesita comprender las causas de esa situación y descubrir que es inútil angustiarse. También debe saber cómo transformar la preocupación en cuidado, que es algo mucho más constructivo.

LAS CAUSAS

     La preocupación forma parte de un desorden emocional mucho mayor, que es la ansiedad en general. La preocupación es en sí una forma de ansiedad, aunque existen otras formas más peligrosas todavía. Y aunque la preocupación siempre ha sido la forma más común de ansiedad, existe el pánico, que es un tipo más serio de ansiedad, tan diferente de las otras formas como lo son el día de la noche. No deben confundirse estas dos formas. El pánico generalmente comienza de manera repentina, y se manifiesta en gente emprendedora sometida a una forma especial de estrés.

     A veces todos pasamos por un período de preocupación. Sucede cuando descubrimos un bulto en alguna parte del cuerpo, o cuando un ser querido enferma súbitamente. Esos acontecimientos son muy amenazadores para nosotros, de modo que la ansiedad nos advierte que hay un peligro inminente. Entonces aparece la preocupación.

     Esos pequeños brotes de preocupación no tienen nada de malo. En verdad son instrumentos de Dios que él nos da como señales de advertencia. Necesitamos prestarles atención porque nos pueden ayudar a tomar medidas para evitar amenazas. En caso de enfermedad, una reacción saludable es la preocupación de ir al médico, hacer los exámenes del caso y conseguir la mayor cantidad de información posible acerca de la situación.

DIFERENTES CLASES DE PREOCUPACIÓN

     Cierto día alguien me preguntó si a veces la preocupación no era saludable. Me demoré en contestar, porque se trata de una pregunta capciosa. La respuesta depende de cómo definimos “saludable”. Pero la podemos formular de nuevo: “¿Es imposible vivir sin preocupaciones algunas veces?” La respuesta, en este caso, es “sí”

     Los únicos que no tienen preocupaciones son los “psicópatas”. Están enfermos, pero no lo saben. El síntoma que presentan es que nunca se preocupan por nada. No quiero vivir cerca de ellos, ni me gustaría ir en un auto al lado de ellos. Son peligrosos. Si alguien carece de la capacidad de preocuparse fácilmente se lo podría reclutar como terrorista.

     Sí, todos nos preocupamos a veces porque es la forma de ansiedad que nos advierte del peligro. La preocupación se vuelve perniciosa cuando dura mucho o cuando no nos lleva a soluciones constructivas. La comprensión de esta diferencia nos señala la mejor manera de tratar la preocupación. Se convierte en un problema cuando escapa a nuestro control. Lucas 12:22 y otros pasajes de las Escrituras no se refieren a la preocupación como un corto período de cuidado, durante el que debemos entender qué nos amenaza. Jesús se refiere a la preocupación prolongada, obsesiva, la que nos ata y no nos deja actuar, y nos aconseja que la dejemos mediante el ejercicio de la fe en su providencia. La preocupación prolongada puede convertirse en hábito. Mina la confianza en la capacidad de Dios de satisfacer todas nuestras necesidades, y nos enferma físicamente.

     Lo más importante que debemos recordar con respecto a esta forma de preocupación es que siempre se concentra en amenazas imaginarias, y no conduce a ninguna solución concreta y constructiva. Nos recuerda que Jesús dijo: “¿Y quién de vosotros podrá, con afanarse, añadir a su estatura un codo?” (Luc. 12:25).

     La constante preocupación no es sólo improductiva, en el sentido de que no cambia nada, sino que le saca a la vida su energía, su plenitud, y convierte a las personas en incapaces. Giran literalmente en círculos sin tener éxito en nada. Además, los estudios realizados demuestran que esa clase de preocupación es realmente perjudicial para la salud, produce dolor de cabeza, debilita el sistema inmunológico y puede ser una fuente de ese estrés que nos lleva a los límites del pánico.

     Todo ser humano siente ansiedad y, como ya vimos, cierta dosis de ansiedad y preocupación es necesaria y normal. Pero existen otras formas de estrés. Por ejemplo, el estrés prolongado tiene muchos efectos deletéreos, pero ninguno de ellos es más insidioso que la disminución que produce de los tranquilizantes naturales del cerebro. Los productos químicos que produce el estrés desbaratan el equilibrio de los mensajeros químicos del cerebro, agravando la ansiedad como consecuencia de la pérdida de sus tranquilizantes naturales.

     Esa es la principal causa del pánico: una forma de ansiedad que provoca un ataque repentino, durante el cual la persona está dominada por el sentimiento de que algo terrible va a sucederle. Con frecuencia va acompañado de dolores en el pecho y de falta de aire. Tales sensaciones pueden ser lo bastante fuertes como para inducir a la víctima a buscar ayuda inmediatamente, ya que puede imaginar que está sufriendo un ataque cardíaco.

     Un ataque de pánico es una experiencia tan aterradora que sólo el que pasó por ella puede describirla. Felizmente no es mortal, aunque la persona crea realmente que se está muriendo. Puede ser el más terrible de todos los disturbios provocados por la ansiedad.

     Como consecuencia de la ignorancia generalizada que existe acerca de la ansiedad y del estigma que la acompaña, muchos pacientes no reciben el tratamiento apropiado. Sufren sin necesidad, y destruyen su trabajo, su familia y su vida social.

El TRATAMIENTO

     No está de más recordar que la preocupación es una forma de ansiedad de origen puramente psicológico. El pánico es muy diferente, en el sentido de que es algo con fundamento biológico y necesita un tratamiento que trasciende los límites de la psicología. Si el problema consiste principalmente en la reducción de los tranquilizantes cerebrales naturales, debe tratarse directamente esa reducción.

     Al principio el tratamiento requiere el uso de tranquilizantes o antidepresivos, que sirven para pre- venir futuros ataques mientras el paciente hace los cambios necesarios en su estilo de vida, que le aseguren tranquilidad a largo plazo. La curación final no será posible mientras no haya una significativa reducción del nivel de estrés. Quiere decir que el tratamiento eficaz incluye consejos adecuados y certeros. Si bien es cierto que algunos casos son tan graves que justifican algunos años de medicación, muchos se resuelven con una breve administración de medicamentos.

     Algunos cristianos rechazan todo tratamiento que implique el uso de tranquilizantes. En realidad, su uso es uno de los temas más incómodos en el tratamiento de los desórdenes producidos por la ansiedad. Los pastores deberían estar siempre bien informados y preparados para dar una respuesta adecuada en estos casos.

     Esa respuesta depende del tipo de ansiedad. Lina preocupación sencilla necesita ayuda espiritual y psicológica, y rara vez necesita un tranquilizante. ¿Por qué? Los tranquilizantes naturales del cerebro no tienen nada de malo. Las reacciones químicas del cerebro son perfectamente normales. La preocupación se aprende y hay que desaprenderla. De modo que si usted o alguno de su congregación comienza a preocuparse en exceso, debe procurar la ayuda de un consejero cristiano o de un pastor.

     Por otra parte, si alguien está sufriendo un ataque de pánico, ciertamente necesita un tratamiento adicional, y eso inevitablemente requiere un período durante el que deberá tomar algún tipo de medicación.

     Existe el concepto equivocado de que los tranquilizantes son la principal medicación que se usa para tratar los desórdenes psíquicos. Eso ha contribuido a consolidar la creencia de que controlan la mente y producen hábito. Por eso muchos rechazan el tratamiento. La realidad es que no todos los medicamentos que se usan en el tratamiento de la ansiedad son tranquilizantes, y el riesgo de caer en la dependencia es alto principalmente cuando se los usa de forma incorrecta. Pero un médico competente no permitirá que eso ocurra. Después de todo, los tranquilizantes artificiales sólo funcionan porque el cerebro produce sus propios tranquilizantes naturales en circunstancias normales. Es decir, los tranquilizantes no son algo extraño para el cerebro.

     En este caso el estrés desempeña su papel. Se roba los tranquilizantes naturales del cerebro, u “hormonas de la felicidad”, como solemos llamarlos. Mientras más estrés exista, menos de esas hormonas tendrá la persona. Por lo tanto, hasta que el individuo pueda atender el aviso de la ansiedad y modificar su estilo de vida, de modo que reduzca el nivel del estrés, los tranquilizantes artificiales pueden ser necesarios.

LAS CONSECUENCIAS DEL DESCUIDO

     De vez en cuando me encuentro con alguien que sufrió un ataque de pánico y cuenta que logró dominar el problema sin medicación y sin ningún tratamiento. Lo que finalmente pone de manifiesto esa situación es que esa persona no sufrió un ataque grave de pánico, o abordó el problema en su etapa inicial. En verdad, mientras más pronto se intervenga, mejor será.

     Lo cierto es que si alguien hace sólo eso, al fin de cuentas no le servirá de mucho porque simplemente cada vez que tenga un ataque de pánico el problema se agravará. Se produce un fenómeno que podríamos llamar “miedo al miedo”, en el que el temor a otras crisis alimenta el miedo subyacente y prácticamente garantiza el agravamiento de la situación.

    Junto a eso, un efecto llamado “inflamable” puede ponerse en marcha. Tiene que ver con el hecho de que cada ataque de pánico facilita el próximo. De ahí la analogía del fuego sugerida por el término “inflamable”. El cerebro se condiciona para disparar una cadena sucesiva de ataques.

     ¿Cuáles son las consecuencias que el pastor podría enumerar si alguien se resiste al tratamiento?

     La primera es que si no se aborta el ataque de pánico tan pronto como sea posible la víctima podría fácilmente estar dispuesta a repetirlo. Los ataques pueden convertirse en más episódicos. La segunda consecuencia es más grave: puede provocar una agorafobia, una condición en la que el paciente se siente tan temeroso de tener un ataque en un lugar abierto que no quiere salir de casa.

     El término agorafobia es, según el diccionario, “una sensación morbosa de angustia ante los espacios descubiertos” No es necesario decir que esa condición es más nociva y más difícil de tratar que el pánico original, porque es de naturaleza más psicológica.

LA IMPORTANCIA DE LA ACCIÓN

     La excesiva preocupación puede convertirse en un hábito mental. Cuando eso sucede necesitamos aprender a vencer ese hábito sin ignorar sus peligros. La mejor manera de hacerlo es dedicar tiempo a descubrir qué parte de la preocupación es inútil, es decir que no conduce a nada, y cuál es la parte constructiva, la que nos ayudaría a evitar el peligro.

      Eso significa que debemos encontrar un camino para convertir nuestra preocupación en algo que podríamos llamar, en lugar de eso, “cuidado”. Si pudiéramos eliminar la parta inútil de la preocupación e identificar con claridad lo que podría ser una leve inquietud, conseguiremos vencer efectivamente el hábito y seguir el consejo de Cristo: “Por nada estéis afanosos”.

     Pero, ¿cómo diferenciar al cuidado, que es saludable, de la preocupación, que puede ser destructiva? Para decirlo con sencillez, la preocupación es un tipo de actividad mental que mantiene los pensamientos dando vueltas constantemente. Giran en torno a una dolorosa rutina que no contribuye para nada a resolver el problema. En cambio, el cuidado es un tipo de actividad mental que enfoca el problema con la idea de resolverlo. Me puedo preocupar porque me salió un tumor en el cuerpo sin hacer nada al respecto, o puedo, en cambio, actuar para resolver el problema, solicitar una consulta con el médico.

     Esta diferencia es sumamente importante. Sin ella no podemos tratar razonablemente la preocupación, y ella fácilmente nos aprisionará. Puesto que el “sistema de advertencia” implícito en la preocupación es parte del designio de Dios, no podemos eliminarla por completo. Por eso, si aprendemos a transformar la preocupación en cuidado preservaremos el sistema de alarma y tomaremos un camino más saludable para resolver la inquietud.

CINCO PASOS QUE CONVIENE DAR

     Antes de describir algunas formas prácticas de hacerlo, consideremos una clase de preocupación irrecuperable. Es la que con frecuencia se basa en la creencia irracional de que si nos preocupamos por algo eso fatalmente sucederá. Muy temprano en la vida descubrí que yo estaba haciendo eso con bastante frecuencia. Aunque sepamos que la preocupación no cambia nada, no es raro que tendamos a perpetuarla porque creemos inconscientemente que debemos pensar en ella, orando continuamente, porque si no lo que tememos ocurrirá.

     Eso es por cierto irracional, y en ese caso debemos eliminar esa creencia. En verdad, debemos orar a Dios y confiar en él por todo lo que nos incomoda. Debemos dejar todo en sus manos. Él oye la oración. En ese caso dejar de orar no es falta de fe, sino una demostración de que confiamos en Dios. No servimos a un Dios sordo. Si creemos en eso dejemos en sus manos lo que nos perturba, y entonces conoceremos la verdadera paz.

     Estas son las cinco maneras prácticas por medio de las cuales el cristiano puede tratar de resolver el problema de la excesiva preocupación:

     Vigile sus pensamientos. Hágalo en cuanto se dé cuenta de que está preocupado. Consiga un cuaderno de notas, y en cuanto se preocupe por algo escriba de qué se trata, como una manera de repeler el pensamiento. Eso le evita al cerebro tener que rumiar constantemente el motivo de la preocupación.

     Postergue la preocupación. Después de escribir el motivo de su incomodidad, archive la preocupación para volver a ella cuando tenga tiempo disponible en el futuro. Eso lo ayudará a sentir que está controlando la situación.

     Limite el tiempo. Cuando finalmente llegue “el tiempo de preocuparse” decida dedicarle, digamos, cinco minutos. Los estudios llevados a cabo demuestran que si usted le dedica a la preocupación menos de cinco minutos evitará que se convierta en hábito.

     Concéntrese en el problema. Dedique cinco minutos al asunto que lo preocupa. Hágalo con actitud de oración. Trate de encontrar una solución. Pregúntese: “¿Qué puedo hacer para tratar este asunto?” Así usted se estará capacitando para cambiar la preocupación en cuidado.

     Líbrese de la preocupación. Cuando se termine el tiempo, tache lo que anotó en el cuaderno y no se preocupe más. Si descubrió una conducta a seguir, levántese y actúe. Si no consiguió encontrar una salida, deje todo en manos de Dios y váyase a hacer otra cosa. No se olvide: la preocupación no soluciona nada.

     Esta técnica, aunque no sea perfecta, ha ayudado a muchos que se hallaban preocupados. Funciona porque ayuda a enfrentar la preocupación y no a huir de ella. Protege de lo que se llama “incubación” de la preocupación, es decir, de caer en un problema que se alimenta del mismo problema.

SOCIEDAD CON DIOS

     Para los pastores y los miembros de las iglesias a las que sirven, el mensaje que voy a dar es particularmente importante. Nos tendremos que enfrentar cada vez más con señales de preocupación, ansiedad, pánico y otros desórdenes psíquicos. No se eliminará el estrés de la cultura humana. En ningún otro momento de la historia los seres humanos han vivido tan lejos de la tranquilidad y tan cerca del precipicio de la ansiedad. Los pastores viven bajo la presión de las elevadas expectativas que hay respecto de ellos. Junto con los miembros de sus congregaciones, están sobrecargados por las exigencias de la vida moderna. Y eso no mejorará ni disminuirá. Resulta cada vez más difícil aprender a reposar.

     Además de esto, muchos cristianos tienen prejuicios muy grandes contra los medicamentos. Esa actitud podría estar causándoles mucho daño si rechazan un tratamiento, una medicación apropiada o si se resisten a una buena terapia basada en los consejos de un consejero cristiano. Los antidepresivos pueden tomarse con la orientación de un médico y bajo su control, para que no produzcan dependencia.

     Finalmente, como ya lo observamos antes, algunos cristianos son más propensos que otros a desarrollar un alto nivel de estrés. En el intento de vivir una vida buena, en general tendemos a ignorar que las presiones a las que nos sometemos pueden causarnos problemas de ansiedad. Conseguir un bienestar integral librados a nuestros propios medios es una causa perdida. No es eso lo que Dios desea para nosotros. Mientras más lo intentamos más estresados estaremos. La vida en Cristo debe ser una vida equilibrada, con la tranquilidad natural que Dios desea establecer en nosotros.

     Yo no dudo que el Señor intenta que vivamos con calma, serenidad, paz y todo lo demás que implica la expresión moderna “calidad de vida” Y eso es precisamente lo que prometió Jesús cuando dijo, según Juan 16:33: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”.

     Hace unos años oí la historia de una mujer que acertadamente aprendió a transformar la ansiedad en cuidado. Un reportero visitó a esa mujer, una viuda que tenía seis hijos y que, además, adoptó a otros seis chicos.

     —¿Cómo consiguió usted criar sola a todos estos niños y hacerlo tan bien? —preguntó el periodista.

     —Muy sencillo —respondió la viuda—: trabajé en sociedad.

     —¿En sociedad? —dijo extrañado el reportero.

      —Sí, en sociedad —respondió con calma la mujer, mientras añadía—: Un día, hace ya mucho, le dije a Señor: “Yo haré el trabajo si tú asumes la preocupación”. Y dio resultado; nunca me preocupé.

     Intente ayudar a su rebaño a vivir en sociedad con Dios.

Sobre el autor: Profesor de Psicología en el Seminario Teológico Fuller de Pasadena, California, Estados Unidos.