La expiación constituye la médula del mensaje cristiano. Pero debido a lo abarcante de este concepto, no es fácil reducirlo a una fórmula sucinta. Los teólogos de todos los siglos han formulado muchas interpretaciones de esta idea, cada una de las cuales contiene algo de verdad.

Otros sectores de la cristología como la divinidad de nuestro Señor, la encarnación, la resurrección y la ascensión, han sido cristalizados en la forma de credos. Pero las complicaciones del concepto de la expiación han hecho muy difícil la formulación de una doctrina concisa. Sin embargo, nosotros los ministros, al predicar el Evangelio eterno necesitamos poseer las ideas que nos permitan presentar este tema en forma clara y convincente. Al iniciar nuestra investigación es necesario que hagamos acopio de paciencia y comprensión.

La doctrina en la historia de la iglesia

En los primeros mil años de la era cristiana se escribió y se enseñó mucho acerca de la expiación, pero fue Anselmo, arzobispo de Canterbury el que formuló una doctrina bien organizada. En su interpretación hay muchos aspectos autorizados; sin embargo, en algunos puntos difiere del claro concepto paulino. Posiblemente sea de utilidad clasificar las diversas interpretaciones de los teólogos en tres posiciones principales:

1. El concepto clásico, o neotestamentario.

2. El concepto latino, o católicorromano.

3. El concepto liberal, o modernista.

La teoría de Anselmo, o latina

Conviene que analicemos en primer término la interpretación latina, porque fue esta enseñanza la que atacaron los reformadores. En esta teoría, Cristo aparece satisfaciendo las demandas de la justicia, pero lo que se destaca es la idea del apaciguamiento. Se hace mucho énfasis en la faceta humana de Cristo. Habiéndose ofrecido como hombre, es posible que Dios tenga misericordia de la humanidad, porque por el sacrificio de Cristo como hombre ahora hay reconciliación. Según esta enseñanza, que considera el sacrificio expiatorio como el precio para apaciguar la ira de Dios, el objeto de la expiación no es el hombre, sino Dios. Y, además, aunque se pagó el precio, el hombre necesita hacer algo para su propia salvación, y únicamente así puede ser salvo. Esta enseñanza hace de la expiación un preliminar para la salvación, que así se torna posible o asequible.

De aquí se derivan otras doctrinas católicas, como la penitencia y la misa. Tertuliano, cuyos escritos contenían la doctrina católica romana en embrión, dijo cierta vez: “¡Cuán absurdo es dejar de hacer penitencia y seguir esperando el perdón de los pecados! … El Señor ha ordenado que el perdón ha de concederse por este precio: él ordena que la remisión de la culpa se compre por el pago que hace la penitencia” (De Poenitentia, cap. 6, citado por Gustaf Autén, en Christus Víctor, pág. 81).

Esta teoría evidentemente es una corrupción del Evangelio, porque conduce a los hombres a buscar mediante el ayuno, el celibato voluntario y el sacrificio, los medios de obtener mérito o aun un sobrante de mérito, alcanzando así el derecho a lo que Cristo proveyó por su pasión y muerte. Habiendo Cristo hecho compensación por la caída original del hombre a través de su sacrificio, el hombre ha recibido una nueva oportunidad; pero todavía debe soportar la penitencia como un requisito previo al perdón de los pecados presentes. También necesita que alguien diga misa después de su muerte, porque independientemente de quién sea, debe pasar por el purgatorio antes de entrar en el cielo.

La unión de la naturaleza humana y de la divina en la persona de Cristo da, dicen ellos, un mayor valor al sacrificio de nuestro Señor. Aunque hay verdad en este último punto, representar a Dios en un lugar distante, y como un juez severo que exige satisfacción o apaciguamiento, es una trágica y falsa interpretación de su carácter. Nuestro Padre celestial no está exigiendo una justa compensación por Ja falta del hombre antes de poder mostrarse misericordioso. fue su misericordia lo que lo indujo a consumar el sacrificio. Tampoco muestra la Biblia a Cristo como un abogado que implora ante un Juez severo en un esfuerzo por moverlo a piedad o compasión.

Fue esta desfiguración del mensaje del Nuevo Testamento lo que condujo a los reformadores a desafiar todo el sistema. “La expiación es algo con lo que el hombre no tiene absolutamente nada que hacer —declaró Lutero—. Ya está consumada para él”. Tenía razón en eso. Sin embargo, no todos sus seguidores comprendían con igual claridad ese tema, y su fracaso para comprender y destacar la verdad real de la tremenda conquista alcanzada por Dios en la cruz, permitió el desarrollo de ciertas ideas humanistas puestas de relieve por Erasmo y otros, ideas que posteriormente se convirtieron en el fundamento de la escuela de teología modernista o liberal. Analicemos ahora esta escuela del pensamiento.

La escuela liberal o modernista

Este sistema representa a Dios como la personificación del amor divino, y por esto, deseoso de perdonar. Además, en armonía con el concepto evolucionista, la raza humana cada vez mejora más su condición. Esto, en consecuencia, elimina toda exigencia de castigo. Se declara que Cristo es el hombre ideal que ha dado al mundo una nueva revelación de Dios como un Padre bondadoso, y hasta indulgente. El Dr. Rashdall dice: “La muerte de Cristo nos justifica a causa de que a través de ella la caridad es suscitada en nuestros corazones”. “Cristo nos ha enseñado a pensar de Dios como un Padre que les perdonará los pecados a los hombres en proporción a lo que se hayan arrepentido de ellos” (The Idea of Atonement in Christian Theology, págs. 438, 461).

Estos conceptos acerca de la obra expiatoria de Cristo la hacen depender de los hechos éticos de amor divino revelado en nuestras vidas, más bien que de la recuperación de un mundo perdido. Por ejemplo, el arzobispo Ekman de Suecia, hace énfasis en que la verdadera expiación de la humanidad es la conversión de la raza humana. Y como esa conversión ya se efectuó en Cristo, él ahora defiende la causa del hombre ante el Padre. También se sostiene que la pureza y la justicia se están difundiendo entre los hombres; por lo tanto Dios no sigue manifestando desagrado por la humanidad como un todo. Ya no está más desesperado a causa de la escena humana, y ahora puede reconciliarse con la raza humana.

Estos maestros aun convierten a la Biblia en “un registro progresivo de los esfuerzos del hombre para encontrar y reconciliarse a sí mismo con lo que él cree ser la realidad eterna y sagrada”. “Cuando el hombre era un salvaje —dicen— tenía una religión salvaje; pero ahora que se ha civilizado practica una religión civilizada”. De esta manera, “con el correr de los siglos el hombre ha ido descubriendo la verdad de Dios de acuerdo con la madurez de su propia mente”.

Pero hay algo más, “el hombre es un descubridor progresivo de religión” que posee dos naturalezas: una elevada y otra inferior; la naturaleza inferior es “el asiento del pecado**, y la elevada “es la sombra de lo divino”. Teniendo a Cristo como el hombre ideal, debemos tratar de seguir a este Ejemplo perfecto. Así el énfasis sobre la expiación se desplaza de lo que Dios hizo por el hombre, y hace depender al hambre, para su salvación, de lo que él hace por sí mismo.

La enseñanza clásica o neotestamentaria acerca de la expiación

La enseñanza del Nuevo Testamento acerca de la expiación se alza en contraste con estas dos escuelas de teología. Los escritos de los apóstoles presentan a Dios en conflicto con el pecado, y obteniendo una prodigiosa victoria. Pablo dice que Cristo ha conquistado la ciudadela del pecado y ha triunfado sobre los poderes satánicos que habían mantenido esclavizada y sufriendo a la humanidad. De este conflicto emergió victorioso sobre todos los poderes hostiles a su voluntad, y así trajo salvación eterna a nuestro mundo perdido.

En el Nuevo Testamento se presenta la expiación desde el principio hasta el fin como una obra de Dios, no del hombre. Es verdad que el hombre es el objeto de esa obra, pero ella dimana del corazón de Dios. Lo que sucedió en el Calvario sucedió mientras éramos los enemigos de Dios (Rom. 5:8). Es natural, por cierto, que el espíritu de profecía esté en perfecto acuerdo con este punto de vista. Notemos lo que dicen solamente dos de muchas declaraciones:

“La expiación de Cristo no fue hecha para inducir a Dios a amar a los que de otra manera odiaría; y no fue hecha para producir un amor que no existía; sino que fue hecha como una manifestación del amor que ya existía en el corazón de Dios.  No debemos abrigar el pensamiento de que Dios nos ama porque Cristo murió por nosotros, sino que debemos pensar que Dios nos amó tanto que dio a su Hijo unigénito para que muriera por nosotros” (Elena G. de White, citada en Questions on Doctrine, pág. 676).

“El Padre nos ama, no debido a la gran propiciación, sino que él dispuso la propiciación porque nos ama. Cristo fue el conducto mediante el cual él pudo derramar su amor infinito sobre un mundo caído. ‘Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí’. Dios sufrió con su Hijo en la agonía del Getsemaní, la muerte del Calvario” (Id., págs. 676, 677).

Las Escrituras presentan la expiación como algo que afectó no solamente a la tierra, sino a todo el universo. Lo que Cristo hizo en la cruz no afecta a los hombres como individuos, sino que afecta a todo el mundo de los hombres. Ahora la humanidad está en una relación diferente con Dios, porque “por una justicia vino la gracia a todos los hombres para justificación de vida” (Rom. 5:18). La justificación a través de la muerte de Cristo es tan abarcante cuanto abarcante era la condenación.

“Puso bajo su dominio al mundo sobre él, cual Satanás pretendía gobernar, y restableció a la raza humana en el favor de Dios” (Id., pág. 680).

Esta restauración al favor de Dios cambió la situación. fue un cambio judicial, o legal. Llega a ser un cambio de la experiencia únicamente cuando los individuos aceptan su amor, y mediante la gracia llegan a ser ciudadanos de su reino. Es algo maravilloso pero verdadero que mientras éramos enemigos de Dios fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo. Los judíos esperaban el día cuando Dios juzgaría a los buenos o justos. Pero en contraste, el Nuevo Testamento presenta a Dios justificando a los impíos. Notemos la profundidad de verdad que hay en estas declaraciones.

“Pero el plan de redención tenía un propósito todavía más amplio y más profundo que el de salvar al hombre. Cristo vino para vindicar el carácter de Dios ante el universo… Finalmente se había decidido la gran contienda que tanto había durado en este inundo, y Cristo era el vencedor… Como con una sola voz, el universo leal se unió para ensalzar la administración divina’’ (Patriarcas y Profetas, págs. 55-57).

“Y al llegar a esta gloriosa terminación de su obra, cantos de triunfo repercutieron a través de los mundos no caídos. Los ángeles y los arcángeles, los querubines y los serafines, se unieron al coro de victoria” (Elena G. de White, citada en Questions on Doctrine, pág. 680).

Expresiones tan claras como éstas no dejan lugar a la mala comprensión. Las Escrituras y las interpretaciones del espíritu de profecía revelan que Dios, a través de la historia de nuestro mundo, ha estado en gran conflicto con las potencias del mal, no meramente con ideas abstractas. Los escritos de los apóstoles destacan todo el drama de la redención contra un doble fondo: el autor del pecado definitivamente derrotado en la cruz y completamente sobrepujado en la resurrección.

“Cuando a la vista de la cruz, el Salvador pronunció esta sublime predicción: ‘Ahora príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos traeré a mí mismo’, vió que el gran apóstata, que había sido expulsado del cielo, era el poder central de la tierra. Al buscar el trono de Satanás, lo encontró donde debió estar el de Dios. Vió que todos los hombres adoraban al apóstata, quien los inspiraba con sentimientos de rebelión. Los habitantes de este mundo se habían postrado a los pies de Satanás. Cristo declaró: Donde está el trono de Satanás, ahí estará mi cruz. el instrumento de humillación y sufrimiento” (Ibid.).

Sin embargo, en tanto que la parte del sacrificio en la expiación era de una magnitud y de efecto tan grandes como la creación misma, y fue consumada definitivamente en la cruz, el apóstol Pablo muestra que la reconciliación completa no se llevaría a cabo enteramente hasta que Dios “reconciliase consigo mismo todas las cosas” en el día final. Y esta reconciliación final, como nuestra salvación individual, se efectúa “por medio de la sangre de su cruz”, o en virtud del sacrificio expiatorio (Col. 1:20).

Contraste entre los sistemas teológicos

Los teólogos libéralos, o modernistas, hablan de este dualismo, o del dramático conflicto entre las fuerzas espirituales del bien y del mal, como si fuera un trasunto de la mitología demonológica de la Edad Media. No niegan que el Nuevo Testamento lo enseña, y sin embargo declaran que ese concepto fue únicamente “un ajuste entre Jesús y los discípulos a la manera de pensar contemporánea”.

Por otra parte, los teólogos latinos en tanto reconocen este dualismo —el bien y el mal— en el Nuevo Testamento, no logran comprender todo su significado. A causa del tormento continuo y consciente de los impenitentes, que constituye una parte vital de sus enseñanzas, no encuentran sitio para un universo que finalmente será limpiado. Toda desfiguración de las enseñanzas bíblicas no sólo resulta repulsiva, sino que hace violencia a la Palabra de Dios. Además, como ya hemos visto, los teólogos hacen énfasis particularmente en la humanidad de Cristo, declarando que fue en su calidad de hombre como llevó a cabo algo por los hombres, lo que está en contraposición a las Escrituras, que declaran que la expiación, aunque se efectuó para el hombre, fue realizada por Dios sin la ayuda del hombre. En efecto, Dios reconcilió el mundo consigo, siendo él el reconciliador y el reconciliado. Y esta reconciliación, o expiación, fue algo en lo cual el hombre no tuvo ninguna participación. (Rom. 5:11.) Implicaba la salvación del hombre, pero procedió enteramente de Dios. Y mientras consumaba esa reconciliación, o expiación, en el Calvario, nadie más en el mundo fuera de Cristo mismo comprendía lo que estaba sucediendo en ese lóbrego día.

Se destaca la idea de un apaciguamiento

Los teólogos latinos enseñan que, aunque Dios desempeña una parte importante en la reconciliación, no es el único agente; el hombre también tiene una parle, porque no fue como Dios, sino como hombre que Cristo realizó la obra de la salvación. Esto puede considerarse una distinción muy sutil, sin embargo, constituye el fundamento de todo el concepto del apaciguamiento, tan vital para la teología católica.

El claro mensaje de Pablo y de otros apóstoles presenta la cruz como la culminación de un largo conflicto, y la victoria obtenida allí es la manifestación del eterno propósito de gracia de Dios, que comprende la encarnación, la vida sin pecado, y la entrega voluntaria de Cristo a la muerte.

En la interpretación latina, la muerte de Cristo en la cruz es considerada meramente como algo que hace posible la expiación. El sacrificio diario de la misa, como también la penitencia y la absolución a través del ministerio de un sacerdote humano, también son esenciales. Pero esto es una negación del sacrificio de Cristo consumado una vez para siempre y suficiente para todos, y fue lo que produjo la protesta de los reformadores.

El protestantismo evangélico, a partir del siglo XVI, ha colocado mucho énfasis en un sacrificio expiatorio completo, o “la obra de Cristo terminada” en la cruz. Algunas veces nosotros, los adventistas, nos apartamos de la expresión “la obra de Cristo terminada”, debido a nuestro deseo de hacer énfasis en su ministerio sacerdotal. Pero empleada en este sentido declara la verdad, según lo expone una y otra vez la Hna. White en sus escritos:

“Nuestro gran Sumo Sacerdote completó la ofrenda de sacrificio de sí mismo cuando sufrió juera de la puerta. Entonces se hizo una expiación perfecta por los pecados del pueblo” (Id., pág. 663).

“No pesaba sobre él ninguna obligación que lo forzara a emprender la obra de la expiación. fue un sacrificio voluntario el que él hizo” (Id., pág. 665).

“Hay una gran verdad central que siempre debe recordarse al escudriñar las Escrituras —Cristo, y Cristo crucificado. Toda otra verdad está investida de influencia y poder en forma correspondiente a su relación con este tema (Id., pág. 662).

Aún cuando éstas y muchas otras declaraciones no incluyen todo lo que abarca la obra expiatoria de Cristo, destacan el papel central de la cruz. Resumiendo, los conceptos acerca de la expiación que acaban de exponerse, podríamos decir:

1. La idea clásica presenta a Dios como soberano del universo en conflicto con el mal, en el escenario de la historia. La expiación es una victoria divina sobre los poderes que mantenían esclavizados a los hombres. Y aunque la gracia de Dios existía antes de la fundación del mundo, se hizo efectiva de inmediato en el momento de la caída del hombre, y fue consumada en la victoria de Cristo alcanzada en el Calvario.

2. La teoría latina, aun cuando acepta en cierta medida el concepto dualista del bien y del mal, hace a Dios un ser remoto. Lo presenta como un juez severo que debe ser apaciguado. Y mediante la muerte de Cristo que entregó su vida para compensar las faltas de los hombres, ahora es posible que Dios muestre su misericordia a la humanidad.

3. El concepto liberal o modernista hace énfasis en Dios como la personificación del amor divino e inalterable, que mostró a los hombres cómo soportar la hostilidad y el odio. Y si los hombres solamente cooperaran con él en el programa del mejoramiento del mundo, entonces algún día el pecado sería vencido.

El primer concepto presenta la expiación como un movimiento de Dios hacia el hombre. El segundo, expone a Cristo como un hombre que efectúa el apaciguamiento de Dios en favor de todos los hombres. El tercero, enseña que la expiación es un movimiento del hombre hacia Dios.

Aspectos más amplios de la expiación

Consideremos ahora la expiación a la luz de las Escrituras. La palabra expiación en realidad pertenece al Antiguo Testamento, pero el uso común que le han dado los cristianos hoy sirve para representar lo que Cristo realizó en la cruz. Sin embargo, en la terminología adventista, la expiación tiene un significado más amplio, comprendiendo no sólo el sacrificio sino también el ministerio de nuestro Señor como sumo sacerdote, y la desaparición final del pecado. Esto incluye la destrucción de Satanás y de sus seguidores, que tiene como resultado la erradicación del pecado del universo.

Este concepto más amplio, aunque es más o menos aceptado por teólogos individuales, desafortunadamente no es comprendido por los cristianos en general. Pero todavía más desafortunado es el hecho de que muchos no hayan logrado comprender nuestra posición adventista. Esto ha conducido a muchos a oponérsenos, y aun a clasificarnos como los seguidores de un culto no cristiano. Tal vez no debiéramos culparlos del todo por no comprendernos, porque no hemos sido todo lo cuidadosos que debiéramos al establecer nuestra posición. Algunos de nuestros escritores declaraban en un tiempo que la expiación no había sido hecha en la cruz, sino que consistía en la obra final de Cristo en su ministerio en el santuario celestial. Cuando posteriormente otros escritores declararon que la expiación había sido hecha en la cruz, se culpó a la denominación de enseñar una doble expiación —una en la cruz y otra en el santuario celestial. Es importante que se comprenda la terminología teológica si los cristianos quieren entenderse entre sí. En efecto, es imperativo que nosotros, como adventistas, definamos nuestros términos respecto de este tema, porque la expiación constituye el corazón del Evangelio eterno.

La palabra hebrea kaphar, que por primera vez se encuentra en el original en Génesis 6:14, significa “cubrir”, pero también tiene el sentido de quitar o arrojar. Es realmente una palabra del Antiguo Testamento, y empleada en relación con el perdón de los pecados, adquiere un lugar prominente en el santuario mosaico y en sus servicios. La sangre del animal sacrificado representaba tanto el cubrimiento como la purificación del pecado.

La confesión y el perdón de los pecadores individuales era descripta en un lenguaje de este estilo: “Así hará el sacerdote expiación por él, y será perdonado” (Lev. 4:31). Diariamente llevaban al santuario las ofrendas individuales. Y para los que acudían, en un sentido limitado era un día de expiación. La sangre simbolizaba tanto la fe individual como la obra de remisión del sacerdote.

Así el santuario se convirtió en el lugar de registro, de confesión y de perdón. Posteriormente, en el día décimo del séptimo mes, llamado el “día de expiación”, se efectuaba una limpieza final de los pecados acumulados. Esto culminaba con la ceremonia del macho de cabrío que era sacado del campamento llevando sobre sí los pecados del pueblo. Las personas que en ese día rehusaban confesar sus pecados, humillando sus corazones, eran separadas de la congregación, porque este era un día de purificación.

La salvación comprendida ante la cruz

Los teólogos protestantes en general interpretan este servicio de tipos como que enseñan que los pecados cometidos en los tiempos del Antiguo Testamento eran perdonados provisionalmente, pero eran limpiados completamente en la cruz —como que el macho de cabrío sacrificado era un símbolo de la muerte de nuestro Señor, y el macho de cabrío que permanecía vivo anunciaba su sepultura. “Los santos del Nuevo Testamento —dicen— ahora pueden conocer el pleno gozo de la salvación porque la cuestión del pecado ha quedado zanjada”. Sin embargo, esta interpretación tiende a pasar por alto el hecho de que a través de todos los tiempos del Antiguo Testamento los hombres eran perdonados, no provisoria sino realmente. Y ellos también conocían el gozo de la plena salvación. Aunque el precio total de nuestra redención no fue pagado hasta que Cristo murió, sin embargo en anticipación a su sacrificio ellos, tan ciertamente como los cristianos de hoy, experimentaron el gozo del perdón y la comunión con Dios. Isaías se regocijaba porque estaba vestido pon los atavíos de la salvación y cubierto con la ropa de la justicia (Isa. 6:10).

La actitud de Dios hacia el pecado y el pecador no es diferente ahora de lo que era cuando Adán pecó. En efecto, mucho antes de que el hombre pecara, Dios había provisto su salvación. Antes de la fundación del mundo se había establecido el pacto de paz de Dios. (2 Tim. 1:9). La salvación es la misma en cualquier época. Los símbolos del Antiguo Testamento (sacrificios de animales) ahora son reemplazados por los ritos cristianos (bautismo y Cena del Señor), pero Cristo sigue siendo el centro de todo. Pretender, como pretendía un teólogo, que los pecados en la dispensación mosaica solamente eran “cubiertos” y no “quitados” revela un concepto limitado. Es verdad que la sangre de los toros y los carneros no podía por sí misma quitar los pecados (Heb. 10:4), y que Cristo es el “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), sin embargo, conviene destacar nuevamente que el Cordero de Dios fue “muerto desde el principio del mundo” (Apoc. 13:8). El Espíritu Santo era tan real en las vidas de hombres como Moisés y Elías como lo fue en las vidas de Pedro y Pablo. El sacrificio expiatorio, aunque era un símbolo, sin embargo era comprendido y los pecadores lo hacían suyo.

“Acerca de Cristo dan testimonio todos los profetas’ (Hech. 10:43). Desde la promesa hecha a Adán, por el linaje patriarcal y la economía legal, la gloriosa luz del cielo delineó claramente las pisadas del Redentor. Los videntes contemplaron la estrella de Belén, el Shiloh venidero, mientras las cosas futuras pasaban delante de ellos en misteriosa procesión. En todo sacrificio, se revelaba la muerte de Cristo. En toda nube de incienso, ascendía su justicia. Toda trompeta de jubileo hacía repercutir su nombre. En el pavoroso misterio del lugar santísimo moraba su gloria” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 177).

Y en todo esto, la expiación, o remisión y reconciliación, ocupaba un lugar central.

Como ministros del Movimiento Adventista se nos ha urgido a realizar un estudio más profundo de este tema. Notemos unas pocas declaraciones de la mensajera del Señor:

“Los ministros necesitan presentar la verdad como está en Jesús, de una manera más sencilla y clara” (Evangelism, pág. 188).

“¡Ojalá que la obra expiatoria de Cristo fuera cuidadosamente estudiada! Ojalá que todos estudiaran la Palabra de Dios con cuidado y oración” (The Review and Herald, 29-11-1892).

“El sacrificio de Cristo como una expiación por el pecado es la gran verdad alrededor de la cual giran todas las demás verdades” (Evangelism, pág. 190).

“Debiera ser la preocupación de cada mensajero presentar la plenitud de Cristo” (Id., pag. 186).

‘‘La eficacia de la sangre de Cristo debía presentarse ante el pueblo con lozanía y poder, para que su fe pudiera aferrarse de sus méritos” (Ibid.).

Tratar de reducir el pleno significado de la expiación al gran acto trascendente que nuestro Señor realizó en la cruz es una interpretación casi tan limitada como fue el esfuerzo de parte de algunos para confinarlo al ministerio de Cristo en el lugar santísimo del santuario celestial. Debe deplorarse toda interpretación limitada.

“Entre lodos los cristianos profesos, los adventistas debieran ir a la cabeza en la obra de ensalzar a Cristo ante el mundo” (Id., Pág. 188).

¿Nos destacamos entre todos los cristianos en la obra de ensalzar a Jesús como el portador de nuestros pecados? ‘Debiéramos sobresalir. Pero también es posible que hagamos énfasis en cuestiones secundarias, mientras dejamos que otros proclamen la médula del mensaje cristiano. Repensemos en nuestra responsabilidad a la luz de las declaraciones presentadas.

Sobre el autor: Director de la Asociación Ministerial de la Asociación General.