Mi tía murió hace poco, cuando Sharon y yo recorríamos el mundo trabajando. No pudimos regresar a tiempo para el funeral. Al reflexionar acerca de lo angustioso de ese triste acontecimiento, llegué a algunas conclusiones que deseo compartir con ustedes.
Dios es siempre bueno.La experiencia de nuestro mundo pecaminoso es la realidad de la muerte y la pérdida. Algunas veces, en medio de la alegría que experimentamos con la familia, los amigos o situaciones agradables, descubrimos que nuestra vida es como la flor que se marchita. El abrazo demoledor de la muerte, mientras tanto, nos recuerda que todos nacemos sentenciados a ella. Su horrenda realidad es consecuencia de la desobediencia humana. La restauración final de Dios nos promete vida eterna, una realidad difícil de ver cuando el sufrimiento nos envuelve. La garantía de la victoria final mitiga el dolor de la pérdida.
La muerte llega sin aviso.Aunque yo hubiera sabido que mi tía estaba enferma, y aunque hubiese planificado algo con mis hermanos con respecto a su muerte, no habría estado preparado para recibir la noticia en el primer día de mi viaje. Incluso cuando la muerte es algo previsto, su llegada siempre deposita una carga abrumadora sobre nosotros. Ya sea que llegue súbitamente golpeando a la familia, o sea la conclusión de una larga batalla contra la enfermedad, la muerte nunca llega en el momento “oportuno”. No hay fecha conveniente para ella. E incluso si pudiéramos planificarla, pocos de nosotros estaríamos dispuestos a cumplir cualquier clase de compromiso con ella.
La vida nunca es demasiado larga. La última vez que hablé con mi tía me dijo que ya había vivido mucho. Estaba agradecida a Dios por las cosas buenas que había recibido durante su vida, y afirmó que estaba en paz con la proximidad del fin. Pero cuando llegó el momento, a su hija, que estaba con ella, le hubiera gustado haber tenido por lo menos un día o una hora más para hacer algo que se pudiera considerar un último adiós. Posiblemente uno de los resultados más destructivos de la muerte sea la pérdida de la oportunidad de decir algo a quienes amamos.
La tristeza deprime.Con el tiempo disminuirá el dolor de la pérdida, mientras avanzamos por las diversas etapas del pesar. Ese progreso se acentuará al relacionarnos con personas que han sufrido recientemente pérdidas semejantes. A veces, hasta las promesas de Dios parecen una esperanza más distante que el ruido de las palas que excavan la sepultura, o el golpe sordo de la tierra que cae sobre el ataúd. Pero el verdadero don de Dios, el Espíritu Santo, nos consuela en medio del caos. En medio de la tempestad de fuego de nuestra pérdida, su voz calmada y tranquila nos comunica amor, seguridad y paz.
Hay otros que también sufren. Aunque nos entristezca el golpe mortal dirigido contra nuestra familia, debemos recordar a los que han perdido seres queridos en circunstancias más trágicas aún. ¿Qué decir del padre que perdió a un hijo en la guerra, o del marido cuya esposa pereció en un accidente automovilístico? ¿Qué decir de los padres cuyo hijito padece de un mal incurable?
Un plan para el futuro. Todo creyente tiene que enfrentar el desafío de trazar planes para el futuro mientras esté viviendo en el presente. Las buenas intenciones que no se convierten en acciones reales son sólo ficciones. La anticipación irresponsable de cosas futuras puede trabar el trabajo y la acción correctora de hoy. El desafío de Dios para su pueblo siempre fue vivir en perspicaz anticipación de la eternidad, aunque abrace con alegría las bendiciones divinas del momento actual.
El descanso es un premio. La vida de mi tía concluyó misericordiosamente antes de que se tomara una determinación más importante y que la dura realidad de los tratamientos médicos destruyera su calidad de vida. Las Escrituras presentan a nuestro amoroso Padre dando reposo a sus fieles seguidores. Por más dolorosa que sea la separación, siempre es una demostración de la misericordia divina el hecho de que alguien muera antes de experimentar un largo sufrimiento previo a la muerte.
Un enemigo vencido.La muerte finalmente será derrotada por nuestro Padre celestial. Como lo dice Dannis R. Bolton, pastor luterano: “Del mismo modo que el soplo de Dios les dio vida a los huesos secos (Eze. 27), su pueblo resucitará en una nueva creación”. Sí, el mismo Creador que le dio vida a Adán, cuando era sólo un muñeco de barro, sofocará la muerte y erradicará a ese enemigo en la alegría de su restauración eterna.
Sobre el autor: Secretario Ministerial de la Asociación General.