La religión, en su sentido más amplio, trata de la relación del hombre con Dios o los dioses. Presupone que en alguna forma, o formas, el hombre ha sido, o está siendo confrontado con lo sobrenatural. Este principio tiene sus variantes entre las diversas religiones. Para el cristiano, la religión es la relación personal del hombre con el Dios de la Biblia. El hombre ha sido enfrentado con la revelación divina a través de Jesucristo y de la Palabra de Dios.
Pero la religión también tiene un contenido racional e intelectual. La tarea de la teología consiste en interpretar ese contenido de tal manera que las doctrinas formuladas constituyan una sólida interpretación de ese contenido particular. Toda iglesia y denominación poseen una teología. Pero la cuestión no es tener o no tener una teología, sino: ¿Tienen la iglesia y el creyente cristiano una teología sólida y vital? El conocimiento teológico llega a ser un conocimiento que salva en virtud de la presencia del Espíritu Santo que opera a través de la Palabra y que pone al creyente en armonía con la voluntad de Dios. Una fe viva no invalida a una teología sólida, ni depende de la concepción intelectual de todo aquello que podría clasificarse como perteneciente al campo de la teología sistemática.
Un conocimiento intelectual más completo de la teología no produce necesariamente una experiencia cristiana más vital, aunque debiera lograr este resultado. El conocimiento de la doctrina concebida intelectualmente no debiera interpretarse como el equivalente de una fe viva en Dios. Las doctrinas y las interpretaciones teológicas constituyen aspectos formalizados de la fe viva. La Biblia como tal, no representa una serie de discursos teológicos. Tampoco es teología sistemática. Raramente un escritor bíblico intenta producir un tratado teológico acerca de alguna doctrina particular. El que se acerca más a esto es Pablo, en el libro de los Romanos y en su discusión de la resurrección en 1 Corintios 15.
La esencia del cristianismo
En la actualidad religiosa, una de las tendencias más definidas se refiere a la interpretación del término “la esencia del cristianismo.” A menudo se quiere significar con esto lo que tiene validez para la vida diaria como distinto de ciertos credos teológicos sostenidos por diferentes iglesias cristianas. Al tratar de interpretar la Biblia y de establecer una teología, podemos ir demasiado lejos, al punto de perder la estrecha relación del cristianismo con la vida. Existe el peligro de que la enseñanza y la predicación de las doctrinas se conviertan únicamente en descripciones verbales de las realidades divinas. Así se comprende que para un maestro o un predicador sea imposible comunicar fe y amor con el mero uso de las palabras.
Como dirigentes, predicadores y profesores cristianos estamos frente a estos dos problemas: (1) conseguir que las doctrinas sean vitales para la experiencia religiosa contemporánea, y (2) interpretar el contenido intelectual de la Biblia en armonía con la voluntad de Dios a fin de constituir la verdad de Dios.
Un profesor de teología tomó de su biblioteca ciertos libros referentes a la fe y la doctrina adventistas, y procedió a formular preguntas respecto de los credos fundamentales de nuestra iglesia. Finalmente me dijo: “Mi iglesia interpreta todo esto de manera diferente que la suya. Lo que Ud. cree, ¿es realmente la Biblia o la interpretación adventista de la Biblia? ¿Con qué derecho pretende Ud. que la interpretación de su iglesia es más sólida que la de la mía? ¿Cómo sabe Ud. que la suya es una teología bíblica que tiene validez?”
¿Qué habríais contestado vosotros?
Tendencias modernas en la teología
La tendencia actual se aleja de un cuerpo teológico de verdad hacia una experiencia subjetiva en Dios. Este problema es crítico para la teología. Pero no es el de la teología contra el rechazo total de la teología. Sin embargo, en la actualidad hay multitudes que pretenden encontrar una realidad religiosa y una experiencia con Dios en cierto conocimiento personal interior, al margen y a veces contrario, de la verdad bíblica objetiva. Sostienen que la doctrina ya no tiene ninguna importancia, y que la experiencia es lo que vale. Para ellos la teología se subordina a la psicología. La prueba de la verdad es psicológica.
Es un gran engaño hacer que la así llamada experiencia religiosa tome el lugar de las Escrituras y de la revelación objetiva que caracteriza la Palabra de Dios. En verdad no puede haber una religión bíblica sin experimentar personalmente esa forma de fe cristiana expuesta en las Escrituras. Pero la creencia y la fe no pueden separarse del intelecto. La verdadera fe se basa en el conocimiento auténtico. (Rom. 10:17.) Entonces, ¿en qué consiste el conocimiento que salva? ¿Hasta dónde una persona puede creer en el error, o creer poco o nada y todavía reclamar la gracia salvadora?
Aunque a veces la vitalidad de la fe cristiana ha precedido a la formulación y la clara comprensión de la verdad doctrinal, esta experiencia nunca es contraria a la sólida doctrina. Se ha dicho que nuestra teología nunca puede alcanzar un nivel más alto que el de nuestra vida devocional; pero también debiera decirse que nuestra vida devocional y experiencia cristiana no pueden elevarse más alto que nuestro conocimiento de Dios y su verdad, en otras palabras, que nuestra teología.
Los términos teológicos más decisivos son “revelación” e “inspiración.” Ambos declaran que Dios ha hablado a través de su Hijo y de sus siervos escogidos los profetas, de una manera muy diferente de la que utiliza actualmente para hablarnos. Esto significa una negación categórica de que el hombre, incluso el cristiano, sea la fuente de la verdad y la doctrina cristianas, y la prueba de ellas. No es el teólogo cristiano quien determina qué es la verdadera
doctrina o la sólida teología. Es la obra del Espíritu Santo la que permite establecer una diferenciación correcta. Si no fuera así, la autoridad del hombre y la de la iglesia primarían sobre la de Dios, revelada en las Escrituras. Esta, en última instancia, sería la posición de la Iglesia Católica. Pero la Palabra de Dios existía antes que la iglesia; en verdad, determinó la existencia de la iglesia. Por lo tanto la iglesia no puede imponer su autoridad sobre la de la Biblia. Lo único que hizo la iglesia en los primeros siglos, fué reconocer lo que ya estaba establecido y lo que se aceptaba como la Palabra inspirada de Dios. Ningún cuerpo organizado del siglo primero determinó cuál era la verdadera teología. Aunque los primeros siglos presenciaron controversias teológicas, los disputantes no substituyeron la autoridad primaria de Dios.
Los creyentes se organizaron en un cuerpo porque experimentaron la obra del Espíritu Santo que los guiaría a toda verdad. El verdadero teólogo cristiano en primer término cree que las Escrituras constituyen la Palabra de Dios. Procura armonizar su vida con el juicio de esa Palabra, y someterle todo el ser. La dirección del Espíritu de Dios a través de la Palabra divina constituye el único factor vital de unificación. Si la Biblia deja de ser digna de confianza como la fuente de nuestra teología, entonces las doctrinas formuladas por los hombres deben permanecer para siempre como el producto de hombres pecadores y de una razón humana incompetente.
La revelación es anterior a la iglesia
¿Cómo podría cualquier iglesia ser anterior a la revelación? Si Dios no hubiera hablado, no podría existir ninguna iglesia. Si Dios hablara a todos los hombres de todas las iglesias y comuniones en la misma forma en que ha hablado en su Palabra divina, entonces Cristo habría contradicho sus propias declaraciones. El Espíritu Santo nunca conducirá a los hombres a la convicción de que una revelación original de la verdad estaba equivocada. Cristo no puede negarse a sí mismo. Toda verdad doctrinal debe ser auténtica, no porque la iglesia lo declare así, sino porque la Biblia demuestra que lo es. La iglesia tiene autoridad únicamente en la medida en que acepta la Palabra revelada. Si una iglesia o un creyente quieren crecer y permanecer en vitalidad, deben probar constantemente sus creencias y sus vidas mediante la Palabra revelada. Todo lo que esté por debajo de esta norma conducirá al sometimiento a la autoridad de los hombres y no a la de Dios.
Además, el hombre no debe limitar la verdad de Dios con sus interpretaciones humanas. Siempre existe la posibilidad de que los hombres que marcan rumbos en el campo religioso, y que son seres falibles, se aparten de la Palabra, sean desobedientes y lleguen a conclusiones equivocadas. Dios no puede confiar su autoridad a los hombres. Si lo hiciera, tendría que depender del ser humano, cuya mente está deformada por el pecado, y en consecuencia es incompetente para juzgar por sí misma qué es la verdad.
¿Cómo podemos poner la interpretación humana de la Palabra en primer lugar, y luego acudir a la misma Palabra en busca de apoyo para nuestra autoridad? Una autoridad secundaria nunca puede constituir la fuente de esa autoridad de la cual proviene. Una sólida teología debe tener su origen únicamente en las Sagradas Escrituras. Y el que es llamado a predicar, debe vigilar continuamente, y orar y estudiar a fin de evitar mezclar los razonamientos filosóficos y las opiniones de los hombres con la revelación que emana de la mente de Dios.
“El profeta con quien fuere sueño, cuente sueño; y el con quien fuere mi palabra, cuente mi palabra verdadera. ¿Qué tiene que ver la paja con el trigo? dice Jehová. ¿No es mi palabra como el fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra? Por tanto, he aquí yo contra los profetas, dice Jehová, que hurtan mis palabras cada uno de su más cercano. He aquí yo contra los profetas, dice Jehová, que endulzan sus lenguas, y dicen: El ha dicho. He aquí yo contra los que profetizan sueños mentirosos, dice Jehová, y contáronlos, e hicieron errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas; y yo no los envié, ni les mandé; y ningún provecho hicieron a este pueblo, dice Jehová. Y cuando te preguntare este pueblo, o el profeta, o el sacerdote, diciendo: ¿Qué es la carga de Jehová? les dirás: ¿Qué carga? Os dejaré, ha dicho Jehová… Así diréis cada cual a su compañero, y cada cual a su hermano: ¿Qué ha respondido Jehová, y qué habló Jehová? Y nunca más os vendrá a la memoria decir: Carga de Jehová: porque la palabra de cada uno le será por carga; pues pervertisteis las palabras del Dios viviente, de Jehová de los ejércitos, Dios nuestro.” (Jer. 23:28-36.)
La iglesia y el creyente deben volverse de continuo a la Palabra divina, y procurar ponerse en armonía con las Escrituras reveladas e inspiradas por Dios. Los libros de la Biblia eran inspirados mucho antes de que los concilios de la iglesia emitieran declaración alguna concerniente a ellos. Fueron inspirados en el momento de ser escritos. Mediante la formación del canon bíblico, la iglesia simplemente reconoció lo que se había conocido y creído durante mucho tiempo respecto a la inspiración de los libros de la Biblia. Así la Palabra permanece como la única fuente auténtica de la teología bíblica.
“Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme a la virtud que Dios suministra; para que en todas cosas sea Dios glorificado por Jesucristo, al cual es gloria e imperio para siempre jamás.” (1 Ped. 4:11.)
“Dejemos que la Palabra hable,” esto constituye la base de una sólida teología. Cierto joven de notable capacidad intelectual me explicaba por qué no podía seguir creyendo en “la verdad.” Había descubierto “discrepancias.” Le parecía que era necesario resolver esos problemas; en caso contrario no podría continuar creyendo en la Biblia. Le hice notar que el suyo era un problema de autoridad. Le pregunté si creía que el hombre era pecador. No tenía dudas acerca de ello. Entonces, una mente, deformada por el pecado, ¿cómo podía considerarse competente para juzgar la Biblia? ¿Y con qué autoridad podía decidir acerca de lo que constituía la verdad?
El Espíritu Santo es anterior a la razón humana
EL Espíritu Santo produce la convicción respecto de la verdad, la teología y la doctrina. (Juan 16:13.) Esto requiere una humildad de mente que reconozca las limitaciones y la incompetencia de la razón humana para determinar y probar lo que es la verdad.
La Hna. White dice: “El poder soberano de la razón, santificado por la gracia divina, debe dominar en nuestras vidas.” (“El Ministerio de Curación,” pág. 121.) La razón santificada es aquella que se deja conducir por el Espíritu Santo; y es el único que puede determinar el grado en que la razón puede discernir lo que es verdad y lo que es error. Pero la razón santificada nunca sobrepasará los límites que éste le ha impuesto. En el momento en que se procura rebasar este punto, comienza a debilitarse la confianza en las verdades básicas; a esto sigue una negación de la fe.
La exigencia actual pide que se edifique nuestra teología sobre una erudición crítica. Dios no premia la ignorancia. Requiere lo mejor que pueda dar la mente. Pero hay límites para el poder mental, impuestos por el pecado.
La enseñanza y la predicación de la verdad no deben convertirse en un tratamiento mecánico de las Escrituras y la doctrina, porque darían por resultado un cristianismo muerto. Únicamente el Espíritu Santo puede convertir a un hombre en un cristiano y un creyente de la verdad. Los primeros creyentes dieron testimonio de la verdad; es decir, de la verdad revelada contenida en la Palabra eterna. El término testigo y sus derivados aparecen con bastante frecuencia en la Biblia. Las últimas palabras que Cristo habló a sus discípulos fueron: “Y me seréis testigos.” (Hech. 1:8.) De Jesús se dice que es “el testigo fiel.” (Apoc. 1:5.) La obra del Espíritu Santo capacita a los hombres para dar testimonio. (Juan 15:26. 27.) En Apocalipsis 12:17 se dice que el pueblo de Dios tiene el testimonio de Jesús, el cual se define como el espíritu de profecía en el cap. 19: 10. Quien posee el testimonio del Cristo viviente, se convierte en un testigo viviente. Nosotros, como pueblo, reconocemos ese testimonio en los escritos de la Hna. White. la mensajera del Señor a la Iglesia Adventista. Sin embargo, no vacilo en afirmar que no son los argumentos lógicos o los movimientos de contenido teológico lo que constituye la prueba de la genuinidad.
Nuestra manera de interpretar la profecía nos conduce a considerar al Nuevo y al Antiguo Testamento como los “dos testigos” de Apocalipsis 11:3; y si queremos ser testigos de viva voz de esa verdad, debemos dirigir la atención de los hombres a Aquel de quien las Escrituras y el espíritu de profecía dan testimonio. No adoramos la Biblia, sino a Aquel de quien las Escrituras dan testimonio: el Dios vivo y verdadero, y su Hijo Jesucristo. “Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.” (Juan 5:39.)
Una aplicación al adventismo
La Iglesia Adventista de la actualidad debe dar testimonio de las doctrinas básicas, de las verdades esenciales de la Biblia. Los hombres o la iglesia que sean guiados por el Espíritu Santo no deben experimentar temor. Nos entregamos confiadamente a la conducción del Espíritu; y aunque podemos temer ser guiados por los hombres y sus interpretaciones, sabemos que el Espíritu, y sólo el Espíritu, puede conducirnos a la verdad y a la unidad de la fe. No hay otro medio de lograrla. La unidad y la armonía no constituyen tanto una experiencia del intelecto como del corazón. Corrientes irreprimibles del amor de Dios fluyen de los hombres que son guiados por el Espíritu. La Hna. White expresa este concepto con las siguientes palabras:
“Conoced y creed en el amor que Dios tiene para con nosotros, y estaréis seguros; ese amor es una fortaleza inexpugnable a todos los engaños y asaltos de Satanás.”—Thoughts From the Mount of Blessing (1956), pág. 119.
Los acontecimientos se suceden con rapidez unos a otros, aun en el mundo religioso. El momento de realizar la decisión final para multitudes de hombres y mujeres puede estar más cerca de lo que pensamos. Y esta decisión se hará con respecto a la fe verdadera. Es la verdad contra el error. Cristo contra el anticristo. El desenlace de todo esto, y que nos afectará a todos no puede tardar demasiado en presentarse. Pero para conocer y experimentar la verdad, la decisión de cada uno debe ser personal. Es necesario hacerla en una atmósfera de amante compañerismo en la esfera de la comunión eterna de los creyentes.
Sobre el autor: Profesor de Teología Cristiana del Seminario Adventista.