Las leyes azules [leyes dominicales] que prohíben la apertura de los negocios en domingo, han estado en vigencia por más de trescientos años en los Estados Unidos; pero en las últimas décadas han sido objeto cada vez de mayores ataques. Los judíos y los adventistas han sido sus críticos más decididos, y han insistido en que las leyes azules violan la primera enmienda de la constitución de los Estados Unidos, que prohíbe al congreso promulgar leyes que contribuyen “a la formación de un cuerpo religioso, o a la prohibición de su libre ejercicio”. Sostienen que esta disposición ejerce una presión indebida sobre los que guardan el sábado y no el domingo como día de reposo. Los secularistas también han sido insistentes porque no desean que haya día alguno dedicado a propósitos religiosos.

            En un artículo titulado: “El día del Señor y los recursos naturales” (7 de mayo de 1976), el director de esta revista afirmó que la gravedad de la crisis relacionada con los recursos naturales requiere una acción inmediata. Propuso que todas las actividades de la nación se suspendieran un día por semana, y mencionó al domingo como el día adecuado para hacerlo. La sugerencia se basaba en la ley natural y en el bien común de la humanidad, no en la idea de que debía decretarse un día determinado, en forma oficial, para la celebración de actividades religiosas.

            La respuesta que nos trajo el correo le sacó el polvo al antiguo argumento de que esto era una violación de la primera enmienda constitucional. Los adventistas se inquietaron especialmente debido a que en su escatología la observancia obligatoria del domingo será una señal de los días finales de esta era, previa a la segunda venida de nuestro Señor. Tal vez no los consuele mucho el saber que la observancia del domingo está perdiendo rápidamente terreno, en vez de ganarlo.

            De acuerdo con el Servicio de Noticias Religiosas, aproximadamente en treinta estados se aplica todavía algún sistema de cierre dominical. Sin embargo, esas leyes son cada vez más resistidas. Cada vez hay más negocios abiertos en domingo, aunque muchos de los que los abren siete días por semana preferirían no hacerlo. Dicen que la competencia los obliga. Las grandes tiendas de Nueva York, y por lo menos un banco, han comenzado a abrir los domingos últimamente. La municipalidad de Toronto, Canadá, ha aprobado la apertura de los negocios en domingo en un sector de la ciudad.

            Muchos obreros que guardan el sábado o el domingo han sido despedidos o han sufrido pérdidas porque no han querido trabajar en su día de reposo. Algunos de ellos han iniciado juicios, argumentando que sus derechos constitucionales han sido violados. Algunos de estos casos (como por ejemplo el de Parker Seal y Co. vs. Cummins) se ventilarán en este período de sesiones en la Corte Suprema de los Estados Unidos, y hay muchos motivos para creer que los demandantes ganarán.

            En 1961 la Corte Suprema determinó que “asegurar el bienestar público por medio de un día de descanso común para todos es un legítimo interés del gobierno”. Esto permite formular leyes tendientes a cerrar todos los negocios durante un día por semana. La pretensión de que tales leyes violarían el principio de separación de la iglesia y el estado podría, por lo tanto, ser difícil de probar ante la Corte Suprema del país.

            La conservación de los recursos naturales decrecientes es una razón valedera para ponerse de acuerdo en la selección de un día en el cual suspender todas las actividades comerciales. Aunque el mundo tiene en reserva vastas fuentes de energía aún no explotadas, escasean los combustibles que se usan en la calefacción de los edificios, para proveer energía eléctrica y posibilitar la actividad industrial. Suspender prácticamente todas las actividades que consumen energía durante un día cada semana sería, sin duda, un buen paso. El punto crucial es qué día; es evidente que no se le va a poder dar el gusto a todos.

            Proponemos el sábado como día de descanso para todo el mundo. Los que quieran adorar a Dios en ese día, podrán hacerlo. Los que no lo deseen, podrán ocupar su tiempo como mejor les parezca.

            Los judíos y otros observadores del sábado estarían bien atendidos si se tomara esta decisión. Para protestantes y católicos no habría grandes problemas teológicos puesto que aparte del hecho de que nuestro Señor resucitó de los muertos en el primer día de la semana, no hay nada en las Escrituras que requiera la observancia del domingo en vez del sábado como día de reposo. En bien de la Nación, las iglesias protestantes y católicas podrían trasladar sus servicios religiosos del domingo al sábado. O podríamos seguir guardando el domingo como nuestro día de reposo; cualquier inconveniente que sufriéramos sería una demostración de nuestra buena voluntad hacia una minoría cuya sensibilidad respetamos y cuyo apego legalista al sábado como día de reposo los obliga en una forma en que nosotros no nos sentimos obligados.

            La suspensión de actividades en sábado no debería interpretarse como una maniobra religiosa. No debería producir problemas entre la iglesia y el estado. Debería satisfacer las necesidades más importantes de la humanidad. Los dirigentes responsables deberían discutir esta posibilidad.