Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera. Así será al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos” (Mat. 13:47-49).
¡Los adventistas están haciendo la obra de los ángeles! Muchas veces esto se expresa en acciones caritativas, abnegadas y buenas. Sin embargo, con respecto a los nuevos creyentes, con demasiada frecuencia hacemos lo que Jesús dijo que debe dejarse para el día del juicio y para que lo hagan los ángeles que sirven como agentes de Dios. Nosotros queremos seleccionar la pesca. Queremos descartar lo malo. Deseamos detener la pesca y comenzar a evaluar lo pescado. En suma, deseamos juzgar.
Jesús tomó la ilustración de los eventos de la vida diaria: una gran red, tirada por botes, que encierra todo lo que encuentra en su camino. Si fuera posible para la red elegir sólo lo que es comestible, limpio y sabroso, entonces el eventual proceso de seleccionar, preservar y desechar sería innecesario. Sin embargo, esta no es la función de la red. Ella atrapa todo lo que encuentra en su camino, y todo permanece unido hasta el momento en que los pescadores, no los peces, hacen la evaluación (el juicio).
Esta parábola no es una descripción del evangelismo personal, uno por uno, es mucho más inclusiva. Es omniabarcante en su esfera de acción. Como lo expresan Chaney y Lewis: “La mayoría de los evangélicos modernos que, si pescan en algún momento, lo hacen por deporte, han malentendido la figura que Jesús usó. Cuando piensan en un pescador, se imaginan a un hombre que usa un anzuelo con carnada. La pesca es una proposición uno por uno. De modo que este texto se ha usado para animar a los modernos cristianos a convertirse en evangelistas personalizados. Los primeros discípulos pescaban con redes. Los peces andaban, digamos, en cardúmenes, y ciertamente no eran pescados uno por uno. Las iglesias que crecen han captado esa visión. Han aprendido cómo pescar con redes”.[1]
Esta parábola nos enseña dos claras lecciones. Primero, Dios espera que se capturen grandes números. Segundo, espera que la iglesia se ponga a tono con la realidad de que se atraparán tanto buenos como malos.
Lo bueno y lo malo
Del mismo modo que la parábola del trigo y la cizaña (Mat. 13:24-30), la parábola de la red demuestra que tanto lo bueno como lo malo permanecerán hasta el fin del mundo. Estas dos parábolas evitan un separatismo que impediría al pueblo de Dios asociarse con la gente del mundo. Hemos de estar en el mundo sin ser del mundo.
A diferencia de otros modelos teológicos para la formación de discípulos o para alimentar a los recién nacidos, esta parábola no menciona ninguna transición o proceso de lo bueno a lo malo o de lo malo a lo bueno, sencillamente afirma el hecho de que ambos existen juntos en el mismo ambiente. Ese ambiente es la iglesia.
Jesús enseña claramente que es función de la iglesia alimentar a los nuevos creyentes más que evaluarlos. Peter Wagner dice: ‘‘En las primeras etapas del crecimiento es difícil, a veces, distinguir a los verdaderos discípulos de los falsos. Pero ese juicio no es, por lo general, responsabilidad del evangelista que está más interesado en hacer discípulos que en perfeccionarlos”.[2] La función de la iglesia es tomar a los nuevos creyentes y llevarlos a un pleno discipulado donde su carácter pueda entrar a la disciplina que conduce al perfeccionamiento.
Jesús no visualiza a la iglesia como un club en el que todos los miembros dicen “yo soy más santo que tú” y que se opone a todo el resto del mundo. Así como Jesús comió con los publicanos y pecadores, sus discípulos deben moverse y vivir entre la gente que no cree, como también entre los que creen, pero se portan mal. La red permite la variedad, y la posibilidad de que capture peces indeseables es parte de la pesca. “Todos los hombres son pecadores semejantes, pero no semejantes pecadores”[3]
Algunos de aquellos pecadores y una buena cantidad de sus malos comportamientos, se exhibirán en el seno de la congregación. Por supuesto, mucho de este mal comportamiento se verá en las vidas de los nuevos creyentes (recién atrapados por la red).
Si comprendemos las implicaciones de alimentar a los recién nacidos, este enérgico comportamiento es algo que debe esperarse. Si entendemos el imperativo de hacer discípulos, entonces sabemos que estas fallas en la conducta deben ser cuidadosamente corregidas a fin de que se logre un comportamiento apropiado y un discipulado fructífero. Ambos objetivos son mandatos de Dios.
¡Pero sea como sea, la obra de descartar a los malos peces en la pesca es obra de los ángeles!
Referencias:
[1] Charles L Chaney y Ron S Lewis. Design for the Church Growth (Nashville, Broadman Press. 1977)
[2] C Peta Wagner. Church and the Whole Gospel (San Francisco Harper and Row. I980). pag 140
[3] Myron S Augiburger. The Commnnicator´s Commentary: Matthew (Waco, Texas: Word Books, 1982), pág. 179.