El que dio a Eva a Adán por compañera y ayuda, realizó su primer milagro en las bodas. Aquí en La sala en que se encontraban juntos y alegres amigos y parientes, Cristo principió su ministerio público. Con su presencia sancionó el matrimonio, reconociéndolo como institución que él mismo había fundado. Había dispuesto que hombres y mujeres se unieran en el santo lazo del matrimonio, para formar familias cuyos miembros, coronados de honor, fueran reconocidos como miembros de la familia celestial.

Cristo honró las relaciones matrimoniales haciéndolas, además, símbolo de la unión entre él y sus redimidos. Él es el Esposo; la esposa es la iglesia, de la cual, como escogida por él, dice: “Toda tú eres hermosa, amiga mía, y en ti no hay mancha’’ (Cant. 4:7).

El vínculo de la familia es el más estrecho, el más tierno y sagrado de cuantos existen en la tierra. Fue designado para ser bendición a la humanidad. Y así lo es siempre que el matrimonio sea un pacto sellado con inteligencia, en el temor de Dios, y con el sentimiento de sus responsabilidades.

Sólo en Cristo puede formarse feliz unión matrimonial. El amor humano debe encontrar sus más estrechos lazos en el amor divino. Sólo allí donde reina Cristo puede haber cariño profundo, fiel y abnegado.

El amor es precioso don que recibimos de Jesús. El cariño puro y santo no es un sentimiento sino un principio. Los que son movidos por el amor verdadero, no son ni faltos de juicio ni ciegos. Enseñados por el Espíritu Santo, aman a Dios sobre todas las cosas, y a sus prójimos.

Por mucho cuidado y mucha prudencia con que se haya entrado en el estado de matrimonio, pocas son las parejas que resultan bien unidas después de cumplida la ceremonia de casamiento. La unión verdadera de ambos cónyuges es sólo obra de los años subsecuentes.

Al presentárseles la vida con mis cargas de perplejidades y cuidados, desaparece el aspecto romántico con qué la imaginación suele tan a menudo revestir el matrimonio. Marido y mujer aprenden entonces a conocerse como no podía hacerlo antes de haberse unido. Este es el período más crítico de su experiencia.

La felicidad y el provecho de toda su vida ulterior dependen de la buena actitud que asuman entonces. Muchas veces echan de ver uno en otro flaquezas y defectos que no sospechaban; pero los corazones que el amor ha unido echarán también de ver cualidades desconocidas hasta entonces. Que todos” procuren descubrir las cualidades más bien que los defectos. Muchas veces es nuestra propia actitud, la atmósfera que nos envuelve, lo que determina lo que podemos descubrir en otra persona. Hay muchos que consideran la manifestación del amor como una debilidad, y permanecen en tal retraimiento que repelen a los demás. Este espíritu paraliza las corrientes de simpatía. Al ser contenidos, los impulsos de sociabilidad y de generosidad se marchitan, y el corazón se vuelve desolado y frío. Debemos guardarnos de este error. El amor no puede durar mucho si no se expresa. No permitáis que el corazón de vuestro compañero muera por falta de bondad y simpatía por parte vuestra.

Procuren anticipar la felicidad uno de otro. Haya entre ellos amor mutuo, soportándose uno a otro. Entonces, el matrimonio, en vez de ser el término del amor será más bien su verdadero principio. El calor de la verdadera amistad, el amor que une a los corazones es sabor anticipado de los gozos del ciclo.

Tened presente, sin embargo, que la felicidad no se encuentra en, retraeros de los demás, satisfaciéndoos con prodigaros todo el cariño de que sois capaces. Aprovechad cada oportunidad que se os presente para contribuir a labrar la felicidad de los que os rodean. Recordad que el gozo verdadero sólo se encuentra en el desprendimiento (El Ministerio de Curación, págs. 334-340).

Vuestro afecto podrá ser tan claro como el cristal arrobador en su pureza, y sin embargo, podría ser superficial por no haber sido probado. Dad a Cristo, en todas las cosas lugar primero, el último y el mejor. Contempladle constantemente, y vuestro amor por él en la medida en que sea probado, se hará cada día más profundo y fuerte. Y a medida que crezca vuestro amor por él, vuestro amor mutuo aumentará también en fuerza y profundidad.

No tratéis de constreñiros el uno al otro. No podéis obrar así y conservar vuestro amor recíproco. Las manifestaciones de la propia voluntad destruyen la paz y la felicidad de la familia (Joyas de los Testimonios, págs. 96, 97).

Los hombres y las mujeres pueden alcanzar el ideal que Dios les señala si invocan la ayuda de Cristo. Lo que la sabiduría humana no puede hacer, la gracia de Dios lo puede, para los que se entregan a él con amor y confianza. Su providencia puede unir los corazones en lazos de origen celestial. El amor no será tan sólo el cambio de palabras dulces y aduladoras. El telar del cielo con urdimbre y trama más delgada produce tela más fuerte que los telares de la tierra. Su producto no es débil, sino que es un tejido capaz de resistir cualquiera prueba por fuerte que sea. El corazón quedará unido al corazón con los lazos áureos del amor perdurable (El Ministerio de Curación, pág. 340).