Orientaciones inspiradas que ayudan a mejorar la calidad de nuestra predicación.

No. El título de este artículo no se refiere a un nuevo libro de Elena de White, aun cuando tenga cierta semejanza con algunos títulos ya publicados (Consejos sobre el régimen alimenticio, Consejos sobre la salud, Consejos sobre la obra de la Escuela Sabática, Consejos sobre mayordomía cristiana). No obstante, es verdad que sus escritos acerca de la predicación y los predicadores representan material suficiente como para un buen libro. Observe, a continuación, algunas de sus joyas más preciosas acerca de las características de la predicación eficaz.

Fundamento bíblico

“Las afirmaciones del hombre no poseen ningún valor. Dejen que la palabra de Dios hable a las personas. Dejen que los que solo han escuchado tradiciones y máximas de los hombres escuchen la voz de Dios, cuyas promesas son Sí y Amén en Cristo Jesús” (Review and Herald, 11 de marzo de 1902).

Cristocéntrica

“A fin de ser comprendida y apreciada debidamente, cada verdad de la Palabra de Dios, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, debe ser estudiada a la luz que fluye de la cruz del Calvario. Os presento el magno y grandioso monumento de la misericordia y la regeneración, de la salvación y la redención: el Hijo de Dios levantado en la cruz. Tal ha de ser el fundamento de todo discurso pronunciado por nuestros ministros” (El evangelismo, p. 142).

Practicidad

“Las presentaciones fantásticas de la verdad pueden provocar un éxtasis de sentimiento; pero, demasiado a menudo, las verdades presentadas de esta manera no proporcionan el alimento necesario con el fin de fortalecer al creyente para las batallas de la vida. Las necesidades inmediatas, las pruebas presentes, de las almas que luchan, deberían satisfacerse con instrucción sana y práctica sobre los principios fundamentales del cristianismo” (Los hechos de los apóstoles, p. 205).

Ilustración

“Mediante la imaginación, llegaba al corazón. Sacaba sus ilustraciones de las cosas de la vida diaria; y, aunque eran sencillas, tenían una admirable profundidad de significado. Las aves del aire, los lirios del campo, la semilla, el pastor y las ovejas eran objetos con los cuales Cristo ilustraba la verdad inmortal” (El Deseado de todas las gentes, p. 205).

Reverencia

“Los ministros no debieran hacer una práctica de la costumbre de relatar anécdotas desde el púlpito, porque esto disminuye la fuerza y la solemnidad de la verdad presentada. El relato de anécdotas o incidentes que hacen reír o que hacen surgir pensamientos livianos en las mentes de los oyentes es algo digno de censura. Las verdades debieran estar envueltas en un lenguaje casto y digno, y las ilustraciones debieran ser del mismo carácter” (El evangelismo, pp. 464, 465).

Equilibrio

“Como mensajeros divinamente señalados, los predicadores se hallan en una posición de terrible responsabilidad. Han de trabajar en lugar de Cristo como mayordomos de los misterios del Cielo, animando a los obedientes y amonestando a los desobedientes” (Review and Herald, 11 de septiembre de 1913).

Llamado integral

“La predicación de la Palabra debe dirigirse al intelecto e impartir conocimiento, pero debe hacer algo más que esto. Las expresiones del predicador, para ser eficaces, deben alcanzar los corazones de sus oyentes” (Obreros evangélicos, pp. 158, 159).

La relación entre el mensaje y el mensajero es vital. La personalidad y el carácter de este ejercen tanta influencia sobre aquella como la condición de limpieza de un vaso afecta su contenido. Por eso, el sermón requiere la existencia de un predicador idóneo, capaz, adecuado. Elena de White se anticipó también a todo lo que los modernos eruditos de la homilética tienen para decir acerca de las características del predicador. Aquí están algunas de sus declaraciones.

Coherencia

“Hay peligro de que los ministros que profesan creer la verdad presente se queden satisfechos con presentar la teoría solamente, mientras que sus propias almas no sienten su poder santificador. Algunos no tienen el amor de Dios en el corazón para suavizar, amoldar y ennoblecer su vida” (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 518).

Refinamiento

“El comportamiento de un ministro que ocupa el púlpito debiera ser circunspecto, no descuidado. No debiera ser negligente en su actitud. […] Debiera ser ordenado y fino en el más alto sentido. […] Sus palabras debieran ser escogidas y su hablar correcto. Debieran descartarse para siempre las palabras precipitadas que usan con frecuencia los miembros que no predican el evangelio con sinceridad” (Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 622).

Gesticulación adecuada

“Cuando los ministros están en el púlpito, no tienen licencia para comportarse como actores teatrales, asumiendo actitudes y expresiones calculadas para causar efecto. No ocupen el púlpito sagrado como actores sino como maestros de verdades solemnes. Hay también ministros fanáticos, quienes, al intentar predicar a Cristo, causan conmoción, gritan, dan saltos y golpean el púlpito, como si estos ejercicios físicos fueran de algún provecho. Esas extravagancias no prestan fuerza a las verdades pronunciadas; sino, por el contrario, desagradan a hombres y mujeres de juicio claro y de conceptos elevados. Es el deber de los hombres que se dedican al ministerio dejar la conducta áspera y ruidosa, por lo menos, fuera del púlpito” (El evangelismo, p. 464).

Sin embargo, muchos no han entrenado sus voces de manera tal que puedan ser usadas en su capacidad más elevada. Jesús es nuestro ejemplo. Su voz era musical, y jamás la elevaba, forzando las notas mientras estaba hablando a las personas. Tampoco hablaba tan rápidamente, de manera que sus palabras no se encimaran unas sobre otras de tal forma que se hiciera difícil comprenderlo. Enunciaba con claridad cada palabra, y los que escuchaban su voz daban testimonio de que ‘jamás hombre alguno ha hablado como este hombre’ ” (Review and Herald, 5 de marzo de 1895).

Objetividad

“Preséntese el mensaje para este tiempo, no en discursos largos y complicados, sino en alocuciones cortas y directas. Los sermones largos agotan la fuerza del predicador y la paciencia de sus oyentes. El predicador que siente la importancia de su mensaje tendrá cuidado especial de no recargar sus facultades físicas ni dar a la gente más de lo que puede recordar” (Obreros evangélicos, p. 177).

La grandeza de nuestro llamado y la nobleza de la verdad que proclamamos nos imponen el deber de dedicar a Dios y a la tarea de la predicación nada menos que la excelencia. De esta manera, la bendición divina acompañará nuestros esfuerzos, haciendo que fructifiquen para la eternidad.

Sobre el autor: Editor de Ministerio, edición de la CPB.