Introducción

Una de las principales tareas del ministro consiste en tratar con la gente. Esto implica en gran medida ayudarle a solucionar sus problemas personales. De una manera u otra los hermanos esperan que su pastor les ayude en este sentido, sea mediante la enseñanza y la predicación en el templo, o sus visitas pastorales en el hogar, o en su estudio. Un número más reducido de feligreses, bajo la presión de sus problemas, buscará directamente al pastor para solicitar su consejo.

Ya sea que el pastor descubra que hay un problema como resultado de sus propias observaciones durante las visitas que le haga, o que la persona busque por sí misma el consejo del pastor, lo más difícil para éste es mantenerse dentro de los límites que le permitan proporcionar la mayor ayuda posible al afectado, límites constituidos por la línea tenue que existe entre aconsejar a una persona y entrometerse en su vida.

El pastor debe ser accesible

Esto quiere decir que se lo puede encontrar cuando se lo necesita. Los hermanos deben saber que el pastor siempre dispone de tiempo para atender sus consultas. Debe estar siempre listo para conversar con ellos.

Esto tiene que ver no sólo con sus horas de trabajo en el estudio, sino con su disposición para encarar el problema. Por sobre todo la gente debe sentir y saber que puede conversar con su pastor.

Por otro lado es difícil mantener una comunicación absolutamente sincera, libre de subterfugios, evasión y presunción. Tan pronto como se vuelve peligrosa nos envolvemos, como barcos de guerra, en una cortina de humo. Con un poco de experiencia el pastor puede captar esos constantes y casi imperceptibles movimientos de huida, aun en personas que acuden con la sincera intención de mostrarse tales como son. Pero es aún más importante descubrir esos movimientos cuando se producen en nosotros mismos. Mis colegas a menudo me preguntan: “¿Cómo hace usted para hablar tan íntimamente con todos?” La respuesta es no salimos por la tangente cuando la conversación comienza a entrar en profundidades, y estar listos en todo momento para encarar cualquier problema, cualquier pregunta, aunque sea indiscreta.

Es posible que el pastor no pueda resolver todos los problemas pero debe ser accesible en todo momento. El solo hecho de mostrar buena voluntad para escuchar induce al consultante a sentirse mejor y más seguro.

Aceptación del problema

Aprobar o desaprobar el problema, la reacción que produce, o la persona que lo presenta, es inmiscuirse. La relación correcta entre el pastor y quien lo consulta es la aceptación. Esto no significa estar de acuerdo con la reacción de la persona, ni justificar el pecado en caso de que lo haya, ni mucho menos desechar las convicciones básicas del pastor para concordar con las opiniones del consultante. Significa que se recibe y se aprecia a la persona tal como es, con todos sus problemas ‘El que recaba consejo necesita creer que se lo entiende y se lo acepta, a fin de tener libertad para comunicarse. Esto es muy diferente de aprobar o desaprobar un caso, una persona o un problema”. La persona debe ser consciente de esta aceptación, no porque el pastor se la comunique verbalmente, sino por la actitud de éste hacia ella.

No es fácil aceptar a las personas con problemas. El mismo consultante puede sentir cierto grado de hostilidad hacia la persona que le quiere ayudar. Su egoísmo le infunde rebeldía contra la idea de reconocer su fracaso. Esa actitud se refleja en el consejero, y la hostilidad despierta una reacción negativa en él. Por eso Wise dice: “La aceptación está basada en un afecto maduro (agápe) por las personas. Esta conduce a una relación que podríamos llamar de consejo creador”.

Gane la confianza del consultante

Trate de ganar la confianza de quien lo consulta. Este es el primer paso. Nada se puede hacer hasta que ésta esté bien fundada. Mientras no se manifieste, la conversación será más bien superficial, y el problema no se abordará o se lo diluirá con evasivas. Nadie puede revelar los aspectos más profundos e íntimos de su vida a menos que tenga confianza en la otra persona.

Al lograr que su consultante confíe en él, el consejero está aceptando a la persona, no porque esté de acuerdo con su manera de pensar o reaccionar, sino porque entiende o comprende que necesita apoyo, una ayuda en un mundo que desde su punto de vista se derrumba sobre él.

Si se logra esto el consultante debería entender que el consejero no lo maltratará, y que puede hablar con completa confianza. Más aún, debería entender que puede hablar de asuntos que generalmente no se tratan en reuniones sociales. El consejero, mediante su actitud debe decir, en efecto: “Usted puede hablar de lo que quiera, no importa si lo que diga es malo o bueno”.

Por supuesto que aquí entra a desempeñar su papel la escala de valores espirituales del consejero. Pero recordemos que en lugar de condenar el pecado y lo malo mediante un sistema dogmático -que es lo que hace la gran mayoría de las religiones-, el Evangelio ayuda a la gente a librarse del mal. Cristo dio el ejemplo supremo al aceptar a las personas sin participar de su condición pecaminosa. Por lo tanto, el consejero debe aprender a apreciar a las personas sin condenarlas, al recorrer el camino de la verdadera religión. Es el camino del entendimiento, de la “objetividad sin prejuicios”; es el camino de la “empatía”. La habilidad de “no juzgar” establece la diferencia que existe entre la verdadera religión y la religión egoísta. El supremo ejemplo lo tenemos en Jesús que dijo: “Ni yo te condeno” (Juan 8:11).

El arte de escuchar

Escuche con atención. En el proceso del aconsejamiento esto puede ser la clave de todo. La gran mayoría de los entendidos en la materia subraya la importancia de escuchar. Los libros de psicología, y especialmente los de psicología pastoral, tienen capítulos enteros dedicados a este aspecto, y se puede encontrar mucho material al respecto. Cabe destacar, sin embargo, dos facetas del asunto, que resumen en gran parte todo el proceso, al cual Drakeford llama: “El arte de escuchar a la gente”.

Escuche. Deje que el afectado hable, y que lo haga como quiera. Todas las preguntas o intervenciones del consejero deben estar encaminadas a aclarar el asunto, pero no deben desviar el hilo de la conversación; mucho menos cortar el impulso que tiene el que está hablando. El buen consejero debe aprender a escuchar. No es fácil hacerlo, pero sí es posible lograrlo. Para eso es necesario aprender a estar atento y en silencio.

“El silencio es importante al escuchar. La gente a menudo desea sentarse y pensar en presencia de otra persona. El buen escuchador se disciplina en estas situaciones y aprende a descubrir las ocasiones cuando debe permitir a la persona que solamente piense en su presencia”.

Interprete el sentimiento. Es importante escuchar las palabras, pero aún más importante es interpretar el sentimiento que expresan. Una frase puede indicar que la solución está en camino, o puede dar a entender que el consultante está manifestando hostilidad hacia el consejero o hacia otra persona, o aun que no quiere continuar hablando porque el consejero ha tratado de inmiscuirse en lo que a su juicio no le importa. Por eso es importante interpretar el sentimiento. .

El consejero aprende mucho del significado de las palabras cuando observa a la persona:

La expresión del rostro, los movimientos de las manos, el tono de la voz. Esta observación no implica estudiar minuciosamente al consultante, sino más bien permite que, como por casualidad su problema o carga total se perciba, como ocurre con los sentimientos que está expresando.

Wise llama a esto “entendimiento mutuo”, lo que quiere decir “que el consejero debe estar constantemente junto a la persona en sus sentimientos y actitudes. No debe estar delante ni detrás de ella. Debe tratar de ponerse a la altura de los sentimientos que el consultante está expresando”.

Sea discreto. No revele a otros las confidencias que se le hagan. Esto es muy importante tanto para el buen éxito del consejo que le dará a esa persona, como para el futuro de su ministerio. Publicar lo que se le contó en privado lo desacreditaría en gran medida. Por eso es indispensable que el pastor sepa guardar escrupulosamente los secretos. “Invitado continuamente a dar discursos públicos de una u otra clase, a menudo con poca o ninguna oportunidad para prepararse en forma adecuada, el pastor, frente a la presión de las circunstancias, puede ceder a la tentación de recurrir a su más reciente conversación privada para obtener ideas o ilustraciones”. Por lo tanto, debe hacer un esfuerzo consciente para evitarlo. La mente es muy ligera, y cualquier alusión, por más velada que sea, echará a volar el pensamiento de la gente, y correcta o incorrectamente, lo que es más dañino aún, se imaginará quién es la persona implicada y la situación en que se encuentra.

Exponer en público lo que se escuchó en privado es pecado grave para el consejero, a menos que haya conseguido permiso de antemano. Aun con la mejor intención, o como lección para otros que tienen problemas similares, puede causar más daño de lo que uno se imagina.

Por eso Oates sugiere que cuando el pastor cree que sería de mucho provecho usar determinada situación para exponerla en público, previamente debiera obtener permiso para hacerlo de parte de las personas involucradas.

Ayuda

Al mencionar la palabra “ayuda” la mente de muchas personas se llena con la idea de hacer algo en favor de los demás. En el caso que nos ocupa, eso es inmiscuirse y no ayudar. Muchas veces la mejor ayuda no es “hacer” algo, sino “decidir” algo. Y eso mayormente de parte del consultante.

Aún más, el propósito primordial del consejo no es lograr un cambio de conducta. Es crear las condiciones para que la persona comunique al consejero los problemas que tiene, de manera que pueda entenderlos y decidir por sí mismo qué desea hacer.

Está muy bien que el pastor haga lo que esté a su alcance para ayudar a su feligrés, pero está muy mal que en su afán de ayudarlo se inmiscuya en su vida. La ayuda se debe dar, y el feligrés debe recibirla, pero en ningún caso se le debe imponer o presionarlo para que la acepte. Si acepta una solución sólo por la presión ejercida sobre él, no recibirá una ayuda permanente, y la situación al final será peor que al principio. Por eso la ayuda siempre debe ser sensata.

Consejo sabio

Por supuesto que hay lugar para buenos consejos en el proceso de aconsejar. Pero el consejo debe ser una ayuda y no una intromisión en la vida y las decisiones de la otra persona. Uno de los aspectos más difíciles de este arte es saber cuándo dar un consejo que resulte de ayuda, y qué es realmente un consejo.

Es bueno que el pastor conozca algo de la ciencia llamada psicología, pero saber aconsejar es un arte, no una ciencia, aunque puede basarse en principios científicos. El aconsejar, en sí mismo, consiste siempre en tratar con la gente. El consejero necesita entender a la persona en un sentido profundamente emocional. También necesita entender la clase de relación que dicha persona mantiene con otras. Diagnosticar sobre la base de “complejos” o “mecanismos” no es comprender. Analizar a la gente a la manera de un psicólogo o un psiquiatra no es aconsejar. En este aspecto, tanto el teólogo como el psicólogo han cometido frecuentemente el mismo error: Han creído que al analizar a la gente basándose en abstracciones teológicas o psicológicas se la puede ayudar.

Es aconsejable que el pastor sepa psicología y psiquiatría, y debe saber teología. Pero también necesita desarrollar una manera de pensar y sentir acerca de las personas, que lo haga sensible a los aspectos más profundos de la comunión personal que debe mantener con ellas.

Lo que no es el consejo

Consideremos primero este asunto desde el punto de vista negativo.

No es sentenciar. Debido a su posición, en más de un sentido superior a la de su feligrés, el pastor se siente tentado a sentenciar. Luego de escuchar un poco, cree saber lo suficiente y sentencia: “Su problema es esto y lo otro. La solución es uno, dos y tres. Hasta luego”. El pobre feligrés sale asustado, y es muy posible que no regrese más. El pastor no lo ha ayudado; se ha entrometido en su vida.

No es predicar. Otra tentación del consejero es la de predicar en lugar de aconsejar. Cuando algo de lo que dice el consultante no concuerda con sus convicciones, se cree con derecho a darle un buen sermón de tres puntos con su conclusión, y hasta le extiende un llamado. Pero eso no es aconsejar. Por supuesto, el pastor no tiene que dejar a un lado su fe religiosa, ni echar por el suelo sus convicciones básicas y conceptos morales sino que, por encima de todo ello está la persona que ha venido a buscar la posible solución de su problema, y no un sermón más. Si hubiera tenido ese propósito, habría ido a cualquier templo durante la hora de los cultos regulares. El hecho de que venga al estudio del pastor a hablar personalmente con él, implica que desea y necesita ayuda especial.

No es criticar. Otra vez entra en juego aquí la escala de valores del consejero. En ese caso, cuando hay algo que a criterio del pastor es incorrecto, dice algo así: “Pero, ¿cómo se le ocurrió hacer o decir tal cosa? ¡Esto y aquello es lo peor que pudo haber hecho!” Ante esa crítica el consultante primero cierra todas las otras puertas de su ser interior, y luego llega a la conclusión de que el pastor se está metiendo en lo que no le importa.

No es moralizar. Rollo May lo afirma claramente cuando dice: “Es necesario poner énfasis en el principio de que el asunto del consultante debe ser tratado como un problema de salud mental y no de moralidad. Entonces ambos, consejero y aconsejado, serán capaces de considerar objetivamente el problema… Poniendo de lado lo superficial y una moralidad circunstancial, estarán en condiciones de llegar finalmente más cerca de una verdadera moralidad que perdurará”.

Esto tampoco quiere decir que el pastor justifica la inmoralidad, sino que acepta al consultante como una persona con problemas que necesita ayuda. Al moralizar, el pastor dice: “Hay un abismo entre usted y yo, y mientras usted no venga donde yo estoy, no podremos hablar”. Tal actitud equivale a entrometerse; no a ayudar. Tampoco es consejo.

¿Qué es en realidad el consejo?

¿Qué es si lo consideramos desde un punto de vista positivo? ¿En qué consiste un consejo sabio? Veámoslo:

Es manifestar confianza en el consultante. Aconsejar no es algo mecánico, “sino una conversación durante la cual dos personas tratan de aclarar los sentimientos, circunstancias y problemas de una de ellas, y concuerdan en que esto es precisamente lo que están tratando de hacer”.

El consejo sabio es una demostración de confianza en el consultante, de fe en su capacidad para sobreponerse a los fracasos y levantarse de las caídas.

El verdadero consejo se puede dar cuando un feligrés reconoce que algo está mal en su vida, cree que en alguna medida eso está dentro de sí mismo, y está convencido de que un profesional puede ayudarle a solucionar el problema en lugar de tener que tratar de hacerlo por sí mismo. La base del consejo reside, entonces, no en la intención y la actitud del pastor, sino en la buena disposición y la necesidad del consultante.

Si las palabras que se emplean para aconsejar demuestran una sincera confianza en el feligrés y en sus capacidades, le ayudarán mucho.

El lograr que el consultante vea las cosas desde un punto de vista positivo. Gran parte de nuestra vida, como Tournier lo sugiere, está encaminada a evitar errores. Se cree que quien comete errores es inferior, y que el hombre ideal es el que jamás cometió ninguno. Por eso, cuando alguien comete errores y tiene dificultades, la tendencia generalizada consiste en obligarlo a que se avergüence de la enormidad de su error. Pero el consejo sabio no consiste en señalar errores, sino en lograr que se los reconozca, y luego considerar los aspectos positivos de esa situación. La solución del problema no es evitar errores, sino hacer algo positivo.

Si el pastor puede lograr que la persona empiece a pensar positivamente y a mirar hacia adelante, estará en buen camino de ayudarla sin inmiscuirse.

Es presentarle posibles soluciones y dejarlo decidir. Finalmente, el ministro debe señalar las alternativas que tiene ante sí la persona. No quiere decir que le indicará lo que tiene que hacer, sino más bien evaluar las ventajas y desventajas de las posibles soluciones, para que finalmente él decida por su cuenta. En todo caso el ministro debe dejar que el feligrés decida qué solución adoptará. Él debe decidir y resolver su problema.

En esto consiste el consejo sabio: No en decir a la persona lo que debe hacer, sino mostrarle lo que puede hacer y dejarla que decida por sí misma, mediante el empleo de su propia capacidad. .

Conclusión

La intromisión es uno de los peligros más serios y una de las tentaciones más poderosas que el ministro tiene que enfrentar cuando quiere desempeñar su papel de consejero. La tenue línea que separa el verdadero consejo de la intromisión se puede rebasar con suma facilidad.

Por eso el pastor, llamado a atender problemas de toda índole y en todo momento, debe aprender a tratar esos asuntos correctamente, es decir, brindando toda la ayuda posible, pero sin entrometerse en la vida o las decisiones de la persona que busca su ayuda.

Al aprender a ser accesible, al aceptar a la persona tal como es, al valorar el problema en la medida que éste afecta al consultante, al estar listo para brindar la ayuda correcta en el momento oportuno, y ser capaz de dar un consejo sabio en todo sentido, el pastor podrá brindar a sus feligreses una ayuda incalculable, y más que todo permanente, sin llegar a inmiscuirse en la vida y las decisiones de ellos.