“No descuides el don que hay en ti”.
Timoteo estaba pensando en desistir. Se sentía desanimado. Su iglesia estaba peligrando mientras ciertos individuos se presentaban como eruditos de la ley, desafiando su ministerio y su autoridad. Pablo, por otro lado, no respondió cambiándolo de lugar; por el contarlo, insistió en que permaneciera allí: “Como te rogué que te quedases en Éfeso, cuando fui a Macedonia” (1 Tim. 1:3). Aparentemente, Pablo y Timoteo ya habían dialogado sobre el asunto anteriormente.
Estamos ante un pastor desanimado, que necesitaba escuchar palabras de ánimo. ¿Qué orientaciones transmitió Pablo a Timoteo, y qué lecciones podemos aprender de sus consejos?
Pablo respondió al dilema de Timoteo, instruyéndolo para que implementara un código doméstico para la iglesia: “Como te rogué que te quedases en Éfeso, cuando fui a Macedonia, para que mandases a algunos que no enseñen diferente doctrina, ni presten atención a fábulas y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que edificación de Dios que es por fe, así te encargo ahora. Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida” (1 Tim. 1:3-5).
El objetivo del código de Pablo era la producción del “amor nacido de corazón limpio y de buena conciencia, y de fe no fingida”. El apóstol comienza confesando su antigua falta de fe, y la respuesta de amor del Señor en el derramamiento de la fe y del amor (1 Tim. 1:12-17). Esto garantizó a Timoteo que cualquier deficiencia que pudiese experimentar no era única, y podría ser superada a través de la intervención del Señor.
El problema de Timoteo
¿Cuál era el problema que enfrentaba Timoteo? Lo encontramos implícito en los siguientes versículos: “Este mandamiento, hijo Timoteo, te encargo para que, conforme a las profecías que se hicieron en cuanto a ti, milites por ellas la buena milicia, manteniendo la fe y la buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos” (1 Tim. 1:18, 19).
Pablo elogia a Timoteo por causa de su fe y buena conciencia, pero deja implícito que, tal vez, le faltaba un corazón inmaculado. El apóstol continúa afirmando que otros, tales como Himeneo y Alejandro, tenían problemas con la fe y la conciencia (1 Tim. 1:19; 4:1-4). Estos acallaron su propia conciencia y, como resultado, abandonaron la fe. Timoteo no tenía ese problema. Su deseo de dejar Éfeso no era el resultado del abandono de la fe. Solo quería salir de Éfeso, sin abandonar a su Señor ni el ministerio, sino salir de aquella iglesia.
El apóstol Pablo no incentiva la apertura pública del corazón de Timoteo, sino que le permite la oportunidad de cuestionar privadamente el estado de ese corazón. ¿Esto significa que no había ningún indicio de solución pertinente al estado del corazón de Timoteo y su voluntad de abandonar el trabajo en Éfeso? Para Pablo, la clave para ser un soldado cristiano de éxito incluía la conservación del deseo de satisfacer al oficial que lo reclutó, en lugar de enredarse con negocios ajenos a su misión principal (2 Tim. 2:3, 4).
En 1 Timoteo 6:6 al 12, Pablo describe el engaño de las riquezas y los destructivos efectos del amor al dinero, ejercidos para contentar a la persona. Concluyó con una apelación, en particular, para Timoteo: “Huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” (vers. 11). En la segunda epístola, incluso instruye a Timoteo para que huya de “las pasiones juveniles” y que deseche “las cuestiones necias e insensatas”, animándolo a perseguir las cualidades de un “corazón limpio”: “la justicia, la fe, el amor y la paz (2 Tim. 2:22, 23).
El asunto de la autoridad
Por otro lado, Pablo no es directo con Timoteo. Toda familia opera dentro de un código que define el papel y la posición de cada uno de sus miembros, ya sea esposo, esposa, hijo, padre, madre o siervo.[1] El jefe de la casa establece las reglas. Y Pablo estableció el código familiar para la iglesia de Éfeso en su primera epístola a Timoteo. Al hacerlo, afirmó su liderato en la iglesia (1 Tim. 1:5, 18). El apóstol era el conductor de esa familia cristiana, y Timoteo, el mayordomo. Para poder recibir su corona, tenía que competir según el código de Pablo.
¿Cuáles eran las reglas que estableció Pablo para la iglesia en Éfeso? Encontramos dos bloques de instrucciones que Timoteo debía implementar (1 Tim. 2:1-3:13; 5:1-6:2). En 1 Timoteo 2:1 al 8, Pablo instruyó que los hombres oren con las manos levantadas, “en todo lugar”. En una situación en que los hombres se involucraban en disputas innecesarias, tal práctica, si se implementaba fielmente, proveería un camino espiritual que los apartaría del conflicto. Se hace más difícil estrangular a nuestro hermano si nuestras manos están levantadas en dirección a Dios.
Las mujeres de la iglesia fueron instruidas acerca de la modestia en el vestir, y se les prohibió hablar en caso de enseñanza (1 Tim. 2:9-15). Tal obligación debe ser interpretada dentro del contexto vivido por Timoteo. No enfrentaba un conjunto coherente de pensamientos, sino charlatanerías insignificantes que no requerían el desarrollo de una réplica teológica bien fundamentada (1 Tim. 1:4, 6, 7; 4:1-3, 7; 5:13; 6:3-5). La respuesta de Pablo para aquellas mujeres que, en la iglesia, vagaban desocupadas, fue prohibirles enseñar o ejercer autoridad.[2] En verdad, dio un paso más allá y les ordenó llamarse al silencio.
En 1 Tim. 3:1 al 13, Pablo establece criterios para los ancianos y los diáconos. La competente implementación de reglas dentro de las propias familias es tomada como un factor que indica su buena voluntad de ayudar a Timoteo en la implementación de los criterios de Pablo en la familia local de Dios (1 Tim. 3:5, 12, 14, 15). Las instrucciones posteriores incluyen el tratamiento que debía darse a las viudas y a los ancianos, al igual que a la manera en que debían relacionarse esclavos y amos (1 Tim. 5:1-6:2).
Las normas son claramente detalladas para la situación local. Debemos señalar el efecto que la receptividad de tales reglas ejerció sobre el ministerio de Timoteo. Le dieron la oportunidad de reajustar la agenda de la iglesia, al igual que la de él mismo, restablecida bajo la autoridad de Pablo. Para él, rechazar la implementación de las reglas era rechazar a Pablo. En situaciones de crisis, las reglas son el mejor aliado del pastor.
El consejo de Pablo para que Timoteo trabajara de acuerdo con las reglas suscita dos preguntas: La primera, es la cuestión de la supremacía. En esa situación en que Timoteo quería dejar Éfeso, la reivindicación de Pablo de la supremacía pudo haber sido un alivio oportuno. Para Timoteo, la responsabilidad final de Éfeso y sus problemas no era suya. Pero, ¿qué decir si las cosas fueran favorables?
Cuestión de reglas
La segunda pregunta es acerca de las reglas. En una época de tantas demostraciones de autosuficiencia y de deconstrucción de las fuentes de autoridad, ¿he comenzado a reescribir las reglas en mi favor? No es propio de nuestra naturaleza seguir las reglas de los demás. Dos veces, Pablo instó a Timoteo, “delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles elegidos”, que guardara los consejos, observándolos con imparcialidad (1 Tim. 5:21; 6:13, 14). También le llamó la atención hacia el hecho de que “el labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero” (2 Tim. 2:6). Esta advertencia trae a colación dos interrogantes: ¿Qué le estaba impidiendo trabajar? ¿Cuál era el trabajo que debía ser realizado? El clamor que Pablo hizo por renovados esfuerzos presupone que Timoteo había desacelerado su trabajo. Por otro lado, podemos darle el beneficio de la duda y asumir que el problema no era sencillamente indolencia; su dedicación a Pablo, como compañero, a lo largo de los años, puede argumentar contra ello. Una posible pista del problema de Timoteo reside en el recordatorio que Pablo le hizo del don que anteriormente recibiera. Ese don le fue otorgado en el mismo tiempo en que fueron hechas las profecías: “Este mandamiento, hijo Timoteo, te encargo para que conforme a las profecías que se hicieron en cuanto a ti, milites por ellas la buena milicia” (1 Tim. 1:18).
En este punto de la epístola, la naturaleza de esas profecías permanece oculta, al igual que la fuente de ellas. Posteriormente, Pablo liga la expresión de tales profecías a la recepción del don por parte de Dios: “No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio” (1 Tim. 4:14).[3]
Cualquiera que haya sido el don, estaba en peligro de ser descuidado. Y en 2 Timoteo 1:6 al 9, Pablo da un paso más allá de su comentario, identificando sus propias manos como las que fueron impuestas sobre Timoteo cuando este recibió el don.
Debemos notar la íntima asociación entre la recepción del don y su transmisión a través de agentes humanos, como Pablo y los ancianos. La carne y la sangre de la iglesia son el medio a través del cual los dones son conferidos; todo intento de no reconocer esos agentes traerá como resultado que la persona base su autoridad espiritual solamente sobre la percepción de su relación con Dios. Evidentemente, Dios trabaja en el ámbito individual, pero no pasa por alto el colectivo. La dificultad de este equilibrio causó que la iglesia primitiva estuviera atestada de estrictos reglamentos, encontrados en la Didajé, antiguo documento cristiano, para determinar la diferencia entre los verdaderos y falsos apóstoles o profetas.[4]
Claramente, Timoteo necesitaba tomar conciencia de que tenía un don especial y, como resultado de eso, sufrió una crisis de confianza. Se avergonzó del evangelio y, así, descuidó su trabajó. En su respuesta, Pablo lo exhortó a desechar todo sentimiento que pudiese haber alimentado y que reafirmase el don que poseía, que había recibido a través del propio apóstol. De ese modo, también le fue reafirmada la confianza que le tributaba la iglesia, a pesar de las dificultades experimentadas. ¿Por qué Timoteo había descuidado su don? La respuesta puede ser encontrada en la necesidad por la que Pablo le había recordado que era un soldado que corría peligro de ser distraído por los negocios terrenales.
Claramente, Timoteo necesitaba tomar conciencia de que tenía un don especial y, como resultado de eso, sufrió una crisis de confianza. Se avergonzó del evangelio y, así, descuidó su trabajó. En su respuesta, Pablo lo exhortó a desechar todo sentimiento que pudiese haber alimentado y que reafirmase el don que poseía, que había recibido a través del propio apóstol. De ese modo, también le fue reafirmada la confianza que le tributaba la iglesia, a pesar de las dificultades experimentadas. ¿Por qué Timoteo había descuidado su don? La respuesta puede ser encontrada en la necesidad por la que Pablo le había recordado que era un soldado que corría peligro de ser distraído por los negocios terrenales.
¿Cuál fue el trabajo al que había sido llamado Timoteo? En la respuesta a esta pregunta, dos etapas del ministerio profético, sugeridas por G. K. Beale, se muestran bastante útiles. La primera incluye el acto en que los profetas entregaban su mensaje “de manera racional y homilética, exhortando a la audiencia con respecto a sus pecados y recordándoles su historia pasada. [5] Los profetas usan diferentes formas de advertencia, cuando la audiencia se resiste al abordaje. Llegan a utilizar “símbolos y parábolas” para captar la atención de la audiencia.[6] En lugar de predicar la Palabra, la simbolizan.
Jehová hizo uso de este método en su trato con Israel, cuando le pidió a Isaías que simbolizara el resultado de la confianza israelita, en Egipto y Etiopía, caminando descalzo durante tres años (Isa. 20:1, 6). O en su relación con Judá, cuando le pidió a Jeremías que rompiera un cinto nuevo como símbolo de la manera en que él puede dañar el orgullo (Jer. 13:1-11). Ezequiel fue llamado a simbolizar el futuro de Judá, acostándose sobre su lado izquierdo durante trescientos noventa días, seguidos por cuarenta días proféticos sobre el lado derecho (Eze. 4:1-8).
¿En qué etapa se encontraba Timoteo en este proceso? Ya había alcanzado la primera etapa, según lo reflejado en las repetidas amonestaciones de Pablo para que enseñe y predique la Palabra. Pablo llama la atención de Timoteo hacia su enseñanza, a fin de que sea “apto para enseñar […] que corrija con mansedumbre a los que se oponen” (2 Tim. 2:24, 25), y continúe en lo que aprendió de Pablo predicando, independientemente de las consecuencias (1 Tim. 4:16; 2 Tim. 2:24, 25; 3:10-14; 4:1-3). Timoteo debía presentarse a Dios “aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la Palabra de verdad” (2 Tim. 2:15). O sea, Pablo lo llama de regreso a lo básico: un ministerio de enseñanza y de predicación.
Un corazón limpio
Poniéndome en los zapatos de Timoteo, me pregunto: ¿Cómo estoy haciendo el trabajo más básico del ministerio pastoral; es decir, el de enseñar y predicar? ¿Acaso me he permitido distraer por otras actividades dignas?
Cuando enseño y predico, ¿lo hago con la confianza que proviene del hecho de que soy dotado por Dios, con dones que fueron reconocidos y reafirmados por sus agentes humanos? Al responder a esta indagación, necesito considerar la base de mi despertar a esos dones. Si esto es una percepción individualizada, que reposa solo en los pensamientos y los sentimientos personales, corro el riesgo de convertirme “primero, en acusador de mis hermanos; luego, acusador de Dios y, finalmente, el desesperado acusador de mí mismo”.[7]
Sin duda Timoteo, independientemente de su llamado, tenía algunos asuntos que debía abordar; todos nosotros, como pastores, independientemente de nuestro llamado, también los tenemos. Vamos, pues, a aprender de estas lecciones y crecer en nuestro pastorado, recordando siempre hacerlo todo con “amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida”.
Sobre el autor: Pastor de distrito en Nottingham, Inglaterra.
Referencias
[1] P. H. Towner, Dicríonary of Paul and His Letters [Diccionario de Pablo y sus canas] (G. F. Hawthorne, Leicester, Inglaterra: IVP, 1993), pp- 417-419.
[2] James Brooks y Carlton Winbery, Syntax of New Testament Greek [Sintaxis del griego del Nuevo Testamento] (Lanham, MD: University Press of America, 1979), p. 87.
[3] El concilio de ancianos representa el equivalente antiguo cristiano para el concilio de judíos, liderado por sacerdotes y escribas (Luc. 22:66; Hech. 22:5).
[4] Aarón Milavec, The Didache: Text, Translaríon, Analysis, and Commentary [La Didajé: Texto, traducción, análisis y comentario] (Collegeville, MN: Litúrgical Press, 2003), pp. 27-33; Gerd Theisses, Sociology of Early Palestinian Christianity [Sociología del cristianismo primitivo de Palestina] (Filadelfia. PA: Fortress Press, 1977), pp. 8-16.
[5] G. K. Baele, The Book of Revelation [El libro de Apocalipsis] (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1999), p. 237.
[6] Ibid.
[7] Dietrich Bonhoeffer, Life Together [La vida juntos] (Londres: SCM Press, 1954), p. 16.