Abriéndose paso entre la multitud, Alfredo se me acercó y me dijo: —Necesito hablar urgentemente con usted. —Por supuesto —le dije— Vea a mi secretaria y haga una cita. Al día siguiente llegó con su esposa, Lucy, en busca de consejo.
—Nuestro matrimonio está arruinado —dijo lamentándose—. Lucy me ha sido infiel y yo también a ella. Pero todavía la amo. Además, tenemos una hijita de 4 años, y por amor a ella quisiera salvar nuestro matrimonio. Por otra parte, siento que ya no hay nada entre nosotros y que debemos divorciarnos.
Alfredo creía la doctrina adventista, pero durante sus seis años de matrimonio no había llegado a conocer a Jesús. Lucy, hija de un pastor adventista, se había casado con Alfredo contrariando el consejo de sus padres. Ahora había un abismo de separación, entre ellos, y ambos estaban lejos de Dios.
Al final de la tercera sesión de terapia familiar, Alfredo y Lucy firmaron su “contrato” personal que contenía una dedicación mutua concerniente a su relación matrimonial. También dedicaron sus vidas, decidieron bautizarse y empezar una nueva perspectiva cristocéntrica en su hogar restaurado.
La agonía de una mujer
—Quiero morir —me dijo una dama en confianza—. Nunca me he sentido amada. Cuando tenía 4 años de edad, mi madre me dejó en un orfanatorio. Cuando crecí encontré a un hombre con el cual me casé, pero ahora me odia. Incluso mis hijos me rechazan. ¿Qué puedo hacer? Temo hablar con mi pastor —me daría vergüenza y nunca más podría mirarle de frente.
En las dos horas que duró la sesión con aquella mujer comprendí perfectamente que su problema involucraba a toda la familia. Le prometí visitarles el siguiente domingo, sólo para enterarme que el esposo había salido de casa con el único propósito de evitar encontrarse conmigo. Esperé un par de horas hasta que regresó. Inmediatamente tuvimos una sesión familiar en la cual todos experimentaron el deseo de aceptarse y reconciliarse. Tuve la oportunidad también de dar terapia emocional a toda la familia. Cuando salí de aquella casa, Jesús reinaba de nuevo y la familia entera se regocijaba en el perdón que él otorga.
La búsqueda de Ramón
—He tratado de suicidarme dos veces —me dijo Ramón, mostrándome las cicatrices en sus muñecas—. Estoy totalmente confundido y desorientado.
Ramón, que había crecido en un hogar adventista, se había trasladado hacía poco a los Estados Unidos. Sus padres le habían impuesto el perfeccionismo, por lo cual él odiaba a la iglesia. Le dije que yo era madre de cuatro jóvenes de su edad y que comprendía lo que le pasaba. Esto lo animó a abrir su corazón y a expresar todas las frustraciones de su niñez.
En nuestra segunda sesión le presenté a Jesús como la clave para resolver problemas personales. Le expliqué cuánto nos ama y se interesa en nuestra felicidad. Mediante su sacrificio en la cruz logró libertarnos del pecado, y que la salvación que nos ofrece es real y gratuita.
Cuando Ramón comprendió esto, un nuevo horizonte se abrió ante él. Pidió el bautismo y ha comenzado una nueva vida en Cristo Jesús, llena de gozo y gratitud.
Dios también usa a las mujeres
Elena G. de White escribió: “Sólo el método de Cristo será el que dará éxito para llegar a la gente. El Salvador trataba con los hombres como quien deseaba hacerles bien. Les mostraba simpatía, atendía a sus necesidades y se ganaba su confianza. Entonces les decía: ‘Seguidme’[1]
El ministerio familiar fomenta este tipo de método en la ganancia de almas. La sesión de consejería privada y la visitación a los hogares han sido un método que he usado eficazmente para alcanzar a la gente necesitada, escuchando con simpatía sus problemas, ganando su confianza, y finalmente guiándolos a los pies de Jesús y su plan para sus vidas. Por la gracia de Dios, durante los últimos doce meses he visto a 155 almas bautizadas como resultado de seis campañas evangelísticas de carácter familiar. Además, 523 personas se han graduado de nuestro Curso Bíblico de Vida Familiar, y 238 se han inscrito en las clases bautismales de las iglesias locales.
Bien dijo Elena G. de White: “Las mujeres pueden ser instrumentos de justicia, que presten un santo servicio… La influencia refinadora y suavizadora de las mujeres cristianas se necesita en la gran obra de predicar la verdad”[2]
Ayudar a las familias a que hagan de Cristo el centro de sus vidas gana almas para el reino de los cielos mientras produce beneficios prácticos en los hogares de la tierra.
Referencias:
[1] El ministerio de curación (Buenos Aires: Casa Editora Sudamericana, 1976), pág. 142.
[2] Evangelismo (Buenos Aires: Casa editora Sudamericana 1973) pág 345.