“¡No te preocupes, todo va a salir bien! Va a ser un niño. Él va a crecer, estudiar Teología, se transformará en un pastor y les predicará el evangelio a muchas personas antes de que Jesús regrese”. Por qué ella dijo eso o cómo lo sabía, yo no lo sé. Lo que sí sé es que me transformé en un pastor. Un pastor muy feliz. He ejercido mi ministerio con alegría, motivado por la proximidad de la segunda venida de Cristo.
¡Ser pastor es algo extraordinario! Tener la certeza de que se forma parte del ministerio pastoral no por decisión propia, ni por haber estudiado Teología, ni por haber recibido la invitación de un campo misionero, sino porque recibí un llamado directamente del Señor, otorga a mi ministerio placer, pasión y alegría.
¡Ser pastor me permite mirar hacia atrás con gratitud! Gratitud a Dios por el llamado, por la confianza y por su dirección. Gratitud a mi amada iglesia, que siempre ha cuidado todos los detalles para que yo sea feliz en el ministerio. Gratitud a mis líderes, que cultivan la paciencia hacia mí. Gratitud a mi familia, que me ha acompañado en los momentos buenos y en las horas difíciles. Gratitud a los miembros de la iglesia, que siempre me motivan con su dedicación, pasión y compromiso.
¿Cómo no mirar atrás con gratitud, cuando me acuerdo de todo lo que me enseñaron los hermanos humildes, moradores de las márgenes del río Amazonas? Personas simples, con un corazón enorme. Muchos no sabían ni leer ni escribir, pero sabían reverenciar al Dios creador. ¿Cómo no mirar hacia atrás con gratitud, al recordar los años bendecidos en Rosario y Tucumán (República Argentina), Montevideo (República Oriental del Uruguay), y la República del Perú, entre tantos otros lugares? Tampoco puedo olvidarme de los tiempos como profesor, capellán y pastor de la amada iglesia de la Universidad Adventista del Plata, ¡comunidad llena de jóvenes que contagian a otros jóvenes!
¿Cómo no ponerme feliz al mirar hacia atrás y ver las iglesias que el Señor me permitió construir? Ver a aquellos que tuve el privilegio de bautizar, diciéndome con emoción cuando nos encontramos: “¡Mi pastor!”? Ver a jóvenes que tuve la oportunidad de enviar a nuestra universidad, y ¡hoy son profesionales y misioneros en diferentes partes del mundo!
Ser pastor me permite vivir feliz. No hay trabajo más gratificante que ser un ministro del Señor. Despertar cada mañana seguro de que el Espíritu Santo me acompañará. Comenzar cada día teniendo la seguridad de que encontraré a alguien para ayudar. Ver el sol que surge en el horizonte mientras mi esposa prepara el desayuno. Saber que en el momento en que comienzo mi día de trabajo, mis hijos también estarán sirviendo a la iglesia de alguna manera. Sí, todo eso y mucho más hacen que mi ministerio sea feliz y lleno de significado.
Ser pastor me permite contemplar el futuro con esperanza. ¡Cuán alegre seráaquel día glorioso cuando veremos unapequeña nube en el cielo, que aumenta subrillo más y más a medida que se aproximaa la Tierra! ¡En ella estará nuestro Salvador,acompañado por millares de ángeles, quevendrá para buscarnos! Sí, espero ansiosoque ese día llegue, cuando Jesús dirá: “Bien,buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel,sobre mucho te pondré: entra en el gozode tu Señor” (Mat. 25:21). No quiero estarsolo ese día. Mi deseo es que mi esposa,mis hijos, mis familiares y las personas a lasque enseñé la Palabra también estén allá.
Todo lo que sabía antes de transformarme en pastor era que cuando nací mi madre y yo casi morimos. Diagnosticada con un grave problema de salud, no podría tener más hijos, pero quedó embarazada de mí. Entonces, los médicos la orientaron para que se sometiera a un aborto; sin embargo, después de mucha lucha, oración y ayuno, ella decidió no realizarlo. El día de mi graduación en Teología, ella me contó que mi abuela paterna, una fiel cristiana, cuando supo de su decisión de asumir el riesgo, le dijo: “¡No te preocupes, todo va a salir bien! Va a ser un niño. Va a crecer, estudiar Teología, se transformará en un pastor y les predicará el evangelio a muchas personas antes de que Jesús regrese”.
Si mi abuela sabía eso porque Dios se lo dijo, yo no lo sé. Lo que sí sé es que me transformé en un pastor y he intentado llevar a Cristo a cuantas personas pude, porque quiero verlo regresar muy en breve. Gracias, Señor, por hacer de mí un “pastor con pasión”. Y ¡muchas gracias porque puedes hacer lo mismo con aquellos que están leyendo este testimonio!
Sobre el autor: director de Desarrollo Espiritual del Sanatorio Adventista del Plata, República Argentina.