El empleo de lo mejor de nuestro tiempo y de nuestra habilidad en la causa de Dios bendecirá y transformará a la gente

Salomón escribió: “Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas” (Ecl. 9:10). Me gusta meditar en este versículo y, al hacerlo, he rescatado numerosas lecciones para mi vida. Veo en él una orden de Dios para nosotros.

Como resultado de una cultura que durante años predicó que la mujer debía permanecer callada, y actuar solo en la esfera doméstica, muchas damas todavía se retraen cuando se las enfrenta con la oportunidad de volverse las manos ayudadoras de Dios. Al hacerlo, se privan de un privilegio incomparable: participar junto con el Señor en el progreso de su causa.

El texto enseña claramente que todo lo que llega a nuestras manos se debe hacer, y no ofrece la opción de determinar si estamos disponibles o no para llevar a cabo la tarea: es categórico al decir que todo lo que llegue a nuestras manos debe ser hecho conforme a nuestros dones y capacidad; y también implica que debemos entregar lo mejor de nosotros. Jesús espera que seamos sus colaboradoras. Hay mucho que hacer, y necesitamos ofrecer nuestros dones y talentos para el cumplimiento de la misión que se nos ha confiado. Se podrá alcanzar a mucha gente, y así se la bendecirá, a fin de que se transformen por medio de nuestra participación.

No hace mucho tiempo leí un relato que destacaba el hecho de que una determinada cantidad de dinero puede representar mucho o poco según dónde se la emplee y con qué motivo. Reflexioné al respecto, y llegué a la conclusión de que eso se aplica a casi todo en nuestra vida; en especial, en lo que tiene que ver con el uso del tiempo. Entonces resolví parodiar libremente ese texto que había leído:

¿No es extraño que el tiempo a veces demora tanto en pasar, y otras huye de nuestras manos sin que nos demos cuenta cómo se fue? Parece que fue ayer, no más, cuando me casé, y ya pasaron siete años.

¿No es extraño que a veces las agujas del reloj insisten en no avanzar cuando estamos en la fila frente a la caja del banco, y cómo corren veloz mente cuando nos disponemos a dormir una reparadora siesta?

¿No es extraño cuán lentamente avanza el tiempo cuando tenemos dolor de muelas, y cómo vuela cuando finalmente conseguimos salir para cenar con la persona amada?

¿No es extraño que no tengamos tiempo para salir con nuestros hijos y compartir con ellos, y cómo sobra cuando deseamos ver un partido de fútbol en plena madrugada? Realmente, es extraño.

Pero, ¿no parece extraño que nuestra agenda esté siempre repleta, sin dejar tiempo para la familia, y cómo sí hay tiempo de sobra para reuniones extraordinarias convocadas por los “jefes”?

¿No es extraña la forma en que dedicamos tiempo a tantas cosas, y no reservamos nuestro mejor momento para Dios y para participar en las actividades de su iglesia? Si, necesitamos dedicar lo mejor de nuestro tiempo a fin de participar en la misión salvadora de Dios en la tierra, haciéndolo todo según nuestras fuerzas y habilidades.

Sobre el autor: Psicóloga. Esposa de pastor en la Asociación del Sur de Bahia, Rep. del Brasil.