“Donde no hay insatisfacción ni se desea algo mejor; donde no hay sufrimiento, tampoco hay mucho lugar para la acción”.-James D. Berkley.
En un estudio publicado en 1996 en Christianity Today, se demostró que las razones por las que los pastores dejan el ministerio o se sienten inducidos a renunciar son las siguientes: el 46% dejó el ministerio debido a conflictos en la visión que tenían de sí mismos y la iglesia; el 38% por causa de conflictos personales entre ellos y los líderes de sus congregaciones; el 32% por causa de las expectativas exageradas que había con respecto a ellos; el 24% porque sus propias expectativas no eran claras; el 22% por conflictos personales con miembros de la iglesia en general; y el 21% por diferencias teológicas.
Estas estadísticas nos recuerdan algunos de los peligros del ministerio; también nos advierten acerca del carácter destructivo de los conflictos que desembocan en hostilidad que, por lo común, no termina en reconciliación. Afortunadamente, a los cristianos no nos agradan los conflictos. Esperamos que nuestras iglesias sean comunidades de reconciliación y sanidad.
Al mismo tiempo, tenemos que reconocer el poder de lo negativo. Creemos que los conflictos son anticristianos, y que podemos promover la paz evitándolos o no hablando de ellos. Pero, a pesar de nuestro temor a los conflictos y de nuestro deseo de evitarlos, la verdad es que existen y que están aquí para quedarse.
En general, es difícil para nosotros hacer frente a los conflictos en la iglesia, especialmente si son entre personas o grupos de personas. Al parecer, representan lo contrario de todo lo que predicamos: una fuerza que divide a la gente en vez de unirla.
Esperamos que los conflictos se produzcan fuera de la iglesia. Podemos aceptar que exista tensión entre la iglesia y el mundo, pero, si hay contiendas dentro de la iglesia, eso nos perturba. Porque muchos de esos conflictos revelan debilidad, por una parte; y, por la otra, incapacidad para vivir a la altura de las expectativas que implica la luz que hemos recibido y nuestro llamado a compartirla con el mundo.
El aspecto constructivo de los conflictos
Antes creía que todos los conflictos en la iglesia eran de origen diabólico y motivados por el adversario. Como si fueran incendios provocados por un siniestro pirómano, tenían como fin destruir a la iglesia desde adentro, y cualquier miembro o pastor que participara de alguna manera en ellos era un instrumento del diablo y necesitaba que se lo vigilara de cerca.
Pero la experiencia me ha enseñado otra cosa: al estudiar los conflictos que aparecen en la Biblia, he llegado a considerarlos en forma más positiva. Si los examinamos desde un punto de vista espiritual, los conflictos pueden fortalecer a la iglesia y unificar a la hermandad.
Si descubrimos la naturaleza de los conflictos, eso nos ayudará a manejarlos antes de que nos abrumen. Los conflictos tienen que ver con el reconocimiento de ciertas dificultades, su difusión y su resolución. Cuando los examinamos a la luz de las Escrituras, no necesariamente producirán conmoción ni destrucción alguna, y se los puede encauzar hacia fines constructivos.
Se trata de un proceso que, en sí mismo, es sólo neutral, porque parte del caos y conduce hacia la reconciliación. Llega a ser valioso o amenazante, según la manera en que la gente experimenta su capacidad de vincular lo anterior con lo nuevo. Los conflictos bien administrados pueden mantener nuestras iglesias vibrantes y en pleno crecimiento. James D. Berkley cree que “donde no hay insatisfacción, ni se desea algo mejor; donde no hay sufrimiento, tampoco hay mucho lugar para la acción. Una iglesia que experimenta cierta tensión y conflicto es una iglesia viva”
Cómo se resolvían los conflictos en la Iglesia del Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento nos presenta varios modelos de resolución de conflictos que llevaron a la reconciliación, la sanidad y el fortalecimiento de la iglesia, y a la proclamación del evangelio en unidad, por parte de los que previamente estuvieron implicados en el conflicto.
El capítulo 15 del libro de los Hechos relata un episodio de la vida de Pablo y Bernabé, quienes habían regresado de un largo viaje misionero para llevar el evangelio a los gentiles. Los cristianos de origen judío no reconocieron el éxito que habían logrado, porque, según ellos, nadie se podía salvar si no se circuncidaba primero. Descartaron todas las conversiones conseguidas por medio del trabajo de Pablo y Bernabé. En la iglesia de Antioquía se produjo, entonces, una gran disensión.
Este conflicto teológico y social tuvo la virtud de dividir a la joven iglesia cristiana. Pero un sabio administrador asumió el control de la situación, y nombró a Pablo, a Bernabé y a algunos más para que fueran a Jerusalén, a fin de consultar a los apóstoles y los ancianos.
Los apóstoles escucharon los argumentos de los dos bandos. Entonces, Pedro se levantó para apoyar la posición que podríamos llamar “la conexión gentil” Santiago propuso que los apóstoles y los ancianos redactaran una carta que, en esencia, les ofrecería a los gentiles “la diestra de la comunión”, con la condición de que se apartaran “de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre” (Hech. 15:20).
Así se logró un razonable convenio que produjo la solución del conflicto sin que hubiera ni ganadores ni perdedores. Los apóstoles y los ancianos de Jerusalén -los reconocidos dirigentes de la iglesia-, decidieron administrar una iglesia abierta y no cerrada; es decir, apoyaron la actitud de Pablo y Bernabé. De este modo, bajó el nivel de las emociones provocadas por el conflicto; se superó la actitud estrecha que había producido esa situación perjudicial; se generó confianza. El resultado fue la resolución del conflicto.
Lo que llevó a este conflicto a una conclusión satisfactoria y unificada no fue solamente la recomendación de los apóstoles, que finalmente satisfizo a todo el mundo. Aunque no podemos subestimar la importancia de la parte que desempeñaron los apóstoles en Jerusalén, o la prudencia de la recomendación, el crédito se debe dar a la generosidad de la iglesia que, junto con Bernabé y Pablo, dio los pasos necesarios que condujeron finalmente a una pacífica solución.
Los principios aplicados en Hechos 15
En primer lugar, hicieron un esfuerzo genuino para aclarar tanto como se pudiera los aspectos teológicos del conflicto en cuestión. Al hacerlo, le pusieron límites y evitaron que se extendiera.
McSwain y Treadwell llaman a esto “análisis para la solución de problemas” Es la etapa en la que “el grupo avanza hacia una decisión”. En esta etapa, se analizan todos los hechos, los sentimientos y las opiniones que se hayan logrado reunir acerca del conflicto. A continuación, se consideran las posibles soluciones. Cuando dio ese paso, la iglesia de Jerusalén evitó con éxito que un conflicto importante se convirtiera en algo personal. Mantuvieron siempre presente, durante el conflicto, la prioridad de la solución. Su misión y su propósito eran más importantes que sus opiniones personales, y que determinar quién tenía razón y quién no la tenía.
En segundo lugar, la iglesia local, junto con Pablo y Bernabé, respetó la autoridad superior del cuerpo. Si no hay respeto por esa autoridad superior, especialmente en casos de conflicto, será difícil aceptar sus recomendaciones y, más aún, solicitar su ayuda para que el conflicto llegue a un buen fin.
El modelo de Hechos 6
Otro modelo bíblico de resolución de conflictos se encuentra en Hechos 6. Los cristianos helenistas (que no eran oriundos de Judea y que hablaban griego) se quejaban de que no se atendía bien a sus viudas cuando se distribuían las ayudas de beneficencia. Alegaban que se favorecía a las viudas de Judea.
De nuevo, Pedro desempeñó un papel destacado como árbitro en este conflicto. Presentó el plan, inspirado por el Cielo ciertamente, de nombrar a laicos para que administraran los planes de beneficencia, de manera que los apóstoles se pudieran dedicar plenamente al ministerio. Esta propuesta “agradó […] a toda la multitud” (vers. 5).
Este conflicto tenía relación con principios, y tenía fuertes connotaciones étnicas. Se lo resolvió de manera positiva, porque ni Pedro ni los demás apóstoles asumieron una actitud defensiva. Escucharon las quejas, y presentaron una decisión aceptable. Como resultado, la iglesia se fortaleció y se dedicó más a su misión específica.
Lamentablemente, no todos los conflictos que aparecen en las Escriuras terminaron por mantener la unidad del conjunto. Por ejemplo, en Hechos 15:36-41, Pablo y Bernabé discutieron acaloradamente entre ellos con respecto a si debían llevar o no a Juan Marcos en su segundo viaje misionero. Marcos los había abandonado durante el primer viaje; por eso, Pablo consideraba que no era apto para la tarea. Bernabé veía las cosas de manera diferente. Ninguno de los dos dio su brazo a torcer. El resultado fue una resolución diferente. Pablo eligió a Silas como su compañero, y Bernabé se fue con Juan Marcos.
Aunque los apóstoles se fueron por caminos diferentes, esta resolución resultó beneficiosa para la iglesia: Pablo y Bernabé promovieron la expansión de la obra y, con el tiempo, su conflicto terminó. Esto significa que el fin de ciertos conflictos consiste en que cada parte siga su camino. Esto no es necesariamente malo, ni significa que se esté yendo contra el Espíritu; en cambio, puede constituir una bendición para la iglesia, porque se promueve la difusión del evangelio y el bienestar de todos los implicados.
En el caso de una separación, sin embargo, siempre debemos tener presente que la división de la iglesia puede resultar devastadora para ella y para los que participan en el conflicto. Esas divergencias se deben considerar cuidadosamente.
Debemos analizar si la separación finalmente promoverá el éxito o no de la obra del Señor, y si las heridas realmente se están curando. Porque si el conflicto crece hasta que la gente se vuelve agresiva, se ataca entre sí, recibe y causa heridas profundas, o si a algunos de ellos se los calumnia, se sentirán humillados.
Esas experiencias emocionales negativas pueden producir heridas en la mente de los afectados, y fomentar una actitud hostil y vengativa. Cuando eso ocurre, se crea un ambiente en el que la gente pierde el respeto a la organización y a su autoridad, y eso debilita la fe en las fuerzas espirituales que mantienen unida a la iglesia. Cuando el conflicto avanza en esa dirección, los líderes deben saber cómo dirigir su curso para llevarlo a una resolución adecuada, de manera que se conserve la unidad y el respeto por las opiniones de los demás.
Una dinámica que va más allá del conflicto
Para evitar el peligro del crecimiento de un conflicto, Pablo nos aconseja: “Quítese de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efe. 4:31, 32). Si las autoridades y los miembros de una iglesia siguen este consejo espiritual, la comunidad estará libre de conflictos.
Pablo también exhortó enfáticamente a la congregación de Corinto para que buscara la unidad y evitara los conflictos. Les dijo: “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer” (1 Cor. 1:10).
Aunque los conflictos puedan constituir la ocasión para que nuestro intercambio de ideas sea franco, esa franqueza nunca debe ofender ni agredir. Cuando nos atacamos, pasamos de la franqueza a la ofensa. Respetemos a nuestros oponentes y evitemos agredirlos verbal o físicamente. Es fundamental que cada cual recuerde el consejo de Pablo y que haya respeto mutuo, para que el conflicto llegue a una resolución favorable. A veces, es muy difícil lograr ese ideal, pero, como cristianos, nuestra meta debe ser siempre mantener unida a la iglesia y conservar la vida espiritual, a pesar de los conflictos y las situaciones adversas.
Consideremos una vez más el caso de Pablo y Bernabé, como ejemplo de un conflicto que alcanzó una sana resolución. Aunque se separaron y siguieron caminos diferentes, no perdieron de vista su propósito, ni su misión ni su amor por el cuerpo de Cristo. En vez de permitir que las diferencias personales les impidieran trabajar, siguieron avanzando con entusiasmo y tuvieron éxito en la obra del Señor.
El claro mensaje que nos da este episodio es que, cuando la resolución de un conflicto termina con la formación de un nuevo grupo de creyentes, éste no debe independizarse del resto de la iglesia ni manifestarle hostilidad. La causa de Dios no debe sufrir por causa de un conflicto; al contrario, debe expandirse y crecer, porque todos compartimos una misión común, que va más allá de nuestros intereses personales.
La resolución de un conflicto que da como resultado que la gente se separe del cuerpo de Cristo y alimente una actitud hostil, no es lo que Dios espera de nosotros, no importa de qué conflicto se trate. La reconciliación de Pablo y Bernabé es un ejemplo que todos debemos seguir. Las heridas que se infligieron por fin sanaron, al punto de que pudieron mantener una relación sana durante el resto de su ministerio. También, con el tiempo, cambió la opinión de Pablo acerca de Marcos, cuando éste se manifestó idóneo para la obra (2 Tim. 4:11). Y la iglesia, de esta manera, prosperó.
No es necesario que los conflictos terminen en hostilidad, ni en confrontación ni en gestos acusadores. El carácter cristiano no admite venganzas, ni faltas de respeto ni maledicencias. El consejo de Pablo conserva su vigencia: “Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviera queja contra el otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas, vestios de amor, que es el vínculo perfecto” (Col. 3:13, 14).
Tendremos una gran ayuda para la resolución de conflictos si recordamos los siguientes puntos:
1. El hecho de discrepar puede llevar a los individuos y las organizaciones a cambios de paradigmas, que finalmente pueden generar un genuino crecimiento.
2. La discrepancia puede revelar la necesidad de cambios. Los líderes maduros le darán la bienvenida, porque los obliga a evaluar sus propias creencias y a introducir cambios positivos donde hagan falta (Prov. 18:15).
3. La discrepancia puede ayudar a los hombres a ser más tolerantes con los puntos de vista opuestos a los de ellos. Aprender a aceptar diferentes puntos de vista sin que provoquen reacciones hostiles es una característica importante del dirigente que ha alcanzado la madurez (Prov. 21:23).
El pastor eficaz asimila la verdad que se encuentra en un dicho popular, según el cual a veces es conveniente “estar de acuerdo en discrepar” Cuando así lo hace, el pastor también aprende a evitar el desarrollo de una actitud crítica, aunque los demás sean criticones, y manifiesten hostilidad hacia él.