Todos los hechos e ideas generadoras de conflictos en una congregación deben ser examinados a la luz de lo que significan, y cómo se relacionan con la misión de la iglesia.
Los conflictos y las divisiones destruyen la fe y minan la influencia del testimonio cristiano en la comunidad. Algunas iglesias que han tenido una gran historia con respecto a la evangelización y el crecimiento han sido diezmadas por las disensiones y las facciones, y hoy son sólo una sombra de lo que fueron.
Donde haya dos o más personas existe la posibilidad de un conflicto. Y la iglesia está formada por personas. Con frecuencia la gente entra en conflicto como consecuencia de ideas y opiniones divergentes, o de objetivos y ambiciones que se contraponen, o preocupaciones o necesidades diversas. La posibilidad de que haya conflictos nunca desaparecerá. Siempre estará presente, lista para terminar relaciones, para dividir, confundir y destruir todo lo sagrado.
La iglesia siempre debe estar lista para participar activamente en el ministerio de la reconciliación. Formamos parte de una nueva creación, de una comunidad de amor, que vive en respuesta a la oración de Jesús: “Pero no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno” (Juan 17:20, 21). Somos un pueblo profético, capacitado por el Espíritu Santo para proclamar por la palabra, la acción y el ejemplo el mensaje de redención y reconciliación de Cristo.
Para que un grupo de personas pueda recibir el nombre de iglesia debe ser un reflejo de la primera asamblea que se reunió en el cenáculo, donde hubo oración, comunión y unidad.
LOS CONFLICTOS Y LA GENTE
Ningún conflicto es necesariamente malo. El conflicto que se maneja, se discute, se trata y se resuelve puede ser bueno. Ese tipo de conflicto da oportunidad para el crecimiento y los cambios creativos. Por otra parte, el conflicto que se ignora y se lo deja a un lado puede destruir la unidad, impedir el crecimiento y producir un ministerio ineficaz.
Todos los conflictos son causados por personas. No es algo que comienza y se desarrolla en el vacío. El apóstol Santiago da algunos indicios acerca de la clase de gente especializada en crear conflictos en una congregación y participar en ellos. Para comenzar, hace una pregunta retórica: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros?” (Sant. 4:1). Acto seguido responde y nos informa que los conflictos en la iglesia son causados por los siguientes tipos de personas:
Gente egoísta. Santiago señala el egoísmo como una de las fuentes de conflictos en una congregación. Se refiere a “las pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros” (vers. 1); usa palabras y expresiones como “codiciáis”, “matáis” y “ardéis de envidia” (vers. 2); “pedís mal”, “para gastar en vuestros deleites” (vers. 3). En todas estas declaraciones está implícito el “yo”. Los conflictos se producen cuando alguien pone sus ideas, pensamientos y motivos personales por encima de lo que es mejor para toda la congregación.
Gente enojada. Otra fuente de conflicto en la iglesia es la ira o el odio. La marca registrada de una iglesia en su más perfecta manera de servir al mundo es el amor. Pero aquí Santiago nos habla de cristianos que se pueden matar los unos a los otros con el odio (de forma figurada, por cierto). Cuando un cristiano manifiesta odio hacia otro hermano en la fe puede estar manejando mal su ira. Los psicólogos emplean un término técnico, “transferencia, cuando se refieren a esta orientación equivocada de las emociones.
La transferencia ocurre cuando alguien está enojado con otro o con algo, pero expresa ese enojo contra otra persona o cosa. Por ejemplo, una esposa puede estar reprimiendo la ira que le provoca su esposo, pero inconscientemente la dirige hacia el pastor o hacia algún miembro de la iglesia. Por lo general, el pastor y la iglesia son blancos seguros de la ira, porque ofrecen muy poca o ninguna represalia. Muchos de los conflictos de la iglesia son la consecuencia de que alguien que está enojado busca a otro u otros para desahogarse. No es raro que la misma iglesia, el pastor o cualquier otro se conviertan en el blanco de la ira transferida.
Gente con problemas emocionales. La experiencia de la salvación no implica necesariamente la solución instantánea de todos los problemas sentimentales y físicos de la gente. Los pecados están perdonados, pero la condición física es la misma de antes. Lo mismo sucede con los desórdenes mentales y emocionales. La depresión, la ansiedad y los temores a veces persisten junto a otros problemas relacionados con una salud mental y emocional deficientes.
En el primer versículo del capítulo que estamos considerando, Santiago se refiere a “las pasiones que combaten en vuestros miembros” y causan conflictos en la congregación. El resultado de esto puede ser devastador.
PARTICIPACÍON DE LA CONGREGACIÓN
No hay pautas que nos ayuden a predecir qué clase de iglesia está en peligro de tener un conflicto. Cualquier iglesia, de cualquier tamaño: grande, chica o mediana, puede tener conflictos. Las iglesias que están creciendo como consecuencia de sus ministerios de evangelización, atención pastoral y discipulado han sido víctimas de turbulencia interior y conflictos. Las congregaciones dinámicas y visionarias inevitablemente tendrán problemas y desafíos.
Con frecuencia, los conflictos aparecen cuando algunos individuos, algunas comisiones o grupos se ven obligados a luchar con los diversos aspectos de un ministerio dinámico. Por otra parte, las iglesias menores, sin preocupación por el crecimiento, a veces se vuelven apáticas y se acomodan al statu quo. Como resultado de esto, los miembros se enfrentan entre sí y comienzan a fustigarse.
En cuanto explota un conflicto hay que hacer todo lo posible para resolverlo inmediatamente. Cuando eso se hace con una actitud de sumisión y amor, los creyentes se unen y la misión de la iglesia vuelve a ocupar el foco, y se la volverá a tomar con ánimo redoblado. Todo conflicto puede llegar a ser una experiencia positiva si se lo resuelve y capitaliza como una oportunidad de crecimiento. Los resultados serán más grandes que los esfuerzos llevados a cabo para lograr una solución: la unidad de los creyentes y un concepto renovado acerca de la misión de la iglesia.
EL CAMINO DE LA SOLUCIÓN
Los problemas que surgen en una congregación no necesitan ser destructivos. En cuanto aparecen, debemos darles una nueva dirección. Las siguientes sugerencias pueden ayudar a manejarlos y resolverlos.
Enfrente el conflicto en su etapa inicial. Intentar ignorarlo y evitar enfrentarlo puede ser desastroso. Con el transcurso del tiempo el conflicto tiende a crecer y a diseminarse. Esperar que se resuelva solo o que se diluya es lo mismo que esperar que un cáncer se cure solo. Los conflictos no tratados, al igual que los tumores no tratados, inevitablemente terminan en la destrucción. Con calma, pero de forma franca y directa, debemos admitir la existencia del conflicto, identificar sus matices y enteramos de quiénes están implicados en él.
Elija a alguien para que maneje el conflicto. Este administrador debe ser una persona espiritualmente madura, bien aceptada por las partes en conflicto. Debe conocer los procedimientos implícitos en el manejo de un conflicto en la iglesia. No debe tomar partido, sino que debe actuar con naturalidad con respecto a los diversos aspectos del problema. En primer lugar, la persona elegida debe estar preocupada por la responsabilidad de llevar adelante el proceso y de manejar los detalles de la disputa, con miras a lograr una solución satisfactoria. Actuará más como moderador o presidente de comisión, y obrará con lealtad, transparencia, honestidad y sensibilidad.
Elija un secretario. Se puede elegir un secretario capaz y espiritualmente maduro para tomar nota de los detalles, ayudar en la aplicación de los procedimientos y recordar las conversaciones a medida que el proceso avanza hacia su solución final.
Reúna información. El administrador y el secretario deben entrevistar a todas las personas implicadas, en un esfuerzo para conseguir informaciones importantes. En lugar, hora y fecha convenidos, las personas se pueden encontrar para oír y dar a conocer su visión del asunto, y sus preocupaciones.
Esos encuentros no son ocasiones para discutir acerca del problema. Por el contrario, es la oportunidad de oír y reunir información. Eso les permitirá a los administradores de la crisis estar bien informados para cuando comience la siguiente etapa de la administración del conflicto.
Planifique la siguiente reunión. Después de dar los pasos anteriores, con toda la información en la mano, fije fecha, lugar y horario para que los implicados en la disputa estén juntos y conversen acerca del problema. Hay que hablar con cada persona y hay que conseguir su conformidad con la planificación hecha. Este procedimiento permitirá que cada cual se sienta importante y respetado, y con cierto dominio sobre el proceso.
La reunión. El moderador debe llegar a tiempo y saludar a todos con una sonrisa y unas palabras de sincero aprecio. Eso contribuirá a disminuir la sensación de ansiedad y a que cada cual se sienta cómodo. Cuando todos estén presentes, el moderador debe dar comienzo a la reunión con algunas palabras de bienvenida, y con una oración para pedir la presencia de Cristo y la dirección de su Espíritu. También debe decir cuál es el propósito del encuentro, mientras hace una breve historia de los sucesos que lo motivaron.
A continuación deberá describir los procedimientos que se seguirán como, por ejemplo, indicar quién hablará, en qué momento y por cuánto tiempo, etc. Se podrán permitir interrupciones cuando la persona que está hablando se desvíe del tema, se refiera a lo que ya fue acordado o se pase del tiempo previsto. La persona que originalmente expresó las ideas que produjeron el conflicto, o que haya sido directamente responsable de su iniciación, será la que hable primero. Después, todos los implicados tendrán oportunidad de expresarse.
Una vez que todos hayan hablado, el moderador debe dar el primer paso para lograr la solución, leyendo la declaración de misión de la iglesia local, o el propósito de la existencia de la comunidad. Todo hecho e idea que parezcan contribuir a la solución del conflicto se deben examinar a la luz de su relación con lo que representa la declaración de misión y su cumplimiento. En ese contexto, se debe buscar un consenso que ayude a resolver el conflicto.
Pueden ser necesarias otras reuniones para analizar cualquier remanente de la discordia, aplicando los mismos procedimientos empleados para la solución del conflicto. El fundamento de la misión debe ser la estrella guiadora de la iglesia en su testimonio y su ministerio en favor de Cristo.
El GRAN OBJETIVO
Cualquier conflicto que exista en una iglesia puede ser administrado y resuelto a plena satisfacción. Cuando la iglesia estaba unida en el aposento alto recibió el fuego del Espíritu Santo. Esa experiencia la condujo a un poderoso y convincente testimonio de su fe. Jesús dijo: “Edificaré mi iglesia” (Mat. 16:18), y oró: “Para que todos sean uno… Padre… para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:21).
Sobre el autor: Doctor en Ministerio, pastor de la iglesia de Mitchellville, Maryland, Estados Unidos.