Consejos para gestionar conflictos en la iglesia local.

El término “conflicto” ha sido comprendido como “una disonancia (tensión o antagonismo) interpersonal y/o intrapersonal intensa entre dos o más partes en relación con objetivos, necesidades, deseos, valores, creencias y/o actitudes incompatibles”.[1] Por ejemplo, en el diccionario de la Real Academia Española, la palabra también es definida como combate, lucha, pelea, situación desgraciada y de difícil salida.[2]

Los conflictos forman parte de la humanidad desde la entrada del pecado en el mundo. Debido al egoísmo que pasó a reinar en el corazón, el ser humano ha buscado el triunfo en todas las situaciones posibles. Podemos constatar situaciones conflictivas en escenarios que van desde un simple debate relacionado con asuntos triviales hasta cuestiones complejas ligadas al poder, al dinero y al territorio.

Conflictos en la Biblia

El primer conflicto descrito en las Escrituras tuvo lugar en el Edén. Aunque no esté narrado de un modo explícito, es la causa primaria de todas las discordias posteriores. Se caracterizó por el distanciamiento, por la falta de confianza, el intento de exención de responsabilidad, el deseo de supremacía y, como consecuencia, culpa y relaciones rotas. De todos los conflictos narrados en la Biblia, el principal es la gran controversia entre el bien y el mal, entre Cristo y Satanás (Gén. 3; Apoc. 12).

La experiencia de la primera pareja revela el elemento generador de conflictos: la intromisión del enemigo en la relación entre el hombre y la mujer, y en la relación de ambos con su Creador. La discordia se estableció cuando Eva se distanció de su compañero y quedó susceptible a oír a un tercero. La duda se implantó en el corazón y ella comenzó a cuestionarse si Dios estaba realmente en lo correcto al prohibirle disfrutar de algo que podría ser bueno.

Todo lo que siguió fue trágico y doloroso: Eva culpó a la serpiente, e indirectamente responsabilizó al Señor por aquella tragedia; Adán, el compañero amado, se convirtió en el acusador de su propia esposa e intentó librarse de su culpa; un animal inocente fue la víctima, al ser inmolado para cubrir la desnudez de la primer pareja; ellos fueron expulsados del Paraíso; el planeta sufrió los efectos de la Caída y, para empeorar las cosas, Adán y Eva vieron el odio nutrido en el corazón de su hijo mayor, lo que lo llevó a asesinar a su propio hermano.

Así como otros relatados en las Escrituras, este primer conflicto revela que toda divergencia necesita ser identificada, mediada y resuelta, para que no llegue a causar graves consecuencias a las partes involucradas.

En el Nuevo Testamento, el libro de Hechos retrata una seria divergencia entre los fieles poco después del inicio de la iglesia cristiana. Lucas afirma que “en aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria” (Hech. 6:1). ¿El motivo? Las viudas de habla griega creían no estar siendo atendidas correctamente por los cristianos de habla hebrea. Así, el conflicto tenía que ver con una cuestión étnica, aunque el mensaje central del evangelio anunciado por la iglesia fuese la salvación a todos los habitantes del mundo.

Elena de White comentó esta situación diciendo: “Sucedió que, habiendo crecido el número de discípulos, logró Satanás despertar las sospechas de algunos que anteriormente habían tenido la costumbre de mirar con envidia a sus correligionarios y de señalar faltas en sus jefes espirituales. Así, ‘hubo murmuración de los helenistas contra los hebreos’. El motivo de la queja fue un supuesto descuido de las viudas griegas en el reparto diario de socorros. Toda desigualdad habría sido contraria al espíritu del evangelio; pero Satanás había logrado provocar recelos. Por lo tanto, era indispensable tomar medidas inmediatas que quitasen todo motivo de descontento, so pena de que el enemigo triunfara en sus esfuerzos y determinase una división entre los fieles”.[3]

No obstante, Dios utilizó la crisis para dar entendimiento a los apóstoles sobre la necesidad de organización, para que la iglesia prosperase cada vez más y de forma ordenada. “Los apóstoles reunieron a los fieles en asamblea, e inspirados por el Espíritu Santo expusieron un plan para la mejor organización de todas las fuerzas vivas de la iglesia. Dijeron los apóstoles que había llegado el tiempo en que los jefes espirituales debían ser relevados de la tarea de socorrer directamente a los pobres, y de cargas semejantes, pues debían quedar libres para proseguir con la obra de predicar el evangelio. Así que, dijeron: ‘Busquen pues, hermanos, siete varones de buen testimonio, llenos de Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales pongamos en esta obra. Y nosotros persistiremos en la oración, y en el ministerio de la palabra’. Los fieles siguieron este consejo, y por oración e imposición de manos fueron escogidos solemnemente siete hombres para el oficio de diáconos”.[4]

Por lo tanto, las crisis forman parte de la experiencia humana y pueden servir como punto de partida para nuevas oportunidades, siempre que sean bien gestionadas.

Conflictos en la iglesia

La iglesia está compuesta por diferentes tipos de personas: miembros de diferentes edades y culturas, niveles de madurez, educación y experiencia espiritual. No podemos olvidar que el enemigo siembra la cizaña, y esta tiene apariencia de trigo y vive con el trigo, pero no es trigo (Mat. 13:25-32). Esa variedad de características puede convertirse en un elemento generador de conflictos, pero también puede ser un factor de aprendizaje y desarrollo de la paciencia y el perdón, si es encarada con humildad y optimismo.

Generalmente, los conflictos en la iglesia contemporánea surgen por diferentes motivos: disputas por cargos, ambición de poder o estatus, desacuerdos doctrinales o administrativos, ausencia de planificación, liderazgo débil, falta de compromiso o reconocimiento, sobrecarga de actividades, mala gestión de los recursos financieros, difamación, entre otras causas.

Cuando hay divergencias entre los miembros de iglesia, todos se perjudican. Aun las personas que no están directamente involucradas son afectadas por causa de la vergüenza y la difamación del nombre de Cristo. La misión y el crecimiento de la iglesia dependen de las buenas relaciones, y cuando hay conflictos estos son tremendamente perjudicados.

Aprender a solucionar los conflictos, por lo tanto, debe ser una de las prioridades del pastor. La ausencia de buenos métodos en la resolución o la administración de divergencias puede perjudicar las relaciones y los ministerios de la comunidad.

Generalmente, es muy alto el precio que se paga por los conflictos no resueltos en la iglesia. Ellos debilitan la vitalidad espiritual de los involucrados, desvían el foco de la misión, interrumpen la comunicación, provocan decisiones unilaterales que producen alineación y desconfianza, cambian la unidad por divisiones, transforman amigos en enemigos, vuelven negativo el testimonio, causan infidelidad en los diezmos y las ofrendas, llevan a algunos a abandonar la fe, aumentan la tensión en los que permanecen, reducen o aniquilan los ministerios vitales y perjudican la reputación de la iglesia en la comunidad.

¿Cómo resolverlos?

A continuación, presento algunas sugerencias prácticas para lidiar con los conflictos interpersonales en el contexto de la iglesia. Admite que, aun siendo cristianos, todos somos susceptibles al error. “No podemos decir cuánto alcance puedan tener nuestras palabras tiernas y bondadosas, nuestros esfuerzos semejantes a los de Cristo para aliviar alguna carga. Los que yerran no pueden ser restaurados de otra manera que por el espíritu de mansedumbre, amabilidad y tierno amor”.[5]

Nunca dejes un conflicto sin solución. Normalmente, cuando existen conflictosque involucran a los miembros de iglesia,ninguna de las partes siente que es su debertomar la iniciativa de buscar a la otraparte para dialogar y resolver la cuestión.Le toca entonces al pastor o al líder utilizarel sentido común y, principalmente, discernimiento espiritual, para encontrar la solución al problema, teniendo en cuenta que una iglesia dividida no prospera. Dejar una divergencia sin solución puede acarrear consecuencias desastrosas para la vida espiritual de los afectados y causar daños terribles a la obra de Dios.

Utiliza siempre el diálogo para resolver los conflictos. La conversación es el mejorcamino para llegar a un denominador comúnen los desencuentros. Un dicho popular enel ambiente jurídico dice que “es mejor unmal arreglo que un buen juicio”. El pastor o ellíder de iglesia debe llevar a la congregacióna la comprensión de que la resolución de losconflictos es imprescindible para las buenasrelaciones entre hermanos. Es inconcebiblela idea de que, para resolver diferencias,los cristianos debemos buscar la justicia común. Dios promete conceder sabiduríae iluminación del Espíritu Santo a todos losque buscan una solución para sus conflictosinterpersonales con corazón sincero. “Lablanda respuesta quita la ira; mas la palabraáspera hace subir el furor” (Prov. 15:1).

Acepta la solución encontrada. La solución deseada no siempre será la solución posible. La iglesia está compuesta por seres humanos, cada cual con su personalidad singular. Lo que es satisfactorio para uno puede no serlo para otro. Por eso, tenemos la necesidad de estar constantemente en comunión con Dios, rogando por sabiduría divina para solucionar las demandas de la iglesia del Señor.

Ten disposición a solucionar el problema. La mansedumbre (Gál. 6:1), la humildad (Sant.4:10), la inclinación a perdonar (Efe. 4:31, 32)y la paciencia (Sant. 1:19, 20) son característicasque Cristo desea que comuniquemosa sus hijos. Son elementos esenciales parareconstruir las relaciones quebradas y transformarlasen relaciones duraderas.

Considera tu ámbito de actuación. Es necesario que el pastor o el líder tenga conciencia de que las cosas pueden salirse de control cuando se trata de solucionar conflictos. Aunque hagas lo que sea posible y necesario, la situación puede llegar a un punto que no debas sobrepasar. Hay que respetar ese límite, incluso para preservar la salud emocional.

Cuida que el conflicto no se propague. La divergencia puede crecer hasta proporciones catastróficas, incluso insolubles, si se propaga y más personas toman conocimiento de ella. Generalmente, algunos toman partido, favoreciendo a unos sobre otros; surgen comentarios exagerados y de desprecio, y el dolor puede aumentar, lo que causa heridas que demoran en cicatrizar. La mejor actitud es buscar directamente a los involucrados e invitarlos a un diálogo franco y abierto, bajo la dirección del Espíritu del Señor.

No temas pedir ayuda. “En la multitud de consejeros hay seguridad” (Prov. 11:14). Puede haber situaciones en las que sea necesaria la presencia de otras personas con más experiencia, o incluso profesionales de áreas específicas, para encontrar una solución. Por lo tanto, no dudes ni vaciles en pedir ayuda.

Conclusión

Mientras estemos en la Tierra tendremos que batallar con divergencias en la iglesia, pues nuestra comunidad está formada por personas portadoras de su naturaleza pecadora y egoísta. No obstante, la mejor herramienta a nuestra disposición es el diálogo, y la mejor actitud siempre será el perdón.

Los conflictos son oportunidades que tenemos para ejercitar el perdón y avanzar. El perdón, sin embargo, antes que un sentimiento, es una decisión. Existen situaciones en las que es necesario decidir perdonar y, a partir de allí, se produce el sentimiento en el corazón. Tal vez, una de las mayores fuentes de conflictos, tanto en la iglesia como fuera de ella, sea el buscar en los demás un ideal de conducta de acuerdo a nuestra medida. Necesitamos buscar la unidad sin olvidarnos de que la diversidad confiere belleza al cuerpo de Cristo. Cuando comprendamos eso, estaremos maduros para ser promotores de la paz. “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mat. 5:9).

“ ‘Dios no es Dios de disensión, sino de paz; como en todas las iglesias de los santos” (1 Cor. 14:33), y quiere que hoy día se observe orden y sistema en la conducta de la iglesia, lo mismo que en tiempos antiguos. Desea que su obra se lleve adelante con perfección y exactitud, con el fin de sellarla con su aprobación. Los cristianos han de estar unidos con los cristianos y las iglesias con las iglesias, de suerte que los instrumentos humanos cooperen con los divinos, subordinándose todo agente al Espíritu Santo y combinándose todos en dar al mundo las buenas nuevas de la gracia de Dios”.[6]

Sobre el autor: Doctor en Teología, es profesor en la Facultad de Teología del Instituto Adventista Paranaense, Brasil.


Referencias

[1] Stella Ting-Toomey, “Toward a Theory of Conflict and Culture”, Communication, Culture and Organizational Processes (Thousand Oaks, CA: Sage, 1985), p. 72.

[2] Diccionario Real Academia Española, “conflicto”, en https://dle.rae.es/?id=AGHyxGk

[3] Elena de White, Los hechos de los apóstoles (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009), pp. 73, 74.

[4] Ib.d., p. 74

[5] Elena de White, Testimonios para la iglesia (Miami, Florida: APIA, 2008), t. 5, p. 577.

[6] Elena de White, Los hechos de los apóstoles (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009), p. 80.