—¡Qué bendita experiencia es volver a estar con los obreros de Dios después de tantos años solitarios de alejamiento! —me decía un anciano sentado frente a mí en la mesa de un hotel. Ambos asistíamos a una junta de unión. Al cabo de unos treinta años de alejamiento de sus hermanos, este ex dirigente en Israel por fin estaba “de vuelta en el hogar” con el pueblo de Dios. Durante los días que trabajamos y oramos juntos, una vez y otra expresó el gran gozo que llenaba su corazón al estar de nuevo en comunión con “los hermanos”.

Mi nuevo amigo había llevado pesadas responsabilidades en la causa de Dios. Había sido presidente de una de las grandes uniones en el extranjero. Repentinamente surgieron malos entendidos. Se pronunciaron difamaciones contra su administración. Se resintió la confianza, y pronto el abatido dirigente no pudo llevar más la carga. Se alejó. Él no me contó estos detalles. Estaba demasiado gozoso por haber sido restaurado en la comunión con “los hermanos”. Otros amigos me revelaron estos hechos en los intervalos entre las reuniones de junta.

¡Quién puede saber las horas solitarias, las angustias, la batalla contra el resentimiento que tuvo que soportar este abatido hombre de Dios durante treinta años! ¡Todo porque se había destruido la confianza!

 “Satanás… sabe que si él puede hacer que el hermano vigile al hermano en la iglesia, alguno se sentirá tan descorazonado y desanimado que abandonará su puesto de deber” (Testimonios para los Ministros, pág. 189). Qué triste es cuando los hombres tienen quebranto de corazón y aflicción de espíritu a causa de la falta de bondad y confianza hasta el punto de alejarlos de la obra y a veces hasta de la iglesia. Cuánto necesitamos que haya confianza entre los hermanos en las filas de nuestros obreros.

Hace un tiempo llevé a cabo una serie de reuniones de reavivamiento en una de nuestras iglesias. Veinte años antes, dos hermanos habían perdido la confianza el uno en el otro. Durante esos largos años apenas se habían hablado. Se criticaban el uno al otro frente a sus amistades. Fue algo terrible. Dividió a los feligreses, y se formaron dos bandos. Eso ocasionó un enorme mal a la causa de Dios. Estoy agradecido por lo que el Espíritu de Dios hizo por esos dos miembros alejados el uno del otro durante las dos semanas de reavivamiento. Se abrazaron mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, y quitaron las antiguas barreras que los separaban. De cuánta bendición resultó para la iglesia la restauración de la confianza.

Mientras leía un diario de Salisbury, The Rhodesia Herald, encontré esta significativa declaración: “La confianza es nuestra necesidad”. La había formulado el primer ministro de Rhodesia del Sur hablando ante el Rotary Club de Salisbury. Estas cinco palabras se grabaron profundamente en mí. “La confianza es nuestra necesidad”. Constituyen un mensaje que desafía a los obreros de la causa de Dios. Debido a lo avanzado de la hora, a causa de la inminente venida de nuestro Maestro, debido a la tarea sin terminar, no hay otra cosa que necesitemos más, como obreros, que confianza en Dios y los unos en los otros. Esta declaración del ministro me hizo recordar las siguientes palabras del apóstol Pablo: “No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón” (Heb. 10:35). Este consejo dado a los hebreos del primer siglo de esta era, no ha perdido vigencia para los obreros adventistas de nuestro tiempo.

Vivimos días de tensión y ansiedad. El mundo está sumido en una guerra fría debido a la falta de confianza internacional. La sospecha atormenta las mentes de los dirigentes del mundo. No se encuentra una base para edificar la confianza entre el Oriente y el Occidente. Cualquier cosa que propone una de las partes es rechazada por la otra. Ambos bandos se acusan de planes siniestros. La angustia y la aflicción se han instalado en diversos lugares a causa de esta situación.

Esta falta de confianza entre los dirigentes del mundo tiene un efecto desastroso sobre los nervios de la gente. ¡Pero cuánto más hay que lamentar cuando tales sentimientos se introducen entre los miembros y los obreros de la causa de Dios! El Movimiento Adventista es un movimiento internacional. Une a diferentes razas y a distintos tipos de personalidad y disposición que se manifiestan entre sus representantes. Cuán importante es que recordemos que ante todo somos cristianos, no importa cuál sea nuestra bandera o raza. Debe existir confianza entre nosotros, como seguidores del Señor Jesucristo.

Para nosotros que vivimos en el período más crucial de la historia del mundo y de la iglesia, cuando las luchas, tensiones y sospechas de toda suerte abundan a nuestro alrededor, es el mensaje que Dios nos envía: “No perdáis pues, vuestra confianza”. No debemos permitir que la desconfianza o la sospecha del mundo en que estamos inmersos se introduzcan en nuestras filas. No debe haber recelos, no se deben juzgar ni impugnar los motivos, no debe faltar la fe entre los que llevan los vasos del Señor en estos tiempos solemnes.

Cada obrero quiere ser un hombre de éxito. Anhelamos poder para nuestro ministerio, y oramos pidiéndolo. Diariamente oramos a Dios que nos utilice en la expansión y terminación de su obra en el lugar donde estamos. La mensajera del Señor establece claramente las condiciones necesarias para el éxito, para el poder en nuestras vidas y trabajo. Haríamos bien en leer con frecuencia esta declaración:

“El éxito de nuestra obra depende de nuestro amor a Dios y de nuestro amor a nuestros semejantes. Cuando hay acción armoniosa entre los miembros individuales de la iglesia, cuando hay amor y confianza manifestados por el hermano hacia el hermano, habrá fuerza y poder proporcionados en nuestra obra por la salvación de los hombres” (Id., pág. 187. La cursiva no está en el original).

¡El “amor y confianza manifestados por el hermano hacia el hermano” darán éxito y poder a nuestra obra!

¿En qué consiste la confianza?

La palabra “confianza” procede del verbo latino confidere, “confiar”. Confianza es un sinónimo de fe. Si confiamos en los buenos oficios de una persona, si tenemos fe en su sinceridad, aunque no siempre concordemos con sus puntos de vista y con su modalidad de hacer las cosas, aún podemos seguir confiando en ella. La confianza no convierte a una persona en alguien que aprueba sin consideración las acciones de otros. La hace caritativa. Crea fe en la sinceridad de los motivos de los hermanos.

La confianza no es algo que podamos exigir por derecho propio. Aun nuestra posición en la obra de Dios puede pedirla únicamente en forma condicional. La confianza es algo que debemos I merecer. La confianza engendra confianza. La confianza es una de esas cualidades mágicas como el amor. Cuanto más la manifestamos hacia los que nos rodean, tanto más aumentada retorna hacia nosotros. ¿Hay algún compañero en la obra que desconfía de usted, y cuya confianza aparentemente usted no tiene? ¿Confía usted en él? ¡La confianza es una calle de dos vías, y requiere a dos personas para viajar por ella!

También podemos comparar la confianza con un banco de cuatro patas. Si se le quita una. queda debilitado. “Alberguemos un espíritu de confianza en… nuestros hermanos” (Id., pág.509).