Una aproximación equilibrada a la intertextualidad
Recientemente, la intertextualidad ha sido objeto de mucha atención y acumuló una variedad sorprendente de usos y definiciones.[1] De acuerdo con el profesor Robert Carroll, el término “intertextualidad” apareció por primera vez en un ensayo seminal de Julia Kristeva (1933), en el cual presentó las ideas centrales del crítico literario ruso Mikhail Bakhtin.[2] A partir de entonces, esa palabra y sus conceptos asociados fueron aplicados a diferentes composiciones literarias, incluyendo la Biblia.
En literatura, el término define un objeto literario (palabra, evento) que va a ser como una “intersección de horizontes literarios”, un “mosaico de citas” o, tal como Derrida lo define, “el entrelazamiento de diferentes textos en un acto crítico que se niega a pensar en ‘influencia’ o ‘interrelación’ como un simple fenómeno histórico”.[3] La idea de la intertextualidad tiene una implicación evidente: ningún sujeto puede producir un texto autónomo. Al decir “autónomo”, se describe un texto que no posee vínculos con otros textos, algo que surge limpio, puro, de la mente del sujeto que lo produce. Eso implica que los sujetos elaboran sus textos desde una vinculación necesaria e inevitable con otras obras literarias. El texto, en última instancia, no es una entidad autónoma, sino un cruzamiento, una intersección discursiva, un “diálogo”.
En lo que respecta a la Biblia, el teólogo John Barton presenta una definición simple de la intertextualidad que nos puede brindar una idea inicial del concepto: “Cualquier texto, dentro de la Escritura, que pueda iluminar algún otro texto”.[4] En un nivel hermenéutico, la intertextualidad sería una exégesis intrabíblica del texto.[5] Si bien es cierto que el término encierra conceptos mucho más amplios de lo que aparenta, una definición exacta de “intertextualidad” no existe, ya que comprende una multiplicidad de aspectos y conceptos que son presentados como “afinidades lingüísticas”, “alusiones literarias”, un “sistema de comunicación fuera del texto”, “citas textuales”, “ecos”, “relaciones literarias”, entre otros.[6] La complejidad del asunto ha producido muchos estudios y propuestas que intentan explicar este fenómeno que, aunque se dé en la literatura secular, se observa de manera mucho más precisa en la literatura bíblica.
Algunos estudiosos han intentado establecer ciertos parámetros para definir la intertextualidad. Entre las diferentes propuestas, elegiremos a Gary E. Schnittjer, profesor de Antiguo Testamento en la Uiversidad Cairn, en Pennsilvania, EE. UU.[7] Después de analizar y discutir la propuesta de Schnittjer, este artículo propondrá una teoría que permite equilibrar los diferentes abordajes, sin perder de vista la calidad del texto inspirado.
Ecos literarios, límites y contexto
Schnittjer presenta una propuesta para abordar la intertextualidad dentro del universo de la Biblia. Para él hay dos cuestiones básicas que deben ser respondidas:
1) ¿Los límites de un libro bíblico definen el contexto de interpretación en relación con el significado de la narración?
2) ¿Cómo afectan los ecos literarios al contexto? De acuerdo con la perspectiva de Schnittjer, las narraciones bíblicas contienen ecos que parecen invitarnos a leer dentro de los límites del libro y, al mismo tiempo, a atravesar sus fronteras para leer el texto en relación con otros escritos bíblicos que pueden ser “escuchados” en él.[8]
La hipótesis con la cual trabaja es que “el lector bíblico puede apreciar correctamente los contextos multifacéticos de la narrativa bíblica solamente a partir del universo de las Escrituras”.[9] De acuerdo con esta hipótesis, el contexto bíblico tiene algunos límites que no pueden ser atravesados y otros que deben ser cruzados. Saber dónde y cómo cruzar los límites es el secreto de una buena interpretación.
La propuesta de Schnittjer se basa en tres aspectos primordiales: 1) la naturaleza de la narrativa bíblica (que es fundamentalmente de carácter alusivo); 2) la relación entre contexto y significado (que mantiene una presión directa sobre los asuntos relacionados con el eco narrativo); y 3) la naturaleza de colección canónica de la Escritura (una especie de frontera que legitima un universo referencial).
Basado en estos tres aspectos, Schnittjer declara que “cuando las narraciones bíblicas están relacionados inherentemente a otros contextos bíblicos mediante un ‘eco literario’, estos otros contextos llegan a formar parte y a vincular el contexto dentro del cual el ‘eco’ está integrado”.[10] Así, la “intertextualidad”, en el sentido amplio de la palabra, contempla la totalidad de la Biblia, cuya primera narración fue expandida en las narraciones posteriores, formando así una colección completa de las Escrituras. El contexto para una narración secundaria es, por lo tanto, mayor que ella misma, ya que los “ecos” obligan al lector a adoptar un contexto de lectura más allá de los límites del propio libro a fin de aprender el significado de la historia dentro de ella. De acuerdo con este resumen, queremos hacer una crítica a la teoría intertextual de Schnittjer, teniendo en cuenta los tres aspectos presentados en su propuesta.
Crítica a la propuesta de Schnittjer
En primer lugar, podemos decir a favor de Schnittjer que su perspectiva general es notablemente más amplia y abarcadora, permitiendo ver a la Biblia como un cuerpo de escritos sagrados unidos por un universo interpretativo que se autosustenta, se complementa y se constituye en un contexto autoritativo para la exégesis intrabíblica. Esa perspectiva puede ser comparada con aquel gran principio de hermenéutica postulado por los reformadores: “La Biblia se interpreta a sí misma”.[11]
Por otro lado, una perspectiva dinámica de este mismo abordaje puede llevar a extremos peligrosos, dado el énfasis en los ecos literarios, cuyas alusiones pueden entenderse de tal manera que la totalidad de la Escritura sea incluida en alusiones imaginarias que posiblemente no estaban en la mente del autor. Además, dado el problema de definir aisladamente los términos que se utilizan dentro del universo cada vez más amplio de la intertextualidad, se termina aumentando la dificultad de esta cuestión.
Por otro lado, algunos estudiosos difieren en el uso y significado de los términos “alusiones” y “eco”. Por ejemplo, G. K. Beale clasifica de manera simple las alusiones en: “alusiones claras”, “alusiones probables”, y “alusiones posibles o ecos”.[12] En una posición contraria, el teólogo Jon Paulien hace una distinción solo entre “alusiones directas” y “ecos”.[13]
De acuerdo con Paulien, la diferenciación entre “eco” y “alusión” depende enteramente de que la aparición de paralelos verbales pueda ser considerada intencional por parte del autor.[14] De hecho, muchas de las alusiones citadas por la mayoría de los comentaristas son en verdad “ecos”, y no puede ser listados como pensamientos que el autor tenía en mente.
Siendo así, es posible reconocer que aquí Schnittjer se queda corto con su propuesta de ecos literarios, dada la imprecisión de su definición y la amplitud de nociones mencionadas en el concepto de “alusión”. Aparentemente, los estudiosos prefieren diferencias entre una alusión directa y un “eco”, dejando este último concepto para situaciones de menor significado, en un plano casi subjetivo.
En cuanto a la relación entre contexto y significado, considero que la afirmación de Schnittjer de que “aquellos contextos que están vinculados mediante un ‘eco literario’ llegan a formar parte y vincular el contexto dentro del cual el ‘eco’ está integrado”, es muy amplia para el trabajo exegético. Es decir, complicaría demasiado el trabajo hermenéutico si tuviéremos que considerar todos los ‘ecos’ presentes en las Escrituras. La validación de un “eco” o una “alusión” necesita ser más objetiva y debe partir menos de la perspectiva del lector y más de la perspectiva del autor del texto.
Concuerdo con Schnittjer en que la naturaleza de la colección canónica legitima el universo referencial de la Biblia, pero es evidente que, si tuviésemos que elucidar todos los “ecos” o “alusiones” a lo largo de la Biblia para definir un contexto en particular, esa tarea se volvería más monumental que la propia colección canónica. En otras palabras, la inclusión de contextos debe seguir algunos criterios objetivos que parten del propio texto.
La cuestión de los “ecos literarios” permanece, a mi parecer, como una nebulosa cuyos límites no pueden ser determinados. En todo caso, el “eco” aparece como un término subordinado que depende más de la percepción de la audiencia que de la propia intención del autor.
A pesar de la persistente confusión sobre la terminología relacionada con la intertextualidad, es necesario alcanzar un nivel de entendimiento que permita abordar un estudio de la intertextualidad en la Biblia, especialmente de las citas o alusiones directas (y otras no tan directas) del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento.
Propuesta para una aproximación equilibrada
En primer lugar, debemos establecer que cualquier afinidad lingüística presente entre dos textos no debe ser asumida como “intertextualidad”. Es legítimo preguntarse si un aparente paralelo es el resultado de otras causas, tales como una tradición idiomática común, pasajes temáticos o genéricamente relacionadas, o, incluso, pura coincidencia. Concuerdo con el teólogo Ronald Berguey cuando afirma que “los paralelos lingüísticos son la guía más segura en términos de determinar si las correlaciones textuales fueron hechas de forma conscientes o deliberadas, específicamente, si son corroboradas por otras evidencias”.[15]
Es evidente que la intertextualidad está relacionada a los textos; por lo tanto, considero que el inicio básico para determinar la “intertextualidad” tiene que ver con trazos literarios directos e identificables, que no son más que citas directas o referencias explícitas a otros textos. De esta manera, el punto inicial para trabajar con textos interrelacionados es a nivel lexicográfico. Los paralelos verbales pueden ser muy útiles para determinar el grado de afinidad entre dos textos.[16]
Estas semejanzas verbales permiten iniciar el trabajo para determinar si ambos textos tienen significados semejantes en la terminología análoga utilizada. Naturalmente, las características más complejas de la lengua compartida (pares de palabras, frases y expresiones), más que las simples palabras sueltas, pueden indicar la existencia de apropiación textual intrabíblica.
El próximo paso sería la comprobación de la prevalencia de una correlación temática entre los dos pasajes. Ese nivel podría indicar si ambos contextos están relacionados y si esa relación es directa o indirecta. Los contenidos temáticos permitirían determinar el nivel de influencia ejercido por el contexto anterior en relación con el contexto más reciente, o si hubo una variación en la comprensión temática del contexto nuevo, con referencia al anterior.
En general, los cuatro evangelios muestran este tipo de intertextualidad, que refleja una variación (contextualización) de la comprensión de un determinado pasaje del Antiguo Testamento.[17] En este caso, y en el caso del todo el Nuevo Testamento, ese uso es validado por la inspiración, ya que, por medio de la inspiración, se encuentran nuevos contextos para los escritos veterotestamentarios.[18] Moyise afirma ese nivel de Intertextualidad Dialógica, que es entendida como una interacción entre el texto y el subtexto, operando en ambas direcciones (respetando el sentido original o alterándolo).[19] Nótese que, en ese nivel, aun es apropiado considerar el contexto original al interpretarlo dentro del nuevo contexto, pues eso ayudaría a mantener un equilibrio entre la intención (contexto original [AT]) y significado (nuevo contexto [NT]).
Finalmente, al definir el nivel de variación o permanencia del primer significado en relación con el segundo, se puede lograr una mejor comprensión del intercambio mutuo de información y el reconocimiento de que estos diferentes componentes son parte de una misma entidad literaria e ideológica.[20] Creo no solo es posible, sino absolutamente necesario mantener en mente que la Escritura es esencialmente complementaria en naturaleza y carácter, y que el mundo narrativo de la Biblia comparte en todos sus niveles, secciones y contextos, una característica distintiva: la singularidad de la inspiración.
Sobre el autor: Profesor de teología en la Universidad Adventista de Chile.
Referencias
[1] Ver Richard L. Schultz, “The Ties that Bind: Intertextuality, the Identification of Verbal Parallels, and Reading Strategies in the Book of Twelve”, Society of Biblical Literature Seminar Papers (2001), p. 40, 41.
[2] Robert P. Carroll, The New Literary Criticism and the Hebrew Bible (Valley Forge: Trinity Press International, 1994), p. 57.
[3] David Penchansky, Reading Between Texts: Intertextuality and the Hebrew Bible (Louisville: Westminster John Knox, 1992), p. 77.
[4] John Barton, “Intertextuality and the ‘Final Form’ of the Text”, Congress Volume Oslo 80 (Leiden: Brill, 1998), p. 35.
[5] Martin G. Klingbeil, “Contextualizaciones de Isaías en San Marcos”, DavarLogos 2, no.2 (2003), p. 141.
[6] Por las referencias, ver Heber Pinheiro, “Intertextualidad: Hacia un Abordaje Equilibrado”, Advenimiento 10 (2022), pp. 18-25.
[7] Gary E. Schnittjer, “The Narrative Multiverse Within the Universe of the Bible: The Question of ‘Borderlines’ and ‘Intertextuality’”, Westminster Theological Journal 64 (2002), pp. 231-252.
[8] Schnittjer, “The Narrative Multiverse Within the Universe of the Bible”, p. 231.
[9] Ibid., p. 232.
[10] Ibid., pp. 239, 240.
[11] John Reumann, “Selecciones de Leccionarios en la Tradición Luterana”, Concilium 102 (1975), p. 36.
[12] Gregory K. Beale, The Use of Daniel in Jewish Apocalyptic Literature and in the Revelation of St John (Lanham: University Press of America, 1984), p. 43.
[13] Jon Paulien, “Elusive Allusions: The Problematic Use of the Old Testament in Revelation”, Biblical Research 37 (1988), pp. 40-48.
[14] Ibid., p. 48.
[15] Ronald Bergey, “The Song of Moses (Deuteronomy 32.1-43) and Isaianic Prophecies: a Case of Early Intertextuality?”, Journal for the Study of the Old Testament 28 (2003), p. 47.
[16] Jacques van Ruiten, “The Intertextual Relationship Between Isaiah 65:17-20 and Revelation 21:1-5b”, Estudios Bíblicos 51 (1993), p. 477.
[17] Klingbeil, “Contextualizaciones de Isaías en San Marcos”, p. 142.
[18] Ver “El papel de Israel en la profecía del Antiguo Testamento”, en Comentario bíblico adventista del séptimo día, 7 t., ed. Francis D. Nichol (Florida: Asociación Casa Editoria Sudamericana, 1995), t. 4, pp. 27-40.
[19] Steve Moyise, The Old Testament in the New Testament (Sheffield: Sheffield Academic Press, 2000), p. 17.
[20] Robert W. Wall, “The Intertextuality of Scripture: The Example of Rahab (James 2:25)”, en Studies in the Dead Sea Scrolls and Related Literature, ed. Peter W. Flint (Grand Rapids: Eerdmans, 2001), p. 218.